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El chef venezolano Jesús Bonilla (sin gorro) forma parte de ‘Cocina para Todos’, de la Fundación Don Bosco, patrocinado por Gases de Occidente. | Foto: Foto: Especial para El País

ECONOMÍA

Así son los profesionales venezolanos que han llegado a aportarle su talento a Cali

Docentes, chefs, hoteleros, arquitectos son algunas de las profesiones de decenas de migrantes venezolanos que transmiten sus conocimientos en Cali. Estas son sus historias.

15 de septiembre de 2019 Por: Redacción de El País

Entre lunes y jueves, a partir de las 6:30 de la mañana, y hasta el mediodía, un chef venezolano arriba al centro de capacitación Don Bosco al oriente de Cali para darles clases de panadería a muchachos que no tendrían cómo pagar una escuela de alta cocina.

El chef se llama Jesús Bonilla, y su objetivo, explica, más allá de que los muchachos aprendan a hacer el mejor pan o la mejor torta, es enseñarles a generar empleo, y no tanto a buscarlo.

– Les doy ‘tips’ sobre cómo crear negocios que puedan desarrollar. Les voy dando ideas para que piensen más grande. Es lo que yo hacía en Venezuela: daba clases en zonas populares para formar emprendedores.
En Venezuela, Jesús era propietario de varios restaurantes, iba al cine los lunes, a la playa los viernes, todo le iba bien, pero aquello se hizo historia tras la crisis política y económica del país.

Jesús, como tantos otros millones de venezolanos, debió migrar: dejarlo todo, perderlo todo, incluso sus restaurantes, para volver a empezar. Además de las clases en Don Bosco, trabaja en la cocina de uno de los restaurantes más prestigiosos del oeste de Cali.

– La gente no lo sabe, pero muchos venezolanos les estamos aportando a la ciudad y a Colombia. Son los beneficios que trae la migración.

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Muy cerca del restaurante donde trabaja Jesús, Manuel Alejandro Arriaga Rodríguez le repite a las 70 personas que tiene a su cargo en el Hotel Marriott: “disciplina y constancia”.

Manuel tiene 34 años. Hace 5, el 10 de abril de 2014, llegó a Cali desde Venezuela, donde estudió hotelería.

Mientras era estudiante conoció los puestos de un hotel desde abajo. Fue mesero, capitán de meseros, supervisor. Para graduarse decidió hacer sus pasantías en el exterior, y encontró trabajo en México. En teoría iba a estar apenas seis meses, y al final la cadena hotelera lo contrató por tres años.

Cuando Manuel regresó a Venezuela concluyó que el país era inviable. Que levantar una familia en medio de esas carencias, de esas presiones políticas, era imposible. Entonces decidió migrar de nuevo. Como su madre es barranquillera – emigró a Venezuela durante el boom petrolero de los 70- Manuel hizo los trámites para obtener la cédula colombiana. Con el documento en mano comenzó a buscar trabajo.

Se postuló a varias cadenas hoteleras, lo llamaron de tres a través de Skype, pero Marriott Cali fue la que más lo sedujo. La propuesta era administrar uno de los restaurantes del hotel. Manuel sin embargo tenía temor. No conocía Cali. Y Colombia en general es considerado en el exterior como un país violento.

– Está muy marcado.

Decidió viajar solo, analizar si su familia tendría un futuro, y apenas llegó se dio cuenta que Colombia en realidad es un país con una cultura muy parecida a la venezolana, pero sobre todo le llamó la atención un asunto que fue determinante para que se quedara: la humanidad, la solidaridad, la hospitalidad del caleño.

– Eso no lo he visto en ninguna otra parte del mundo.

Actualmente, y después de tres ascensos, Manuel es el gerente de todos los restaurantes del Hotel Marriott en Cali, y coordina lo relacionado con el servicio de bebidas y alimentos, incluyendo eventos y banquetes. Las 70 personas a su cargo son tanto colaboradores directos, como temporales, y en la nómina hay colombianos y venezolanos.

En ellos, Manuel trata de dejar su huella. Les ofrece capacitaciones, “que crezcan como personas y como profesionales”, les recuerda esas dos palabras: disciplina y constancia. Hacer las cosas bien todos los días.

– Desde que llegué a Colombia vi mucho potencial, quiero aportar mi conocimiento para que ese potencial se expanda. Desde mi trabajo en el hotel también me tracé un propósito: dejar el nombre de Venezuela en alto. No todos los venezolanos somos como algunos creen, que vinimos a robar o a que nos den. Muchos vinimos a aportar. A los paisanos que veo en la calle pidiendo dinero les digo: comienza a trabajar. Mucha gente en Venezuela está acostumbrada al asistencialismo porque el gobierno era asistencialista. Pero somos muchos también los que llegamos a trabajar y aportarle a Colombia toda nuestra capacidad.

