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VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

El renacer de la Directora de la Biblioteca Departamental tras ser víctima de violencia de género

La directora de la Biblioteca Departamental, María Fernanda Penilla, cuenta cómo sobrevivió a los golpes de su ex pareja y las fallas que detectó en la ruta de atención a mujeres maltratadas. Hoy ayuda a víctimas de violencia.

7 de octubre de 2018 Por: Paola Andrea Gómez, Jefe de Redacción de El País 
La directora de la Biblioteca Departamental, María Fernanda Penilla. | Foto: José L. Guzmán / El País

La tercera vez que la golpeó estuvo a punto de matarla. Le atravesó el brazo en el cuello y la empujó contra la cama. La dejó sin oxígeno. Y ella alcanzó a sentir que se iba, que no podía más. Se dijo así misma, en silencio, “hasta aquí llegué”. Pero algo pasó y él la soltó en el momento justo, antes de perder la conciencia. Ella dice que fue Dios quien le dio una segunda oportunidad.

Han pasado 15 meses de lo ocurrido. Y aunque aún le duele, María Fernanda Penilla, la directora de la Biblioteca Departamental, cuenta por qué decidió hacer pública su historia, cómo fue que en su caso falló la ruta de atención a víctimas de maltrato y de qué manera revirtió esa dura experiencia en una oportunidad para ayudar a otras mujeres y darle un nuevo sentido a su vida.

¿Qué la llevó a hacer pública esta historia?

Recién sucedieron los hechos, en junio de 2017, yo no podía creer que a mí me estuviera pasando eso. Entonces pasados unos días dije: “tengo que buscar para qué me pasa”. Comprendí que lo que me estaba ocurriendo tenía una misión y esa misión consistía en ayudar a otras mujeres. Obviamente primero tenía que trabajar en mí y en ese estado de dolor, de decepción que genera un maltrato. Pasados unos meses dije, estoy lista, pero tengo que buscar un momento importante para hacerlo y ese momento llegó cuando se cumplió un año de los hechos. Era como pararme en un abismo, tirarme, y sin saber qué iba a pasar, si me iba a golpear, sin saber la reacción de la gente y, gracias a Dios, la reacción ha sido la mejor de todas.

Hay quienes piensan que a mujeres como usted, profesional, visible en los medios, no les pasa algo así...

Pasa más de lo que uno cree. Cuando hablamos de una persona como yo pensamos en la formación académica, en una situación económica estable, privilegiada y que a mujeres así no les maltratan. Pero definitivamente sí pasa. A eso súmale que mi carácter es muy fuerte y uno dice “con una mujer así, un hombre no se mete”, pero pasa y ahora que lo he hecho público, que me llaman y me cuentan su historia, mujeres como yo, profesionales, que trabajan les pasa y uno dice ¡Dios mío! Creo que son muy vulnerables porque no hay ruta para ellas y está el peso de la pena. Inicialmente yo no quería poner la denuncia por eso, porque llevo 18 años formando abogados, mi padre ha sido docente, magistrado y cuando llego a la Fiscalía a poner la denuncia, me encuentro alumnos míos o de mi papá. Pero después entendí que pena tiene que darle es al agresor y no a la víctima.

¿Exactamente qué fue lo que sucedió?

Tuve una relación de noviazgo de diez meses o un año, una relación conflictiva muy fuerte, donde hubo tres episodios de agresión. Digamos que la primera la dejé pasar, pensando que yo respondí a la agresión y que si tuviéramos que ponerlo en una balanza diríamos que yo gané porque cuando respondí, lo reventé y como hubo sangre me sentí culpable.

Después de unas discusiones muy fuertes de maltrato sicológico, decidí terminar. Pero él me buscó y le di una oportunidad. Entonces llegó la segunda agresión. Allí ya no reacciono. Ocurrió dentro de un carro; él me agrede, no me deja salir, me tuvo atrapada tres horas. Entendí que si reaccionaba me mataba y yo sí quiero morir joven pero no así.

¿Cómo recobró la fe en él después de dos episodios de maltrato?

Porque después de eso él inició un tratamiento, entendió que tenía un problema y la situación mejoró mucho hasta finales de junio.

Luego hicimos un viaje a Pasto. El 25 de junio, por cosas de mi Dios, teníamos reservado un hotel y cancelé un día para quedarme donde un tío que ha vivido allá toda la vida. Esa noche él se quedó tomando whisky con mi tío y yo me acosté. Entonces le pedí varias veces por el teléfono que viniera a acostarse, que debíamos madrugar. Cuando llegó al cuarto, entró furioso a atacarme, me intentó ahorcar con una parte del brazo, contra la cama. Ahí sentí que me moría, no sé si fueron mis ángeles o Dios que me protegieron porque yo sentí que ya no tenía cómo respirar.

