POLICÍAS
Los oficios imprescindibles que sostienen a Cali durante la cuarentena
Panaderos, taxistas, guardas de tránsito, policías, conductores del MÍO, cajeros, exterminadores de virus, logran que la ciudad funcione en plena pandemia del Covid-19.
En tiempos de cuarentena, que la panadería del barrio permanezca abierta es un alivio; la sensación de que todavía existe alguna rendija de normalidad. La panadería de mi barrio tiene un nombre hermoso, Casa Blanca, aunque los panes sobre las bandejas hacen que todo luzca más bien amarillo.
Día de por medio es atendida por Camilo Andrés Lourido, el cajero. Él y cuatro empleados más, entre el panadero, el pandebonero, la cocinera y el domiciliario. Unas diez personas trabajan allí, pero Camilo explica que con el patrón acordaron turnarse para evitar que demasiada gente esté tan cerca el uno del otro. En los días del coronavirus, menos es más.
Camilo vive con su mujer y su hija, y cuenta que ellas se asustan cada que él sale a trabajar, lo que es lo mismo que exponerse al virus. Él les dice que todo estará bien. Tiene puesto un tapabocas y a cada rato se lava las manos. Cuando llega a la casa lo primero que hace al cruzar la puerta es quitarse los zapatos, la ropa y se mete a la ducha.
Además, a su familia le explica que no hay nada tan necesario como el pan para una ciudad, así que siente el deber de estar ahí, frente a la caja. Como un llamado en tiempos difíciles. No solo por el barrio. También por sus compañeros. Así las ventas hayan bajado, abrir es garantizar que nadie sea despedido.
Desde que comenzó la cuarentena, dice Camilo mientras empaca $2.000 de pan coco y una bolsa de leche, la producción ha cambiado. En Casa Blanca los pequeños panes royal son deliciosos, así como los hawaianos, pero en confinamiento lo que más pide la gente son panes grandes, de $5000, que duran más, así que las recetas más reducidas se siguen haciendo pero en menor cantidad. Casi todo lo encargan a domicilio. Los que van a comprar las mogollas o las almojábanas entran de a uno, máximo dos.
Hasta antes de la cuarentena en la panadería había mesas donde a las 5:00 de la tarde se encontraban algunos guardas de tránsito que se relajaban del trajín tomándose una gaseosa con una empanada, pero como la ley dice ahora que en ningún establecimiento puede haber gente reunida, en Casa Blanca las mesas están recogidas y los guardas en la calle.
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El guarda Carlos Andrés Arboleda le comentó a un compañero que pareciera que a algunos motociclistas los persiguiera el coronavirus. Con las calles fantasmas, aceleran “lo que da”. También se pasan los semáforos en rojo, y calles que son de un sentido las transitan muy orondos hacia el lado contrario. Como si por la pandemia todas las vías de la ciudad fueran doble vía.
– Ya hemos atendido varios accidentes. La recomendación para los que tienen que salir es prudencia y cumplir las normas de tránsito. Lo que menos queremos es ingresar a un hospital por un choque. Se aumenta el riesgo de contagiarse con el virus – dice Carlos, 43 años de edad, 17 de ellos en la Secretaría de Movilidad.
Carlos se encarga de coordinar los operativos de los guardas, que en los días del Covid 19 consisten en “contener” a los ciudadanos que salen en su carro o en su moto para arriba y para abajo, como si no hubiera riesgo de contagio. Tanto en las redes sociales como en las calles, él y sus compañeros hacen presencia para recordar que los guardas siguen ahí, en puestos fijos o móviles, haciendo su deber.
– Empezamos desde las 6:00 a.m. En la galería Santa Elena hacemos controles a la madrugada. Lo que queremos es que la gente entienda que no debe salir, a no ser que sea para algo necesario. Si se propaga el virus, los perjudicados vamos a ser todos. Ahí tenemos los espejos de China, de Italia, y más cerquita, de Ecuador. No saben qué hacer con los cuerpos. Eso es una alerta que nos tiene que calar.
Carlos duerme cuatro o cinco horas y el resto del tiempo permanece en la calle para intentar eso: contener. Según sus cálculos, algo se ha logrado. Cuando comenzó el toque de queda y después la cuarentena, el promedio de comparendos diarios por infligir el aislamiento era de 500. Ahora está entre 160 y 170. Carlos dice que aún es demasiado. Debería ser cero. Si nos quedamos en la casa nos cuidamos todos, insiste.
