CINE
Entrevista con el cineasta Fabián Hernández, su ópera prima 'Un varón' se estrena en Colombia
‘Un varón’, la película del director Fabián Hernández, producida por Manuel Ruiz Montealegre que se estrena en salas de cine este 13 de abril.
‘Un varón’, los hombres no lloran.
“Dentro del paquete de la masculinidad tóxica nos vendieron la idea de que hacerse respetar es pegar, hablar duro, matar”, es una de las frases más contundentes y que mejor resume la historia de ‘Un varón’, la película del director Fabián Hernández, producida por Manuel Ruiz Montealegre que se estrena en salas de cine este 13 de abril.
El cineasta Fabián Hernández aborda de manera profunda este tema en su ópera prima Un varón, que explora un poco su experiencia de niño y adolescente en las calles del centro de Bogotá y permite ver con otros ojos lo que allí ocurre, en un relato potente y emocional premiado internacionalmente, que le tomó varios años concretar.
Su relato sobre cómo la película se inspira en sus propias experiencias de adolescente es muy duro, pero también bastante honesto, pues en medio de las posibilidades en su contra, superó la violencia que hoy narra en su película.
La película, un coproducción entre Colombia, Francia, Holanda y Alemania, es producida por Manuel Ruiz Montealegre y Medio de Contención Producciones, en coproducción con RTVCPlay, marca del Sistema de Medios Públicos. Distribuida en el país por DOC:CO.
Fabián, ¿Quién es y cómo se convirtió en cineasta?
Soy el hijo de una familia humilde que decidió dedicarse al cine luego de una experiencia traumática que me sucedió el 24 de diciembre del 2002. Crecí en la localidad de Los Mártires y de Santa Fe, de adolescente robaba en la calle y consumía y a los 14 o 15 ya no quería vivir. Ese día cuatro sayayines me llevaron a uno de los sótanos del Bronx y me torturaron por horas. No sé por qué me dejaron ir, pero me dijeron que si volvían a verme en esa calle me mataban. Fue entonces cuando empecé a ver el arte como una salida. Comencé a trabajar rápidamente en algunos rodajes, como técnico, como asistente de dirección, en lo que fuera. El cine se volvió una pasión muy fuerte, un llamado a expresar
cosas que quería decir sobre la vida. Ser cineasta era algo que jamás se concibió en mi hogar: aun hoy mis padres no entienden a qué me dedico.
¿Qué tipo de relatos le interesa contar?
A medida que uno va creciendo, va explorando en sus intereses y la adolescencia es un terreno definitivo en esa construcción, es allí donde se dan los relatos de iniciación. Mi propia adolescencia fue muy problemática, crucial, y tal vez por ello la considero como una etapa trascendental. Esa exploración se ha ido alimentando por un interés por la sociología, por lo político e institucional, por el feminismo, por mi reflexión acerca de la masculinidad hegemónica, tóxica en los barrios en los que crecí, y deseé hacer una película que retratará a las pandillas, pero no desde la perspectiva de que son malos o de que esos barrios son peligrosos.
¿De dónde nace la idea de la película?
Muchas de las situaciones que aparecen en la historia yo las viví. Me costaba mucho trabajo hablar de mi pasado. Finalmente lo hice a través de la película. Luego de reflexionar mucho en ese evento que marcó mi vida para siempre, decidí escribirlo, y de allí nació el germen de la película. Fue un ejercicio de memoria, de acordarme todo el tiempo de lo que había pasado. Durante el rodaje, cuando filmé algunas calles en las que tanto caminé y que nunca imaginé que filmaría, sentí una gran nostalgia, una emoción muy fuerte en mi vida.
¿Por qué el centro de Bogotá es escenario e incluso, protagonista de la película?
La película fue filmada en San Bernardo, Santa Fe, El Voto Nacional, La Estanzuela y Las Cruces porque estos barrios son definitivos en mi vida. Estas calles son el escenario que me inspiró para hacer la película. Fue allí, donde de adolescente me peleé, jugué fútbol, donde me quise volver ‘un varón’, donde robé, donde me atacaron. El trabajo de campo, en estos lugares que conozco muy bien, fue muy preciso, exacto. Hoy, aún vuelvo a visitarlas, porque mis padres siguen viviendo allí.
Ya que hablamos de varones, hablemos de la masculinidad. ¿Qué significa esa palabra para usted?
La idea de masculinidad o de feminidad son para mí construcciones políticas vivas, ficciones que se encarnan en nuestros cuerpos para hacer del binarismo casi un mandato, un protocolo social. Para mí es muy difícil definir la masculinidad, porque hay tantas versiones como personas en el mundo. Lo que pasa es que preformar una masculinidad dominante es un ejercicio que asegura unos privilegios sociales. Ese rol dominante es determinante para acceder al poder, a beneficios políticos, pero también
coarta las expresiones más sutiles, los matices tiernos de algunos hombres.
¿Los roles de género determinan nuestras decisiones?
Los roles de género que nos han impuesto han definido nuestras vidas en un sentido muy simple. De alguna forma nuestras decisiones parecen estar determinadas por otros que ya han decidido por nosotros. Desde nuestros gustos, nuestra sexualidad, nuestra forma de ver el cuerpo, los mandatos sociales de género nos llevan a una pobreza extrema en términos de diversidad. Yo creo que de ahí debe venir mucha frustración, dolor y rabia que nos habita.
El protagonista tiene una lucha interna entre hacerse respetar y querer estar con los suyos, abrazar a su madre. ¿Cuántas tonterías se hacen por “hacerse respetar”?
La lucha interna más grande que tiene el protagonista es por aceptar que no es ese macho que todos quieren que él sea, su tragedia está en no poder expresar libremente su fragilidad, su temor. No es fácil ir en contravía de las reglas sociales para un chico que está en un contexto como el de la película. El problema es la deformación que hay en la idea de hacerse respetar. Dentro del paquete de la masculinidad tóxica nos vendieron la idea de que hacerse respetar es pegar, hablar duro, matar.
¿Dónde y cómo encontró a sus protagonistas?
En las calles del barrio de mis padres. Para los protagonistas no había un director de casting, yo personalmente comencé a buscar, y en un concierto de rap encontré un grupo de break dance, todo el casting principal salió de allí. Eran chicos a quienes les gusta la danza, el movimiento con el cuerpo, y por ende ya tenían mucho como intérpretes. Pipe, el protagonista que encarna a Carlos, era revelador:
su presencia en medio de un grupo de hombres altos y acuerpados me llamó mucho la atención, también su manera de ‘performar’ la masculinidad.
El protagonista, asume elementos para verse más masculino: ropa grande, cortes de cabello ¿Un varón se centra en su transformación, en su lucha interna?
Yo quería que el personaje performara la masculinidad. Era clave ver ese desarrollo a lo largo de la película. Sé que lo logramos, que en esos momentos en que se rompe esa postura son clarísimos.
Carlos está en construcción todo el tiempo, no es un personaje que ya está definido, sino que sufre y se transforma, y al final de la película no resulta victimizado en la marginalidad: toma decisiones importantes y las asume con inteligencia.
¿Cómo sientes que la gente tomó la película en su estreno en el FICCI?
Fue una primera proyección muy emocionante para mí, para el público. Se logró algo que yo quería transmitir: la honestidad de la película, que sin rodeos se hablara de unos temas puntuales y sin caer en los estereotipos y en los clichés de gran parte del cine latinoamericano que aborda temas de marginalidad. Eso es parte muy importante de lo que el público se lleva al verla.