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En su libro más reciente, el escritor argentino Andrés Neuman descubre la nueva paternidad. | Foto: Foto: Jimena Cortés

LITERATURA

Discípulo de su hijo: la nueva paternidad del escritor argentino Andrés Neuman

En su libro más reciente, el escritor argentino Andrés Neuman descubre la nueva patertinidad.

23 de febrero de 2023 Por: Juan Camilo Rincón, especial para El País

Un registro afectivo sobre el proceso del hijo que está creciendo en la panza de la madre. La escritura sobre el día a día de quien que se encuentra por primera vez con la paternidad. Los aprendizajes de un hombre que descubre, en ese niño por nacer, los miedos, las preocupaciones, las expectativas y las deudas que tenemos como sociedad. Eso es ‘Umbilical’, el libro más reciente del autor argentino Andrés Neuman.

El ganador de los premios Herralde, Alfaguara y Rómulo Gallegos hace un recorrido colmado de metáforas con las que expresa sus sensaciones e impresiones como padre primerizo. Todo aquello que se le va revelando en el bebé que viene en camino es, también, el camino que transitamos los seres humanos, atravesados por preguntas, sueños y miedos que podríamos resolver si observáramos con mayor atención las nuevas vidas en formación. Un libro para repensar la paternidad desde un mundo narrativo que tiene todo por contar.

Este libro surgió a partir de anotaciones que usted iba haciendo como padre primerizo sobre todo el proceso del embarazo de su pareja. ¿Ha pensado seguir escribiendo sobre el crecimiento del niño y sobre este diálogo que, al final, es el diálogo de todos los padres con sus hijos?

Claro, es un diálogo que se ha ido colectivizando. La primera parte del libro, “El imaginado”, narra el embarazo, la gestación y el nacimiento, pero la segunda parte del libro, que se llama “El aparecido”, ya empieza a trabajar por esa línea que dices: los primeros baños, los primeros pañales, los primeros gateos, balbuceos y desemboca en esa tercera parte medio delirante que es el monólogo del propio bebé, y el libro da el salto de lo formalmente autobiográfico a lo puramente conjetural. Es ahí cuando se rompe con la forma del diario porque opera solamente la fantasía.

Ahora, día a día estoy viviendo un montón de otras primeras veces, primeros pasos que son cronológicamente posteriores al final de este libro. Igual que me pasó con las notas previas, con el manuscrito de ‘Umbilical’, un poco sin querer, sin una intención, sin un plan, he seguido escribiendo sobre mi hijo pero vuelven a ser notas íntimas y salidas de las pequeñas epifanías diarias de la convivencia con el niño y me vuelve a pasar un poco lo mismo: no sé si desembocarán en otro libro porque me gusta la sensación de que me voy encontrando con los libros. Más que la premeditación me gusta el resultado. Creo mucho en el lugar de llegada y no tanto en los lugares de partida, porque el punto de partida suele estar lleno de preconceptos, ideas rígidas, dogmas, y el punto de llegada es medio un accidente, una aventura. Me gustan más las conclusiones finales que los principios rectores y supongo que para criar a un niño pasa lo mismo. Quiero decir que los planes se van desbaratando, refutados por algo mejor o por algo más inevitable en el camino.

Tengo una cantidad de pequeñas notas que continúan cronológicamente ‘Umbilical’. No sé si se convertirán en un libro porque, nuevamente, no tengo la intención, igual que no tenía la intención al principio de publicar un libro sobre esto, sino que se me impuso de pronto como algo natural e inevitable. No sé hacia dónde terminarán apuntando estas notas. Claro, sería la continuación de este libro. Voy a seguir escribiendo para darle estas notas a mi hijo, seguro, porque son para él, para cuando pueda leerlas o para cuando yo no esté aquí, o las dos cosas.

¿Viste que toda conversación verdaderamente amorosa tiene algo de póstumo? También está eso. Si en algún momento, además de eso, se va formando una pequeña serie de entregas de libritos breves que acompañen el crecimiento de mi hijo, por lo menos hasta que tenga uso pleno de memoria, sería hermoso; bienvenido si eso ocurre. Pero lo fundamental se está produciendo en el otro lado de la página, en el aprendizaje de la paternidad porque lo que me interesaba no era solamente contar lo que él va aprendiendo, sino lo que me va enseñando. Es un diario de un padre que cuida a su hijo pero que, sobre todo, se va sintiendo cada vez más discípulo de su hijo.