A él lo cuida una especie de “batallón o bloque de búsqueda” amoroso: su familia. Apenas entra a la casa lo bañan en alcohol y gel antibacterial. También, en la puerta, le hacen quitar el uniforme.
Mientras esté en la calle procura mantener una distancia de dos metros con los conductores que para. Así se cuida él y cuida al ciudadano. Si requiere imponer un comparendo pide que le muestren la licencia sin necesidad de que se la entreguen. El resto del procedimiento lo realiza con una comparendera electrónica donde está la información de los vehículos.
La mayoría de la gente que multa se pone brava, pero hay conductores que le agradecen su trabajo. Los controles ayudan a tirar hacia abajo la curva de propagación del virus, le han dicho.
A la patrullera Érika Natalia Calderón, de la Fuerza Disponible de la Policía, en cambio, un jovencito con acento venezolano que iba en una bicicleta le tosió en la cara. Como si eso fuera poco, enseguida intentó escupirla. La patrullera alcanzó a alejarse de las babas. Sucedió en El Caney, y todo porque Erika le recomendó al muchacho que usara tapabocas.
Pese a ello, dice estar contenta en Cali. Ella, que es del Tolima, fue trasladada a la ciudad desde una zona en la que nadie le da la hora a los policías por miedo a los grupos armados: Tarazá, en el Bajo Cauca antioqueño. La patrullera pensó que el trato era así en todas partes hasta que en Cali se dio cuenta que todo el mundo le dice “buenos días agente” y hasta le preguntan si le provoca tomarse un tinto.
En los días del coronavirus ella se dedica a brindar seguridad en supermercados y minimarkets. Procura que la gente guarde la distancia en las filas, que una sola persona por familia entre a mercar, que a nadie le vaya a dar por robarse algo o como ha pasado en otras partes, saquear el almacén. Hace unos días acompañó a la Alcaldía en una entrega de mercados en el Jarillón del río Cauca, donde le recordó a la gente la importancia de lavarse las manos para prevenir el contagio del Covid 19. Cuando el turno es largo, se aprovisiona de dos tapabocas. Desde que en las noticias hablaron del virus Erika compró una caja.
Cuando llega a su habitación en las instalaciones de la Policía siente alivio de estar lejos de su familia y así no exponerlos como ella se expone al virus. Ya habrá tiempo de visitarlos, piensa. Por ahora debe ayudar a que menos gente se enferme recordándoles que no pueden estar en la calle. Después sigue con todo lo demás: lavar las botas con alcohol industrial y colgar el uniforme lejos de la ropa de sus compañeras para igualmente echarle alcohol en cantidades generosas.
Cada que recibe su armamento, una pistola SIG Sauer, el patrullero Dímar García Meneses, adscrito a la estación Fray Damián, hace lo mismo: desinfecta el arma, el radio, las esposas. La asepsia será un hábito que nos quedará grabado para siempre después del coronavirus.
El patrullero se sonríe. Su área de operaciones es San Nicolás, y ya ha impuesto una veintena de comparendos. Algunos infractores le han salido con una perla: salieron porque tienen derecho a comprar su dosis personal de marihuana. La mayoría de los comparendos que ha impuesto Dímar fueron a consumidores ansiosos.
En las mañanas es cuando hay más gente en la calle, dice. En San Nicolás la mayoría son vendedores informales que necesitan trabajar para tener con qué almorzar. Dímar intenta orientarlos, recordarles que son 34 las excepciones del decreto presidencial que permiten salir a la calle.
Ni siquiera ningún familiar suyo sale a mercar. Dímar se encarga de comprar los víveres y llevárselos a sus hijos. Durante la pandemia, decidió vivir solo mientras la vida se reconstruye.
Lo mismo hizo Gustavo Murillo, quien gerencia la comercializadora de pollos Aquí es Fabio en la galería Alameda. Sus hijos lloran porque él permanece expuesto, pero Gustavo les dio una lección: “en la guerra, porque esto que estamos librando contra el virus es una guerra, el capitán es el que primero debe ir al frente”. No se sentiría bien al mandar al personal adelante mientras él se queda en la casa.
Además Cali necesita comer, así que su trabajo es imprescindible sin importar que las ventas hayan bajado. Antes de la cuarentena vendía dos toneladas diarias de pollo, hoy con suerte llega a los 400 kilos. Eso se debe a que los restaurantes cerraron, por lo que ahora sus clientes son amas de casa que le encargan las presas a domicilio. Mientras soluciona un problema con un cheque, Gustavo dice que la pandemia nos tendrá que cambiar. El mundo ya no aguanta seres que solo piensen en su ombligo.
