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Las raíces de la mitología femenina, diálogo con la escritora Susana Castellanos de Zubiría
La escritora Susana Castellanos de Zubiría propone una lectura sobre la influencia en la cotidianidad de las imágenes simbólicas creadas sobre la fascinación y el temor hacia las mujeres.
Hay un monólogo más largo, impredecible y caótico que el de Molly Bloom en ‘Ulises’, es un monólogo colectivo formado por la corriente de conciencia femenina en la historia, la voz original que desde el principio de los tiempos está narrándose a sí misma y, en su relato, convocados por la palabra aparecen el mundo y la naturaleza, sus creaturas animales y humanas, en sucesivas líneas de germinación-evolución-extinción.
Al principio, la conciencia de la mujer determinó con sus designios el porvenir, ella condenaba o bendecía el destino universal con un “Sí” o un “No”. Desde los primeros hallazgos de cultos religiosos en el Paleolítico, como la Venus de Willendorf que representaba la fertilidad garante de la especie, pasando por las hechiceras y brujas, hasta las vampiresas y mujeres fatales (devoradoras de hombres) que sedujeron la imaginación romántica, en el fondo de la simbología femenina se encuentra la diosa madre que es cuna y sepultura de la humanidad.
Por eso, Molly Bloom —en su aparente condición de debilidad— termina decidiendo la felicidad de su esposo, que estuvo a la deriva por una ciudad —como estuvo Ulises en el mar—, convirtiéndose —todavía en el siglo XX— en Penélope y Circe juntas cuando desemboca en este final: «el corazón le corría como loco y sí dije sí quiero Sí». Palabras que podrían tejerse sin sutura visible con las de Susana Castellanos de Zubiría en su libro ‘Diosas, brujas y vampiresas: manifestaciones del poder femenino’, el monólogo erudito donde analiza las múltiples metamorfosis que ha tomado esta conciencia a lo largo de la historia y según las culturas, formas simbólicas que hoy son completamente vigentes.
«Es en estas mujeres marginales, extremas, en el feroz brillo de sus impulsos salvajes, que se puede llegar a intuir el secreto que guardan las otras, las domésticas, dulces y caseras, porque solo las mujeres apasionadas, mortales, hechiceras, diosas o vampiresas, llegaron a reconocer como propios sus deseos, dando así rienda suelta a su verdadera identidad», escribe Castellanos de Zubiría.
Por, ¿por qué fue necesario reunir a todas estas diosas, hechiceras, brujas, hadas, elfas, vírgenes, súcubos y ‘monstruas’ que la imaginación humana fue nombrando en su intento por definir el misterio femenino? Porque la voz que abrió el relato del mundo —Enheduanna, sacerdotisa sumeria, quien hace 20 mil años cantó a la diosa Luna, es la primera autora de la que existe registro— fue silenciada por su creación. El hombre, a pesar del temor reverencial a la naturaleza femenina, impuso su lógica para dominar y relegó el protagonismo de la mujer en la historia. Entonces, ellas fueron obligadas a narrarse a sí mismas desde otra conciencia que las sometió, y en la forma de brujas fueron perseguidas por siglos y aun en la actualidad.
Como evidencia la escritora, «la caza de brujas está lejos de ser cosa del pasado (…) en África, Centroamérica o Asia el calificativo sigue arrastrando un temor ancestral que puede ser mortal. En Tanzania, solo en la segunda mitad del siglo XX se ejecutaron a más personas por brujas que durante toda la Inquisición europea. En India, entre 2000 y 2016, la policía registró 2500 asesinatos por sospechas de brujería».
No obstante, el eco del poder femenino nunca se apagó del todo, la fuerza ctónica y telúrica de sus orígenes parecer estar regresando, con todas sus manifestaciones de libertad, amor y sabiduría, creación y destrucción.
Susana Castellanos de Zubiría, especialista en historia del arte y las religiones, lleva décadas rastreando diosas y ‘monstruas’ en todas las tradiciones culturales, encontrando los vasos comunicantes del eterno femenino que toma nuevos rumbos en el presente, por lo que en su ensayo se arriesga a plantear una hipótesis sobre el legado simbólico de las mujeres y sus posibilidades para el futuro. La autora se centra en la imagen condenada de la bruja, que «ha adquirido gran vitalidad y una renovada interpretación en algunos grupo feministas que han llegado a verlas incluso como líderes rebeldes, mártires de una sociedad patriarcal que las oprimió y estigmatizó».
