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Durante los carnavales de Juanchito se hacía un reinado de la raza negra. Por el río Cauca, además, sé hacían recorridos en pequeñas barcazas. | Foto: Foto: Archivo de El País

CULTURA

¿Por qué a la rumba en Juanchito se la llevó 'el diablo'?

Al principio eran casetas donde se iba a bailar y a estar de cara al río. Después discotecas y con ellas grandes artistas, desde Celia Cruz hasta Lavoe. Hoy la rumba en Juanchito es apenas un recuerdo.

17 de marzo de 2020 Por: Santiago Cruz - editor Crónicas y reportajes El País

Changó está custodiada por ‘Comando’, un rottweiler grande y fuerte como toro y con la particularidad de que cuando no está su amo es una fiera con los desconocidos. Por fortuna, en la cabina de música de la discoteca se encuentra Jesús Amú, su cuidador, así que ‘Comando’ mueve la cola, lame, babea el piso, es todo ternura.

A esta hora, las 11:00 de la mañana de un miércoles de marzo, la discoteca está vacía. No solo por la hora y el día, sino también porque desde mediados de 2014 se cerró al público. Changó, una de las discotecas icónicas de Juanchito, apenas se alquila de vez en cuando para eventos o reuniones privadas.

Jesús, en todo caso, enciende el equipo como para demostrar que el sonido continúa a todo dar.

Santa Bárbara bendita / Para ti surge mi lira/ Y con emoción se inspira/ Ante tu imagen bonita/ ¡Que viva changó, que viva changó, que viva changó señores!

En la discoteca hay un cuadro de Celina y Reutilio, el dúo cubano que interpretó esa canción que sonó durante la inauguración, el 26 y 28 octubre de 1986. Todo fue cortesía. Si alguien pedía una botella de whiskey se la obsequiaban, y si pedía la segunda o la tercera, también. De ahí en adelante Changó permanecía llena, al punto que el parqueadero no daba abasto y los carros debían ubicarse en un lote al frente, o donde pudieran.

Al lado de Changó se encuentra Agapito, también cerrada al público desde hace varios años. Una reja impide la entrada. No parece haber nadie. Apenas un perro que solo tiene aliento para levantar el hocico y seguir durmiendo. Fue aquí donde, dicen, se apareció el diablo en Semana Santa. Que el tipo vestía elegantemente, que era buen mozo, eximio bailarín, y que al irse el fluido eléctrico comenzó a oler a azufre y se escuchaban como los cascos de unos caballos a galope. Que echó candela y que varias personas sufrieron quemaduras de tercer grado.

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En Juanchito todavía hay quien jura que fue verdad, y hablan de mujeres que perdieron el quicio cuando vieron todo eso. Quién sabe. Otros decían que el diablo sí se había aparecido, pero en Changó, porque el dueño de Agapito, Germán Urrea, no acostumbraba a abrir los jueves santos. El caso es que hasta el diablo venía a rumbear a Juanchito, pero ya no hay casi dónde hacerlo.

La discoteca Don José, cuyo lema era “la rumba no tiene fin”, también cerró. La zona VIP fue convertida en Certimédica Juanchito, un local donde, en vez de bailar salsa, se hacen exámenes de salud ocupacional y expedición de licencias de tránsito.

En El Outlet de la Rumba, un complejo de cuatro discotecas donde la gente podía cambiar de ambiente y de música con apenas dar unos pasos, y trasladar el trago y la cuenta sin problema de un rumbeadero a otro, apenas queda una discoteca abierta: Dubai. Las otras (Citrón, CanCun, Petra) no abren las puertas desde hace dos años. A Dubai, que tiene capacidad para 1500 personas, a veces le ingresan 50, 60, en el mejor de los días, 200.

Su propietario, Ezequías Ordóñez, más conocido como ‘Kussy’, dice que no la cierra porque eso sería como quitarle la respiración artificial al moribundo, enterrar el muerto: la rumba en Juanchito.

