El pais
SUSCRÍBETE

'Biblioghetto', literatura en medio de la pobreza del barrio Petecuy

Gracias a una idea de un escritor que escapó de la violencia sobre el lomo de libros prestados, muchos jóvenes del barrio Petecuy descubrieron el placer de consumir literatura.

5 de marzo de 2011 Por: Santiago Cruz Hoyos - reportero de El País

Gracias a una idea de un escritor que escapó de la violencia sobre el lomo de libros prestados, muchos jóvenes del barrio Petecuy descubrieron el placer de consumir literatura.

Aquí la mayoría de los muchachos miran con rabia. Aquí, en Petecuy.Es lunes, en la tarde, pero parece que los muchachos del barrio no tienen mucho por hacer. En cada esquina se ven jovencitos recostados sobre las paredes, fumando. Otros van por ahí, en bicicleta, como matando el tiempo. Otros caminan con paso cansino sobre la vía principal, enfangada por las lluvias y el desbordamiento de un caño. El barro se pega a sus zapatos. Parecen uniformados, los muchachos. En sus cabezas el cabello- los que tienen cabello- cobra formas de letras, o de cruces. La mayoría, también, tienen el cuerpo tatuado. Y visten casi igual. Jeans sin camisa y collares sobre el pecho. O camisetas, bermudas más abajo de las rodillas, tenis sin medias. Y la mirada. Es la misma en casi todos. Miran con rabia, los muchachos. El barrio está ubicado en la Comuna 6 de Cali, al nororiente de la ciudad. Y algunos, con un humor negro y estigmatizador, le dicen ‘Petebala’. Todo porque estas esquinas y estos parques y estos callejones se convierten, a veces, en campos de batalla disputados a puñal y plomo por las pandillas. Muchos en Cali desconocen, sin embargo, que varios de esos jóvenes que miran con rabia y se enfrentan por un territorio no saben ni leer ni escribir. En Petecuy, en sus tres etapas, según el Censo 2005, hay 1.918 niños y adolescentes que no saben cómo es eso de juntar letras, formar palabras. Según un censo cultural realizado en 2008, más del 15% de toda la población del barrio sigue en la misma situación. En plena era de Internet, mensajes de texto, chat, email, hay muchachos de este sector que aún no tienen acceso a la principal herramienta que necesita un hombre para trascender, para existir, para ser: la palabra escrita.“La palabra escrita produce distanciamiento crítico con respecto al mundo, multiplica distintas miradas sobre lo real, permite salir de un yo enclaustrado y abre la conciencia, la libera, la ensancha. Quien no lee permanece atrapado en sí mismo, en una subjetividad paupérrima y cada vez más restringida”, escribe, a propósito, el escritor colombiano Mario Mendoza.Y los estudiosos de las estadísticas sobre violencia aseguran muy serios que “existe una correlación lineal positiva fuerte entre la violencia y el porcentaje de personas analfabetas. Es decir: en los lugares que se encuentran con gran porcentaje de personas analfabetas, se tiende a incrementar los índices de violencia”. ¿Cuál es entonces el futuro de quien no conoce la palabra escrita? El fracaso, tal vez. El camino de la violencia, quizá. Vivir sometido por otro, seguro. Por eso la mirada. Después de pasar unas horas en Petecuy se entiende que lo que sucede con los ojos rabiosos de sus jóvenes habitantes es que traducen el mundo en el que viven.IIPero no todos, por fortuna, miran con rabia en Petecuy. Ahí viene, por ejemplo, Gustavo Andrés Gutiérrez, 25 años, ojos cafés claros y alegres y amables y hasta inocentes. Después de ver unos ojos así en medio de tantas miradas rabiosas se respira con alivio. Gustavo es escritor. Aunque ha vendido chance, aunque ha repartido volantes para ganarse la vida, su verdadero oficio es la palabra escrita. Y nació aquí, en Petecuy, o mejor dicho, muy cerquita, en una de las fronteras del barrio donde también es común que haya violencia y gente que no sepa leer ni escribir: el jarillón del río Cauca. Gustavo es, entonces, un salvado por la literatura. “La única manera de mantenerse alejado de la violencia en el barrio es tener una pasión por algo. Y mi pasión, desde niño, son los libros”, dice ahora con el tono de quien está revelando un secreto.Ese hábito de la lectura lo adquirió para siempre cuando hacía la primaria en el colegio la Era Moderna y el bachillerato en el César Conto. A la semana se podía leer cuatro libros de un tirón.Después, cuando salió de estudiar y se encontró con que tenía todo el tiempo del mundo libre porque no tenía empleo, empezó a escribir, a hacerse escritor. Gustavo es todo un personaje en Petecuy, el habitante más famoso. Todos, mientras camina por las calles pintadas con el escudo del América, le corean su nombre desde lejos. Él levanta la mano y sonríe. Y es que además de escribir novelas que tratan temas como el tiempo y el suicidio, y cuentos sobre el desplazamiento forzado, en el barrio es famoso porque ha fundado