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Es complejo ver lo poco preparados que están muchos hombres para lidiar con todo lo que implica tener y cuidar a un bebé, de hacerse cargo de una vida que no es la propia.

Totalmente. Eso es lo que me interesaba tanto literaria como vitalmente. Como decíamos, prácticamente no hay literatura sobre padres y bebés. La pregunta sería: ¿por qué? Creo que los factores son múltiples. La razón más obvia es la biológica, pero eso no alcanza para explicarlo, porque la maternidad también es un fenómeno biológico, y nuestras visiones críticas y literarias sobre la maternidad han cambiado radicalmente. En términos obstétricos el proceso no ha cambiado demasiado desde el inicio de los tiempos, por no decir que permanece prácticamente idéntico. Pero la gran transformación está en la perspectiva desde las mujeres de las cavernas hasta las intelectuales actuales, las sucesivas olas del feminismo, las literaturas de otras maternidades, de no maternidades, de las autodenominadas “malas madres”.


Y la necesidad de una transformación de la mirada y el ejercicio mismo de la paternidad…

Es que nos hemos ido autosugestionando y terminamos asimilando este discurso tóxico de las malas comedias donde un hombre se queda solo con una criatura y sucede una catástrofe. Ese modelo de: la mamá se va de casa y se inicia el desastre porque el padre, por supuesto, es torpe, nunca se ocupó de esas cosas y no sabe. Ese es el resumen de nuestra predisposición, que es aprendida, entrenada. Yo creía que me gustaban los niños a partir de cierta edad. Hasta conocer a mi hijo yo creía ser uno de esos muchos hombres a quienes les gustan los niños, pero cuando empiezan a hablar, a razonar, cuando ya tienen una cierta noción de la educación social, de comportarse en sociedad. Cuando entra la domesticación, entonces ya podemos arreglarnos. Entonces, poco a poco me fui dando cuenta, al convivir con nuestro bebé -y esto es importante como punto de partida de ‘Umbilical’- de que un bebé es, de cierto modo, el reverso del patriarcado; es el horror de la autoimagen del varón.

Lo es porque no puede pero, sobre todo, todavía no necesita pasar por la razón. Es un sujeto preverbal; es decir, que elude, vive sin los dos pilares de la identidad cultural de todo varón pensante: verbo y razón. El verbo que inicia todo en la Biblia, y la razón como clave del pensamiento occidental, patriarcal, como queramos llamarlo. Un bebé se saca de encima todo eso, no tiene filtro emocional, no está adiestrado todavía en la represión de los sentimientos y es todo llanto. Así contraviene por completo la identidad aprendida del varón que consiste en esta especie de admiración por el estoicismo. Todo el prestigio del varón tradicional se basa, como se dice en Argentina, en que “se la banca”. Es decir: sabe sufrir en silencio, resiste, tiene una especie de nobleza silenciosa.

En el año 2009, Andrés Neuman obtuvo el Premio Alfaguara de Novela por ‘El viajero del siglo’, también fue finalista del Premio Rómulo Gallegos.

También está eso que usted decía alguna vez sobre la ausencia de referentes literarios y cinematográficos alrededor de otras formas de paternidad.

Vayamos de nuevo al cine que es tan sintético de las emociones colectivas, que las congela en una imagen o en un personaje. Digamos que para el cine el hombre carismático y de bien oscila entre Humphrey Bogart y Clint Eastwood. O sea, entre el hombre de pocas palabras, que es sentimental por dentro pero se guarda todo eso y es duro por fuera. Nos entrenan para admirar ese estoicismo y esa falta de fluidez emocional. Parece como si hubiera algo heroico en esa manera de ser. Todo ese discurso tóxico y muy limitante. Podemos discutir si es tóxico; pongamos que a alguien le parece adorable y genial el hombre que no habla de sus sentimientos, que no llora ni se expresa. No hay mucha salida en esos modelos. Hay algo profundamente restrictivo en esa manera de ser varón. Y un bebé te desbarata todo eso. No hay comunicación posible con un bebé desde esos principios. El bebé, por un lado, te devuelve la imagen de todo aquello para lo que no estamos preparados desde nuestra cultural emocional, no biológica. Por otra parte, y de ahí sale ‘Umbilical’, es un enorme campo de oportunidades, porque yo no sabía lo mucho que me gustaban los bebés hasta que tuvimos a nuestro hijo. Me sorprendió la comunicación tan plena que se puede tener con un sujeto que no tiene palabras, que desconoce la gramática, que no le importa la sintaxis, y se produce ahí un amor muy pleno que es un verdadero alivio porque te permite reiniciar tu identidad.

