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'Erik el Rojo', la historia del vikingo que descubrió América, escrita por Tulio Fernández Mendoza

Esta es la historia del explorador noruego Erik el Rojo, el vikingo que protagonizó el primer encuentro con el Nuevo Mundo, una proeza que maravilló a los nórdicos quinientos años antes de Cristóbal Colón arribara a nuestro continente. Se trata de un evento conocido por pocos y narrado aquí con el encanto de las viejas sagas, por el escritor caleño Tulio Fernández Mendoza. Así inicia la historia de ‘El vikingo que descubrió América’.

28 de marzo de 2023 Por: Tulio Fernández Mendoza, especial para Gaceta

Así que te gustan las historias de viajes y guerreros, ¿eh? ¿Miras a los cielos preguntándote por las aventuras que depara tu camino? Quizá eres curioso como Odín, padre de los dioses, quien cambió uno de sus ojos por conocimiento y se ahorcó durante nueve noches con sus días en busca de sabiduría. Él también es el dios de los viajeros y, siempre que emprendemos una nueva travesía, nos encomendamos a su mirada.

Pero tal vez eres fuerte como el poderoso Thor, su hijo y dios del trueno, quien con su martillo ilumina el firmamento durante las oscuras tormentas y protege no solo el reino de los dioses (Asgard) sino también el nuestro (Midgard) de los ataques de gigantes y troles que aguardan su oportunidad para destruirlo todo a su paso.

O quizá eres astuto como Loki, maestro del engaño. A diferencia de Thor, no usa sus músculos, sino un arma más aguda, filosa y peligrosa: las ideas. Sus palabras pueden tener el mismo poder del martillo de Thor y la lanza de Odín; pueden incluso ser más venenosas y caóticas que la fuerza de todos los gigantes juntos.

No temas, acércate un poco, afortunado sea este día en el que nos encontramos en un camino tan lejos de casa… ¿Podría ser que provengas de otras tierras? Yo vengo del Norte, donde adoramos a estos seres, pero quizá tú sigues al dios de los cristianos, que fue crucificado y resucitado, o tal vez al de los musulmanes, la arena y el desierto.

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Eso no importa ahora. Ya sea por la gracia de mis dioses o del tuyo, nos encontramos hoy para compartir el tesoro más importante que tenemos… No, no hablo del oro, ni de las grandes edificaciones que muchas veces saqueamos; no hablo de la seda o de los adornos tallados en mármol, las piedras preciosas o las tierras para cultivar y establecerse; ni siquiera de los reinos que conforman el universo, la mayoría vedados para nosotros, pero que algunos de los dioses recorren, explorándolos y aprendiendo de ellos.

Te hablo del mayor don: las historias. Son ellas las que construyen y destruyen universos; son nuestras palabras y nuestra astucia el mejor regalo que nos dio Odín cuando nos otorgó la vida, aunque puede estar envenenado, pues podría ser usado tanto para la bondad como para el daño. Una palabra, un sonido articulado entre los labios de los tiempos, nos condena o salva. Tal es su poder.

Y tengo muchas para contarte. Ves un rostro anciano, pero cada una de mis arrugas ha visto batallas y viajes. Te hablaré de los dioses, la historia del universo y las aventuras que ocurrieron y ocurrirán; también de mi propia vida y de cómo, al igual que Odín, perdí un ojo mientras peleaba armado de mi espada y hacha frente a hombres que al matar envié al salón de los guerreros caídos: el Valhalla, una tierra en donde todos los días hay combates y grandes banquetes.

Pero, más allá de los dioses y sus proezas, te hablaré de quien los desafió y descubrió un mundo desconocido hasta entonces. Un hombre de fuego, cuya alma parecía brillar con una flama inmortal capaz de contagiar a quienes lo conocimos, convirtiéndose en leyenda. Su nombre no solo resonaría en Asgard, sino que también quedaría grabado en los hilos del destino.

Antes de que Cristóbal Colón, con sus carabelas, armaduras, arcabuces y caballos, pisara el Nuevo Mundo; antes de la caída de los imperios azteca e inca; antes de que un tal Magallanes le diera la vuelta al mundo por primera vez y de que los ingleses conquistaran el norte combatiendo con los valientes apaches, esta tierra ya había sido descubierta… Quinientos inviernos antes de que estos hombres llegaran desde otro continente, las orillas y tierras americanas fueron exploradas por primera vez por un vikingo, y yo te hablaré de él. De su vida, sus aventuras, sus proezas, y de cómo su descendencia, su propia sangre, seguiría su legado y el desafío a los mismos dioses al internarse en una tierra que había sido vedada y escondida para los habitantes de Midgard.

Te contaré la historia de Erik, el Rojo.

NORUEGA

El hacha y las runas recorrieron playas y bosques de un nuevo mundo luego de atravesar mares feroces y vencer el terror a lo desconocido. Quien las trajo fue un guerrero, viajero y explorador excepcional que fue guiado por su destino a un lugar muy lejano de la tierra que lo vio nacer.

Pero antes de seguir con su historia debemos hablar de su nacimiento, porque todos los hombres y mujeres que hemos admirado y amado, que son fuertes, poderosos o famosos, fueron alguna vez bebés; débiles e indefensos, llorones y mocosos que se debían valer de sus padres para sobrevivir.

