Cultura
La correspondencia entre cuatro grandes escritores latinoamericanos: lea un fragmento de ‘Las cartas del Boom’
Por primera vez, un libro recopila la correspondencia compartida entre Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, cuatro grandes escritores del Boom Latinoamericano.
De Mario Vargas Llosa a Carlos Fuentes - París, 17 de agosto de 1964
Querido Carlos: estoy muy conmovido con tu conferencia y no sé cómo agradecerte todas esas consideraciones tan generosas que haces sobre mi novela (La ciudad y los perros). Te confieso que me ha abrumado que hablaras de ella al mismo tiempo que de Rayuela y El siglo de las luces. Julio Cortázar decía hace unos días con razón que entre los “vivos” había que mencionar a Carlos Fuentes y que este olvido era lo único que reprochaba a tu brillante ensayo. Desde luego que comparto todas tus afirmaciones radicales sobre el fraude o el fracaso de la vieja narrativa latinoamericana. Qué exacto es eso de que a nuestras novelas tradicionales las devoró la selva, la sierra, la montaña, y que en ninguna de ellas aparece el hombre ambiguo, es decir, el hombre real. Me imagino que tu conferencia ha desencadenado una tormenta y que muchos reclamarán tu cabeza a voz en cuello.
Ya habrás visto en la prensa cómo fue lo de Salzburgo. La muerte de Artemio Cruz, Rayuela y El siglo de las luces fueron los candidatos de lengua española, pero Carpentier quedó eliminado durante los debates debido a “vicio de forma” (ya había sido presentado dos veces seguidas). Los italianos lanzaron un ataque injustificado que restó posibilidades a Cortázar, a quien, por desgracia, apenas sí conocían las otras delegaciones. Tú, en cambio, tuviste mejor suerte. Yo presenté tu libro y después hablaron de él varios jurados. El danés Uffe Harder conoce admirablemente tu obra y su intervención fue excelente. También (tal vez la mejor) la de Dick Seaver, de Grove Press. Fuiste el único candidato de lengua española que llegó a la votación final, con dos votos, el de nosotros y el de la delegación norteamericana.
Me entusiasma que a Buñuel le haya gustado La ciudad, pues soy un viejo y casi fanático admirador suyo. Los derechos cinematográficos de la novela los tiene Seix Barral. Pero claro que sería difícil llevarla al cine, la censura es cavernaria en todas partes. La traducción inglesa debe aparecer a fin de año (a propósito, tal vez conozcas al traductor, que vive en México: Lysander Kemp).
Estuve en “Lima la horrible” solo diez días, pues el viaje a la selva que debía durar una semana duró tres debido al mal tiempo. En el Perú todo anda mal, Lima ha sido invadida por indios sin trabajo, los mendigos atestan las calles. Todo está corrompido: la política, la gente, el aire. La solución, chez nous, pasa por el apocalipsis. Hoy apareció una noticia en Le Monde. Para combatir la delincuencia, el Gobierno peruano ha apresado 1.600 prostitutas y homosexuales (la mayoría menores de edad) y los ha enviado al Sepa, una cárcel dantesca situada en medio de la selva. El Perú es el horror, un día va a llover fuego, pero de la tierra al cielo.
Un gran abrazo para los dos, Carlos, Mario Vargas Llosa
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De Gabriel García Márquez a Mario Vargas Llosa México, 20 de marzo de 1967
Mi querido Mario:
No sé en virtud de qué extraviada asociación de ideas se me ha ocurrido escribirte a ti después de recibir una carta de José Miguel Oviedo. Debe ser porque este me cuenta que te vio en Londres, y hablándome un poco de tu vida hace una referencia incidental a Alvarito, a sus llantos exigentes y a tus desvelos maternales, y todo esto ha conmovido profundamente a mi mujer, que es una egipcia de lágrima fácil.
En las semanas anteriores se insistió en que vendrías a un congreso medio fantasma que se está celebrando aquí. Ha sido algo bastante accidentado. Oportunamente, yo declaré en los periódicos que no asistiría “porque en mi opinión la situación de los escritores no se resuelve con congresos, sino con un fusil en la sierra”. A última hora, Fernández Retamar trató de hacerme asistir con la ilusión de que pudiéramos formar mayoría, pero era una ilusión vana: es un venerable congreso de fósiles reaccionarios, cuyo objetivo –no sé si por inspiración de su ancianidad o por influencia de la CIA– es crear la Asociación Latinoamericana de Escritores, una entidad con pretensiones estratosféricas destinada a garantizar la apolitización de la literatura continental. El gran negocio para ellos, por supuesto, en países donde los escritores de izquierda son los más y los mejores. Algunos amigos –Ángel Rama, Mario Benedetti, Salvador Garmendia y muy pocos más– cayeron por falta de información. Los cubanos vinieron, supongo, por no lastimar las relaciones diplomáticas con México. Las noticias hasta hoy son que aquello se ha vuelto una pelea de perros, de la cual, por fortuna, no ha de salir nada.
