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LITERATURA COLOMBIANA

El escritor José Zuleta Ortiz habla de 'Lo que no fue dicho', su primera novela autobiográfica

José Zuleta Ortiz acaba de publicar 'Lo que no fue dicho', su primera novela, donde hace un retrato entrañable de sus padres y narra su juventud aventurera, llena de amigos y poesía.

6 de junio de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta
En ‘Lo que no fue dicho’, el escritor José Zuleta Ortiz se adentra en los conflictos familiares y en la belleza de la infancia, al mismo tiempo logra recrear una juventud extraordinaria en Cali y el Pacífico, rica en aventuras, amigos y amores. | Foto: Foto: Bernardo Peña / Gaceta

La infancia podría definirse así: una época cuando se tiene poca o ninguna experiencia del mundo, por lo que es apenas normal —para cualquier niño curioso— preguntar a sus padres cómo era la vida antes de que él naciera. Aunque otros, no conformes con las historias familiares, buscan saciar su curiosidad en los libros, algo que siempre tiene consecuencias inesperadas. Pero, cuando llega la juventud y son los padres quienes piden a su hijo que les cuente cómo ha sido su vida —sobre todo cuando ellos estuvieron ausentes—, esto solo quiere decir que, ese hijo en particular, ha llevado una existencia fuera de lo común, viajando a lugares inhóspitos, conociendo personajes únicos y experimentando los oficios más diversos, hechos que podrían componer una auténtica novela de aventuras. Ese hijo aventurero es José Zuleta Ortiz y el relato de su extraordinaria vida se encuentra en ‘Lo que no fue dicho’, su primera novela, publicada a sus casi 60 años, después de una vida dedicado a esculpir poemas y cuentos.

La novela empieza con una noticia funesta para el escritor y protagonista de ‘Lo que no fue dicho’. Su madre, María del Rosario Ortiz Santos, acaba de morir. La misma mujer de la que se separó en su infancia, cuando tenía tres años y solo volvió a ver más de veinte años después. Él se encuentra en Lisboa, y desde esas calles empedradas por donde caminara Fernando Pessoa acompañado de todos sus heterónimos, decide cumplir póstumamente la última petición de su madre. Alejada de su hijo por muchos años, después del reencuentro y diagnosticada de cáncer, María del Rosario inicialmente solicitó los servicios de su hijo para que escribiera su biografía, pero en el proceso decide abandonar ese propósito vanidoso: “Ya no quiero que escribas mi novela, mejor cuéntame tú, cuéntame”. En el poco tiempo compartido con su hijo alcanzó a percibir que ese escritor había llevado una vida memorable que ella ignoraba. José promete contárselo todo al regreso de su viaje a Europa, pero ya no hubo más oportunidades en esta vida.

Así abre y cierra la novela, como dibujando una parábola que empieza en un punto alto, luego desciende y asciende para ubicarse, finalmente, un poco más adelante, a la misma altura. Esa trayectoria es el relato de “una vida nómada, nómada, sin tribu”, que su madre “nunca escuchó”. Desde otra perspectiva, ‘Lo que no fue dicho’ también es el libro que el padre del autor, el filósofo Estanislao Zuleta Velásquez, hubiera deseado leer. En uno de los capítulos más conmovedores de la novela, José cuenta que una tarde caminando por los jardines de la Universidad del Valle, Estanislao le preguntó:

—Tú escribes, ¿cierto?
—Sí.
—Me gustaría leer lo que escribes.
—Escribo para mí, nadie ha leído lo que escribo.
—Eso está bien, pero me daría alegría leerte.
—Voy a mirar qué puedo darte a leer. No sé si entenderás, escribo en libretas y tengo letra de niño de tercero de primaria.


Contrario a lo que sucede en la parábola del hijo pródigo, en esta novela son los padres quienes en algún momento buscan a su vástago y, como un deber incumplido, tratan de hacerse cargo de él, pero este se niega a perder su libertad a cambio de una ilusión de estabilidad. En este sentido, a nivel narrativo, los padres son unas figuras tutelares y controvertidas, que impulsan como una reacción los actos que llevan al protagonista a vivir de una forma más intensa la vida. La única figura que está por encima de la crítica infalible, que José Zuleta Ortiz aplica a su círculo familiar, es su abuela Margarita, la madre de Estanislao Zuleta Velásquez. Esta entrañable mujer de algún modo reúne las ideas de belleza y ética que el escritor después encontrará sustentadas en la filosofía de Epicuro, Margarita también será la única fuente de inocencia y amor a la que el joven rebelde desea regresar. Algo que, como el caso de las peticiones de sus padres, solo podrá cumplir a través de la escritura.

