Colombia
La historia detrás de Mary Grueso Romero, la primera poeta negra en ser parte de la Academia Colombiana de la Lengua
Su libro ‘ Agüela se fue la nuna’ está entre los más leídos de 2024 mientras que ‘La muñeca negra’ sigue siendo un best seller en Colombia.
Mary Grueso, la primera poeta negra en ingresar a la Academia Colombiana de la Lengua, comenzó a escribir tarde, después de los 30. Todo sucedió por no saber qué hacer con un dolor que la atormentaba; la muerte de su esposo, Moisés Zúñiga, a causa de un cáncer de páncreas.
– La angustia me tenía desesperada. Su partida me desubicó y yo con dos hijos pequeños no sabía qué hacer. Entonces la literatura vino a mí como una especie de desahogo – dice Mary en su casa en Buenaventura.
Todas las noches recostaba su cabeza en el brazo extendido de Moisés. Solo así se dormía. Cuando su esposo ya no estuvo, Mary no pudo conciliar el sueño. Se levantaba a dar vueltas en la casa, “como una loca”, hasta que tomó un papel y un bolígrafo y escribió:
“Entre mi amor y yo hay la distancia de una estela de espumas de recuerdo; la incapacidad de un náufrago en una isla desierta; el puchero de un niño viendo el seno maternal que no se acerca; la esperanza de un mañana que viene, se aleja y te deja igual como si no viniese; en definitiva: entre mi amor y yo hay ausencia de miles noches de soledades entrelazando la almohada en el lecho mientras de mis ojos entristecidos se desborda el río de mis sueños tratando de borrar de mí el duende huidizo de tus recuerdos”.
Fue Moisés, también, el que un día le preguntó: ¿Vos por qué no estudiaste? Y Mary le respondió: “Porque no quise, no me dio la gana”. Él, un profesor de matemáticas y física, insistió: “Vos siendo una mujer tan inteligente que ni te das cuenta, tenés que estudiar”. Mary se mantuvo firme: “Está loco”, dijo enojada, y, desde Guapi, tomó un avión hasta Cali, y después un bus de la Flota Magdalena hasta Zarzal, donde vivían sus padres.
Dos semanas después regresó y se encontró con la sorpresa de que su esposo la había matriculado en el colegio San José de Guapi. Ella tenía 28 años. El segundo año lo cursó en La Normal, de donde finalmente se graduó del bachillerato para después estudiar Español y Literatura en la Universidad del Quindío.
– Moisés me marcó la vida desde el mismo momento en que lo conocí, en Guapi - dice Mary.
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Mary Grueso Romero nació en 1947 en el corregimiento de Chuare Napi, a dos horas en lancha de Guapi, en el departamento del Cauca. Al principio fue la única hija de su mamá, Eustaquia Romero de Grueso. Después, cuando tenía diez años, supo que tenía un hermanito por parte de papá.
– Mi mamá me dijo que tenía que cuidarlo, porque ‘las hermanas mayores son la segunda madre’. Y yo: vea pues.
De Chuare, Mary se fue a vivir a Guapi cuando tenía dos años debido a una ocurrencia de su abuelo, Martín Romero, quien dijo que la quería criar. Era uno de los hombres más ricos del Pacífico sur, comerciante de profesión.
– Yo tuve un encuentro con mi abuelo cuando estaba gateando. La hermana de mi mamá me llevó al almacén de él, en Guapi, un almacén muy grande. Y en eso le piden algo a mi madrina. Ella me deja sobre el mostrador, y da la vuelta a conseguir lo que le habían pedido. Yo también traté de gatear hasta donde mi madrina, y me fui al suelo. Mi abuelo vio la jugada, estiró los brazos y me agarró. En ese momento nos miramos y él dijo: ‘ay, estos son los mismos ojos de mi tía Bernabela’. Yo tengo unos ojos grandes, color miel, que en una mujer negra no es tan común. Y desde ese momento mi abuelo dijo que me iba a adoptar. Empezó a decirle a mi mamá que le mandara la niña, que se la mandara. Pero mi mamá no quería mandar a su única hija, decía que eso no era posible. La gente la convenció diciéndole que, si su papá moría, lo haría ofendido con ella porque no me dejó con él. Ocho días antes de cumplir dos años, yo ya vivía con mi abuelo.
