Cali
Néstor y Ana María, dos héroes que viven bajo fuego en Cali
En los últimos días, el Cuerpo de Bomberos de Cali debió enfrentar incendios devastadores que pusieron en riesgo el patrimonio ambiental de la ciudad, pero como lo que son, como héroes, cada una de ellos aportó para evitarlo. Hoy se les rinde homenaje a través de estas dos unidades bomberiles.
Néstor Alfonso Giraldo Chud, tiene 44 años, 24 de los cuales ha estado al servicio del Cuerpo de Bomberos de Cali. Casado con una compañera de la estación y padre de una niña de 5 años, tiene una hoja de vida impresionante. Actualmente se desempeña como coordinador de emergencias de la división sur, pero durante 10 años fue jefe de turno.
Tecnólogo en investigación judicial, es además investigador de incendios. Para conocer toda la dinámica de los incendios viajó a Devon, Inglaterra, donde aprendió todo Io que tiene que ver con el desarrollo de los mismos: cómo se mueven, cómo evolucionan, cómo se propagan, pero también si fueron accidental o intencionales.
Ha participado en cursos de control de incendios en recinto cerrado y a nivel nacional en cursos básicos, intermedios y avanzados en investigación de incendios. Fue así como llegó a convertirse en instructor de investigación de incendios y hacer parte del equipo nacional de investigación conformado por la Dirección Nacional de Bomberos de Colombia.
Su experticia lo ha llevado a hacer investigación en campo, un tema muy ligado a la criminalística, a la parte legal, pues para ser investigador de incendios se debe conocer la normatividad nacional, toda vez que el artículo 350 del Código Penal tipifica un incendio como delito, cuando se logra demostrar que fue intencional.
En los últimos incendios que se han presentado en los cerros de Cali no se descarta la mano del hombre - aunque todo hace parte de una investigación-, pues se sabe que en la mayoría de estos eventos hay intereses por parte de mafias lotificadoras de terrenos.
Asimismo, es instructor de ataque ofensivo de incendios (curso avanzado que permite al participante entender el comportamiento del fuego, reconocer las condiciones del incendio y con base en eso saber qué técnica y herramienta usar en cada una de las ocasiones), así como instructor de rescate vehicular.
“Con Bomberos Cali hemos participado en el Desafío Nacional de Rescate Vehicular de Estados Unidos donde ocupamos el tercer puesto en el 2016, y también en mundiales en Brasil y Rumania”, sostiene.
Los Bomberos de Cali, afirma, siempre buscan la capacitación y el entrenamiento para poder compartir ese conocimiento con los demás cuerpos de bomberos de la región y del país.
Pero lo más importante, “para hacer que nuestra atención sea más profesional a la hora de atender las emergencias y así brindar tranquilidad a la comunidad”, reitera el socorrista.
Una pasión que no se extingue
Giraldo Chud recuerda que un tío bombero fue quien lo enamoró de este oficio que como él mismo dice, se le ha convertido en una “adicción”, pero una adicción que salva vidas, que devuelve la fe y la esperanza a la gente que los ve como héroes cuando llegan a atender incendios, accidentes, emergencias médicas o a rescatar a un gato de un árbol.
“En 1999 cuando ya fui mayor de edad pude participar en una emergencia por un incendio forestal en la vía al mar. Eso despertó en mí una emoción que aún hoy en día me eriza la piel. Este es un camino que inicié en el 2000 y 24 años después sigo trabajando con más pasión, con más entrega”, subraya.
Sin embargo, no deja de preocuparle el crecimiento de la ciudad hacia las zonas de ladera, que aumentan los riesgos de incendios forestales y ponen en peligro la fauna y la flora de estos sectores. Además del mal comportamiento de la gente en las vías, que compiten con los bomberos cuando no es que se niegan a dar paso a las máquinas cuando van a atender una emergencia.
“Con el Fenómeno del Niño se ha aumentado la atención de emergencias diarias. Y no solo un incremento en número sino en cantidad de hectáreas. En solo dos incendios, en La Buitrera y Menga, se pudieron afectar unas 100 hectáreas, sin contar la fauna y la flora y las comunidades que viven en la zona”, agrega Giraldo.
Dice también que lo más impactante ese día jueves, 21 de septiembre, fue ver “a los muchachos, a los bomberos, dar el 200 y 300% para apagar las llamas”. “Subiendo y bajando la montaña, tomando solo una hora para almorzar, en condiciones totalmente difíciles, duplicando sus esfuerzos, pero sin rendirse, a pesar de que eran unas 40 hectáreas”.
