Colombia
Javier Hernández Bonnet: “Me reí del meme cuando me ofrecieron ser la imagen de Refisal”
Después de una infección en el Mundial de Fútbol de Catar que lo tuvo al borde de la muerte, el comentarista deportivo Javier Hernández Bonnet decidió escribir sus memoria. Esta es su historia.
I: “Me quiero ir de la televisión”
Durante el Mundial de Catar 2022, el comentarista deportivo Javier Hernández Bonnet pensó que no regresaría vivo a Colombia. El 22 de noviembre, antes de la larga transmisión del partido entre Argentina y Arabia Saudita, pidió en una cafetería un capuchino con un croissant, “para estar liviano durante la transmisión, pero sin hambre”. El pan que le dieron tenía queso griego.
Un par de horas después, Javier estaba doblado por un dolor que le sacó lágrimas. El partido, en el que Arabia le ganó 2-1 a la que se convertiría en la campeona del mundo, no lo pudo comentar.
Tras varios días – al principio todo parecía una simple gastritis - dieron con el diagnóstico: tenía un problema en la vesícula. El barro biliar se salió, lo que causó una infección en la sangre. En el hospital, donde la madre del futbolista Radamel Falcao García le hizo una llamada que le dio esperanza, Javier pensó que se iba a morir.
Aquella experiencia lo llevó a escribir sus memorias, publicadas por la editorial Planeta: ‘Lo soñé, lo jugué, lo gané’, se titula. “Lecciones aprendidas para alcanzar el éxito en el convulso mundo del periodismo deportivo”.
Mientras mira de reojo el partido por Champions League en el que el Liverpool derrota 4 – 0 al Bayer Leverkusen con tres goles del colombiano Luis Díaz, Javier dice:
— Con lo que me pasó en Catar tuve que hacer una reflexión, en dos direcciones: en la profesional y en la personal. Dije: con estos mensajes que me está enviando el Universo, esta infección tan grave, hay que empezar a escribir algo, mi historia, porque en el fondo a mí me preocupa la falta de rigor que últimamente se ha evidenciado en el periodismo (cuando tuvo la infección algunos medios publicaron que había muerto). Lo que yo quiero con estas memorias es dejar un espejo para que se miren las nuevas generaciones de periodistas, que entiendan que no todo es gratis, que hay que moler mucho, que hay que pensar demasiado cuando se compite y que en los detalles se encuentra la diferencia. Pero, además, otra reflexión que hice está en lo personal. La familia me pide cada vez más tiempo, me apura.
— Pero el retiro del periodismo deportivo sigue lejos. ¿ O no?
— Siento que de la actividad como tal del periodismo deportivo no hay una fecha a la vista de retiro, pero de la televisión ya quiero irme. Sin embargo, hay unos compromisos que debo cumplir, uno de ellos el que está en marcha, la eliminatoria del próximo campeonato del mundo.
En sus memorias, Javier escribe: “La radio es mi motor”.
II: Pasión por transmitir
Javier Hernández Bonnet nació en Manizales, en el barrio Chipre. En sus memorias, escribe que su familia era humilde. Sin embargo, en el barrio, alguien lo consideraba “rico”: Fernando ‘Pecoso’ Castro. Javier le dedica un capítulo a quien es su gran amigo desde la infancia.
‘Pecoso’, figura con el Deportivo Cali como jugador y entrenador, consideraba que Javier era rico porque era el dueño del balón con el que jugaban fútbol. Solo que ‘Pecoso’ armaba un arco y le decía a Javier que tapara allí, y enseguida armaba otros dos arcos donde en realidad se jugaba el partido. Javier recuerda las pilatunas que le hacía Fernando y se carcajea.
— ‘Pecoso’ era una plaga. Yo fui el mejor arquero del mundo, porque nunca me hicieron un gol en ese arco que me hacía Fernando.
Tanto Javier como ‘Pecoso’ empezaron a definir el destino muy temprano, el primero en el periodismo y el segundo en el fútbol profesional. En el caso de Javier, todo comenzó el domingo 17 de junio de 1962, cuando tenía 8 años y se jugaba, en Chile, la final del Mundial entre Brasil y Checoslovaquia.
El partido lo escuchó con sus padres y hermanos, en un radio colgado en el espejo retrovisor del carro familiar, mientras daban un paseo por Manizales. Brasil ganó 3-1, y la transmisión del partido marcó a Javier, al punto que alguna vez consiguió todas las grabaciones de aquel Mundial.
Sin embargo, la decisión de ser periodista llegaría algunos años después, cuando vivía en Medellín y contemplaba la posibilidad de ser ciclista. En una carrera esperó a los ganadores en la meta, donde se encontró a los grandes narradores de la radio. Fue allí cuando entendió que, más que competir, le emocionaba “transmitir”.