En un artículo titulado ‘Memoria Histórica del Corregimiento de Juanchito’, de los profesores Olga Lucía Delgadillo Vargas y Víctor Hugo Valencia Giraldo, ambos de la Universidad Javeriana, se lee que “Juanchito era un joven negro de baja estatura que a principios del Siglo XX ayudaba a cruzar el río en canoa a las personas que, estando en una u otra orilla del Cauca, debían gritar su nombre con fuerza para que él se acercara a transportarlos”.

Esa es apenas una de las historias a las que se le atribuye el nombre de este corregimiento de Candelaria. En la investigación también se lee que “Juanchito se le dice en el Chocó a un pez parecido al bocachico, que se pescaba comúnmente en el Cauca”.

Sobre los primeros pobladores hay también varias hipótesis. En el artículo, los profesores citan lo que les dijo Myriam Ruiz Zapata, habitante del sector. Según ella, “los primeros pobladores de Juanchito fueron un blanco español y una esclava liberta”. También citan la historia oficial, que dice que el oriente de Cali, y Juanchito, empezó a ocuparse poco a poco desde comienzos del Siglo XVI, cuando la plebe trabajaba en las haciendas de los españoles.

“Los actuales vecinos señalan que el corregimiento surgió de un asentamiento formado por esclavos, unos fugados de las haciendas y otros abandonados a su suerte por sus amos, cuando - ya envejecidos - no eran útiles para las largas y exigentes jornadas de trabajo, por lo cual se dispersaban por las orillas del mismo río Cauca”.

El periodista Medardo Arias, quien pasó una noche encerrado en una celda de Juanchito porque quien lo invitó a una discoteca no tenía para pagar la cuenta, dice que el hecho de que el caserío fuera sobre todo de gente afrocaleña que se dedicaba a sacar arena del río (aún lo hacen) hizo que empezaran a instalarse las primeras casetas de caña brava donde la gente bohemia de Cali iba a bailar y a tomarse unos tragos. También a cumplir un sueño añejo.

–Esa forma vital de estar de cara al río Cauca era el sueño del mar de Cali. Cali siempre ha soñado con el mar. Y ese sueño líquido se cumplía en Juanchito. Bastaba tomar un vehículo para estar allí, instalarse delante del río, en sitios que tenían rockolas a las que uno les echaba monedas para que sonara la melodía. Además, Juanchito siempre era la opción ‘después de’. Los sitios de rumba en Cali cerraban a determinada hora, mientras que Juanchito no, entonces la única manera de seguir la rumba era allá. Uno llegaba a Agapito un sábado o un domingo e imagínate esa maravilla: estar uno en un sitio sobre el río, viendo pasar el Cauca por las ranuras de las tablas en el piso y observar el amanecer. Era como una fantasía tropical.

La selección musical de los rumbeaderos de Juanchito era extraordinaria, según lo recuerda Medardo. Fue en una rumba que se extendió hasta la madrugada cuando escuchó por primera vez la canción ‘Buenaventura y caney’, del Grupo Niche. Medardo se puso de pie como un resorte y empezó a preguntar qué orquesta de Puerto Rico acababa de hacerle ese homenaje e Buenaventura. Para su sorpresa, le respondieron que era una orquesta caleña.

– Yo estaba un poco aterrado porque ese acento salsero que trajo el Grupo Niche era como un sonido nuevo. Y yo lo escuché por primera vez en Juanchito.

Leobardo Amú, uno de los diez hermanos de la familia Amú, dueña de Changó y Don José, recuerda que sobre la calle principal del corregimiento llegaron a levantarse 23 casetas, todas sin ventanas, donde la gente arrimaba a bailar, pero también a ver bailar.

Había casetas como Tropicana, Los Campos Elíseos, de tangos, música vieja, Los Mangos. La gente atravesaba el puente de Juanchito a pie, o en rutas de buses que los dejaban cerca, como el Alameda o el Rosado Crema.