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Mucho más al sur, en el edificio Acacias de la Universidad Javeriana, rodeado de bosques y lagos donde se ven pavos reales y ardillas, a veces un par de micos, está la oficina de José Rafael González, director del Departamento de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad.

José Rafael es arquitecto. En Mérida, Venezuela, su ciudad, fue profesor de la facultad de Arquitectura de la Universidad de Los Andes, una entidad pública. Ya en ese momento bajo el gobierno chavista, se sentían presiones y amenazas. José entendió que el país no iba por buen camino y se fue a España, primero, donde hizo una maestría y un doctorado, y donde fue profesor invitado en la Universidad Politécnica de Valencia. Desde 2014 vive en Cali. A su país decidió no volver. Ya son diez años desde la última vez que pisó su tierra.

Si ha soportado el desarraigo se debe en parte al medio donde se mueve, la academia, donde hay pluralidad de opiniones y se respeta las diferencias, pero también a Cali: el caleño, dice José, es muy afín con el venezolano.

– Me siento como en casa. Estar en Cali es un bálsamo a la preocupación constante que se siente por tus parientes que aún están en Venezuela.

Por sus clases en la Javeriana han pasado al menos 600 alumnos, y algunos de ellos se han acercado para decirle: “gracias, me cambió la vida, me inspiró”. José se ha dedicado a ofrecer nuevas miradas, nuevas perspectivas para la universidad y para sus alumnos. Se considera “un hacedor”.

Por ejemplo, fue uno de los directivos que lideraron el ‘Sistema de innovación javeriano’. Una unidad dedicada a la innovación. Además es uno de los cuatro comisionados que tiene el Icfes en Colombia.

– Es un honor aportarle a este país, a Cali, desde el conocimiento.

Diana Cuevas hace algo parecido. Hija de padres caleños, nació en el Estado Barinas de Venezuela. Es licenciada en educación, con maestría en educación, ambiente y desarrollo. A Cali llegó en 2016 y desde entonces se ha dedicado a la labor social: ha trabajado con niños en diversas fundaciones, ayudó a universitarios, actualmente es la representante legal de Unidos Colombia y Venezuela, una fundación con la que intenta organizar a la población venezolana en Cali.

Según estimaciones estatales, en la ciudad hay entre 45.000 y 90 mil venezolanos. En el censo que está recogiendo Diana hay 6000. Entre ellos 1000 son profesionales (médicos, abogados, ingenieros, entre otros), pero no todos han logrado ingresar al trabajo formal en Colombia. En parte porque no trajeron sus títulos apostillados para homologarlos en el país, y en parte también porque el Estado aún no establece mecanismos para absorber de manera eficaz la mano de obra calificada de los venezolanos. La mayoría de los que se ha ubicado laboralmente lo ha hecho gracias a amistades.

– Dentro de la población venezolana hay una mano de obra importante, que tiene títulos, incluso de universidades norteamericanas y europeas, pero en Colombia esa mano de obra no la hemos logrado capturar porque no hemos creado estímulos e incentivos para ello. En el caso de Chile, en cambio, el gobierno creó un programa para que los médicos venezolanos pudieran ser absorbidos por el sistema de salud chileno. Nosotros no hemos creado este tipo de mecanismos– advierte Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio Venezuela de la Universidad del Rosario.

Además absorber la mano de obra calificada de Venezuela no es tan malo como algunos gremios lo han querido mostrar, agrega Ronal.

– Todo país que logra recibir gente calificada termina expandiendo sectores que por la falta de mano de obra, se quedan entrabados. Por ejemplo la salud. Todavía hay deficiencia de especialistas en Colombia. Lo vemos al programar una cita, cada vez tarda más porque hay pocos médicos especializados. O en los municipios más pequeños simplemente no hay. Si esta mano de obra calificada de venezolanos se pusiese en lugares donde se requieren, mejoraría el acceso a servicios de la población. Incluso, se podrían crear empresas en negocios donde Colombia no tiene experiencia pero Venezuela sí. Sin embargo Colombia, repito, todavía no ha creado los mecanismos para absorber a los profesionales venezolanos y es una urgencia hacerlo. Hay venezolanos que se están preparando en el país y sin embargo deben irse a porque aquí les ponen talanqueras para trabajar.

El chef Jesús Bonilla, a través de Whatsapp, envía un mensaje como para que no queden dudas: “Los venezolanos queremos sumarle a Colombia”.

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