¿Cómo recuerda ese momento?
En ese tiempo se disputaban los Americanos de Ciclismo, que fueron exitosísimos para Colombia. Teníamos una generación de ciclistas impresionante. Era una competencia que se corría en el Circuito del Volador, en Medellín, el cerro tutelar cerca a la Unidad Deportiva Atanasio Girardot. Alrededor de ese cerro se diseñó la carrera, y yo decidí, porque estaba cansado de ver pasar ciclistas en las Vueltas a Colombia, dos horas esperando, parado, y pasan los ciclistas en un momentico y chao, se acabó, y aguantó sol, sufrió sed y no disfrutó nada, entonces ese día me fui a la meta, para ver llegar a los ciclistas, y empecé fue a disfrutar lo que acontecía con los carros de transmisión.
Estaban los ‘chachos’ de la radio como Armando Moncada Campuzano, Darío Álvarez Rodríguez, una constelación de estrellas, y ahí me fui enamorando del periodismo. Después, cuando iba al estadio, era lo mismo, trataba de estar en la zona de los narradores para verlos, y se me fue llenando el corazón de ilusiones.
Casualmente resultan unas vacaciones en Manizales – para que vea que al que le van a dar le guardan– y en esas vacaciones, en la Transmisora Caldas (donde se decía que había un fantasma) Fernando Montes me abrió un micrófono por primera vez.
Y mire cómo es la vida, años después un camarógrafo me pregunta en Bogotá que si conozco a Fernando Montes. Claro que lo conozco, le digo. Y la triste historia era que estaba viviendo debajo de un puente. Lamentablemente se había vuelto consumidor de drogas. Yo fui a buscarlo en el carro, pero no lo encontré.
En sus memorias revela que, cuando recibió esas primeras oportunidades en la radio gracias a Fernando y después a Jorge Eliécer Campuzano, empezó imitando a Javier Giraldo Neira, el gran comentarista de Manizales. ¿Cómo construyó el estilo propio?
Se fue formando en el día a día. Pero tiene que ver mucho el fondo. Usted puede aprenderse de memoria algo, como lo hacía yo en mis inicios, para imitar a Javier Giraldo Neira, pero a la hora de tener el discurso propio, ese bagaje, esa capacidad de botar palabras, coordinarlas en una idea, y que resultara en un discurso largo como lo hacía Javier, era muy difícil. Yo entendí que debía hablar corto, así tuviera que entrar dos o tres veces. No tenía esa capacidad de Javier Giraldo Neira, que se podía quedar 15 minutos hablando al mismo ritmo y sin repetir una sola palabra. Era el rey de los sinónimos. Cuando fui aprendiendo para mantenerme al aire de manera presentable, se me fue dando el estilo, que uno va depurando. Lo mismo pasa con los narradores. Conocí muchos narradores que empezaron imitando a otros y fueron encontrando su propia manera de narrar.
El proceso de aprendizaje fue doloroso. Hablemos de las embarradas al aire que usted valora en sus memorias.
Fueron muchas embarradas. De las primeras, fue haber querido dármelas de gracioso en un medio radial que tenía el estilo de transmisión de Jorge Eliécer Campuzano, que era un estilo sano, tranquilo. Dije al aire que Rubén Paira, un defensa que había llegado a Nacional proveniente de River Plate, tenía cintura de nevera. Paira estaba pasado de kilos y me pareció original decir eso, pero Jorge Eliécer Campuzano me llamó y me dijo que la radio no era para hacer enemigos, sino para tener en quién apoyarse en la caída. Campuzano vio la reacción de la familia de Paira con mi comentario, evidentemente los afectó.
Uno va aprendiendo a establecer, de acuerdo a donde esté, cómo hablarle a la gente. En esa época en Medellín la gente era muy positiva, y entrar con una patanada como la mía era tenaz, porque la gente no consumía ese tipo de periodismo que destruye al otro. Era la Medellín de los 70, antes de que reventara el narcotráfico. La gente era muy sana y ferviente con el fútbol, el estadio siempre estaba lleno, jugara Nacional, Medellín o la Selección Antioquia. Era una época en la que se consumía algo muy distinto a lo que hoy algunos periodistas han tomado como especialidad: destruir en lugar de construir.
Otro error era ir donde el entrevistado con las preguntas listas, pero sin escuchar las respuestas que dan paso a otros interrogantes. Eso sigue pasando en las ruedas de prensa de los partidos…
Pero total. Incluso en periodistas grandes lo noto. Uno de los consejos que recibí ya maduro fue de Fernando González Pacheco, quien tenía dos teorías: la primera, no trate de ser distinto a como es porque la gente lo descubre; la segunda, cuando esté entrevistando a alguien se trata de conversar, no de interrogar. La entrevista es una conversación.