periódicos, ha organizado reinados infantiles como una manera de generar desde la temprana edad inclusión en la mujer, que es tan excluida, ha liderado festivales de arte en donde se han llegado a juntar pandillas enemigas y no ha pasado nada, un empujón si quiera. Todo porque los festivales, con conciertos, con cuenteros, con teatro, han sido tan divertidos, tan sabrosos, tan enriquecedores, que a nadie le ha dado por matarse. Y hace 4 años fundó Biblioghetto, una especie de biblioteca móvil. Cada fin de semana él y un grupo de amigos como Steven Escobar Lemus, Luis Gabriel Martínez, Alexander Girón, salen a los parques y esquinas de Petecuy y el jarillón del río Cauca para acercarles a los jóvenes y niños los libros y contarles historias. Sí. Allí donde es común el consumo de drogas, también se volvió común que se consuma literatura. Y sucede lo siguiente: en la Comuna 6, que tiene 10 barrios y 166.906 habitantes, existe una sola biblioteca pública. No todos, entonces, tienen la posibilidad de salirse de su mundo para disfrutar de otros por medio de la lectura. Es cuando aparece Biblioghetto, que, también, enseña a escribir a los que desconocen el milagro de la palabra escrita. Conjuro contra la violencia. IIIAhora Gustavo y sus amigos de Biblioghetto están en el jarillón del río Cauca, en un tramo conocido como Cinta Larga, frontera con Petecuy y territorio prohibido para desconocidos. Gustavo lee de pie, bajo un árbol, la 'Leyenda de Guillermo Tell', ese hombre que era hábil en el oficio de lanzar flechas con su arco, que vivía en cantones suizos y que fue sometido por un gobernante a una prueba temeraria: atravesar, con una flecha, una manzana puesta en la cabeza de su hijo.Al frente, sentados, lo escuchan 20 niños que jamás habían oído del tal Guillermo Tell. Se ríen con el cuento, se emocionan, piensan en cosas distintas a sus juguetes preferidos: las pistolas.“Lo que intentamos con los libros, sobre todo con los que son ilustrados, es darle una idea de vida diferente a los niños, sacarlos, así sea por un momento, de ese entorno de guerra, de vicio, de violencia en la familia en el que viven”, dice Alexander Girón, un joven de Petecuy que hace un año se vinculó a Biblioghetto. Es que ha sucedido en las jornadas de Biblioghetto que se les pide a los niños que dibujen lo que quieran. Cuando recogen las hojas se ven dibujos de pistolas, gotas de sangre, un papá que le pega a un niño, hombres armados. Es la vida que conocen. Con los libros ilustrados se les muestra, en cambio, que también hay dragones y hadas y genios que cumplen deseos. Con los libros se les muestra a los niños que hay mundos distintos, caminos distintos, realidades distintas, una salvación. Salvación. Como le pasó a Lina, una niña de 10 años. Resulta que en un taller de escritura de Biblioghuetto, se les pidió a los niños que escribieran un relato sobre sus vidas. Lina escribió que cada que iba a la tienda, en el Jarillón, el tendero le ofrecía plata para que se entrara con él a la casa. Ella no aceptaba, pero él, lascivo, insistía una y otra vez. Lina le pasó el papel a Gustavo pero le advirtió que tuviera cuidado: “Usted sabe que acá hay asesinos”. Gustavo, no lo pensó mucho, fue hasta la tienda y encaró al tipo. Al siguiente día volvió, pero con la Policía. El tendero no abrió la puerta. Se había ido del jarillón. Para siempre. Lina fue salvada por la escritura.Algo parecido le pasó a 'Locura', un muchacho de Petecuy adicto a las drogas. Una vez vio a Gustavo en una jornada de biblioghetto. Se acercó, pidió la oportunidad de entrar, y se quedó. Ahora, en los talleres, organiza actividades recreativas. Y las drogas las mantiene a raya. Otro salvado por el poder de las palabras.Los niños que están frente a Gustavo se emocionan con la historia de Guillermo Tell. Se ríen, preguntan, piensan en ese mundo de arqueros que deben pasar por pruebas de fuego. Pero su alegría, que se nota en los ojos, no es sólo por la historia, ni por la presencia de Gustavo (lo idolatran, casi) sino por el regalo que les entregó: un cuaderno. Siempre en biblioghetto se les regala a los niños cuadernos, o lápices, o colores, una herramienta que los distraiga, en casa, de su propio mundo. Y esas herramientas son donadas. Por empresas privadas, por ciudadanos.Ahora Gustavo camina de regreso a casa. Entonces pasa algo curioso. Algunos de los muchachos que miraban con rabia lo ven, se le acercan, le estrechan las manos, lo felicitan por biblioghetto. Y de inmediato los ojos de esos jóvenes cambian, desaparece la rabia. Gustavo no sabe, pero tiene un poder insospechado. Es el que cambia las miradas en Petecuy, el escritor que a punta de literatura en las calles y parques, desactiva la ira.

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

Regístrate gratis al boletín diario de noticias

AHORA EN Cali