Pero, contrario a la descripción que algunas leyendas hacen de las brujas, «una anciana, fea y arrugada; de mirada penetrante y sabia, solitaria y marginal; habitante de una covacha en un lugar lejano», la bruja de hoy es un ser «que ha trascendido las banalidades mundanas y que sabe de sobra que el mundo exterior no tiene nada que ofrecerle. Ha dejado atrás pasiones y odios. Los ha vivido todos y ya casi los ha olvidado. No quiere impresionar a nadie. No existe nada mejor que su propia compañía, sus animales y sus pocas cosas. El tiempo que le quede será para concentrarse en lo que le interesa: mantener vivas arcanas tradiciones ancestrales, secretos mágicos de la naturaleza que le legaron sus mayores. En eso radican su fuerza y su poder. (…) Sin proponérselo, su independencia, su soledad y su marginalidad la han convertido en rebelde. Como dice el gran poema de Doris Lessing, ella, “que tiene su alegría en soledad, ha vencido al mundo”».
La autora de ‘Mujeres perversas en la historia’, ‘Amores malditos’ y ‘De cómo el diablo adquirió sus cuernos’, recuerda cómo observando la independencia con que su madre y su abuela la criaron, solas y en circunstancias difíciles, reconoció el gran poder de las mujeres. Solo entonces se preguntó, ¿de qué raíces germina ese poderío? Y, buscando entre la tierra, encontró las palabras de un monólogo ancestral.
—¿Cómo nació su interés por la simbología femenina?
Es un tema que me ha apasionado siempre, pero como una lectura de lo femenino no convencional. Yo estudié literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá, y cuando fui a hacer mi tesis de grado comencé a desarrollar esta inquietud, que ya tenía desde mucho antes. Sucede que cuando uno estudia literatura todo está muy marcado por personajes masculinos, y yo venía de una casa que era un matriarcado donde la independencia de pensamiento fue muy importante. Vivía con mi mamá, mi abuela y mi tía abuela, todas mujeres independientes. Entonces, el tema de la autonomía femenina, asociado con lo espiritual y lo religioso, así como con lo peligroso, porque las mujeres son complejas, es algo que he experimentado siempre y me interesó muy temprano en la vida. Todas estas representaciones femeninas, son personajes que relaciono directamente con mi familia, fueron inquietudes que conservo desde la niñez y que ya en la universidad se consolidaron. Quizá por la marginalidad emocional frente a otras representaciones, es que yo a los 4 años ya tenía una abuela y una madre divorciadas, que se convirtieron en figuras muy fuertes para mí. Todo esto determinó que en mi tesis de grado no escogiera un autor, sino un tema específico que fue ‘La bruja como verbalización de los poderes de la tierra’, que de hecho fue laureada en su momento, obteniendo un Premio Otto de Greiff. Pero más que un documento académico, se trató del principio de una búsqueda sobre mí misma y de lo femenino desde una perspectiva diferente.
De alguna manera, este interés se mantuvo a lo largo de mi vida hasta la publicación de la primera edición de este libro, que era ‘Diosas, brujas y vampiresas: el miedo visceral del hombre a la mujer’ (2009), pero muchos años después el tema siguió inquietándome y lo reescribí dándole el nuevo enfoque de ‘Manifestaciones del poder femenino’. Entre la primera y la edición actual pasaron alrededor de 13 años.
—¿Qué determinó el cambio de enfoque?
Creo que se debe a mi propia evolución sobre la mirada a lo femenino. Hace más de una década tenía más interés por cómo nos ven, por eso la primera edición hace énfasis en cómo ha sido vista la mujer, principalmente por la mirada masculina. Y, en la nueva edición, hago una introspección, es decir, asumo una mirada propia para descubrir cómo lo que desde un ángulo se entiende como peligrosidad, desde el otro representa una fuerza. Por eso, ahora incluí muchas diosas que no estaban en la primera edición, que solo abordaba deidades de la noche, ahora encuentras diosas en general, las más representativas de diferentes culturas que consideré pertinentes, incluso está la figura de la virgen, con la que he tenido una relación ambivalente y que ha sido todo un proceso para mí asimilarla.
