Venanzio, sacerdote africano de misión en Cali
Un sacerdote católico nacido en Kenia, llegó a Cali para evangelizar al pueblo afro sin traicionar las raíces negras. Perfil de un misionero que predica de Dios a golpe de tambor y marimba.
Un sacerdote católico nacido en Kenia, llegó a Cali para evangelizar al pueblo afro sin traicionar las raíces negras. Perfil de un misionero que predica de Dios a golpe de tambor y marimba.
Ahora, el padre Venanzio Mwangi Munyiri camina hacia el púlpito. Lo hace lentamente, por el medio de ocho mujeres que, de pie, cantan: Ohhh padreee nuestrooo, ohhh Aveee Maríaaa. Un hombre toca la marimba. Se llama Johan. Ferney Carabalí agita el guasá. Johan, una vez termina su toque de marimba, estrella sus palmas una y otra vez contra el tambor. Es miércoles 21 de septiembre de 2011 y en la Iglesia San Francisco del centro de Cali se inicia una misa afro. Esta vez será un ritual fúnebre. Anuncian que se elevarán plegarias por el eterno descanso de Juan Sánchez Campaña, miembro de la Mesa de Concertación de la Política Pública Afrodescendiente de la ciudad. Las cantadoras se silencian. El padre Venanzio, vestido con atuendos blancos y rojos, ya está en el púlpito. Habla de la muerte, primero. Después de la necesidad de que el mundo se reconcilie: Que el negro no le dé la espalda al blanco, ni el blanco al indígena. El sacerdote llegó a Colombia desde África hace ocho años. Hoy es uno de los líderes de la Pastoral Afro de la Arquidiócesis de Cali. Tiene dos misiones: que el pueblo afro de esta ciudad, la segunda de América Latina con mayor población negra después de Salvador de Bahía, en Brasil, se reconcilie con su pasado, entienda la grandeza de su raza, se sienta orgulloso de lo que es. También busca que el afro conozca la fe católica y se convierta, sin renunciar a las raíces africanas. El tambor, justamente, vuelve a bramar. IIVenanzio Mwangi Munyiri nació el 22 de noviembre de 1978 en Kenia. Es miembro de la tribu de los Kikuyu, una de las 43 que conforman el país. Cada tribu es un grupo humano con idioma propio, religión y estructura social particular. Y las tribus que comparten las mismas raíces conforman clanes. Los kikuyu integran el de los bantúes y son el grupo étnico más numeroso de Kenia, con casi cinco millones de personas. Habitan entre el Valle del Gran Rift y el Monte Kenia, la segunda montaña más alta de África, después del mítico Kilimanjaro. Colonizada por los ingleses, parte de la tribu se convirtió al protestantismo y al catolicismo durante los siglos XVII y XVIII. Los padres de Venanzio, pentecosteses, al final heredaron la fe católica. De niño, entonces, lo llevaban a la parroquia. A Venanzio le gustó. Incluso fue monaguillo. Y mientras ayudaba en el altar, le llamó la atención que el sacerdote era el que se tomaba el vino mientras que los feligreses sólo recibían la hostia. Por ese detalle empezó a interesarse en el sacerdocio: Quería ser padre para poder saber qué se siente al tomar la sangre de Cristo. Era una curiosidad infantil.Pero además de esa curiosidad, Venanzio admiraba a los misioneros italianos de La Consolata, una comunidad de religiosos que realizaban labores sociales y evangelizadoras en Kenia. Lo sedujo ese trabajo. Viajar por el mundo para promover la fe católica y generar cambios en la vida de las poblaciones a través de la labor social. En 1998 ya hacía parte de los misioneros de La Consolata. En 2003 lo enviaron a Colombia. Lo más difícil fue aprender el idioma. La profesora de español le decía que se saludaba diciendo buenos días, buenas tardes. Él salía a la calle y le decían q hubo. El padre se desconcertaba. Hoy habla un español avanzado. Empezó su trabajo misional en Ciudad Bolívar, en Bogotá. Allá, junto con otros misioneros de Kenia, vivió durante seis meses. Era una misión de inserción en la comunidad, vivir en igualdad de sus condiciones sociales. Alquiló una casa, trabajó en reciclaje, cuidando jardines, lavando carros. La idea era poner en práctica en una realidad como la de los habitantes de Ciudad Bolívar todo lo que había aprendido en el seminario. Fue allá, en la capital, donde