A la vez me puso delante de una pregunta que considero muy poética: ¿cómo se expresa un amor por alguien que no tiene palabras? ¿Qué otro tipo de lenguaje se inicia? ¿Qué clase de amor es ese que puede prescindir de lo verbal, y cómo transmitirlo literariamente? Esas me parecían preguntas que tienen mucho que ver con la propia naturaleza de lo poético, que es plantearse los límites del lenguaje, o el nombre de las cosas o las emociones o los acontecimientos que todavía no lo tienen. Acompañar los descubrimientos de una criatura que tiene todo el mundo por nombrar me parece extremadamente estimulante en lo literario, y eso era lo que se me impuso con esta paradoja. Todo conspira: lo biológico, lo cultural, la tradición literaria para que no sepamos muy bien cómo lidiar con los nacimientos y no sepamos construir un discurso colectivo, una conversación entre hombres y por lo tanto, tampoco una tradición literaria. Pero, al mismo tiempo, todo ese campo libre me parece tan fascinante de explorar que precisamente esa dificultad o esa falta de costumbre lo convierte en un terreno literario por excelencia.

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Está el asunto de la expectativa de que los padres reconozcan legalmente a sus hijos y, a la vez, esa necesidad de reconocerse en ellos. ¿Cómo funciona en su caso?

No me preocupan demasiado los parecidos de mi hijo conmigo. Siempre he pensado que se parece mucho a la madre, hasta que mi propio padre me mostró fotos mías de bebé y me dijo: cuidado que están estas fotos, fíjate. Y bueno, para mi sorpresa vi que hay muchos parecidos pero no con mi presente sino con el bebé que fui. Pero bueno, más allá de a quién se parece, que es una obsesión muy social, o sea, en cuanto tienes una hija o un hijo, todo el mundo te dice a quién se parece, te preguntan a quién se parece, hay todavía esa obsesión de la marca genética que tiene que ver por un lado, por supuesto, con la inseguridad atávica del papá. Hasta qué punto es el papá, es algo que tiene que ver con una tradición casi bíblica: ¿este será hijo mío? Pero que es una preocupación de la honra del varón. Eso fue derivando en otra cuestión que me parece más interesante analizar y ya no tiene que ver con la mater-paternidad biológica, sino con las expectativas de quién esperamos que sea la criatura.

Creo que si abusamos del ejercicio de los parecidos corremos el riesgo de hacer una lectura narcisista de nuestras criaturas. No lo digo como una condena moral; hay gente narcisista con y sin hijos. Puedes no tener hijos por razones de narcisismo, porque te quieres dedicar a ti mismo toda la vida, con todo derecho, y puedes tenerlos porque quieres que tengan tus valores, perpetuarte, que se te parezcan. Entonces hay idiotas con hijos y sin hijos, gente feliz con hijos y sin hijos. No compro para nada esa idea de que es más narcisista o más generoso tener o no tener hijos. No creo en la superioridad moral. El problema de ese narcisismo de querer verte en tu hijo es que te dificulta el ver quién es. Me interesa mucho más tratar de conocer quién diablos es mi hijo, qué clase de persona está siendo, ya es y va a ser, y no tanto ver qué sacó de la madre, qué sacó del padre, esta cosa del carácter. Porque esta atribución permanente, este reparto, como si descuartizáramos el alma de nuestro hijo y la repartiéramos entre la familia, tiene el mal humor de la tía, tiene la inteligencia del abuelo, le gustan los deportes como al papá, le gusta a música como a la mamá… y al final no le dejamos nada a la criatura; no dejamos que traiga nada propio.

Aunque yo mismo veo parecidos y no puedo evitarlo, trato de concentrarme en la diferencia, para tratar de saber quién es y poder conversar mejor con él. Me parece muy peligroso el juego de los parecidos por esa razón: porque de pronto utilizas a tu hijo como espejo y me imagino que eso dificulta el conocimiento profundo de esa personita abismal que se está formando, que nunca terminarás de conocer bien, a pesar de que haces todos los esfuerzos por conocerla.