Pero lo más triste, fue ver impotente, cómo se iba a arrasando, minuto a minuto, una gran cantidad de flora y de fauna. Aún no contempla su retiro, se ve a sí mismo a los 70 u 80 años en la estación, contando anécdotas y ofreciendo sus conocimientos a los nuevos relevos de los héroes sin capa.
Ana María, una bombero a prueba de fuego
Ana María Pantoja Álvarez, nació en Cali un 16 de febrero de 2000, en el hogar conformados por Jhon Eduardo y Claudia Patricia, ambos ingenieros industriales. De su madre, dice, heredó el don de servicio, y aunque siempre quiso ser médico, temas económicos se lo impidieron. Así que, como era buena para los números, se decidió por Contaduría Pública.
En el 2019, cuando cumplió los 18 años, vio la posibilidad de hacer su sueño realidad, motivada además por tres amigos del colegio en el que estudió su mamá, quienes hacían parte del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Cali. Sin dudarlo presentó el examen, pasó las pruebas y desde ese día, asegura entre risas, nunca más quiso abandonar una estación de bomberos. “Me gradué a las 10:o0 de la mañana y a las 11:00 ya estaba acuartelada y desde ahí dijeron: esta muchacha entró y de aquí nadie la saca”.
Fueron palabras premonitorias. Ana María pasa 14 y hasta 16 horas en la estación donde la asignen. No le importa. Ella no lo ve como un trabajo, pues para la joven, los bomberos se han convertido en su segunda familia, al punto reconoce también riendo, que su madre la ha amenazado: “¿Le empaco la maleta mija?”.
Ya lleva 3 y años y medio de servicio, pero nunca se cansa. Actualmente trabaja como supernumeraria, es decir que cuando alguien sale a vacaciones, ella entra reemplazarlo, por lo tanto, se mueve constantemente entre las diferentes estaciones que tiene la entidad en la ciudad.
Esto le ha dado una amplia visión de su trabajo y de las necesidades del servicio. Sabe cómo actuar frente a una emergencia y es una unidad que goza de toda la confianza y el respeto de sus compañeros, quienes saben que Pantoja, como la llaman, es capaz no solo de sortear cualquier situación de riesgo, sino también de rescatarlos si es preciso.
Su foto, cargando un bombero a sus espaldas, con el pesado traje para apagar incendios estructurales que pesa 30 kilos, más el peso corporal de su compañero y su traje, sumado al propio peso de ella (Ana María mide 1.70 metros y pesa 90 kilos), durante el curso de entrenamiento, le ganó la admiración y un pase sin retorno a uno de los organismos de socorro más respetados y admirados del país.
“Aquí todos debemos poder, no se trata de si es un bombero o la bombero, porque el compañero que entra a un incendio conmigo debe poder confiar en que lo voy a respaldar y a sacar, si es necesario, de cualquier lugar”, señala la joven de 23 años.
El día que el cielo ardió
Era el jueves 21 de septiembre, Ana María estaba de servicio en la estación 8, en La Flora, en el norte de Cali. Alrededor de las 9:15 de la mañana recibieron una llamada informando sobre un incendio forestal en Alto Menga. Llegó al lugar en el tanque 8. No era su primer incendio forestal, -lleva unos 30 en su corta trayectoria-. El último fue el de Cristo Rey, pero este, el de Menga, puso a prueba toda su experiencia y coraje.
“Este es el que más me ha impactado, debido a que en medio del trabajo hubo cambios de viento por lo que tuve que tirarme al suelo para que las cenizas no me cayeran. Hubo un momento, en La Campiña, que el fuego nos encerró en la máquina y tuvimos que salir corriendo porque nos afectaba demasiado la radiación, en ese momento pasamos de tener un incendio forestal normal a tener uno tipo Estados Unidos o Canadá, donde se ve el cielo rojo y todo es fuego; en ese momento nos sentimos opacados por el fuego”.
Desde las 9:00 de la mañana del jueves y hasta las 3:00 de la mañana del día viernes Ana María estuvo al frente, tratando de controlar y replegar las llamas para que no llegaran a las viviendas. “Mucha gente nos buscaba, “por favor, ayúdenos que está llegando mi casa”, era lo mismo en todo lado donde iba”, cuenta Pantoja quien apoyó las labores en Alto Menga, las Guacas, Colinas de Menga, Chipichape y en La Campiña.
Solo sacó unos minutos, en la madrugada, para llamar a su madre y decirle que estaba bien. Salió con los pies ampollados y el corazón estrujado de ver tanto dolor y angustia. “La gente dice eso se quemó, pero no reconocen la afectación tan grande en la fauna y la flora”. Ana María sabe que no es el último incendio, pero su alma se inflama de euforia al pensar que Dios la ha puesto allí con un propósito: servir, esa es su misión.
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