Mary entró en un sistema de vida muy diferente al que tenía en Chuare. Su abuelo no solo era rico, a diferencia de sus padres, sino que estaba casado con una señora que había sido criada por su hermana, y esta a su vez estaba casada con un francés.
Eso hizo que en la casa de Mary y su abuelo las costumbres fueran francesas. Se comía como en Francia, se decoraba como en Francia, se ponía la mesa como en Francia, se escuchaba música francesa. Hasta que, tres años después, el abuelo muere.
En su testamento, escribió que no le dieran herencia a la mamá de Mary, pero sí a ella, algo que en la familia trataron de cumplir. Hasta que Mary se enfermó de Tos Ferina y tuvo dos opciones: o regresarse donde su mamá, o ir a Cali donde unas amigas de su madrina.
– Pero mi madrina dijo: hay que darle la oportunidad a la mamá para que esté cerca de su hija, y ese argumento ganó. Me mandaron donde mi mamá, donde, de nuevo, entré en un sistema de vida muy diferente.
Su madrina era la alcahueta número uno. Toda la ropa de Mary la mandaba a traer de Cali en aviones que acuatizaban en Guapi. Si Mary tenía una primera comunión, una fiesta, el vestido llegaba a medida. Su madrina se sentía orgullosa con lo que pasaba después: la gente de la alta sociedad del pueblo le pedía a Mary sus vestidos para hacerle unos iguales a sus hijas.
– Era una sociedad muy distinta a la de ahora. En Guapi durante mi infancia había gente de mucho dinero, gente acomodada.
El padre de Mary, Wilfredo Grueso, no pertenecía a esa alta sociedad, pero en Chuare todos acudían a las reuniones en su casa en las noches de fin de semana. Llegaban con comida, almohada, cojines. Wilfredo era narrador de historias del Pacífico.
– A medida que mi papá empezaba a contar, cuando hacía los descansos, uno decía ‘ujum’, y él seguía. Y a medida que él iba avanzando, el ‘ujum’ iba mermando, hasta que desaparecía. Mi papá se daba cuenta que la gente se había dormido – dice Mary con una carcajada.
Su mamá, por su parte, declamaba poesía. Lo hacía siempre: con visitas o mientras cocinaba o limpiaba la sala, barría los cuartos. Mary aún tiene intactos en su memoria versos que aprendió de su madre, quien además tenía hermanos recordados por ser grandes conversadores, sus amigos decían que tenían ‘el don de la palabra hablada’.
– En mi caso, viví en ese entorno de historias, de poesía, de buenos conversadores. Tuve esa influencia de la oralidad que se vería reflejada muchos años después en mi escritura. Yo soy hija de la tradición oral del Pacífico colombiano – reflexiona Mary.
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En el colegio, un profesor – que aún vive- le comenzó a mostrar el camino de la poesía. Se llama Luis Ángel Ledesma, aunque todo el mundo lo llama ‘Lucho Ledesma’. En cada periodo exigía que sus alumnos se aprendieran, mínimo, cuatro poesías. También que las supieran declamar.
Fue cuando Mary descubrió a Pablo Neruda, a Elías Martán, a Guillermo Valencia, a Rubén Darío. Cuando se graduó del bachillerato no solo conocía los mejores versos, sino que además tenía el puntaje académico más alto.
Los profesores aconsejaron a Moisés, su esposo, que la ayudara a buscar nuevos rumbos y no se quedara en el pueblo como docente. Fue cuando Mary ingresó a la Universidad del Quindío para estudiar literatura. También hizo una especialización. Pero no escribía nada, no creía que fuera capaz de hacerlo, hasta la muerte de Moisés.