Me tuvo por ahí unas dos horas encerrada, humillándome de la forma más baja. Cada vez que iba a gritar me tapaba la boca y me decía: ‘si viene la Policía y me arrestan a mí me arrestan porque te maté, no porque te herí’. Lo dejé que me insultara hasta que dijo: “Más marica yo que me quedo aquí”. Separamos las cosas de la maleta y tuve que bajar al carro para que me diera las llaves del mío que lo había dejado en su casa en Cali. Bajé con él, me tiró las llaves, rompió un libro, lo tiró al parqueadero y se fue.

Mi tío no escuchó nada porque él me tapaba la boca, pero su esposa sí vio de lejos cuando él se fue e intuyó que algo pasaba. En la mañana me preguntó si me había golpeado. A ella, casualmente, su ex pareja le había dado una patada en la calle y le fracturó la espalda.

Usted dice que sintió que esa noche pudo haber muerto...

Sí, estuve muy cerca. Ese pedacito es duro recordarlo. Luego viene todo lo que hay que hacer para salir, una transformación, porque estar cerca de la muerte es difícil y más por la persona de la que uno está enamorado, porque si uno va por la calle y lo atracan, digamos que no es fácil, pero uno no espera que las personas que amas te quieran quitar la vida.

¿Cómo es el proceso de desenamorarse de una persona, después de que ocurre algo así?

No es fácil, porque siempre había una contradicción de saber que estás enamorado de un mal ser humano, de un maltratador. Tan no es fácil que nunca pensé que a estas alturas de la vida, con los años que tengo, con ese paradigma que tenemos de los sicólogos yo tuviera que buscar uno y lo busqué. No podía entender que a mí me maltratara un hombre, cuando siempre había dicho a boca llena: “El día que un hombre me levante la mano, se la corto”. Y me la levantó y no lo hice. Hoy estoy segura de que pasé unos meses de amor propio muy bajo que permitieron que este hombre me maltratara. Aún hay momentos en que recuerdo lo bonito, porque hubo momentos bonitos, pero son tan fuertes los malos y peligrosos...

¿Se ha vuelto a enamorar? ¿Ha vuelto a salir con alguien?

No me he vuelto a enamorar. Salgo la primera vez con alguien y como estoy en el tema de las alertas me desencanto fácil. Si yo hubiera escuchado las alertas desde el primer día que salí con él, nada hubiera pasado. Porque él dio señas de que no estaba bien. Entonces ya me fui al otro extremo en el que escucho tanto las alertas que ya salgo una vez y chao.

Esta semana registramos el feminicidio número 20 de este año en Cali y el asesinato y abuso de una niña de 9 años en Fundación. ¿Cuando ve casos de ese tipo, cómo se siente frente a lo que le pasó?

Los colombianos somos mediáticos, temporales. Aquí podemos tener el escándalo más espantoso del mundo, ahora estamos con una niña que fue asesinada de la manera más brutal, pero si hoy sale una noticia diferente, a la gente se le olvida. Hace poco fue el caso de la actriz Eileen Moreno, en el que mucha gente criticó la tapada del ojo, cuando lo mismo servía para visibilizar un machismo recalcitrante.

Yo siento un dolor horrible al recordar el momento en que ese hombre me quiso matar, pero es cuestión de segundos e inmediatamente paso al otro plano: cómo capitalizar esta situación para recordarles a las mujeres que tenemos que amarnos, que si necesitan hablar, aquí estoy.

¿Cómo va su trabajo con otras mujeres maltratadas?

Hace dos meses venimos trabajando. Decidí que quería ayudar a otras mujeres, pero a través de una fundación, nada que ver con contratos, ni lucros. Es algo que requiere mucho tiempo, para el montaje, pero me hace muy feliz. Ya tenemos nombre: se llama Kunsejana, que significa ‘aconsejar’ en quechua. Usted no se imagina la cantidad de gente que me ha buscado a contarme lo que ha vivido.

¿Qué tipo de mujeres hacen parte de su fundación?

La fundación no va a tener un ámbito amplio, porque entiendo que desde el Estado hay una ruta y unas normas que fallen o no existen. Las mujeres que tenemos una situación social privilegiada nos abstenemos por pena de ir a Casa Matria o a la Fiscalía, pensando “qué van a decir las amigas del club, o de la universidad”, entonces no vamos. Mi fundación quiere apoyar a ese tipo de mujeres. Ya somos 14.

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Inicié con una sicóloga y un primo experto en reiki que me ofreció apoyo para la fundación. El primer taller lo hicimos desde lo sicológico y trabajamos con el árbol genealógico. En el segundo, sanando la maletica que traemos cargada de cosas, porque tengo claro que el problema es de amor propio. Cuando tenemos la autoestima bien, eso no pasa.

¿Qué historias se ha encontrado en el camino?

Tengo historias muy fuertes, por ejemplo, el hombre que pone a trabajar a la mujer profesional en sus empresas para que las gerencie y no le paga que porque él le da todo. Ese es un maltrato económico. Y es un hombre con una empresa muy reconocida.

Otra historia es la de la mujer a la que el trabajo se lo consiguió el marido y entonces él permite que la mamá y la hermana la humillen todo el tiempo y él la insulta, le dice groserías... Hay muchas historias de ese tipo.