Después de tanto tiempo, reconocí el poderío en la virgen, que es básicamente la diosa que asume un poder femenino en el cielo. Solo viéndola así, y no como una negación de la sexualidad femenina —que es como lo entendí por muchos años—, nació un interés genuino en mí, cuando descubrí que era una continuación de muchas otras diosas.
—Pero, la bruja es quizá la representación que más ha estudiado, ¿cómo ha evolucionado esta imagen femenina?
Podemos partir de que tenemos hechiceras y brujas. Las hechiceras son estas mujeres poderosas, asociadas con la naturaleza, que han existido prácticamente en todas las culturas. Encontramos mujeres cuyo poder está relacionado con la tierra, la noche, la Luna, como Circe y Medea en la tradición clásica, que tienen su componente peligroso, son hermosas y seductoras, realmente muy fuertes. Se encuentran también en las culturas del norte de Europa, entre nórdicos y celtas. Ellas son las que a principios de la edad moderna, siglos XVI y XVII van a ser denominadas como brujas, pero aquí evidenciamos una demonización de estas figuras femeninas.
La bruja en estricto sentido histórico son esas mujeres acusadas de ser amantes de Satán, y a las que va a perseguir la Inquisición. En el imaginario popular, cuando pasan de hechiceras a brujas, estas mujeres ya se verán viejas y feas, aunque conservan esa dicotomía que vemos en la bruja de Blancanieves, una mujer hermosísima que puede transformarse en anciana. Por eso en diferentes culturas podemos encontrar triadas femeninas, la jovencita, la madura y la anciana, tres estados de lo femenino con diferentes poderes. Aun siendo brujas tendrán un dominio sobre la pasión y el amor, de donde surgen los amarres, esos hechizos particulares para conservar un hombre a su lado. Pero las brujas también están asociadas al concepto del destino, como las Moiras en la Antigua Grecia, esas diosas que nacieron ancianas y tejían la vida de los humanos, por lo que son igualmente sabias. Esta clase de brujas experimentadas no son débiles, no se debilitan por las pasiones humanas como sí les pasa a las hechiceras.
Esto puede interpretarse de una forma interesante, porque la mujer madura, que ya no está interesada en seducir, que cruzó todos los niveles, va a tener una fuerza y un poder superior, porque no hay nada que la debilite. Tengamos en cuenta que a los personajes femeninos, incluso a las diosas, lo que más las debilita es el amor, bien sea el amor a sus hijos, a su marido, la necesidad de ser deseadas… Excepto las diosas vírgenes como Atenea, Artemisa, Hestia, que son deidades integrales, sin puntos débiles. Lo interesante de la bruja es que siendo vieja y fea, ha superado estas experiencias adquiriendo sabiduría y fuerza, asociándose con la tierra y los poderes irracionales, por lo tanto, a lo atemporal y la autonomía. Ellas viven en covachas solas, nada les importa y se ríen de todo. La risa de bruja, donde la encontremos, en tiras cómicas y dibujos animados, es la manifestación de insubordinación por excelencia, porque rompe los principios básicos de solemnidad.
Recuerde esa referencia que hace Umberto Eco en ‘El nombre de la rosa’, sobre lo peligrosa que es la risa, y también Kundera, en ‘El libro de la risa y el olvido’, menciona que este acto subvierte el orden establecido. En ese sentido, la risa convierte a las brujas en personajes anárquicos, por lo que, entre otras características, me parecen fascinantes.
—¿Qué influencia tiene el imaginario alrededor de la bruja en la mujer de hoy?