Por cierto, una de las cosas que le aprendí al comentarista Oscar Rentería Jiménez es que preguntando bien se puede hacer un buen comentario. Preguntando con lógica, para que el entrevistado pueda darlo todo, das una demostración de conocimiento. Rentería tenía esa facilidad. Él, pensábamos al principio, no era especialista en toros. Pero en el fondo demostraba que sí sabía cuando preguntaba. Era un hombre dateado, enterado. Además era un innovador. Una vez le puso a un torero un micrófono en plena faena, la plaza en silencio, y el torero hablando con el toro. Era un adelantado. Me lo dijo Bilardo, y lo cuento en mis memorias: “Lo que están haciendo en Fox Sport Argentina, cuando recién arrancaba el canal, ya lo habían hecho en Cali Óscar Rentería, Mario Alfonso Escobar, MAO, y Rafal Araujo Gámez”.
Usted fue un periodista empírico, como ellos, pero tuvo grandes maestros a su lado. ¿Cómo fue esa universidad de la vida?
Yo digo con orgullo que soy periodista empírico, pero también admito que el empirismo de esa época era un gana – gana, porque tenía a los mejores, era una radio llena de estrellas. Por ejemplo, en La Voz del Río Grande me tocó a Rodrigo Correa Palacio, que era locutor y productor de radio espectacular, el del brindis del bohemio, una voz maravillosa; me tocó Jaime Trespalacios, locutor, o el loco Valdez, uno de los mejores libretistas, quien escribía la radionovela ‘La ley contra el Hampa’; o Alba Lilia Medina Estrada y Gabriel Cuartas Franco. Uno aprendía de ellos, quienes además tenían la generosidad de gastarse 10, 15 minutos con uno, para enseñarle mientras se tomaba café. Era una maravilla. Además, tuve maestros personalizados como Jorge Eliécer Campuzano, al que le debo todo, o los entrenadores Rodrigo Fonnegra y Osvaldo Zubeldía, y así por el estilo puedo hacer una recopilación de personas que me formaron para ser lo que soy, porque uno no se hace solo.
Uno lo ve al aire y siente que es un hombre tranquilo, sosegado, pero también tiene un gran carácter. ¿Cómo es eso de que se rebeló ante figuras como Yamid Amat?
Resulta que una vez, cuando trabajaba con Yamid, me dijo: ‘en el mundo hay dos clases de personas, las que mandamos y las que obedecen, y yo pensé que usted era de los que obedecían’. Yo dije un momentico, yo aprendí a obedecer, para después mandar. Pero la obediencia tiene unos límites, no puede ir contra cosas lógicas, y con Yamid tuve algunas diferencias.
En los noticieros también tuve dos directoras, entre ellas María Isabel Rueda, que cortaban los goles de la jornada futbolera en la mitad. En esa época estas directoras tenían otras prioridades, les encantaba el tema político, entonces cuando venían los goles, yo decía ‘aquí están los 20 goles de la jornada’ y me los mochaban en la mitad, pasaban diez. Al otro día salía a la calle y la gente me reclamaba porque no pasamos el gol de su equipo. Fue tanto así que María Isabel montó el noticiero QAP sin presentador deportivo. Así arrancó. No le interesaba. Pero le tocó cambiar porque Yamid, que era su enfrentado, los arrastraba en parte por los deportes. En ese sentido siempre he tenido carácter y exigí condiciones para cuidar el producto. Hay momentos en los que uno tiene que decir no más, esto no puede ser así, porque le hace daño al producto.
¿Cómo analiza el periodismo hoy?
En el año 2000, un poco antes, cuando todavía no había reventado todo este tema de las redes sociales, hicieron una convención en la que le dijeron a los periodistas: mire, de aquí en adelante ustedes no son los dueños de las chivas, la última hora la va a tener la gente en la calle. La verdadera labor del periodista será desarrollar bien la noticia.
Y yo lo que veo es que se cumplió la primera parte de ese pronóstico, pero la otra no. No hay la capacidad de desarrollar y complementar la noticia, buscar sus efectos, a quién beneficia, a quién afecta, esa es la parte que no evolucionó. Las nuevas generaciones son muy mediáticas, pero no se acuerdan de algo que está pasando a nivel mundial y es que solo el 5%, de los millones y millones que le apuestan a triunfar en las redes, llegan y se convierten en estrellas. Y de ese 5%, la mayoría termina retirándose por agotamiento, porque no tienen la capacidad de sorprender a sus audiencias, y en otros casos se van apagando porque tampoco son capaces de evolucionar. Yo veo un estancamiento en ese sentido. Muchos que van a triunfar, que van a ser muy mediáticos, van a tener una vida mediática muy corta. Porque va a venir otro con esa capacidad de impacto producto del amarillismo, la especulación, en un mundo que se vuelve cada vez más vacío, más facilista. Sin embargo, el que haga buen periodismo va a permanecer.