¿El libro también podría interpelar a quienes no son padres o madres?

Aunque es un libro que parece estar disfrutando gente que tuvo hijos y quiere recordar, o gente que está por tener hijos o acaba de tenerlos, en realidad la inquietud de fondo es compartida por todas las personas, incluyendo aquellas que no tienen hijos, que fui yo hasta hace poco. Estuve un largo tiempo sin hijos, casi toda la vida, me encantó no tenerlos y sé muy bien cómo es la vida sin uno. Recuerdo incluso el fastidio que me producía el discurso de ciertas madres y padres desde su superioridad moral: no vas a saber nada de la vida hasta que tengas un hijo. Y bueno, los grandes genocidas de la historia eran padres de familia; no parecen haber aprendido la empatía, el respeto por la vida. No es verdad que por el hecho de tener un hijo de pronto comprendes todo. Y al mismo tiempo grandes artistas de la historia, por ejemplo Virginia Woolf, que redefinió la identidad del ciudadano mujer, ¡no tuvieron hijos! No es imprescindible para conocer la condición humana. Lo que es imprescindible son la curiosidad y la empatía, y hay gente que las tiene antes o después de tener hijos.

Siento que ‘Umbilical’ honra y a la vez se hace preguntas sobre ciertos actos de la memoria.

A lo que apunta es a una pregunta que no depende de los hijos: ¿cómo es posible que no recordemos los años más decisivos de nuestra existencia? Hemos naturalizado esto, es obvio, sabemos que no recordamos el momento más importante, que es nuestro nacimiento. Pero, ¿cómo puede ser? Es misteriosísimo que no recordemos el día que llegamos al mundo, el año que vivimos dentro de nuestra madre. Es alucinante: ¿cómo es que no recordamos años de caricias, de cuidados, de dolores o de sufrimientos, de miedos o de soledades?, ¿cómo no recordamos cuando empezamos a hablar?, ¿cómo puede ser que no recordemos cuando empezamos a caminar? El momento de ponerse bípedo, que es antropológicamente legendario, nadie lo recuerda. Entonces esto tiene que ver con la memoria de la especie. Ahí hay una elipsis increíble en la memoria humana que, de hecho, si no estuviera ese vacío, este silencio misterioso, no habría ni arte ni psicoanálisis ni nada. Muchas de nuestras creatividades y de nuestros agujeros negros y problemas proceden de cuando empezamos a recordar, la mayor parte de nuestra personalidad ya está hecha. Igual que los padres llegan tarde a la paternidad tradicionalmente, todo ser humano llega tarde a su propia conciencia.

¿Cómo han recibido las lectoras y los lectores este libro?

Me están pasando cosas hermosas: hablo con lectoras sin hijos que me dicen que el libro les hizo pensar mucho en sus padres. Hablo con muchas madres que me dicen que les resultó muy interesante leerlo porque es una manera de asomarse a las emociones y pensamientos de sus compañeros que, en el fragor del embarazo, del nacimiento, de los primeros meses de vida, de toda esa época que para las mujeres es tan exigente, tan dura y que las pone tan al límite de sus fuerzas, que no hay espacio, no tienen tiempo ni energías para hacer introspección en pareja y hablar de cómo se siente un hombre antes y después de un nacimiento; como que no es una prioridad y no es el momento. También estoy hablando con una gran cantidad de padres con los que estoy intercambiando emociones. Me ha pasado que voy por la calle, por la Gran Vía de Granada y me encuentro con un papá que lleva un carrito y tenía el libro ‘Umbilical’ debajo; lo saca y me dice que lo va leyendo mientras su hijo se queda dormido, mientras juega en el parque, cuando está en el banco, y que el libro los está acompañando mucho y de algún modo está propiciando conversaciones familiares lindas. Siento que los padres más jóvenes, por un lado, están usando el libro no como guía no soy capaz de guiar a nadie, no me guío ni a mí mismo sino como compañía.

¿Cómo podría entenderse el impacto de este tipo de narrativas en los padres escritores?