Hay muchas lecturas de la bruja, así como hay muchas mujeres que están buscando identificarse con su independencia, mientras otras siguen temerosas de su propio poder. Pero, entre todas estas miradas, la bruja siempre está asociada con el poder de la autonomía y el criterio propio, algo que, desde hace unos 200 años se viene explorando con intensidad. Me refiero a la bruja en sentido metafórico, porque si hablamos de las brujas históricas, todas estas mujeres que quemaron en la Inquisición no estaban pensando en representar nada de esto, es más bien algo que hemos hecho en la actualidad con ellas, así como pasa con los héroes. Son el tiempo y la leyenda los encargados de mitificarlos, por eso la literatura es tan importante para darle más fuerza y amplitud a sus historias, de allí surge la posibilidad de repensar y releer estos símbolos.
Pienso que la figura de la bruja está pasando por un fenómeno similar al que tuvo la figura del diablo en el siglo XIX, cuando fue repensada por los poetas románticos y pasó de ser la representación del mal —como se entendía en la Edad Media—, a ser el héroe rebelde. La bruja, por su parte, viene de ser rechazada, perseguida como símbolo del mal, para ser reinterpretada como representación de la autonomía, liberación, no dependencia, sabiduría y ruptura de los esquemas.
—En este sentido, ¿las formas del temor a lo femenino se mantienen?
Se mantienen, porque los ámbitos tradicionales de lo femenino, asociados a lo doméstico y privado, en el interior de las casas, siguen vigentes. Cuando las mujeres salen de allí y empiezan a ejercer poder sobre lo público, reinas, emperatrices, entre otras, siempre han despertado temor. Pero esto tiene que ver con la relación que se ha establecido ancestralmente entre lo femenino, la noche, la Luna, lo intuitivo, lo subterráneo, lo pasional… Es cierto que no todas las mujeres actúan de forma pasional, pero hay muchas que sí, dejándose llevar por impulsos salvajes, rompiendo los cánones racionales, lo que puede ser visto como un poder y también como algo peligroso, y sobre todo, impredecible. El carácter de impredecible de lo femenino es un aspecto que despierta temor constante, por eso las Moiras griegas eran mujeres, puesto que el destino es impredecible, no lo puedes controlar. Por mucho poder que tengas, no sabes lo que va a pasar. Por ejemplo, Apolo, que controla los oráculos, siendo un dios racional, no puede manejar el destino. Con todo su poder y conocimiento, al final es tan vulnerable al destino como todos.
De modo que esa naturaleza inestable no puede dejar de despertar temor, porque la lectura desde lo racional que ha exaltado la humanidad en los últimos siglos, aquella forma de pensar no tiene explicaciones para esto, para los impulsos de la pasión, para la creatividad, para el miedo al más allá… y es allí donde aparecen estos personajes femeninos, y algunos masculinos, llenando a nivel simbólico los espacios donde la razón no alcanza a llegar.
Pero, a nivel histórico, cuando mujeres han detentado el poder, igualmente han inspirado temor, porque se piensa que van a desenvolverse guiadas por sus pasiones y no por la razón. Y, para completar, la historia resalta más a personajes como Mesalina, considerada una devoradora de hombres, pero que no necesariamente fue así. Hay otros personajes femeninos apasionantes, como Livia, la primera esposa del emperador Octavio Augusto, quien según algunas fuentes controlaba el imperio y era una mujer absolutamente racional. Otra, como Agripina, fue también muy racional, o Teodora, la esposa de Justiniano. Pero siempre se les va a criticar que fueron libertinas, infieles o bailarinas de estriptis, como en el caso de Teodora. Todo ello porque el temor a una mujer en el poder, a su vez despierta recelo. Hay una predisposición muy acendrada en que las mujeres se dejarán llevar por sus pasiones, trayendo consecuencias políticas y públicas.
—Otra mujer en quien cayó ese prejuicio fue Aspasia de Mileto, la compañera de Pericles…
También, porque cuando las mujeres tienen mucha influencia en hombres importantes se ve con desconfianza esa no sujeción femenina. Es en el Génesis de la Biblia donde está explícito el castigo de Dios a Eva, “tu deseo vehemente será por tu esposo y él te dominará”, una sentencia muy fuerte, porque por una parte lleva implícito el tema del deseo, el deber de querer tener un marido, y por otra parte, el sometimiento al otro. Esta es una problemática real y, más allá del dominio masculino, yo encuentro otro aspecto crítico, y es qué piensa la mujer de sí misma, es decir, ¿como mujeres seguimos anhelando tener un esposo? Si yo siento necesidad de tener un hombre al lado, de alguna manera caigo en la maldición bíblica. Y si deseo tener un hombre, entonces me arriesgo a cualquier costo, y ya estamos en el terreno de los hechizos, de los amarres. Aquí encontramos el temor interno a que el hombre se vaya con otra, a la infidelidad.
