LITERATURA
La escritora argentina Dolores Reyes habla de 'Cometierra' su novela publicada en Colombia
La escritora argentina Dolores Reyes cuenta detalles de su novela ‘Cometierra’, publicada por primera vez en Colombia. Una mujer a la que le han arrebatado todo busca la verdad en las entrañas del mundo.
Rebeca Buendía comía tierra húmeda del patio y cal de las paredes, vicio que practicaba a escondidas de sus padres. Cometierra, por el contrario, sin conciencia de culpa aunque con absoluta incomodidad, se encuentra azarosamente con el don de adivinar cuando traga tierra. El apodo de la joven protagonista da título a la primera novela de la escritora argentina Dolores Reyes, que llega a Colombia con Rey Naranjo Editores.
Con cada bocado, Cometierra logra ver los lugares donde se encuentran los cadáveres de varias mujeres que han desaparecido en el barrio violento y abandonado donde reside. La tierra le da ojos nuevos para saber “cuánto duele el aviso de los cuerpos robados”.
Su madre, víctima de feminicidio. Su hermano, la complicidad. Un policía, el descubrimiento del amor y la posibilidad de tener algo para sí. Es la historia de una joven que se hace una con la tierra para ver, explicar y vincularse. Una novela en clave casi poética sobre las relaciones fraternas, el desamparo y la resistencia al olvido.
—¿De qué manera su trabajo con el lenguaje les da voz a las víctimas en esta novela?
Era algo que tenía pensado de manera muy consciente. Yo quería relatar un tema que el arte y la literatura vienen trabajando: el de las mujeres asesinadas por violencias masculinas. Siento que este tema ha sido muy abordado por el arte y la literatura —no solo desde el policial o el género negro; por ejemplo, este cuento de Borges, “La intrusa”—. En la pintura hay muchos asesinatos o raptos de cuerpos de mujeres, siempre desde una mirada que yo veía como muy masculina y de afuera. Quise hacer todo lo contrario: narrar desde una voz femenina, desde la experiencia de haber perdido a alguien muy cercano. Cambio la perspectiva desde donde se cuenta y lo hago con la hija de un feminicidio, alguien que ha vivido en carne propia el costo emocional tremendo de la falta de una mujer, que en este caso es su madre. Tuve que hacer un trabajo de construcción de un estado de lengua muy importante que diera cuenta de esas voces.
—Cometierra va “evolucionando” en su capacidad para adivinar a medida que se enfrenta a cada caso. ¿Cómo construyó ese aspecto del personaje?
Ella descubre ese poder en el peor momento de su vida, cuando es muy chica y de repente vienen con la noticia de que su mamá está muerta. Es lo peor que te puede pasar en la infancia. No se me ocurre algo más tremendo porque es una interrupción violenta. Ahí ella plantea algo: quiero que la entierren acá en la tierra que conocemos mamá y yo. Hasta eso le niegan: tenés que ir al cementerio, dejarla ahí. Ella siente que se la están robando por segunda vez. Pone las manos en la tierra y empieza a tragar como una forma de guardarse algo de esa madre, en el único lugar en el mundo que siente que no se lo pueden sacar, que es adentro del cuerpo. Cierra los ojos y tiene la primera visión. Entonces va a probar si funciona: busca el lugar donde ella se paraba siempre sobre la tierra, y funciona porque a partir de lo que ve hace un dibujo. Eso la expone muchísimo a nivel barrial porque la policía encuentra ese cuerpo en el mismo lugar y tal como ella lo había dibujado. Se corre la voz y le empiezan a llevar botellas con tierra. En este ensayo-error de cómo funciona va manejando el don con mayor claridad. Pienso que, más que evolucionar en su poder, lo que evoluciona es ella en relación con ese poder. Va sabiendo y viendo más claramente cómo funciona.
—La tierra misma también se apropia de ciertos momentos de la narración. ¿Por qué escogió ese elemento en particular?
Hay algo ahí que es del orden del poder de las mujeres: la tierra como principio femenino. De alguna forma hay una premisa de la tierra que habitamos toda la vida, que nos conoce y sabe de nosotros, como si fuésemos dejando una huella que es parte de nuestra historia, de nuestra experiencia o incluso del alma. Ella los pone en vínculo y aprende a leer lo que la tierra está mostrando. Hay una cuestión de la tierra como lugar de conocimiento femenino porque es la dadora de vida y la que recibe los cuerpos cuando mueren, más allá de la voluntad de los violentos de separar los cuerpos de sus seres queridos. Ahí está la tierra que sabe.
—Me hizo pensar en ‘2666’ de Roberto Bolaño, donde hay una lista de más de cien mujeres asesinadas que terminan siendo meros datos numéricos. En ‘Cometierra’ uno ve el detalle y la angustia de cada caso.
Bolaño veía cosas que no veía casi nadie y era muy sutil. En ‘Los detectives salvajes’ hay una mujer independiente que decide irse y dedicarse a la poesía, y para vivir sola en una sociedad tan violenta tenía que estar armada. Por ejemplo, una de las hermanas Font se defiende y saca un cuchillo ante una posible violación. Siempre sentí que él, desde lo más sutil hasta esa bestialidad de ‘2666’, estaba muy avanzado en mirar la violencia hacia los cuerpos femeninos. En la parte de las víctimas que trata la novela hay un efecto de acumulación infernal que da cuenta del horror en el norte de México; es una tras otra y no importa. Por ejemplo, aparece el cuerpo de una niña de trece años, el cana está ahí fumándose un pucho y no le importa nada. Bolaño era muy sutil a la hora de significar pese a lo bestial de lo que contaba.