empezó a tener contacto con los afrocolombianos. Y fueron los líderes afro de Bogotá los que le pidieron que todo lo aprendido en Ciudad Bolívar lo aplicara en Cali, la gran ciudad negra de Colombia. Aceptó. El padre Venanzio llegó en 2007. Entró en la Pastoral Afrocolombiana, que surgió en 1995 y fue impulsada por monseñor Isaías Duarte Cancino. Y en la Pastoral le encargaron la parroquia del barrio Antonio Nariño, al oriente de la ciudad. Allí hace su labor espiritual con la comunidad, pero apenas es un punto de referencia. Su trabajo y el de la Pastoral es con los negros de Cali. Desde la parroquia atiende barrios como la Unión de Vivienda Popular, Manuela Beltrán, Charco Azul, Marroquín II, San Marino. También viaja a poblaciones rurales afro como Villa Paz y Robles. Lo que buscamos es promover la espiritualidad afrodescendiente dentro de la Iglesia Católica. Ayudar para que el afro se sienta en casa dentro de la iglesia y explicarle que no tiene que ser culturalmente distinto para vivir su catolicidad.Se trata, en parte, de un giro en la historia de la evangelización. Al negro, en época de la esclavitud, se le despojó a la fuerza de su patria, su familia, su lengua. Se le obligó además, para evitar castigos de sus patronos, a aceptar una religión que condenaba algunas de sus tradiciones, lo privaba de su cultura. Esto, por supuesto, hizo que el pueblo afro se alejara de la fe católica. Ahora la Iglesia, en esa idea de ser lo que proclama, universal, evangeliza pero custodiando la riqueza cultural de los pueblos. Es decir: por ser católico, el negro no tiene por qué dejar su esencia, renunciar, por ejemplo, a esa tradición de conectarse espiritualmente a través del toque del tambor y la marimba. Tampoco tiene por qué dejar de danzar en sus ritos, ni renunciar a entregar ofrendas a los que parten de este mundo, ni guardar silencio en el funeral de un bebé cuando en su cultura, en esos casos, se cantan arrullos. Se es católico, pero también se es afro. Como el padre Venanzio. Está sentado en una silla de plástico de la parroquia Antonio Nariño. Viste un pantalón azul oscuro, camisa africana con colores que imitan la piel de un leopardo y sobre su cuello cuelga un collar con dos tambores miniatura: El tambor es mi compañero. Arriba, en su cuarto, guarda un cuerno de vaca. Se lo entregaron en su tribu. Es un símbolo de autoridad. Sólo los ancianos y los que fueron eximidos del matrimonio para ser sacerdotes pueden beber licor en él. También tiene un cofia. Es un gorro hecho en piel de oveja, otro símbolo de autoridad en África. Pero su tesoro más preciado es tierra de Kenia. La guarda en una bolsa. Es la conexión con su continente, una manera de comunicarse con su patria más poderosa que el teléfono, que la Internet. Entregar su vida al sacerdocio no hizo que Venanzio olvidara sus raíces. Ese es el mensaje que está predicando a los negros de Cali. Pero la labor no es sólo evangelizar y fortalecer la cultura afro. También se busca reconciliar al negro con su pasado, la grandeza de su historia, su raza. A esa labor se le denomina Promoción Humana. Se trabaja en derechos humanos, etnoeducación, legislación étnica.Y en Colombia son varios los religiosos afro que están impulsando aquello. En Cali, el padre Venanzio está acompañado por el diácono keniano Naftalí Mungthia. También está el padre chocoano Wiston Mosquera. Y en zonas de conflicto como Caldono, en el Cauca, está el padre Paul, de Kenia; en Toribío está el estudiante de teología Peter O Chieng, de Uganda; en Puerto Ospina, Putumayo, el padre Kennedy, de Kenia; en Jambaló el estudiante de teología Deogracias Mtika, de Tanzania. Eso para nombrar algunos. Son hombres africanos que arriesgan su vida por Colombia, advierte el padre Venanzio, todavía en la parroquia de Antonio Nariño. IIIEn la Iglesia San Francisco del centro de Cali la misa afro continúa. Ahora las cantadoras entregan ofrendas a la memoria de Juan Sánchez Campaña. Plátanos, borojó, cocos, productos típicos de la tierra donde nació, el Pacífico. El sacerdote Venanzio bendice las ofrendas, el tambor y la marimba africana vuelven a sonar.