Dentro del marco de este mapa familiar se encuentra el verdadero cuerpo narrativo de ‘Lo que no fue dicho’, los capítulos que José dedica a sus años infancia y juventud como “nómada, sin tribu”. Su vida después de huir de la casa que compartía con su padre y sus hermanos. Aquí están los diferentes viajes y oficios, los amigos y amores, la pobreza y la libertad que formarán el carácter y la sensibilidad del escritor que será en el futuro.

De los múltiples viajes y oficios que realiza José en su novela, una imagen que podría resumir la poesía de esta vida singular, es cuando trabajó de ayudante en un camión de mudanzas y tuvo la oportunidad de llevar un circo entero de Cali a Medellín. En un alto de la carretera el señor Roland (dueño del circo) dejó salir de su jaula a las palomas amaestradas, “volaron, el camión reanudó su marcha. Nos siguieron, las buscábamos en el cielo, aparecían y desaparecían, piruetas, trazos blancos, se alejaban del camión, regresaban, volaban a nuestra altura un momento, luego se esfumaban”. Kilómetros después, “ante un aplauso del señor Roland, las palomas descendieron y se posaron en el brazo extendido de su dueño”.

Otra imagen memorable puede ser aquella de cuando se fue a vivir a Mulatos, una isla del Pacífico donde trabajó como pescador y mensajero entre los manglares. En esos paisajes paradisiacos, durante sus horas libres, colgado en su hamaca, José leyó a Dostoyevski, Kafka, Rulfo, Capote y McCullers. A medida que crece y conoce más personas, el joven también se inicia en los goces y riesgos del sexo, guiado por mujeres amorosas y misteriosas que encuentra en las circunstancias más estimulantes, y acompañado a esto, se interna en la vida nocturna de una ciudad como Cali, que para entonces estaba llena de personajes legendarios.

En términos formales, la historia de ‘Lo que no fue dicho’ parte de unas motivaciones afectivas precisas, propias de la novela familiar, para desembocar en una serie de vivencias que corresponden a la tipología del “viaje sentimental” y la novela de formación. Esto se complementa con una estructura narrativa digna de resaltar, puesto que la trama familiar y la vivencial forman un círculo narrativo de una fluidez sorprendente. Además, el libro está enriquecido por un recurso hipertextual a través del cual su autor incluye fragmentos de diarios y otros escritos en el cuerpo de la narración, así aparecen fragmentos de sus poemas y cuentos, como de los escritos de su padre. Al final, como un ejercicio poético, la estructura narrativa obedece a la motivación afectiva del autor, y en un cambio de primera a segunda persona, el narrador termina recreando con destreza esa última conversación con su madre. Esa tensión, entre los afectos familiares y las experiencias de mundo, hace de esta novela una narración híbrida donde la vocación literaria de su protagonista emerge con el genio necesario para convertir su propia vida, más allá de conflictos íntimos y limitaciones económicas, en una obra de arte.

Después de vivir una infancia donde tenía que rezar a escondidas “para no molestar al padre ateo que Dios me dio”, y conociendo una madre aún más crítica de cualquier apariencia, que afirmaba: “no pertenezco al mundo de nadie y menos al de presidentes, directores de periódicos, embajadores y todas esas indignidades”; entonces para el protagonista de ‘Lo que no fue dicho’, el sentido de la existencia se torna más estético y podría resumirse con este ‘Adagia’ de Wallace Stevens: “cuando se ha abandonado la creencia en Dios, la poesía es esa esencia que toma su lugar como redención de la vida”.

Desde una ciudad que experimenta la crisis social y política más profunda de los últimos años, José Zuleta Ortiz, escritor nacido en Bogotá, pero radicado desde su infancia en Cali, habla del proceso creativo de ‘Lo que no fue dicho’ y cómo la propia vida se convierte en literatura.

—¿Qué lo motivó a escribir una novela autobiográfica, en la que retrataría a sus padres?