—La novela se siente muy orgánica: los pies, el agua, los cuerpos, el hambre, el pasto. ¿Cómo edificó esa esencia narrativa?
Traté de construir un relato muy próximo y sensorial. Muchas veces, mientras la escribía, trataba de meterme en el cuerpo de Cometierra para ver qué sentía ella realmente. Eso crea una proximidad para el lector, un estar ahí, acompañarla. Hay algo que siento en referencia a los cuerpos de las mujeres, siempre trabajadas en relación con la vista desde la mirada masculina; una especie de dictadura de lo visual. Es esto tan terrible de la mirada contundente y violenta sobre los cuerpos femeninos durante el desarrollo, el crecimiento, el pasaje de la infancia a la adolescencia. Hay una carga muy pesada, todos te están mirando el cuerpo mutar. Entonces traté de correrla un poco de ahí para narrar su experiencia transitada con los cinco sentidos: el olfato, la audición de la música, el gusto y en particular el desarrollo sobre la temperatura, el sabor de la tierra.
"A Colombia la segunda parte de la novela va a llegar en abril, seguramente. Ya la escribí y ahora está en la última etapa de corrección. Hay una cuestión de ecualizar todas las voces, pero la historia en sí, dónde abre, cómo termina y todo lo que es trama, ya está cocinadísimo", comenta la escritora Dolores Reyes.
–El personaje de la seño Ana es un símbolo casi maternal para la protagonista. Siendo usted también profesora, ¿cómo lo desarrolló y por qué tiene un lugar tan especial en la historia?
Me gusta muchísimo porque hay algo entre las dos: Cometierra no quiere que se vaya del todo y la seño Ana tampoco quiere irse, entonces vuelven a juntarse siempre en sueños, en un territorio muy onírico que, por eso mismo, es muy rico. Está la cuestión maternal, sobre todo al principio cuando la seño Ana muere. En ese entonces Cometierra era chica, pero una va creciendo y la otra no. La seño Ana queda fija en esa edad para siempre, mientras la protagonista va creciendo y empiezan a hablar desde otros lugares, mucho más próximas, porque una ya tiene diecisiete y la otra veintitrés. Ana también es una suerte de fantasma y a medida que pasa el tiempo Cometierra se va alejando de esa figura maternal que por momentos es bastante monstruosa y pesada.
—Cometierra está desarraigada de todo, pero en la tierra encuentra una manera de vincularse a algo.
Además no sabe si la casa es de ella, pero de la tierra ahí abajo sí está totalmente segura. Ese terreno es suyo; después, lo que construyen arriba, lo que habitan es otra cosa, pero la tierra es de ella. Es un personaje muy fuerte que se identifica en esta suerte de orfandad con el laurel que trataron de arrancar, y en realidad creció y se expandió como una fuerza muy vital y en crecimiento que hubiese sido fácil arrancar desde chiquita pero bueno, nadie lo hizo. Ya está ahí. Es que la tierra de Latinoamérica da lugar a una naturaleza desbordada… ¡Tenemos una pasionaria comiéndose la casa! A veces es difícil explicarles a los traductores de lugares muy distintos: ¡las plantas se están comiendo la pared de la casa! No les cabe en la cabeza.
—Leyendo la novela sentí un aire a series como ‘True detective’, ‘The sinner’…
Me da mucha risa porque cuando salió ‘Cometierra’ yo nunca había visto ninguna de las dos, pero me insistieron tanto que terminé viéndolas. No completas, solo algunos capítulos que me gustaron; me cuesta mucho engancharme con las series. A esta novela la están trabajando para hacerla serie; eso está bastante avanzado. Algunos libreros amigos me cuentan que a veces les preguntan: ¿ya está la segunda temporada de ‘Cometierra’? A Colombia la segunda parte de la novela va a llegar en abril, seguramente. Ya la escribí y ahora está en la última etapa de corrección. Hay una cuestión de ecualizar todas las voces, pero la historia en sí, dónde abre, cómo termina y todo lo que es trama, ya está cocinadísimo.
—Es que usted deja algunos cabos sueltos. Pienso en las sagas de personajes como el Zurdo Mendieta de Élmer Mendoza o Mario Conde de Leonardo Padura. ¿Va a haber una saga de ‘Cometierra’?
Yo venía escribiendo cuentos, algunos relacionados con feminicidios. En un momento, cuando apareció el inicio con este personaje, era algo que no podía cerrar y sentí que necesitaba más desarrollo de escritura, eso que dices de los cabos sueltos. Nunca pensé escribir una saga pero ahora me está pasando que avanzo un montón, cierro, van apareciendo personajes nuevos, van creciendo, van pasando cosas y la historia continúa de alguna forma. Seguramente habrá una saga. Lo que no quiero es que sea forzada.
—¿A cuáles escritoras colombianas ha leído?
A Gloria Susana Esquivel la he leído; la conocí la primera vez que vine, en el Hay Festival de Cartagena en 2020. Soy muy lectora de Marvel Moreno; no conseguía los libros y ahora, rumbo a la Feria del Zócalo en México, hice parada en Bogotá, estaba uno de sus libros y me lo llevé maravillada. Quiero leer a escritoras vivas, además de Margarita García Robayo, que vive en Argentina y es muy leída allá. Sigo ávida de seguir incorporando lecturas. Me recomendaron ‘El asedio animal’ y lo compré; es una voz increíble la de Vanessa Londoño, de gran fuerza. Me gusta además la temática animal que está resonando en muchas escritoras. Pienso en ‘El matrimonio de los peces rojos’ de la mexicana Guadalupe Nettel, como que hay algo que se cuenta muy fácil ahí desde el mundo animal y que nos señala un montón.