Iván Darío Molina está de acuerdo. Aunque es su trabajo, recoger la basura todos los días es un granito de arena por el planeta. Y, en tiempos de pandemia, sí que necesitamos que la ciudad permanezca limpia.
La empresa donde trabaja Iván se llama así, Ciudad Limpia, y según sus reportes la cuarentena ha hecho que generemos menos desperdicios. En su área de influencia, que abarca cinco comunas de Cali y diez corregimientos, mientras que en la primera semana de marzo recogieron 2596 toneladas de basura, en la última fueron 1634. La mayoría de los desperdicios provienen de las unidades residenciales.
Lo que sí aumentó fueron las citas para desinfección de casas, de apartamentos. Fabio Perilla, de Soluciones Estériles de Occidente, explica que todo empezó desde diciembre de 2019. Ellos son una empresa del sector salud. Desinfectan quirófanos y demás. En diciembre le ofrecieron el servicio al aeropuerto El Dorado, y cuando corrió el rumor de la pandemia el teléfono de la empresa no dejó de sonar. Desde entonces han desinfectado aeropuertos, incluido el de Cali, aviones, colegios, hospitales, y se les ocurrió ofrecer el servicio en casas y apartamentos. En caso de que en un hogar haya un paciente aislado con Covid-19 se hace una desinfección “correctiva”. De lo contrario, se hace una desinfección “preventiva”.
A los funcionarios de la empresa se les ve vestidos con trajes especiales de pies a cabeza y mascarillas similares a las que utilizan los científicos que lidian con los virus. La desinfección la hacen como lo recomienda la OMS: peróxido de hidrógeno.
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Carlos Alberto Espinosa también visita casas y apartamentos, solo que en su caso entrega mercados a sus compañeros taxistas que no pueden trabajar. Algunos tienen entre 60 y 70 años, forman parte de la población de mayor riesgo al coronavirus, por lo que permanecen en el confinamiento. Otros no están afiliados a alguna aplicación de transporte, luego tampoco pueden trabajar. En cuarentena a los taxis se les debe llamar por teléfono o por alguna aplicación, y una vez finalizado el servicio, el taxista debe regresar a su casa. El que se quede haciendo “pista” o “ruleteando” corre el riesgo de que le inmovilicen el carro.
El de Carlos Espinosa es un Hyundai Grand I10, “plaquetas WMW 326”. Los mercados que ayuda repartir los ha conseguido uno de los líderes del gremio de taxistas, Jhonny Rangel, en su programa de radio La Mancha Amarilla. Se transmite de lunes a viernes a las 6:00 de la tarde en 1200 AM.
Cuando no está haciendo mercados, Carlos atiende los servicios que le llegan por la aplicación, o transporta a algunos empleados de centros comerciales, o resuelve domicilios de amas de casa a las que se les acabó el aceite o el arroz . Cuando recoge a su hija, que es enfermera, también transporta a sus compañeros del hospital. No les cobra nada. Carlos no es capaz de dejar a la deriva a nadie del personal de salud que lucha contra el coronavirus, esperando un servicio que tal vez no llegue. Además, reflexiona, cuando nos enfermemos de lo que sea serán ellos los que nos salvarán la vida.
Carlos Arturo Pino Sánchez también transporta personal de salud, sobre todo enfermeras. Es operador del MÍO. Sus horarios son los más precisos de la ciudad. El miércoles su servicio como conductor comenzó a las 8:46 de la mañana, informa. Carlos Arturo dice que en general las calles permanecen solas, lo que le indica que la mayoría de los caleños acatan el confinamiento. Los que recoge en el bus, además del personal de salud, son personas vestidas con el uniforme de empresas de mensajería o de alimentos.
En el vehículo lleva siempre su kit de seguridad: tapabocas, gel, guantes. A los usuarios les recuerda mantener la distancia, sobre todo cuando el bus copa su capacidad en días de coronavirus: 30 personas. Aunque en el articulado pueden viajar 180 pasajeros, cuando llega a 30 desde el centro de control se le pone un aviso que dice: “solo descenso”. Una vez llega al patio, el vehículo se desinfecta.
Carlos Arturo reconoce que su familia también se asusta por la exposición al virus debido a su trabajo, pero saben que mover a la ciudad es su vocación. Antes de manejar el bus del MÍO era taxista.
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Los articulados del sistema de transporte también son utilizados con frecuencia por las cajeras de los supermercados. Una de ellas pidió la reserva de su identidad con una sonrisa tímida. El caso es que desde la caja ha podido observar que Cali es una ciudad de gente que se inventa cualquier pretexto para salir del confinamiento sin ser sancionada. Como una señora que madrugó para pagar un recibo que se vencía dos semanas después.