No faltará ocasión de vernos por esos mundos. Mis proyectos se van definiendo con gran rapidez. La primera semana de julio meteremos nuestras cosas de aquí en una bodega, iremos a Buenos Aires –donde soy jurado del concurso de Primera Plana– y al regreso me detendré unos días en Colombia, desde donde daré un salto a Caracas, en agosto, si te dan el Premio Rómulo Gallegos. En septiembre volaremos a Barcelona –¡con dos hijos!–, donde pienso escribir un año gracias al dinero que en estos meses he logrado sacarles a los trabajos forzados. De allí, escaparse de vez en cuando a París o a Londres no será nada difícil. Aparte de que procuraremos tener un cuarto donde encerrar a Alvarito con mis don Rodrigo y don Gonzalo, por si a ustedes se les ocurre aparecer por allá. La definición por Barcelona no se debe, como todo el mundo lo cree, a que allí será más fácil sacarle el dinero a Carmen Balcells, sino porque parece ser la última ciudad de Europa donde mi mujer podrá tener una Bonifacia, que es el nombre que ella les da a todas las criadas desde que leyó La casa verde. Ahora comprenderás mejor por qué se conmovió tanto cuando supo que ustedes tienen que cargar solos con la cruz de un hijo en Londres.
Espero que un año me alcance para sacar adelante el disparate del dictador. Creo que será mi novela más difícil. No sé si te dije que es el largo monólogo de un dictador de 120 años, sordo y completamente gagá, que trata de justificarse ante el consejo revolucionario que lo ha derrocado y que ha de fusilarlo al amanecer. El problema es que este hombre debe hacer una recapitulación de sus 80 años en el poder, y hacerla en un tono decididamente lírico. Quiero ver hasta dónde es posible convertir en un relato poético la infinita crueldad, la arbitrariedad delirante y la tremenda soledad de este ejemplar bárbaro de la mitología latinoamericana.
Acabo de corregir las pruebas de imprenta de ‘Cien años de soledad’. Ya no me sabe a nada, así que en vez de cambiarlo todo, como era mi deseo en las noches de insomnio, decidí dejarlo todo como estaba. Lo único que modifiqué por completo fue la situación y el ambiente de un burdel de Macondo, que según mis recuerdos era una casa de madera en medio de un arenal, y que a última hora resultó ser sospechosamente parecido a cierto burdel de Piura. Creo que el libro sale en mayo, y Paco Porrúa me ha prometido que tu ejemplar caliente irá volando a Londres.
La coincidencia del burdel me ha inspirado una idea que tarde o temprano tendremos que llevar a cabo tú y yo: tenemos que escribir la historia de la guerra entre Colombia y el Perú. En la escuela nos enseñaron a romper filas con un grito: “¡Viva Colombia, abajo el Perú!”. La mayoría de las tropas colombianas que mandaron a la frontera se perdieron en la selva. Los ejércitos enemigos no se encontraron nunca. Unos refugiados alemanes de la Primera Guerra Mundial, que fundaron Avianca, se pusieron al servicio del gobierno y se fueron a la guerra con sus aviones de papel de aluminio. Uno de ellos cayó en plena selva y las tambochas le comieron las piernas: yo lo conocí más tarde, llevando sus condecoraciones en silla de ruedas. Los aviadores alemanes al servicio de Colombia bombardearon con cocos una procesión de Corpus Christi en una aldea fronteriza del Perú. Un militar colombiano cayó herido en una escaramuza, y aquello fue como una lotería para el gobierno: llevaron al herido por todo el país, como una prueba de la crueldad de Sánchez Cerro, y tanto lo llevaron y lo trajeron que al pobre hombre, herido en un tobillo, se le gangrenó la pierna y murió. Tengo dos mil anécdotas como estas. Si tú investigas la historia del lado del Perú y yo la investigo del lado de Colombia, te aseguro que escribimos el libro más delirante, increíble y aparatoso que se pueda concebir.
Me dice Roger Klein que se quiere llevar nuestros libros para Coward-McCann. Le dije a Carmen Balcells que por mí no había inconveniente, y ella me comunica ahora que el asunto se decidirá en Londres por estos días. A ver qué pasa. Éditions du Seuil parece que tomaron Cien años de soledad. Esto me hace pensar que a lo mejor las cosas cambian, después de veinte años de estar escribiendo para los amigos.