La motivación principal fue la muerte de mi madre. Ese fue el detonante. En el primer capítulo se dice explícitamente: “Yo debía contar cómo había sido mi vida sin ella, mi infancia sin ella. Ahora frente al hecho rotundo de su muerte, mi vida ignorada se impone con una nitidez nueva. Como una vindicación, como una canción que hay que cantar”.
—¿Cómo logró encontrar esa forma narrativa entre autobiografía y novela de formación, y al mismo tiempo memoria familiar?

Durante los últimos veinticinco años he escrito cinco libros que suman ochenta y tantos cuentos y unas setecientas cincuenta páginas. Algunos son autobiográficos; en ellos intenté un tono narrativo en el que la propia vida es el combustible que enciende la historia. En esta novela utilicé un recurso que ya había usado y con el que me siento cómodo.

—Publica su primera novela casi a los 60 años, de modo que como dijo Umberto Eco cuando publicó ‘El nombre de la rosa’ sobre los 50 años, es usted un novelista joven, ¿por qué le tomó todo este tiempo terminar ‘Lo que no fue dicho’?

He intentado otras novelas que no he publicado. Esta me tomó un poco más de dos años. La terminé en enero de este año.

—¿Por qué escogió este título para su novela, de alguna forma busca aludir con él a que esta es su versión de la vida y unos personajes, como sus padres, de los que hasta ahora se creía saberlo todo?

Esta novela tiene que ver con lo que ocurrió con mi madre. Ella no alcanzó a escuchar mi historia. Murió antes de conocerla. Al comienzo lo digo: “cuando tenía tres años mis padres se separaron y no la volví a ver ni a saber nada de ella hasta que tuve veintisiete. Mucho después, una vida después, me buscó. Estaba enferma. Quería contarme su vida y que yo le contara la mía”. El tema de la novela no es mi padre, Estanislao Zuleta, el tema es mi vida, el tema es Cali, es el mundo del ajedrez, la noche caleña. La calle del pecado, el pacífico: Mulatos, Gorgona, Los farallones, la amistad, el amor. La literatura como destino, la poesía como lente para ver el mundo.

—En la novela, a través de su abuela Margarita, nos enteramos de que su abuelo Estanislao Zuleta Ferrer tenía parentesco con Jorge Isaacs, ya que la madre del autor de ‘María’ fue Manuela Ferrer Escarpeta. Usted menciona que su padre rechazaba la novela de Isaacs por sentimental y melodramática, no obstante, siguiendo el consejo de su abuela usted la leyó, ¿qué le pareció en ese momento ‘María’?

Es una novela entrañable, es una historia en la que el Valle del Cauca es el protagonista. Una novela que funda un territorio. Tiene muchos detractores, algunos dicen que en ella hay una idealización de las relaciones entre esclavos y amos, que es bucólica y sentimental, etc. etc. Pienso que es una novela que funda al Valle y en ese sentido es la opera prima de esta tierra.

—Más que padre o madre, en su infancia usted tuvo sobre todo abuela, ella es un personaje lleno de ingenio y poesía en la novela ¿cómo considera que ella influyó en su interés por la poesía y el arte?

La novela está dedicada a ella. Fue una persona que sin proponérselo me ayudó a ser. Su carácter y su manera de ver la vida fue muy importante para lo que hice de mi vida. Su manera de asumir la existencia y de gozarla fue inspiradora. Ella decía frases desconcertantes, de una profundidad que solo la vida y un sentido crítico-lúdico-irónico pueden producir, frases como: “No te repitas, vive todo lo que puedas, no te repitas”. O “Ten el valor de no ser trascendental”. O “Un cierre es un tren que hace la carrilera a medida que avanza”, o este aforismo sobre el existencialismo: “El existencialismo puede y suele amargar la existencia”.

—La novela también describe cómo fue vivir por fuera de la escolaridad, siguiendo las ideas de su padre sobre una educación distinta, algo que hoy podría relacionarse con el homeschooling. Me gustaría saber, ¿hubiera preferido seguir la educación tradicional? Después de una vida riquísima en experiencias, ¿qué críticas y bondades podría reconocer de esa educación sui generis que recibió? ¿Está de acuerdo con la perspectiva de la educación que promovía su padre, considera que aún son valiosas sus ideas?

