El Señor de la Caña y La Ermita: historia y devoción en uno de los templos icónicos de Cali

Contaba un amigo de Granada, Antioquia, que en el siglo pasado los inmigrantes cuando, después de mil peripecias llegaban a Cali, mandaban a sus pueblos de origen una fotografía del Puente Ortiz con la imagen de La Ermita al fondo, como testimonio de haberlo podido lograr.

Gracias a esos miles de migrantes antioqueños, caldenses, caucanos, nariñenses y de la costa del Pacífico y de otras partes de Colombia, que arribaron a Cali, la ciudad pasó de 25.258 habitantes en año de 1905 a 2.290.230 en el 2023.

Tanto para los migrantes como para los nativos, hoy en día La Ermita es ícono de la ciudad, es punto obligado de los turistas, aparece en postales y es motivo de orgullo para los caleños. Sin embargo, muy pocos conocen la historia de La Ermita, que está estrechamente ligada a la vida de la capital del Valle del Cauca.

En 1592, poco después de la fundación de la ciudad, se inició la construcción de una capillita doctrinera dedicada a Nuestra Señora de Los Dolores y al Señor de La Caña, en un recodo alejado de las playas del río Cali. Ahí los caleños acudían a pedir cura para sus enfermedades, ayuda para los amores imposibles o secretos y daban agradecimiento por las buenas cosechas, igual como lo hacían otros ante el Milagroso de Buga o el Eccehomo de Bolívar, en el centro del Valle.

En 1676 ya existía la capillita donde se celebraba misa todos los domingos al romper el día.

En 1741 los pocos habitantes del villorio, con apoyo del Cabildo y donaciones generosas, lograron terminar el muro que protegía la Capilla de las avalanchas del río, y en 1802 se hizo la dedicación de la capilla al Señor de la Caña, cuya imagen aparece en la fotografía al bello altar de mármol que descansa hoy en una de sus paredes.

Posteriormente, en medio del fragor de los conflictos de las guerras civiles, entre los cuales hay que destacar el saqueo que sufrió Cali el 25 de diciembre de 1876, le otorgaron al Señor de la Caña el título de Salvador de Cali.

Superada la Guerra de los Mil Días y el dolor de la separación de Panamá, la tranquilidad del pueblo se vio sorprendida por un fuerte remezón ocurrido el domingo 7 de junio de 1925, a las siete de la noche, y que causó pánico entre los habitantes. Los daños del sismo fueron cuantiosos: se descarriló un tren que venía de Popayán, se cayó la cúpula de la iglesia de San Francisco y se resquebrajó la fachada de la Catedral, que hubo de ser reemplazada por la actual, de estilo más moderno.

La Capilla del Señor de la Caña resistió el temblor inicial, pero a la media noche, posiblemente por causa de una réplica, se derrumbó. Al día siguiente la sorpresa de los caleños se volvió reverencia al notar que la pared donde estaba el Señor de la Caña estaba intacta.

El pueblo de Cali se conmovió. Doña Francisca Borrero y su hija Micaela Castro Borrero, llamada la Chata Castro, autorizadas por el Obispo Heladio Posidio Perlaza, ayudaron a crear un movimiento ciudadano para conseguir los recursos. Hicieron veladas, vendieron empanadas, lograron que los niños de las escuelas trajeran ladrillos y, según cuentan, hasta los curas ponían de penitencia dar cemento y otras ayudas.

Alfredo Vázquez Cobo, gerente del Ferrocarril a Buenaventura, encargó al ingeniero boyacense Pablo Páez para que construyera, a escala, una réplica de la iglesia de la ciudad de Ulm, Alemania, en ese entonces el edificio más alto del mundo.

El escultor y artista italiano Alideo Tazioli dirigió la construcción y diseñó también el altar principal y el altar del Señor de la Caña. Y se trajo de Amsterdam un bello vitral de la Virgen de los Remedios, que puede admirarse hoy día. Se importó de Francia un juego de campanas y un carillón que, con su tañido, tocaba el Ave María cada hora. Las campanas que reproducen las notas de la escala musical tienen una historia particular.

Una de ellas tiene grabado: ‘En homenaje a Nuestra Señora de Los Remedios, donada por la colonia antioqueña, residente en esta ciudad de Cali’. Otra dice: ‘En homenaje a Nuestra Señora de La Balvanera, donada por la colonia caldense, residente en esta ciudad de Cali, 1936. Y una más dice: ‘En memoria de la señora Francisca Castro, a cuya iniciativa se debe la construcción de esta iglesia’. Donantes anónimos regalaron las otras, en honor a Nuestra Señora de Los Dolores, al Señor de la Caña y a San Martín de Porres. Incluso, en la campana alcanza a leerse: ‘Donada por la Colonia Caldense’.

La Ermita se reinauguró el 25 de noviembre de 1942. Y durante tres décadas fue parte importante de la vida cotidiana y formó parte de las postales de la ciudad. Luego, esta iglesia se convirtió en un monumento a la solidaridad y el civismo de los caleños nacidos o adoptados por el Cali de entonces. Con el paso del tiempo, en algún momento no preciso, las campanas dejaron de sonar.

Hace pocos años, cuando otro grupo de caleños nos propusimos recuperar el tradicional Ave María, encontramos que el reloj, de cuatro caras, estaba descompuesto, pero se podía reparar. Las campanas se hallaban en buenas condiciones y era posible reconstruir el carillón. Sin embargo, la firma francesa que había producido el mecanismo que accionaba las campanas ya no existía.

Después de algunas pesquisas en internet, se la ubicó en el Canadá, adonde se había movido por causa de la Segunda Guerra, y la firma productora confirmó que efectivamente ellos lo habían fabricado y que aún conservaban el registro de despacho por vapor a Buenaventura. Informaron que el sistema electromecánico había sido reemplazado por un nuevo sistema computarizado, y los badajos por unos gongs accionados con electricidad.

Una nueva colecta ciudadana permitió importar e instalar el nuevo sistema y los caleños pudimos disfrutar de nuevo el tañido de las campanas, aunque atenuado por el ruido vehicular de la Avenida Colombia. Pero, por descuido inexplicable, parte importante del nuevo sistema fue víctima de los ladrones y perdimos nuevamente ese tañido tan fuertemente ligado a la vida de la ciudad. Fortunosamente, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali ha tomado cartas en el asunto y está solicitando los recursos para recuperar este hermoso símbolo, en una especie de Ermitatón.

Qué bueno sería que el sector azucarero y los caleños actuales, mezcla afortunada de colonias provenientes de todo el país, se propusieran recuperar el reloj y el carillón, para que las campanas de La Ermita vuelvan a convocar de nuevo, y para siempre, la solidaridad y el civismo de los caleños.