Un amigo periodista, colega tuyo que está por jubilarse y tiene una hija de unos treinta años -es decir, que vivió un momento de la historia de la paternidad y un momento del feminismo muy diferente al actual- me dijo que él salía siempre de trabajar corriendo para ir a bañar a su hija, y que, leyendo el libro, había pensado mucho en esa época que se la pasaba mirando ansiosamente la hora para iniciar el momento favorito que era ese hermoso momento ritual de bañar a la criatura. Yo lo interpreté como que él me estaba diciendo: es bueno que sepas que, aunque no han sido mayoría, siempre han existido padres que criaban y se ocupaban de sus hijos; no se crean que esto es una cosa del siglo XXI. A lo mejor no era un reparto del cincuenta por ciento, a lo mejor no éramos la mayoría, pero siempre hubo padres tiernos, cuidadores y que acompañan. Un poco ese era el mensaje entre líneas. Entonces le pregunté si en su trabajo en la radio hablaba de eso con sus compañeros, si con aquellos que tenían criaturas pequeñas hablaban de a qué temperatura debían poner el agua, si usar una esponja o la mano para frotar el cuerpo del bebé, cómo calentar la habitación cuando hacía frío, si bañaban a sus hijas antes o después de cenar. Él me sonrió con una mezcla de picardía y melancolía y respondió: hombre, lo hacíamos, pero no lo hablábamos. La cuestión no es pensar si hay sujetos excepcionales, ese pensamiento tan poco colectivo al que tendemos todavía los hombres, eso del héroe individual. No se trata de enumerar cuántos hombres en realidad dieron biberones, llevaron los carritos; no se trata de cuantificarlo. La pregunta es: ¿cómo ser capaces de construir una conversación colectiva, convertirlo en tema cotidiano en el trabajo y en nuestras vidas personales, y no tanto en la literatura? Entonces me quedo con esa frase: hombre, hacerlo, sí, pero hablarlo, no lo hablábamos. He ahí la diferencia, no en el hacer sino en el compartir. Estoy teniendo conversaciones muy lindas también con compañeros escritores que acaban de ser padres; decimos que sentimos ganas de escribir sobre esto.

Es adentrarse en otro terreno narrativo…

Exacto: ¿cómo abrir un campo literario nuevo que nos permita aprender otros costados de nuestra educación? Y por otro lado, ¿cómo releer la tradición? El otro día hablaba con un amigo de que la riquísima tradición del flâneur, que desde Baudelaire y de Allan Poe en adelante, de Thoreau, de todos los big names de la literatura, de los escritores que admiramos, Ian Sinclair hoy en día, hay un montón de nombres que podemos decir que han teorizado el caminar, pero es un caminar masculino y por eso ahora se está investigando la tradición de las flâneuses.

Hay un libro que salió en España hace un par de años sobre la tradición de las caminadoras, de las paseantes, pero que todavía no hemos abierto: la tradición de las o los caminantes con un niño pequeño. Cómo cambia el pasear con un carrito, con una mochila, con un niño en brazos; cambia todo: los recorridos, los puntos de atención, los puntos de vulnerabilidad, por dónde vas, qué te interesa ver. Con un carrito y una criatura en brazos la ciudad empieza de nuevo, es otra. No solamente porque transportas a otro ser humano, sino por el punto de vista de ese otro ser humano. Yo vivo en una ciudad llena de fuentes y sí, me parecían bonitas, pero mi hijo, que las ama, me ha hecho caminar la ciudad en busca de las fuentes. De pronto las fuentes, los árboles o el cielo adquieren una importancia extraordinaria por una criatura que desde un carrito, está mirando hacia el cielo o hacia arriba, y que en tus brazos tiene un punto de vista que tú no te puedes imaginar. Ahora, cuando camino con mi hijo, me paso el día agachándome o moviendo la cabeza para tratar de ver exactamente lo que él ve. Así me doy cuenta de que no conozco la ciudad. Mirar el mundo, ahora que camina y corre a noventa centímetros de altura, condiciona totalmente tus focos de atención y de interés. Miran a otra parte, no solo porque hay una sensibilidad diferente, sino porque están físicamente en otro lugar. Todo esto permite releer nuestra tradición literaria también: igual que la mater-paternidad abre un abismo en el futuro y te hace releer el pasado. Desde el punto de vista literario el nacimiento de una vida abre un campo de escritura distinto pero también permite leer desde otros lugares lo que llamamos tradición literaria. Por eso me parece tan fascinante.

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