Amaru me ha parecido una buena revista, pero no me sorprendería que ya estuviera agonizando por falta de colaboración para el segundo número. No hay mucha gente para sostener una empresa como esta. Su principal defecto –y no me he atrevido a señalárselo a Westphalen– es que no se le ve claramente su ideología, y no solo la política sino tampoco la estética. En cambio, contra la vanidad de la Atenas Sudamericana, he tenido la sorpresa de encontrar una serie de notas estupendamente escritas por peruanos: Oviedo, Loayza, Cisneros, Pacheco, Oquendo. Creo que difícilmente se encuentra en un solo país de América Latina un equipo más lúcido y maestro de su prosa, y es de esa gente de quien depende el porvenir de la revista. Al fin y al cabo son ellos quienes están al pie del cañón.
Paco Porrúa me habló de la carta que le escribiste a Klein sobre Cien años. Estas cosas me conmueven, en un mundo donde la gente del mismo oficio anda tirándose zancadillas.
Un gran abrazo, y la solidaridad de mi mujer para la tuya, Gabriel.
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De Carlos Fuentes a Julio Cortázar Venecia, 26 de mayo de 1967
Muy querido Julio: te escribo de acuerdo con Mario Vargas. Hace poco, en París, Mario y yo hablamos con entusiasmo del Patriotic Gore de Edmund Wilson y pensamos que nuestros países se prestaban enormemente a una visión de ese tipo. Elaborando la idea, hemos pensado en un volumen colectivo que, con el título de ‘Los benefactores’, ‘Los padres de las patrias’ o alguno similar, reuniese la crónica negra de nuestros inverosímiles patriarcas: como dice Mario, una especie de “vidas paralelas” grotescas. La idea es que Mario haga un Sánchez Cerro o un Benavides, yo un Santa Anna, Alejo un tirano del Caribe, Edwards (que ya está de acuerdo) un Balmaceda, Roa Bastos un Francia o un López, García Márquez un Juan Vicente Gómez... y tú: Rosas, Perón, Evita, material platense no falta. Por supuesto, no se trata de escribir ensayo o historia, sino de trasponer cada asunto literariamente, hacer obra de creación: el personaje en cuestión puede, incluso, ser solo un estímulo, una presencia en bambalinas, etc. Yo creo que la historia solo se hace verdaderamente histórica cuando es literatura, y este proyecto nos ofrece, imaginativamente, la posibilidad de cancelar, recordándolos, a los monstruos de nuestra teratología hispanoamericana. Y, como dice Mario en su última carta, “este trabajo de equipo sería una bofetada formidable a todos los pequeños maquiavelos sudamericanos que andan empeñados en dividirnos y enemistarnos”.
Dame tu opinión en cuanto puedas. Sobra decir que tu presencia en el proyecto sería capital, desde todos los puntos de vista: el literario, el amistoso, el político. Hay que discutir muchos detalles y poner en pie una operación editorial que le asegure al libro el éxito latinoamericano e internacional que sin duda tendrá. (Hablé con Alfredo Guevara en París de este asunto y se fue de espaldas; Cuba haría una edición particular de gran tiraje).
Trabajo estupendamente en este lugar de encuentro, como decía el viejo Goethe, de las tierras del alba y las tierras del crepúsculo. Rita llegó de México, la niña va a una escuela junto a la Chiesa dei Frari, y en las sombrías estancias de mi palazzo escucho las pisadas de Henry James, Thomas Mann y el barón Corvo.
¿Viste la estupenda comparación que hace Octavio de los lenguajes de Lezama, del tuyo y del mío?
Todo mi cariño a Aurora y para ti, peligroso ideólogo, la vieja admiración y firme amistad de Carlos
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De Julio Cortázar a Carlos Fuentes Saignon, 2 de junio de 1967
Mi querido Carlos: La idea es excelente, no tanto porque nos reúna en un volumen, sino por el tema de este. Precisamente la idea de la reunión en un volumen me entusiasma poco, primero porque soy un solitario como sabes, y segundo porque no hay que desafiar demasiado el destino, y la historia de la literatura muestra que la manera más segura de desunirse consiste en agruparse. Los “maquiavelos sudamericanos” a que alude Mario me importan a mí cuatro carajos; darles la menor beligerancia es hacerles un favor que ni ellos mismos se atreverían a soñar.
Pero en cambio el tema del libro es bueno, y me hubiera gustado echar mi cuarto a espadas. Solamente que... Imposible pensar en la más remota probabilidad de que yo escriba nada nuevo en este momento. Mi work in progress es una especie de pulpo de papel y tinta que extiende tentáculos en todas direcciones mientras yo, perdido en alguna parte, trato de ordenar ese triste caos. No tengo la increíble capacidad de trabajo de Mario y de ti (ahí se nota, inter alia, que soy mucho más viejo; como el gran Tommy Loughran…
*Fragmento exclusivo para El País cedido por Penguin Random House.
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