No sé qué habría sido preferible, no tengo cómo comparar. Hay gente que ha padecido el colegio y también gente que lo ha gozado. La mayoría lo gozan y lo sufren, como tiende a ser todo; desde el amor hasta un partido de futbol. A estas alturas creo que lo mejor que me pudo haber pasado es lo que me ha pasado. En cuanto a las ideas de mi padre sobre la educación, considero que están vigentes. En el movimiento de los jóvenes que protestan hoy se puede sentir plenamente. Oigo en las marchas algunas de sus ideas, veo en las redes y en grafitis frases suyas, grafitis como: “Nos educan para ser esclavos”. O “no se trata de cambiar de pastor, se trata de dejar de ser ovejas”. O este fragmento del Elogio de la dificultad que sostenía una madre en una marcha de Cali: “En medio del pesimismo de nuestra época surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado”, ese texto tiene cuarenta años y parece escrito ayer.

—En diferentes ocasiones, como cuenta en la novela, frente a la posibilidad de establecerse con una mujer que lo ama, usted opta por responder como Bartleby y emprender nuevos rumbos, ¿por qué huyó del amor, del algún modo, temía terminar en una relación como la de sus padres?

Esta no es una autobiografía, es una novela. Y en ella hay ficción. Lo que cuento no es todo como fue, ni todo lo que fue. En este libro lo más importante es la búsqueda estética. El amor es definitivo para ese propósito; tomé de mi historia algunas experiencias y las recreé con el ánimo de lograr verdad y belleza. Que es lo que me motiva a escribir literatura.

—En un pasaje de la novela usted escribe: “Mi idea de la familia era la de una prisión confortable y superada. Palabras dulces y expectativas imposibles de alcanzar”. En este sentido, ¿‘Lo que no fue dicho’ puede leerse como la historia de una familia que critica el concepto de familia?

Hay un momento en el que se cuestiona la institución familiar desde un punto de vista muy particular: la de un muchacho de quince años que se va de la casa. Y ese acto es vivido como un nacimiento. Creo que la familia es una institución en crisis y en trasformación, como casi todo lo humano. La literatura está haciendo una reflexión sobre el tema de la familia desde su origen mismo: Edipo rey, Antígona, las historias de José en la Biblia, pasando por Hamlet, Los hermanos Karamazov, Los Buddenbrook y un largo etc.

Recientemente leí dos novelas que abordan el tema con gran valentía: ‘Apegos feroces’ de Vivian Gornick, y ‘Tiempo muerto’ de Margarita García Robayo. En mi novela se plantea que las rupturas familiares pueden ser una liberación. No necesariamente una tragedia. Pueden ser una feliz liberación mutua: los padres se liberan y los hijos también. Como sucede con algunas rupturas de pareja en las cuales ambos ganan.

—¿Considera que en su novela también hay una crítica de la idea de éxito material, de la vanidad y el prestigio, de la vida como una acumulación de bienes? ¿En este sentido estaría de acuerdo con las ideas de su padre respecto al fracaso, la dificultad y la vida como un ideal de libertad y aventura?

En la novela no se toma partido por nada. La novela es un escenario distinto al ensayo que es el territorio de mi padre. Respecto al tema del dinero, hay dos posiciones contrarias en esta historia: la de la abuela que lo considera esencial y un medio para los placeres de la vida, y para poner en práctica los postulados de Epicuro. Y la del padre para el cual el dinero es algo sucio, impuro, un instrumento de compra del tiempo, de la vida ajena, una trampa mortal para las aspiraciones humanas. No se juzga ninguna de las dos, están allí coexistiendo. El dinero es un asunto interesante pues a todo el mundo atañe. Y en dos de los personajes de la historia: mi padre y su madre, la relación con el dinero es un rasgo de la personalidad; que obedece a posturas contrapuestas frente a la vida. Se trata de un asunto que fue definitivo para sus vidas.

—Respecto a ese encargo de su madre para escribir su biografía, ¿finalmente logró realizarlo o esta novela es una forma de llevarlo a cabo?

Es una manera de hacerlo. No plenamente, desde luego. Ella, como digo al comienzo, “ya no tenía consigo la canción”. Hice lo que pude con las “estrofas” que recordaba.

—Después de conocer más a fondo a su madre en sus últimos días, ¿cuál es la imagen que conserva hoy de ella?