Las fallas de la ruta

En un video que usted publicó en redes sociales explica las fallas que se encontró, al momento de poner su denuncia ante las autoridades...

En la Fiscalía, una gran amiga me ayudó para que me atendieran, luego allí apareció la primera falla. El señor que tomó el testimonio me dijo:

– ¿ Es la primera vez que la golpea?
–No, es la tercera, le dije.
– ¿Pero por qué apenas viene ahora, por qué no vino antes?, preguntó manoteando.

Lo miré con una cara y me dijo, disculpe. Revictimizan a la víctima. Esos funcionarios tienen que entender que están frente a un ser humano que necesita consideración.

Luego me pasó donde otra funcionaria que me tomó la declaración. Cuando empiezas a contar la historia, debiera recibirse con detalles. Yo quería contar las groserías que me dijo, que me hizo tirarme en el piso y me decía: “Acuéstese ahí como los perros, que usted es una perra”, ese tipo de cosas las quería contar porque es otro tipo de maltrato. Y la señora me dijo: “No, esas cosas no, cuéntenos lo de los golpes”.

Y cómo fue eso de que usted misma tuvo que llevar las órdenes de protección a la Policía...

La señora me entregó unas órdenes de protección que debía llevar al cuadrante de La Buitrera, donde vivo, y al de El Lido, estación a la que le corresponde mi trabajo. ¿Por qué tiene que llevarlas la víctima?

En El Lido me fue bien. Pero a La Buitrera sí me tocó ir tres veces. La primera no me la recibieron, que porque todos los policías de Cali estaban en un encuentro de presidentes del Pacífico. Volví la semana siguiente y tampoco. Un policía me dijo: “Pero venga, yo le colaboro”, ese término que me molesta tanto de algunos compañeros del servicio público. ¡No hombre, yo no le colaboro, ese es su trabajo! Y luego me aclara que ese no es un recibimiento oficial.

Pasaron semanas y volví a la estación y un policía me dice, otra vez, que la persona encargada no está. Ahí ya me descompuse, además que adentro se oían risas y voces. “Es la tercera vez que vengo, a mí me pueden matar y ustedes no hacen nada”, dije. Entonces seguí hacia adentro de la estación, para que me atendieran, mientras el policía de la puerta me seguía y gritaba “por eso es que les dan en la jeta, por eso las maltratan, porque no hacen caso”. Otro agente de los que estaban adentro me pidió que me calmara y de nuevo la frase: “Yo le hago el favor de recibírsela pero no es oficial”. Nunca más volví.

¿Cómo está el proceso actualmente?

No sé en qué está porque se lo llevaron para Pasto; me llamaron un día de la Fiscalía a decirme eso, que como los hechos fueron allá no importaba que viviéramos acá. ¡Qué tal!

Otra de las fallas que usted ha denunciado es la llamada a conciliar, cuando dejó constancia por escrito que no le interesaba hacerlo...

Cuando envié a la Fiscalía el informe de Medicina Legal les adjunté un oficio que decía que no me interesaba conciliar y pese a ello me mandan una citación de conciliación. Pues resulta que cuando fui, en mi expediente no aparecía ni el informe de Medicina Legal ni el acta de no conciliación.

Luego me llaman otra vez a que cuente la historia, y me dicen: “¿Es consciente de que en este caso es su palabra contra la de él?”. Y le respondí al funcionario: “¿Usted es consciente de que es mi palabra y la del médico de Medicina Legal contra la de él?”.

Cuando la Gobernadora se dio cuenta de lo que me había pasado, me invitó a contar las fallas que evidencié en la ruta ante varios funcionarios. Y lo hice no tanto por mi caso sino por el de tantas mujeres que están mucho más vulnerables.

¿Ha sentido miedo de que su agresor la vuelva a buscar, por temor de que usted divulgue su nombre?

No, yo nunca voy a decir su nombre. No me corresponde a mí hacer justicia. Ya nos encontramos un par de veces y sé que no va a hacer nada.

¿Qué hacer con todos esos casos de mujeres que incluso han denunciado a su agresor y no las protegen?

Pasan cosas tan absurdas como que a algunas les llegue una citación a conciliar luego de que las hayan matado. Pienso que hay que sensibilizar a los funcionarios. Que entiendan que somos víctimas y buscamos consideración. Tiene que haber una política pública para proteger a las mujeres, porque por más fuertes que seamos, por más que nos preparemos, somos una población vulnerable.

¿Cómo se siente después de lo ocurrido y frente a lo que está viviendo?

No podría decir que me siento cien por ciento, pero sí que un gran porcentaje de lo que hago ahora me hace sentir feliz. Rezo el rosario todos los días, creo en la virgen y ayer le daba gracias porque siento que he encontrado un sentido diferente de mi vida, más social, más humano; mi lado femenino se ha fortalecido y he dado gracias a que eso que pasó me ha permitido sentirme útil de otra forma. Dios quiso darme otra oportunidad.

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