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Crónica: una mañana alimentando a los animales del Zoológico de Cali

¿Qué comen las fieras enjauladas para que no nos vean como presas y soporten el cautiverio? Los animales del Zoológico de Cali tienen una completa y nutritiva alimentación proporcionada por expertos 'cocineros'.

6 de junio de 2013 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

¿Qué comen las fieras enjauladas para que no nos vean como presas y soporten el cautiverio? Los animales del Zoológico de Cali tienen una completa y nutritiva alimentación proporcionada por expertos 'cocineros'.

Hay animales que comen las mismas frutas que se sirven en los restaurantes cinco estrellas. Por lo menos los animales del Zoológico de Cali tienen esa suerte. Su proveedor de frutas es el mismo de hoteles como el Intercontinental. ¿Acaso no será esa una demostración de que en esta vida todos resultamos iguales, todos vamos para el mismo punto?Los del Zoológico son comensales exigentes. Al oso grizzly, por ejemplo, le deben dar el pollo bañado previamente en mermelada de mora o piña. Al oso de anteojos le fascina, como postre, los cereales Froot Loops. A los primates no les puede faltar una compota costosa: una mezcla de pediasure, un complemento alimenticio de consumo humano que por su precio solo compran algunos, con banano y miel.Comer manjares exquisitos quizá es la manera que tienen los animales para soportar el cautiverio. Darles una comida nutritiva y que sepa a gloria es una forma de compensarles el hecho de ser objetos destinados al placer ajeno, preservarlos para ello.Gustavo Caicedo, nutricionista del parque, habla más bien de calidad de vida. A través de la buena alimentación, los horarios sagrados de las cenas, se controla la ansiedad de las fieras encerradas. La comida es, también, un tranquilizante. Para que funcione como se debe es necesaria una inversión alta. Una comida regular es motivo suficiente para que cualquiera se ponga ansioso. El mercado del Zoológico cuesta $35 millones al mes.De cada uno de los gustos alimenticios de los animales se encargan cinco ayudantes de cocina. Trabajan para una multitud. Deben preparar las dietas de 2.500 individuos, 220 especies. Para cumplirles – la mayoría de los animales se alimentan temprano–los ayudantes de cocina madrugan.Su turno empieza a las 6:00 a.m. y deben sacrificar su propio desayuno. Primero se prepara el de los animales y luego, muy luego, a las 8:45 a.m., el de ellos, que resulta menos generoso: café negro y pan, a veces huevos. El desayuno de los animales incluye tortas y postres.Como nosotros, resultan terriblemente débiles ante los alimentos supuestamente dañinos, los que supuestamente debemos esquivar. Amamos lo que no debemos. En el restaurante del Zoológico, sin embargo, esas tentaciones se preparan simulando sus sabores adictivos pero dietéticas y nutritivas, inofensivas.La torta de los animales no lleva azúcar, colorantes, sales. A las aves les preparan una torta especial. Es seca, a diferencia de la del resto, que es un poco más húmeda. La razón es que si las aves consumieran esa torta mojada, por la humedad, podrían desarrollar hongos en el pico.Cada detalle, entonces, está controlado. La premisa del restaurante de los animales es que todos coman exquisito, pero saludable. Seguramente si hubiera esa calificación Michelin para las cocinas de los parques, esta tendría estrellas. Los meseros son los cuidadores del Zoológico. En total son ocho. Cada uno se encarga de llevar el alimento a los animales de una determinada área. El Zoológico mide 1000 metros cuadrados. Los cuidadores, los meseros, son delgados. Todos los días pueden recorrer ese trayecto cinco veces, incluso más.Los platos de los animales son canastas de plástico limpísimas. Las sirven en un mesón circular en la que los ayudantes de cocina, de pie, trabajan. Ahí pican frutas y vegetales, porcionan carnes que se sirven crudas, pesan. Cada dieta está medida. Tantos gramos de uvas, tantos de mango, tantos de torta, pollo. A los animales hay que alimentarlos bien pero jamás en exceso, no vaya a ser que se vuelvan obesos. La gordura es un problema de salud que no hace distinción de especie.La carta del restaurante de los animales es exclusiva. Ninguna de las dietas es copiada de otro parque. Si Ferrán Adría, el mejor chef del mundo, se pasa meses inventando recetas tan extrañas como los helados calientes, en el Zoológico de Cali Gustavo Caicedo es el encargado de hacer algo parecido. Se inventó una gelatina para tortugas.Su tarea, dice, es suplir los nutrientes que consumen los animales en la selva. Como no puede tener las mismas semillas, las mismas frutas, la misma carne, los reemplaza por otros alimentos de acuerdo a las necesidades de cada especie. Así, el oso hormiguero no anda por ahí comiendo de los hormigueros. Su dieta es carne roja, concentrado para perro, huevo.Diseñar cada dieta le ha tardado años de estudio y encierros. Gustavo completa 16 años trabajando en el parque. Sus propios almuerzos son igual de meditados. Come atún, sobre todo. Gustavo Caicedo también es delgado.El suyo, entonces, es un trabajo casi científico – investigar qué nutrientes requiere cada especie– y artístico: descubrir una dieta exquisita que los supla.Y en lo uno y en lo otro hay decenas de variables. Los tiempos, por ejemplo. Los cocodrilos se alimentan cada 8 días. Cinco kilos de pescado el macho, dos la hembra. Los reptiles reciben gran parte de sus requerimientos calóricos del sol, por eso comen