No es que el hombre domine totalmente a la mujer, sino que su propio temor al abandono, la deja en una situación bastante vulnerable. Y, desde luego, si a eso se añade el dominio económico, tenemos una problemática social. Pero, a nivel simbólico, porque estamos en el espacio de la literatura, debemos reconocer ese temor femenino al abandono como una característica muy fuerte, sobre todo en las hechiceras y que las diferencia de las brujas, quienes ya superaron esta situación. Las brujas ya fueron abandonadas, ya asimilaron el paso del tiempo, envejecieron y se encontraron a sí mismas, cómodas en su soledad. Las hechiceras no, ellas están obsesionadas con ser hermosas, con que las reconozcan como seductoras.
—Hay un caso que, no por frívolo, deja de revelar todas las características que acaba de mencionar. Me refiero a la mediática ruptura de la cantante Shakira y el futbolista Gerard Piqué… ¿Sus canciones derivadas de la ruptura, y escuchadas por millones de personas, podrían analizarse desde la perspectiva de las manifestaciones de poder femenino?
No soy experta en la obra de Shakira, no la conozco personalmente, pero podría intentar analizar desde la simbología y la literatura, como lo venimos haciendo. Sin duda es una gran mujer, no obstante, hay ciertas actitudes en su caso, que podríamos asociar con las de hechiceras de la antigüedad. Por ejemplo, con Circe, quien al enterarse que uno de sus amantes estaba con una ninfa mucho más joven, en un ataque de celos la convirtió en un monstruo. Aquí evidenciamos que, si bien Circe era la hechicera más fuerte, la que retuvo a Odiseo, podía sentirse despreciada por criaturas menos poderosas. Sucede que siempre las hechiceras, por más poderosas que sean, el amor es su punto débil. A pesar de que la hechicería puede controlar a los otros, el destino está por encima, recordemos. Y, normalmente, que las hechiceras tienen al lado un héroe, o lo que quieren ver como un héroe, es decir, un hombre reconocido en la sociedad, que para este caso sería Piqué, un futbolista famoso. Pero, desde siempre, los héroes tienden a ser independientes, porque es su naturaleza. Los héroes siempre se están yendo, por la razón que sea es muy difícil hacerlos quedar en casa con la esposa y los niños. Son personajes en constante búsqueda de aventura. Entonces, el desafío entre la hechicera y el héroe, es que ella quiere retenerlo y él quiere irse, normalmente con otra mujer más joven. Es lo que pasó con Teseo, que abandonó a Antíope, reina de las amazonas, y se fue con la joven Fedra. A lo largo de la historia de la literatura, en mitos y leyendas, nos encontramos a grandes mujeres, muy atractivas y poderosas, abandonadas por sus compañeros.
Otro caso es el de Olimpia, la madre de Alejandro Magno, una mujer bella y fuerte cuyo esposo, Filipo II de Macedonia, la abandonó por una joven, y en venganza Olimpia la envenenó. Todo esto, por supuesto, lo menciono como metáfora, para describir cómo una mujer poderosa como Shakira puede descargar toda su fuerza en otra mujer que no está su mismo nivel. El suyo es un caso que repite otras historias, mitos y leyendas, poniendo de manifiesto que el amor y el abandono siguen siendo los puntos débiles por excelencia.
La infidelidad es un punto de quiebre incluso para las diosas, por ejemplo, Era, la más hermosa y poderosa de las diosas olímpicas, siendo la esposa de Zeus, estaba sometida a todas sus infidelidades. Esto nos sirve para reconocer nuestra propia vulnerabilidad, a pesar de la influencia y estatus que poseamos socialmente, porque en últimas se trata de la condición humana.
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