Fue una mujer compleja. Divertida, aguda, ácida y dulce, crítica, orgullosa y de un tesón admirable. Irreverente con su entorno; al final arriesgo una descripción con cuatro palabras: “Una chispa de hielo”.

—Aunque la novela, empieza y termina con el misterio de su madre, a lo largo de las páginas su padre, Estanislao Zuleta, es protagonista, con quien mantuvo una relación conflictiva. De hecho, usted se rebeló contra la autoridad de su padre a muy corta edad, pero esto no impidió la admiración y el cariño, ¿este libro de algún modo es una reconciliación póstuma con su padre?

He tenido, como todos los hijos de todos los padres, una relación ambigua y oscilante con mi padre. Trabajé desde 1985 —antes de su muerte que ocurrió en 1990— hasta hoy, en la recuperación edición y divulgación de su obra: diecinueve libros. De modo que mi reconciliación fue en vida. Como son las mejores reconciliaciones. Las que dan alegría mutua. Las póstumas son reconciliaciones cojas, suelen ser amargas.

—¿Considera que la novela contiene algunas infidencias sobre su familia, teme de algún modo reacciones al respecto?

La novela pretende ser una obra literaria, no una colección de chismes, nada de lo que se cuenta es nuevo. Por otra parte nadie es ofendido ni lastimado. Hay verdad, sí, sin ningún resentimiento, todo lo contrario: la novela es una celebración de lo vivido. Un acto de gratitud. Es una acción de gracias.

—Su padre nunca leyó sus escritos, ¿qué cree que pensaría Estanislao Zuleta de esta novela?

Ni idea. Eso que preguntas pertenece al orden de la adivinación. Pero para hacer caso a tal necedad, me aventuro a adivinar que habría gozado.

—¿Cómo fue el proceso de escritura a partir de sus diarios?

Desde los diez años hago notas. Más que diarios escribo recuerdos. Pensamientos. Ocurrencias. Sueños. Cosas que oigo. Es una costumbre de muchos escritores; suele ser útil para lo que se escribe, tienen el valor de la impresión inmediata, una suerte de nitidez que en muchos casos es reveladora y muy poderosa a la hora de llevarla a la novela, o al cuento. Este hábito desarrolla también la exigencia de la precisión y la economía de las palabras. Y suele ser una dichosa despensa para lo que se escribe.

—Su obra se compone de poemas, cuentos y ahora novela, ¿cómo es su relación con cada uno de estos géneros?

Son géneros que, en mi caso, requieren distintas disposiciones anímicas y distintas relaciones temporales: los poemas suelen ser iluminaciones, provienen de visiones, de pequeños milagros, de una particular disposición a jugar y explorar las posibilidades del lenguaje. Los cuentos son una pasión; armar un cuento es un juego con la realidad, con los designios caprichosos de las vidas de los personajes y con la propia experiencia. Es el género que más me gusta y el que más he intentado. La novela es un género muy permisivo, más arduo en cuanto al tiempo que debes estar en la obra, me refiero a que te obliga a pasarte a vivir a ella mientras la construyes. En la poesía y el cuento puedes ser un huésped de paso, la novela te exige visa de residente.

—¿Para esta novela tuvo en cuenta alguna obra precedente donde su personaje también sea un joven que abandona su casa para conocer el mundo?

Conscientemente no. En ella menciono una novela que fue muy importante en mi juventud: ‘Martin Eden’, de Jack London, que es una novela de formación. Hay muchos libros y muchas vidas que tienen ese carácter, la mía es una de ellas. Una más.

—¿Qué considera es lo más difícil de escribir sobre los propios padres y la familia? ¿Qué recomendaciones le daría a alguien que pretenda abordar este tema?

Aconsejar cómo se hace es imposible. Uno mismo no sabe muy bien cómo lo hizo. Cada quién debe intentarlo como pueda, como sienta. De acuerdo a la propia experiencia y a la calidad, intensidad y particularidad de esa experiencia. En esta novela si bien hay un hilo conductor que es la propia vida, o apartes de ella, el asunto importante es la calidad literaria. Lo que me importa es que en ella el lector disfrute más de la música, de las imágenes, del humor y la belleza que pueda encontrar, que de la anécdota. El argumento es un pretexto para que el lector esté en la novela; lo que me interesa es lo que pueda hacer sentir, las reflexiones que pueda suscitar, y el gozo que pueda proporcionar su lectura.

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