– Empecé a escribir sobre ese dolor que sentía, que me angustiaba. Y así fue como creé versos relacionados con la situación que vivía – dice y enseguida declama:
No sé por qué las tardes están tan apagadas, por qué en el horizonte ya no alumbra luz, las calles están solas, no veo un peregrino, la casa está vacía porque me faltas tú. Inútil es decirte lo mucho que te amo, lo sabías de sobra desde antes de partir, más yo estoy segura que hasta el último momento tu final pensamiento fue para mí.
Sus primeros libros, como ‘El otro yo que sí soy yo’, o ‘El Mar y Tú’, son poemas dedicados a su esposo.
Hasta que llegó un punto en el que Mary entendió que no podía seguir así, sufriendo por lo inevitable, por lo que no tiene solución, la muerte. Durante un tiempo, dejó de escribir. Después de sanar un poco, solo un poco, retomó su pluma, esta vez para escribir sobre su gente y su tierra, el Pacífico, los manglares, las palmas de coco, las playas, los negros, los niños negros, sobre todo.
– Después de lo que escribí sobre el Pacífico hice una retrospección y concluí que, cuando yo estudiaba, lo que leían los niños era ‘Caperucita Roja’, ‘Blanca Nieves y los siete enanitos’, o ‘La viejecita que no tenía nada que comer’, pero los negros, los personajes negros, no estaban en la literatura infantil. Dije: Esto no puede seguir así. Nosotros también podemos aportar con nuestra literatura, nuestra cultura, nuestras historias, nuestra forma de ver el mundo. Entonces empecé a leer desde el aula como maestra cuentos donde mis alumnos eran los protagonistas. Eso hizo que me eligieran como la mejor maestra en Buenaventura. Mis estudiantes empezaron a tratar de ser los mejores, sacar las mejores notas, para que yo los colocara como protagonistas de mis cuentos. Después los hice ilustrar, para que los niños negros se vieran en los libros. No es una literatura para niños negros, no, es para todos los niños, solo que los personajes principales son los negros.
Así como en la historia que se ha contado del mundo, los escritores negros permanecen en la periferia. El argumento de algunos críticos es que sus obras no son universales, sino locales. Mary Grueso trata de demostrar que aquella premisa es falsa. Lo que sucede, explica, es que los escritores negros están en la periferia porque no los leen, luego no los conocen.
– Mi propósito es que nosotros los negros también entremos al núcleo de la poesía universal. Yo hablo del mar, por ejemplo, que no puede estar en la periferia. El mar está en todas partes. La naturaleza, los peces, las aves, son universales. Entonces nosotros tomamos esos elementos y escribimos nuestra poesía basados en nuestro entorno social y cultural. Ahora bien, hay algo que sí es nuestro, que son las famosas jitanjáforas. Es un recurso literario que usamos los escritores negros. Son textos carentes de sentido, pero que tienen gran valor estético y sobre todo, sonoridad.
‘La muñeca negra’ fue el libro con el que Mary dejó de ser parte de la ‘periferia’ y en cambio miles de lectores y críticos empezaron a fijarse ella. Fue, también, su primer libro de literatura infantil. Es un poema que se convirtió en un cuento en el que narra la historia de una niña que sueña con tener una muñeca negra, que tiene el derecho de tenerla.
Lo publicó la editorial Apidama Ediciones, de la poeta Guiomar Cuesta, y ha vendido 50 mil ejemplares. Mary está entre las escritoras que más vende en la editorial. Otros de sus cuentos como ‘La niña en el espejo’, ‘El gran susto de Petronila’, ‘Entre Panela y Confite’, ‘La cucarachita mandinga’, han vendido entre 15 mil y 20 mil ejemplares.
Aún le hacen homenajes por ellos y por ‘La Muñeca Negra’. Los niños de los colegios hacen murales inspirados por la obra que retrata sus destinos y el de Mary, a quien siempre le llamó la atención la cantidad de adjetivos con la que la llamaban a causa de su color de piel: morena, afro, niche. ¿Por qué? Se preguntaba, si ella es negra, a secas, o si la apuran, color chocolate.
