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Volver a escuchar, el renacer de Gladys. Víctima del conflicto, cuenta su historia de valor y fe
Hoy, en el marco del Día de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del Conflicto, una mujer del norte del Valle del Cauca que perdió parcialmente la audición por una explosión y sufrió desplazamiento forzado, habla de resiliencia. Actos de conmemoración.
Unidad para las Víctimas, Especial para El País
“Me mataron”, fue lo primero que le pasó por la mente a Gladys del Socorro Sánchez cuando sintió el estruendo de una explosión y percibió que un hilo de sangre salía de su oído izquierdo y le empapaba el cuerpo. Tardó minutos en darse cuenta de que estaba viva. Mientras salía del aturdimiento, un zumbido le retumbó en la cabeza.
Afuera, un helicóptero llevaba horas sobrevolando la vereda Alto Miranda, en el municipio de El Dovio, en el norte del Valle del Cauca, que durante horas se había convertido en un campo de batalla entre el Ejército y varios hombres de los ‘Machos’ y los ‘Rastrojos’, dos bandas criminales de esa región del país.
Desde esa tarde de enero de 2002, la guerra le dejó secuelas: perdió la audición por el oído izquierdo y durante años sufrió de dolores de cabeza que no la dejaban dormir.
“Hasta atravesar la calle se volvió una proeza para ella”, recuerda su hija Natalia, a quien Gladys salvó de ser reclutada por grupos armados ilegales cuando apenas era una adolescente.
Para su madre, actividades sencillas como conversar y entender lo que le decían, usar el celular y hasta hacer silencio interior para orar eran un suplicio, “dejaron de ser tareas cotidianas para convertirse en misiones imposibles”, anota su hija.
Hoy, 22 años después, recuerda esas épocas aciagas. El 10 febrero de 2024 pudo financiar, con el dinero de la reparación individual, un implante cloquear que le devolvió la escucha.
“Cuando me di cuenta de que me había llegado la indemnización, no lo dudé”, asegura. Lo primordial era recuperar su audición, además de otras necesidades médicas. “En este caso la palabra reparación aplica tal cual: nada más importante que repararme a mí en mi salud, tan afectada”, reflexiona Gladys.
Aún convaleciente, se levanta con la mejor actitud todas las mañanas, prende un equipo de sonido en el que suenan baladas de los años 60 que la acompañan mientras cocina. Lo hace con maestría, decora el arroz armado en torre con una tacita y le pone una cereza en la punta, y dicen que prepara la mejor jalea de pata del pueblo. En su casa aloja y atiende de vez en cuando a funcionarios que van a hacer obras y ahora es una experta en videollamadas a sus hijas en Pereira y Bogotá.
También volvió a sacarle el gusto a poder charlar sin tener que poner siempre el oído derecho de frente a su interlocutor. “Pasa uno por maleducado, porque a veces me hablaban y no escuchaba. Fue mucho el bullying que pasé por este problema”, rememora.
Actualmente vive en Versalles, también en el norte del departamento, en una casa campesina. Está allí porque llegó huyendo de la guerra después de que el comandante de uno de los grupos ilegales en el Cañón de las Garrapatas (El Dovio), le dijera que su hija estaba crecidita y ya podía perfectamente cargar un fusil.
Solo esperó al papá de la muchacha para despedirse, llenó una botella con café y emprendió caminata con la adolescente durante tres horas, hasta que llegó a donde pudieron coger carro.
Todo quedó atrás: las vacas, las gallinas, los perros, los inmensos potreros, la ropa, todo.
Jackeline Gómez, una amiga que la cuida en su recuperación, la describe como una “guerrera”, ya que, a pesar de las limitaciones, no se ha arrugado ante la vida. “Ha sido carnicera, de las que abren una res completa, conductora de todoterreno, cuidadora de adultos mayores. No sé cómo lo hace, pero siempre se las arregla para ayudar al que necesita”, comenta Jackeline.
Una efigie de José Gregorio Hernández, el beato médico venezolano al que le piden milagros para la salud, custodia el altar principal de su casa, en el que todas las noches deja un tarrito de alcohol para que se lo convierta en remedio. Se lo aplica con fe en las heridas del cuerpo (asegura que le ayuda) y quizá también le encarga algunos de los dolores del alma.
“¿Qué dijo Natalia de mí?, pregunta Gladys. “Dijo que la valentía se la aprendió a usted, que usted es una berraca”.
Entonces, baja tímida la mirada, como si asomara el llanto, y es fácil adivinar que esa respuesta es todo lo que ella quería oír. Y pudo, por fin y literalmente, escucharlo.
Actividades conmemorativas
En el marco de esta fecha de conmemoración, en la que se recuerda y honra a esta población, la Unidad para las Víctimas, en unión con la Gobernación del Valle del Cauca, realizará en Cali una jornada especial, en la que habrá actos simbólicos y culturales, además de la entrega de cien cartas de indemnización a población víctima del conflicto priorizada (por razones de edad, salud o discapacidad).
Dichas cartas ascienden a recursos por $1161 millones y corresponden a la indemnización administrativa, que es una de las medidas para la reparación integral de estas personas. En el Valle el Cauca, históricamente han sido entregadas 86.754 indemnizaciones, las cuales se traducen en 672.052 millones de pesos, con los cuales se busca aportar a la reconstrucción de los proyectos de vida truncados por causa de la guerra.
“En esta fecha también reconocemos ese poder transformador de las víctimas del conflicto, su compromiso con la construcción de paz y de una sociedad más justa, igualitaria y fraterna. Eso es lo que nos anima cada día como Unidad para las Víctimas en nuestra misión”, dice Rosiris Angulo, directora territorial de esta entidad en Valle del Cauca.