Cada caseta tenía un público específico. Había sitios donde se reunían los negros, otros donde se reunían los pastusos, otros donde bailaban las empleadas domésticas. Leoncio, el mayor de los hermanos Amú, alto como jugador de basquetbol -mide casi dos metros– añade que a Juanchito también se iba a comer fritanga en los toldos que se armaban junto a los bailaderos o a navegar en el Cauca. Uno de los sitios más famosos se llamaba El Flotante. Allí la gente podía rumbear y abordar un barco para hacer un recorrido por el río. Todo eso hacía que el corregimiento fuera un carnaval, lo que cambió la historia de la familia Amú, y de Juanchito también.

Don Víctor Amú, el padre, nacido en Buenaventura, trabajaba la “rusa”. Era obrero en una fábrica de productos químicos. Los fines de semana convertía su casa en el barrio Popular de Cali en un grill: El Porteño. Guardaba los corotos de la sala en algún cuarto y la gente bailaba allí.
Hasta que un hermano de su esposa, doña Rosa María Sierra, lo llevó a conocer la rumba de Juanchito, y don Víctor, al ver tanta gente, se emocionó.

La historia es larga, pero en resumen, meses después, hipotecó su casa, compró un local en Juanchito y montó un rumbeadero: Monterrey. Fue la primera discoteca del corregimiento en tener equipo de sonido. Las otras seguían con las rockolas. Después don Víctor abrió El Sonny, Don José, que le llamó así porque decía que a sus últimos hijos los llamaría Jesús, María y José, y como José no llegó, el nombre fue para el negocio.

Jesús, por cierto, es el mismo que estaba en la cabina de música de Changó. La familia inauguró esta discoteca dos años después de la muerte de don Víctor. Él siempre había soñado con un rumbeadero en ese lote al lado de Agapito, así que sus hijos le compraron el terreno a la familia Barreras, la misma del senador Roy Barreras. Pese a que tenían ya a Don José, y les iba bien, las ganancias no alcanzaban para costear la construcción de Changó, así que se endeudaron. Las sillas y los butacos se los fio Metálicas Y; las telas, Almacenes Sí.

Llegaba tanta gente, que hubo días en que solo Changó tenía 160 personas contratadas, entre meseros, el dj, personal de vigilancia, cajeros, barman, conductores elegidos. Changó, asegura Leoncio, fue la primera discoteca en implementar los conductores elegidos. Sin embargo, el declive de Juanchito como ícono de la rumba fue inevitable, al igual que el cierre de la discoteca.

Declive

El investigador Harold Viáfara, director de la Maestría en Alta Dirección de Servicios Educativos de la Universidad San Buenaventura, me dice que el video se puede encontrar en internet: Celia Cruz, con La Sonora Matancera, cantando en Juanchito.

–Fue un momento cumbre para el corregimiento. Celia se presentó al frent e de donde está la Escuela Sarmiento Lora; pasando el puente, doblando a la derecha, por la Inspección de Policía. Esa es la Calle 94. A mitad de cuadra hay un gran árbol, donde se montó la tarima.

El periodista Medardo Arias, quien entrevistó a Héctor Lavoe cuando ensayaba en la discoteca Juan Pachanga, también en Juanchito, y que era propiedad del promotor de artistas Larry Landa, recuerda que en una noche no solo se presentó Lavoe, si no que también estaba Pete ‘El Conde’ Rodríguez, el mismo que interpretaba ‘Azuquita mami’. En otra ocasión Landa llevó una banda de jazz traída desde Nueva Orleans.

–Eso no se había visto nunca: una banda de jazz tocando sobre el río Cauca. Unos tipos elegantísimos con unos sombreros de paja. Fue impresionante.

En Juanchito, en parte por promotores y empresarios, y también por el auge del narcotráfico, se presentaron las más grandes orquestas de salsa de la época, y algunas le dedicaron canciones, como el Grupo Niche, ‘Del puente pa allá’, o mencionaron al corregimiento en sus letras, como Richie Ray y Bobby Cruz en su ‘Amparo Arrebato’.