El día que nació sería recordado por una extraña tormenta que azotó su pueblo. La tarde era carmesí, oscura como la sangre, y los rayos empezaron a surcar el cielo de manera continua, sin parar, uno tras otro, mientras fuertes vientos golpeaban las casas.

Durante el ocaso, una mujer embarazada empezó a gritar que había llegado la hora de dar a luz. Mi mamá era una bjargrygr; es decir, la partera del pueblo, y su labor era asegurarse de que todo saliera bien. A pesar de que no se permitían hombres en ese momento, como yo era pequeño, mamá siempre me llevaba con ella a contemplar el inicio de una nueva vida.

Afuera de la choza los hombres estaban maravillados por la tormenta: no caía ni una gota de agua, pero el ruido del viento era ensordecedor. Bien se sabe que el causante de esta era
Thor, ¿pero a qué se debía que no lloviera? Se dice que cuando ocurre la borrasca y el rayo y el trueno están presentes, es porque el dios está peleando contra sus enemigos o porque está montado en su carruaje, el cual es arrastrado por dos cabras mágicas y carga calderos de bronce que, al chocarse, producen los ruidos de la tempestad.

Si no caían gotas de agua, era porque no estaba combatiendo contra sus enemigos, los gigantes de escarcha, pues muchas veces el sudor que estos dejaban era la lluvia que caía del cielo. A pesar de ello, el sonido del trueno se oía como si el cielo se fuera a desplomar, y los rayos surcaban el firmamento tantas veces y con tanta claridad que parecía el más soleado de los días.

Pronto, la idea se convirtió en rumor; y el rumor, en afirmación que pasó de boca en boca. Thor visitaba el pueblo. Era la única explicación para el ruido del trueno causado por su transporte; para el cielo rojo, como su barba, y los rayos, cuyas ramificaciones se asemejaban a Yggdrasil, el Árbol del Mundo que contiene los nueve reinos existentes en el universo.

Mientras tanto, la mujer seguía pujando. Su vientre tenía dibujados símbolos y runas de parto para que el alumbramiento fuera exitoso. Aparte de mi madre, varias mujeres observaban el proceso entonando cánticos y alabanzas a las dísir, pidiendo que le dieran fuerzas a la joven.

La futura madre se retorcía de dolor, pues era la primera vez que daba a luz. Muchas de las presentes habían oído los rumores sobre la llegada del dios al pueblo y sentían su presencia, a pesar de que los dioses solo son visibles si desean ser vistos. Astrid, mi mamá, se acercó a la mujer que lloraba mientras murmuraba «Quema, quema», una y otra vez.

—Ten fuerza —le dijo mi madre—. Thor nos visita y tu hijo será afortunado entre dioses y hombres.
A pesar del dolor, la mujer sonrió e hizo un esfuerzo final.

El niño nació en el mismo momento en que el último trueno rugió con fuerza, como si quisiera atravesar todos los reinos que componen el universo.

Mi mamá fue la primera persona en cargar al nuevo morador de Midgard. El bebé lloró con la fuerza del trueno y las mujeres respiraron aliviadas al saber que había nacido sano y fuerte.

La nueva madre, extenuada y al límite de sus fuerzas, contemplaba con ternura y sonreía a ese ser que tanto había anhelado. Cuando lo acercaron a su regazo se dio cuenta de que tenía el pelo de color rojo intenso, como si fuera una pequeña llama.

—El fuego marca tu nacimiento —susurró—, es el reflejo del espíritu que guiará tu vida, hijo mío.

Lo besó y abrazó acunándolo contra su pecho. Luego lo devolvió a mi mamá diciendo que estaba muy agotada. Tiempo después, se diría que la mujer fue incapaz de aguantar el fuego que traía consigo el bebé y que moriría en medio de dolores atroces, pero yo estuve ahí y puedo decir que partió con una sonrisa en los labios, feliz de haber traído a ese niño al mundo.

Cuando Thorvald, el padre de la criatura, entró a la choza y vio a la mujer, se arrodilló junto a ella, la besó y lloró amargamente. Secó sus lágrimas, se acercó al niño y lo tomó.

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El bebé no lloraba. Thorvald lo examinó buscando algún desperfecto. Si lo veía enfermizo o deforme, podía abandonarlo a su suerte y a la de los dioses. Sin embargo, no había ser más rebosante de vida como aquel que lo miraba curioso bajo el brillante mechón rojo. Finalmente, se lo entregó a mi madre para que lo cuidara.

Desde que un nórdico nace, se enfrenta a su primera prueba. Debe sobrevivir nueve días para tener su propio nombre. Muchos bebés morían antes, ya fuera por el difícil clima o porque nacían muy débiles. Tan pronto se cumplió el plazo, Thorvald tomó una rama que simulaba ser el árbol Yggdrasil, la sumergió en agua y roció al niño con ella.

—Los dioses han venido a mí en sueños y me han susurrado tu nombre. Se repetirá una y otra vez hasta el Ragnarok, la batalla del fin de los tiempos; serás «líder», «gobernante único», te llamarás… Erik.

Así fue el nacimiento de Erik, el Rojo.

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