En los supermercados se han tomado varias medidas de seguridad. En Mercamío se ven cajeras que se protegen del virus con máscaras de jardinería. En los supermercados Comfandi, comenta Carlos Alberto Ríos, el director de Mercadeo Social, la puerta permanece cerrada y máximo pueden ingresar diez clientes. En la entrada hay gel antibacterial disponible, y se marcaron las cajas para indicar la distancia en la que puede ubicarse un cliente del otro. Los pasamanos de los carros del mercado se desinfectan con regularidad.
La cajera que pidió que no escribiera su nombre dijo antes de despedirse que hay días en los que llega a la casa tan agotada, pero con la sensación del deber cumplido. Hace unas semanas un cliente le agradeció que estuviera ahí, registrando los productos. De otra manera no podría llevar la comida de su familia.
– Ese día me sentí muy importante. Sentí que mi trabajo como cajera, que anteriormente tal vez no se notaba, es esencial.
Tenderos, al frente
Todos los días, Ricardo Hurtado abre puntualmente el Autoservicio Mercadiario, en el sur.
Pese al miedo que le genera salir a la calle por el Covid 19, dice que debe prestarle un servicio a la comunidad: que la gente tenga a la mano los productos de primera necesidad.
Las ventas, dice, se han mantenido gracias a los domicilios, pero el flujo de personal en el local es mínimo. Abrir le ha permitido mantener el empleo de sus cinco colaboradores.
En la mayoría de los productos, además, los precios se han mantenido, y el abastecimiento de las verduras, de las frutas, sigue siendo suficiente.
“La gente necesita que su tienda siga abierta”.
Desminado humanitario no se detiene
En los días del coronavirus hay otros oficios urgentes que tampoco se detienen. Uno de ellos es el desminado humanitario. El teniente coronel Andrés Rojas, comandante del Batallón de Ingenieros de Desminado Humanitario Número 6, ubicado en Palmira, y encargado de limpiar de minas antipersona los departamentos de Valle, Cauca y Nariño, dice que por el momento 750 hombres, entre oficiales, suboficiales y soldados, aún se encargan de dicha labor en los tres departamentos.
“Seguimos cumpliendo con nuestro trabajo, siguiendo todas las normas de seguridad para evitar el contagio. Según nuestros reportes, de momento el coronavirus no ha llegado a las zonas rurales donde hacemos presencia, pero estamos atentos”, cuenta el teniente coronel.
Desde que se inició la cuarentena el único inconveniente que ha tenido el desminado humanitario en la región es que el personal de la OEA, encargado del monitoreo externo del proceso, permanece en confinamiento. “Pero nosotros estamos llevando a cabo dicho proceso internamente con líderes y supervisores que se encargan de hacer el control de calidad en el desminado humanitario”, explica el teniente coronel Rojas.
Hasta el momento, el Batallón de Desminado Humanitario Número 6 ha logrado despejar de minas antipersonales 23 municipios entre Valle, Cauca y Nariño. La Sierra y San Sebastián, en el Cauca, ya están libres de minas, pero se está a la espera del monitoreo de la OEA para la entrega oficial.
Además los municipio de Linares y Túquerres, en Nariño, serían entregados en octubre.
De momento los hombres del Batallón de Desminado Número 6 aún continúan sus labores en Tuluá, en Palmira ( vereda La Nevera), en Pradera, Dagua e Ipiales, Nariño.
“En el primer semestre de este 2020 ya hemos destruido cinco minas antipersona en la región y hemos encontrado 145 desechos metálicos. En lo que resta del año la meta a nivel nacional es entregar 48 municipios, de los cuales en el sur occidente tengo proyectado entregar cuatro: La Sierra, San Sebastián, en el Cauca, y Túquerres y Linares, en Nariño”, agrega el teniendo coronel Andrés Rojas.
Entre Valle del Cauca, Cauca y Nariño se cuentan 1.836 víctimas por minas antipersonales o explosivos que los grupos armados dejan por ahí, en el camino de los campesinos. Los departamentos más afectados de la región son Nariño, con 972 víctimas, y Cauca, con 604. El Valle registra 260. Por ello, concluye el teniente coronel Rojas, el despeje es una tarea que no da espera.
Colombia firmó un convenio para apoyar la labor de Humanicemos DH, entidad de desminado humanitario conformada por 100 excombatientes de la guerrilla de las Farc.
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