¿Por qué me dicen morena? Si moreno no es color; yo tengo una raza que es negra y negra me hizo Dios. Y otros arreglan el cuento diciéndome de color dizque pa’ endúlzame la cosa y que no me ofenda yo. Yo tengo mi raza pura y de ella orgullosa estoy, de mis ancestros africanos y del sonar del tambó.
La lucha contra el racismo es eje central del universo literario de Mary, en el que se cuentan historias como las de las madres negras durante la Colonia, quienes preferían que sus hijos murieran en el parto a que fueran marcados con un hierro hirviendo y después esclavizados. Confabuladas con las parteras, las mamás apretaban las piernas para impedir la salida del bebé; la muerte era considerada victoria contra el amo esclavista. Por eso no lloraban a sus hijos fallecidos, sino que hacían los arrullos, los cantos al que iba para el cielo y no a las cadenas y el látigo.
– Nunca quisimos ser esclavos. Preferimos la muerte a la esclavitud. Y seguimos luchando.
Aquel profundo universo literario desde donde el cual Mary defiende a su gente y hace pensar a la sociedad fue lo que la llevó, hace apenas unas semanas, a ser parte de la Academia Colombiana de la Lengua. Es la primera poeta negra que lo logra, como recordando que aquello de permanecer en la periferia ya debe ser un asunto del pasado.
La noticia de su nombramiento se la dio por teléfono quien la postuló: la poeta nacida en Medellín Guiomar Cuesta, la primera editora que le publicó sus cuentos.
– Ella me dijo: estás sentada o parada. Le dije sentada. Me dijo bueno, mejor. Sacaste los votos suficientes para que quedaras en la Academia Colombiana de la Lengua. Dije miércoles, qué hago con semejante noticia. Yo estaba con un nieto de 12 años. Le dije que me trajera jugo de naranja y dos vasos. Porque había que brindar. Para mí es muy importante este logro, y para la literatura del Pacífico. Es un paso que se ha dado para visibilizarla. Es un paso para que sigan otras y otros ocupando esos espacios y que la literatura del Pacífico se conozca – dice Mary en la sala de su casa, en Buenaventura, donde vive desde 1982 cuando llegó con su esposo, él a vender mercancías y ella a dar clases en un colegio. Ya es hija adoptiva del puerto.
– El hombre es de donde trabaja y lucha.
Desde que se pensionó, se ha vuelto “perezosa”, reconoce Mary. Se levanta tarde. Madrugar ya es un sacrificio “de esta y otra vida”. Y últimamente no está escribiendo, aunque tiene varios proyectos en el tintero. Una autobiografía que hizo en compañía de una amiga. Mary narraba y su amiga transcribía. Son casi 400 páginas a las que solo le faltan un patrocinio para publicarse.
También tiene dos cuentos en revisión y pendientes por publicar, además de las ganas de comenzar una novela “que todo el tiempo digo que voy a hacer pero que nunca hago. Es mi propósito cada 1 de enero”, dice de nuevo a carcajadas y enseguida cuenta una noticia que la hizo tan feliz como ser parte de la Academia Colombiana de la Lengua: su libro, ‘Agüela se fue la nuna’, que publicó con la editorial Panamericana, está entre los 12 más leídos durante 2024, según el listado publicado por las librerías del país.
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Agueda y Carmiña, también en la Academia
Además de Mary Grueso, dos mujeres de la región ya hacen parte de la Academia Colombiana de la Lengua. Se trata de Agueda Pizarro y Carmiña Navia. Igualmente, la profesora Bárbara Muelas se convirtió en la primera escritora indígena en ingresar.
“Desde hace 5 años, con Daniel Samper nos propusimos que haya más mujeres en la Academia, porque son pocas. Y segundo, que hubiera una mujer afro y una mujer indígena para que la Academia representara a todas las culturas, porque parecía que estuviéramos en la época de Simón Bolívar, donde había exclusión”, cuenta Guiomar Cuesta, Miembro de la Academia y quien postuló a Mary a la misma.