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Alirio Tovar, taxista caleño.

TAXISTAS EN CALI

Taxistas caleños se la juegan llevando médicos y enfermeros en emergencia por coronavirus

La lucha contra el Covid-19 es una película rodante. Crónica de los taxistas que, en Cali, se la juegan transportando al sector salud.

26 de marzo de 2020 Por: Jorge Enrique Rojas , reportero de El País

En los que resultan nuestros peores tiempos, lo mejor que tenemos como especie también sobresale en las calles: el pasado fin de semana un grupo de taxistas se dedicó a movilizar gratuitamente al servicio médico de la ciudad. Doctoras, especialistas, enfermeros, auxiliares que durante el toque de queda no tuvieron transporte, alcanzaron a llegar a sus lugares de trabajo gracias a la vocación de aquellos otros hombres y sus carros amarillos.

Fue una pequeña-gran escena de la película rodante de la vida.

Dueño de un Chevrolet Beam del año, Harold Guerrero dice que tomó la decisión junto a otros tres compañeros en correspondencia con lo que se sabe de diferentes lugares del mundo. Con un hermano en España y una sobrina en Italia, a todo momento él ha conocido de primera mano los alcances del virus y de las luchas que intentan para ponerle freno.

Entonces su explicación se justifica en los lazos familiares que ahora mismo considera urgencia universal: todos dependemos de todos; juntos, somos la única opción.

A los 44 años Harold es taxista porque su papá y un hermano lo contagiaron del oficio.

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Pero su estado se hizo crónico cuando consiguió empleo como operador radial en ‘Taxis Aeropuerto’, una empresa que además de transporte a particulares, ofrecía servicios de mensajería y encomiendas. Era el año 1997. Ahí descubrió la mística de su labor, que esencialmente no ha cambiado desde que el mundo giraba sin necesidad de teléfonos celulares: en esa época los taxis solían ser los primeros puentes del destino. Como ocurrió en su caso, que siendo conductor conoció a su esposa, Sandra, con quien tuvo a Santiago, un chico que a los 13 años es su motor fundamental.

Entre el sábado y el lunes, él y sus colegas atravesaron Cali hasta las once de la noche de cada día, más o menos, promediando unas cien carreras sin costo para quienes se encargan de enfrentar la pandemia cara a cara. Varias de las médicas y de los enfermeros que movilizó, iban trabajando desde el carro, alertando a la gente que vieron por ahí: ¡Vuelvan a sus casas! ¡Quédense adentro!, pedían a veces a los gritos. Otras veces y en otros tramos de la ruta hacia el hospital, o al regreso de las clínicas, solo se hacía el silencio.

Cada cosa que cuenta Harold tiene una reservada medida de la contención. No alardea, no ostenta. Así que casi inaudible, todo se escucha aun más heroico. Incluso cuando dice que el martes resolvió guardar el carro, atendiendo la solicitud de su hijo que se quedaba desecho por la incertidumbre al verlo irse en las mañanas; lo confiesa bajando la voz en el audio de Whatsapp, como si realmente nos estuviera fallando.

Sin embargo afuera sigue la persistencia de sus colegas. Ya no están haciendo viajes gratuitos porque la crisis económica también los persigue con el pie en el acelerador, pero mantienen un descuento del veinte por ciento para los profesionales de la salud. Nacido en Girón, Santander, y casado con una caleña, Ildefonso Barajas dice que lo suyo es vocación.

“Servidor público con más de veinticinco años de experiencia”, se presenta al teléfono. Certificado por el Icontec como conductor profesional, el hombre ha sido objeto de decenas de entrevistas para distintos medios de comunicación por la forma en que atiende a sus clientes. Una vez lo entrevistaron de Televisa, enumera, contando que su historia también inspiró un libro: ‘Yellow’. El secreto, o su secreto, ha sido mantenerse siempre y a través de los años a disposición de los demás.

Por eso ahora ni siquiera se dio chance de contemplar otro camino. “En el toque de queda fue la forma de agradecer la valentía de quienes cuidan por todos nosotros. Y actualmente sigue siendo la forma de decirles que no están solos, que juntos podemos”, dice con una voz que no parece haber conocido algún temblor. A la hora de recordar los servicios de estos días, el inventario de sus pasajeros habla de enfermeras saliendo de turnos dobles y de auxiliares que provienen y deben llegar hasta municipios vecinos. En su mayoría son relatos mínimos que reflejan la grandeza callada de quienes creen fielmente en la humanidad.

A los 61 años, Alirio Tovar también está en la trinchera con su taxi. Para quienes hacen parte del gremio y lo asumen con compromiso, explica, transportar heridos o gente en problemas es el pan diario. De manera que hacer parte de esta pequeña de red de ayuda, antes que una rareza es un lugar común. Para el caso particular la determinación pasó por una consulta en familia y una alternativa de preservación extrema pero eficaz: se aisló buscando mantenerlos libres de riesgo.

Y por ahora todo va saliendo bien, dice, hablando de los orgullos que lo movilizan: sus hijos, un administrador de empresas, una abogada, una sicóloga, un ingeniero de sistemas y una chica que al terminar el colegio sueña con estudiar dos carreras. Por el futuro de ellos, el presente de Alirio, hoy está al servicio de los médicos, en la calle. Su trabajo, claramente, es seguir conduciendo la vida sin freno.

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