Carlos Lehder, el preso que simbolizó la lucha de EE.UU. contra el narcotráfico
Este quindiano, piloto y cofundador del Cartel de Medellín, fue durante 33 años el preso que simbolizó la lucha de EE.UU. contra el narcotráfico. Semblanza.
A Carlos Lehder Rivas, considerado a mediados de los 80 como uno de los hombres más ricos del mundo, lo sepultaron una promesa, un mito y un paso en falso.
La propuesta que le hizo a Alfonso López Michelsen de pagar la deuda externa, el mito de que contrataría a Diego Armando Maradona para el Deportes Quindío y el ‘paso en falso’ es como califican su incursión en política quienes estuvieron cerca del capo.
“Él se encochinó cuando se metió en política. Era un hombre accesible, generoso y buen patrón. Pero le pasó igual que a Escobar cuando decidió hacer política; todos, incluida la justicia, empezaron a averiguar por él”, dice uno de sus exempleados de la Posada Alemana.
Liberado a comienzos de esta semana tras 33 años en prisión, el menor de los hijos del ingeniero alemán Wilhelm Lehder, cuya impronta figura en varias edificaciones tradicionales del Quindío, empezó a los 15 años una vida turbulenta, tras la separación de sus padres.
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A esa edad integraba una red de contrabando y robo de autos en la capital del mundo y a los 23 años fue detenido por primera vez en Mineloa, Nueva York, por posesión de marihuana y enviado dos años a una cárcel en Connecticut.
Lejos de resocializarse, Lehder conoció tras las rejas a George Jung, curtido en el tráfico aéreo de marihuana desde Canadá hacia Estados Unidos, y empezaron a fraguar futuros negocios.
Los primeros dólares que ganaron los hicieron con el envío de cocaína desde Colombia a través de ‘mulas’, pero el propósito era incursionar en el transporte aéreo a gran escala.
La vida del capo
Obsesionado por los autos, el rock y las aeronaves, en 1977 recluta a Barry Kane, un piloto estadounidense con aeronave propia y en solo unos meses la sociedad de palabra nacida en una cárcel ya era la responsable del 80% de la cocaína que se consumía en EE.UU.
Víctima de su propio invento, la adicción de Jung a la cocaína acabó con la sociedad y en 1978 un Lehder más visionario compró una isla en las Bahamas e invierte cerca de un millón de dólares en el silencio de las autoridades locales.
Por eso, los norteamericanos se ensañaron con él, explica el experto en seguridad John Marulanda, porque fue la mano derecha de Escobar para que sirviera desde Cayo Norman, su isla en Bahamas, para el tránsito de drogas.
“Lehder creó un mito muy grande acerca del poder de los narcos en el Caribe; comprando islas y comprando funcionarios norteamericanos. Eso les dolió mucho a los estadounidenses que vieron corrompidas las autoridades aduaneras y aeroportuarias en muchos aeródromos en La Florida y quisieron sentar con él un ejemplo para otros narcos”, agrega Marulanda.
Terminada su preparación como piloto, Lehder creó un monopolio y diseñó las rutas de vuelos a baja altura para burlar los radares gringos. El dinero entraba por bultos y fue cuando propuso pagar la deuda externa de Colombia a cambio de acabar con el tratado de extradición con EE.UU. y surcar el cielo hacia Bahamas sin la persecución de las autoridades locales.
A mediados de 1978 se enteró que la DEA le seguía los pasos y preparó su regreso, recuerda una de las personas que trabajó en su esquema de seguridad. El 20 de noviembre de ese año llegó una carta a la Gobernación del Quindío anunciando la donación de una avioneta Piper por parte de la empresa Air Montes Co. Ltda y el filántropo era el presidente de la misma, Carlos Lehder Rivas.
Días después la aeronave aterrizó en el aeropuerto El Edén de Armenia y por costos y logística terminó parqueada en un hangar y legalizada como propiedad de la Gobernación del Quindío. Unos meses después fue subastada porque no había cómo sostenerla. Un testaferro de Lehder ganó la oferta.
Analistas aseguran que Lehder se dedicó en exclusiva al tráfico de drogas y no hizo parte de la lucha terrorista del narcotráfico contra el Estado y
la justicia colombiana.
En 1979 la DEA llegó a Cayo Norman, su paradisiaca isla cerca a Miami, pero el capo había sido avisado por informantes locales y preparó su salida hacia Colombia. De vuelta en suelo cuyabro, el socio del clan Ochoa y de Escobar apareció como un industrial y fue adquiriendo fábricas, empresas, fincas, lotes y haciendas que administraba a través de la firma ‘Cebú Quindío’.
El empresario de figura atlética, camisetas ajustadas al cuerpo y zapatos militares entre los que guardaba la bota del pantalón, era el mayor empleador del departamento y objeto de numerosos homenajes. Incluso, la sede del Círculo de Periodistas del Quindío, producto de su generosidad, se bautizó en su honor como Salón Bahamas.
Su joya más preciada fue la Posada Alemana, en la entrada a Salento, donde trasladó los paisajes de los Alpes a la tierra del café y levantó un imperio con caballerizas, zoológico, senderos e hizo un homenaje a su ídolo John Lennon con una estatua de tamaño original y una discoteca con su nombre, considerada la más moderna de América Latina.
El mal paso
Si el fin del mundo fuera en un día, sería muy parecido a lo que ocurrió esa mañana de 1983 en la escuela Fundadores de Montenegro. Empezaron a temblar los pupitres y los lápices de los niños de primaria caían al piso. Las ventanas vibraban de manera tenebrosa y un ruido ensordecedor simulaba una moto gigante con el acelerador a fondo cayendo del cielo.
Era la primera vez que aterrizaba un helicóptero en el pueblo y personas de todas las edades corrían en dirección al improvisado helipuerto. Tras bajar cajas llenas de arroz con pollo y otras con billetes de $500, el piloto iba por las calles saludando y anunciando el nacimiento de su Movimiento Cívico Latino Nacional.
Con su partido nacionalista y antiimperialista alcanzó a lanzar al escritor Luis Fernando Mejía de candidato presidencial, logró once curules en el Concejo de Armenia, dos diputados del Quindío y estaba a punto de llegar al Congreso cuando se emitió su orden de captura con fines de extradición.
Permaneció oculto en los Llanos Orientales hasta el 4 de febrero de 1987, cuando el llamado ‘El Henry Ford de la Cocaína’ llegó a una finca en Guarne (Antioquia) para una fiesta en la que también estaba invitada la Policía.
Horas después, aseguran muchas versiones que traicionado por Escobar en venganza por matar a uno de sus sicarios, iba rumbo a EE.UU. en un avión de la DEA donde fue condenado a cadena perpetua más 135 años.
Su pena la redujo a 55 años al delatar al dictador panameño Manuel Antonio Noriega, pero siempre exigió que no podían condenarlo a la pena mayor establecida en Colombia que era de 30 años.
“Carlos Lehder terminó de pagar su condena en marzo del 2007”, aseguró hace unos años a El País su abogado en EE.UU., Óscar Arroyave, pero los norteamericanos no le cumplieron.
“Los extraditados después de Lehder no hicieron política directamente sino que se involucraron con la clase política nacional y eso les permitía delatar y obtener beneficios. Mucha de esa información no se conoce pero EE.UU. la utilizará contra cualquiera en el momento que lo necesite”, asegura el analista y politólogo Fernando Giraldo.
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