cada semana.Las serpientes, en cambio, se alimentan cada 10 ó 15 días y solo de comida viva, cuerpos con la sangre aún caliente: roedores. Una presa muerta, por más hambre que tengan, no se la comen. En el Zoológico crían ratas para dárselas. Es un ritual que se hace temprano, antes de que se abran las puertas al público.El Zoológico, dice Gustavo, no es circo. Aunque queremos ver actos circenses, la serpiente atacando tras el vidrio que nos divide, el león saltando con su rugido de espanto, las garras del jaguar amenazante sobre la reja, en el parque los animales, por lo regular, duermen, descansan, no nos miran como presas gracias a eso que llama calidad de vida. La tranquilidad de los animales es también seguridad para los 120 trabajadores del parque, las 500 mil personas que en promedio, al año, vienen. Menos el Día de la Madre. Nadie va al Zoológico un Día de la Madre.Los secretosLos métodos de alimentación también son diferentes. Cada comensal tiene su secreto. A los primates titíes les dan la compota directamente en la boca con una jeringa. También es terapia. Cuando los vayan a medicar, los titíes asumirán la jeringa como la llegada de una buena noticia, comida. A la osa de anteojos, Dana, también se le alimenta directamente a la boca, pero con la mano. Dana saca su hocico tras unas rejas, sujeta con las garras unos palos llamados targets, abre la boca. Los targets son seguridad para el cuidador. Siempre es mejor alimentar a Dana cuando tiene sus garras ocupadas. Gustavo la llama hija. Ver comer a los pelícanos es presenciar un show. En un lago, tras el sonido de un pito, se acercan al cuidador, que les lanza trozos de pescado. A algunos animales, dice Gustavo, se les puede enseñar cosas como esas.Los leones son un poco más complejos de alimentar. Las puertas de su escenario de exhibición se abren, ellos pasan por túneles hasta unas jaulas. Comen separados. El león en una jaula, la leona y sus cachorros en otra. Es una manera de evitar enfrentamientos. Que un león ruja a medio metro es como si de repente hubieran ubicado un bafle de una discoteca junto a tu oído y lo hubieran prendido sin aviso. Te aturde, saltas. El corazón se agita, el miedo aparece, no importa la reja que divide. La mirada de los felinos también es brutal. Si lo mirás a los ojos, el león no come. Se concentra en ti, muestra sus colmillos, te hace saber que él es el rey, tú un visitante molesto, hasta que inevitablemente volteas la cabeza. Que la leona se lance sobre la reja y ruja porque te acercaste demasiado a sus cachorros es también espantoso, bajar en picada por una montaña rusa. Y tardan horas disfrutando su almuerzo. El león se come siete kilos de carne de caballo. La leona y sus cachorros, 9 ó 12. Entre todos los felinos del parque se comen 110 kilos de carne todos los días, casi un caballo entero cada 48 horas.La carne es lo único que no se compra en el mercado del Zoológico. Los caballos los donan para sacrificarlos. Vienen de fincas, de ingenios. Caballos ancianos, enfermos, accidentados. En el Zoológico también los alimentan, los recuperan, les garantizan una vida tranquila en sus últimos días. Él encargado es Mauricio Alberto Vera, un cuidador. Mauricio les habla, les canta rancheras, los acaricia, les pone nombre. Ahora está una yegua llamada Petronila. También está Susana. Más allá, Topacio.Los caballos permanecen en un corral que el público no ve. Están al final del parque, al final de la vida. Para que unos vivamos, otros mueren. Observar a los caballos es pensar un poco en eso, en la muerte, el turno.Mauricio Alberto también tiene la tarea de sacrificarlos, pero es muy duro hacerlo, dice. A los caballos, como al resto, se les quiere. Mauricio ha llorado por equinos que han partido. Varias veces le ha pedido a otro compañero que lo cubra en eso de sacrificarlos porque no ha sido capaz. Es como traicionar a un amigo. Mauricio se acuerda de Sofía, un pony. Gustavo Caicedo dice que la muerte es uno de los asuntos más difíciles de sortear en el Zoológico. Con los animales se establece un vínculo afectivo fuerte. Quizá uno más genuino que el que se establece con una mascota. A las mascota las acariciamos, las tocamos, acá no se acaricia a ningún animal y sin embargo el afecto surge, hay complicidad. Es, dice Gustavo, como un amor a distancia. Nuestra novia puede estar lejos, no tenemos contacto físico, pero no la dejamos de querer.Cuando muere un animal, el cuidador hace su duelo, los compañeros lo acompañan. En el Zoológico se les inculca el cariño por las fieras, cuando mueren no puede seguir todo como si nada.Hay un ritual. Se sientan alrededor del cuerpo, cuentan anécdotas. Te acordás cuando rugió y te asustó. Mientras recuerdan a veces ríen, a veces lloran. Y el cuerpo es trasladado en un carro en silencio. Los animales que mueren en el Zoológico se creman.Hace unos meses pasó. Murió Conde, un tigre. Murió de viejo. Tenía artrosis. Juan Carlos Godoy, su cuidador, lloró como cuando se pierde algo importante, algo cercano. Aún, incluso, no quiere hablar de eso. Camina hacia un lado, pone sus manos sobre la cintura, esquiva el tema. Más tarde explicará que trabajar ahí, con los animales, lo ha hecho más humano. Los animales son sabios, dirá. Enseñan.Y no les interesa disecar a los animales que mueren, dice Gustavo. Sería muy macabro verlos como piedras. La tarea del restaurante del Zoológico es mantenerlos con vida, vitales. Lo dice y se escucha un llanto. Es un bebé tití. Tiene hambre

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