III La historia de Refisal
Mientras Javier observa de reojo el partido del Liverpool, las anécdotas siguen surgiendo. Con su apellido materno ha tenido algunos inconvenientes. Como es tan sonoro, en su infancia sus amigos preguntaban en la casa por “Bonnet”, y su papá, furioso, aclaraba: “él se llama Javier Hernández Bonnet”.
Es un apellido de origen francés que se prestó incluso para que estafaran a sus tías. Apareció un tramitador pidiendo plata para hacer los papeles de una supuesta herencia que había dejado un tal virrey Bonnet. Todo era mentira, por supuesto. Javier se ríe, aunque se torna serio cuando cuenta otro problema reciente.
Hace unos meses, cuando iba a viajar a Estados Unidos para asistir al sorteo de la Copa América, el cónsul le preguntó: ¿usted hace cuánto tiempo pertenece a la guerrilla de las Farc? Javier se sorprendió y le pidió respeto. La confusión se dio porque al parecer pasaron listas de personas que hicieron parte del proceso de paz que estaban tramitando una amnistía, y en medio de tanto nombre o se presentó un homónimo, o alguien envío nombres por rellenar sin pensar en el daño que hacía. El Comisionado de Paz debió aclarar que Javier jamás estuvo en una guerrilla.
— El periodista Jaime Ortiz Alvear me decía no, el que suena es el Bonnet, y Mario Alfonso Escobar fue el que me insistió en la recordación del apellido. MAO me decía: uno tiene que tener un mecanismo para que lo recuerde la gente. Él siempre cantaba cuando me veía: ‘Bonnet, Bonnet, Bonnet, llegó la hora de comer’. Evidentemente el Bonnet fue el que le dio el gancho a mi nombre.
Más tarde contará dos anécdotas que aparecen en sus memorias y que tienen que ver con Cali: Alex Gorayeb, presidente del Deportivo Cali, considerado uno de los mejores dirigentes deportivos del país, alguna vez se vio forzado a lanzarles una especie de carnada a los árbitros, para descubrir a los que se vendían: les ofrecía plata por medio de intermediarios.
En sus memorias Javier menciona otro caso: un árbitro al que sobornaron para que, en un partido entre el Medellín y el Tolima, favoreciera al local. Medellín pese a todo no ganó y el árbitro dijo: “tranquilos, yo les abono la plata para otro partido”.
—Ahora es peor. Siempre ha existido ese tipo de alteración en el fútbol colombiano. Yo no menciono nombres de árbitros, pero no por los árbitros sino por sus descendientes, que no tienen la culpa de nada.
Javier también aclara un caso polémico: la llegada en los 80 de los mejores jugadores del Santa Fe al América, al Cartel de Cali. Efraín Pachón, el entonces presidente de Santa Fe, fue acusado de “regalarles” los jugadores a Miguel Rodríguez, el capo del cartel, pero en las memorias de Javier se aclara la situación y se cuenta una historia muy distinta.
Ahora le pregunto por el meme del que Javier es víctima: Refisal. Él le dedica un capítulo en sus memorias. Lo titula ‘El enemigo silencioso’.
Todo comenzó en 2010, cuando Javier fue candidato al Senado y un empresario le ofreció apoyo con las famosas bodegas: jóvenes que están frente a un computador dañando la reputación de los contendores políticos a través de fake news y memes. Javier no aceptó esa ‘ayuda’, “esos no son mis principios”, y siguió adelante, pero empezó a ser él la víctima de la bodega, en una campaña que consiste en tomar sus frases, sus comentarios, sacarlos de contexto y convertirlos en malos augurios para la Selección Colombia.
El partido del Liverpool está por terminar y la charla con Javier finaliza con esa historia:
— El nombre personaje detrás de esa campaña para desprestigiarme no lo menciono porque no quiero líos que comprometan a Caracol. Pero viene de esas bodegas que incluso conocí. Cuando empezó el meme de Refisal en mi contra tenia temor no por mí, porque ya tengo el cuero duro, sino por mi familia, y más por mi hija menor que tiene 17 años, pensé que eso la podría afectar, pero lo que me sorprendió de ella es que se empezó a reír del asunto. Es un episodio que en su origen está lleno de mala intención.
—¿Usted se ha reído del meme?
— Sí, me reí cuando me llamaron de una agencia de publicidad para que fuera imagen de Refisal. Ellos diseñaron la campaña alrededor de las bondades de la sal. Pero no puedo hacer publicidad, mi contrato con Caracol me lo impide. Sin esa condición, lo hubiera considerado.