Oye, que yo me voy pa Juanchito a pescar al río/ pero qué bonito es Juanchito / Juanchito es lo mío.

Esas orquestas, y también la noticia aquella de la aparición del diablo, hicieron que el corregimiento tuviera un reconocimiento como ícono de la rumba y de la salsa a nivel mundial. El declive de ello, sospecha el investigador Harold Viáfara, coincide precisamente con el declive paulatino de las agrupaciones de salsa.

‘Kussi’, el propietario de El Outlet de la rumba, está de acuerdo. Presentar a un artista en una discoteca ya se ve como algo “trillado”, dice. Los salseros han visto a sus cantantes en reiteradas ocasiones, “y los shows de ahora no son como los de antes, cuando se ofrecía un espectáculo”, agrega.

Leobardo Amú advierte que el declive de la rumba en Juanchito también se debió a la llegada de los prostíbulos. En los carteles que la gente veía durante el día anunciaban sexo en vivo, striptease, lo que hizo que algunas familias que iban a rumbear se espantaran. Y detrás de los prostíbulos vino el consumo de drogas, y con el consumo los grupos delincuenciales que pretendían dominar el microtráfico, lo que generó inseguridad. A algunos clientes los atracaban.

“La estocada final de la rumba en Juanchito”, continúa Leobardo, fue el retén permanente que se ubicó en la entrada del corregimiento, que no solo congestionaba la vía, sino que atemorizó a los que iban a las discotecas. “Al que no multan a la entrada, lo multan a la salida”, decían en Juanchito, y el temor se extiende incluso hasta hoy, cuando todavía se cree que el retén sigue allí.

Además, el cambio climático también tuvo que ver con el declive de la rumba en Juanchito. Según los habitantes del corregimiento, el río Cauca se desbordaba cada 40 años. Ahora no se sabe. Las constantes inundaciones acabaron con los moteles, así como con algunas discotecas. Tal vez por eso sobre la vía principal se aprecian varios locales que dicen en letras gigantes: SE ARRIENDA.

El nuevo Juanchito

Kussi, el propietario de El Outlet de la Rumba, dice que sigue creyendo en Juanchito como un ícono de la salsa y de la rumba. Para dinamizarlo, considera, se requiere que discotecas como Changó abran de nuevo.

–Eso movería las fibras de los caleños y los vallecaucanos que rumbeaban allí.

La familia Amú está dispuesta a reabrir la discoteca, siempre y cuando se mejoren ciertas condiciones: que se termine la doble calzada entre Cali y Candelaria, además del nuevo puente, lo que mejoraría el tráfico en la zona. La estrecha vía actual no da abasto ante la llegada de nuevos residentes y urbanizaciones, y la velocidad en la carretera la impone el camión más lento.

La construcción de la doble calzada avanza a buen ritmo, pero el puente, que se empezó a construir hace 7 años, apenas va por la mitad. El compromiso de la Gobernación del Valle es entregarlo en 2020.

El investigador Harold Viáfara conoce de otros planes para Juanchito por parte de la actual Alcaldía, que pretende convertir al corregimiento en destino cultural, turístico, gastronómico. Para ello se piensa retomar el proyecto de un malecón que enlace a Juanchito con otros corregimientos como El Carmelo, San Joaquín, El Tiple, y hacer una ruta en la que se pueda recuperar la navegación por el río Cauca en barcazas.

El proyecto también incluye realizar de nuevo el Carnaval de Juanchito, así como su tradicional reinado, para atraer a los turistas.

Igualmente se piensa en un Museo de la Salsa, hoteles, embellecer la famosa Calle 94 con murales, y conectar al corregimiento con otros certámenes como la Feria de Cali, el Mundial de Salsa, para que músicos, bailarines, orquestas, melómanos, coleccionistas, investigadores, los actores de la cadena de la salsa, tengan un espacio en el corregimiento. Solo así se evitaría lo que Juanchito es hoy en la memoria de uno de sus visitantes más asiduos, el periodista Medardo Arias: un recuerdo.

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