cultura
Los chepitos, un oficio al que se lo llevó el tiempo
Este término fue acuñado en Bogotá. Fue el sueño de los prestamistas, pero la pesadilla de muchos deudores.
El tiempo todo lo consume y solo nos deja recuerdos. Una de esas actividades que se evaporó del paisaje colombiano floreció en los años 60 y se esfumó en los 90 con un fallo de la Corte Constitucional. Hablar de los ‘chepitos’ todavía hoy ilumina algunos recuerdos. Una manera folclórica de cobrar que llegó a ser famosa, incluso fuera de las fronteras de Colombia.
En 1960 Colombia empezaba a respirar modernidad. Los carros ya llenaban las calles y los artículos para el hogar, nacionales e importados, eran un símbolo de elegancia.
Almacenes como J. Glottmann, otra víctima del tiempo, contrataban ejércitos de vendedores que puerta a puerta se comprometían a que en los hogares se materializara el sueño de tener un televisor, una estufa a gas, una radio, una nevera o una brilladora. Vendían de todo, muebles, juguetes, ropa y máquinas de coser. Traían la modernidad a los hogares colombianos y lo más importante el cliente podía pagar a cuotas.
Con la oferta también llegó el deseo y con este último las deudas. El crédito comenzó a expandirse en el país; los más pudientes tenían tarjetas de crédito y chequeras que se convirtieron en una alternativa moderna para pagar en cualquier lugar sin tener que llevar efectivo. En algunos casos, sin la necesidad de tener plata en la cuenta; los menos afortunados respaldaban sus créditos con letras de cambio y pagares.
Universal de Cobranzas Ltda.
Con la existencia de los deudores aparecieron los cobradores, dedicados a que el dinero regresara a su dueño original. Sin embargo, había deudas de deudas. Las grandes era seguro que había que pagarlas; las hipotecas y los créditos de vehículo fueron los primeros respaldados legalmente con acciones potentes para ser recuperadas. Pero, para las deudas pequeñas no había doliente, estas podían quedarse sin pagar, y la acumulación de pequeñas sumas trae para las empresas, en muchas ocasiones, la quiebra.
Fidel Leonidas Gómez Sierra no descubrió que había deudas pequeñas por cobrar, tampoco que había deudores incumplidos, y mucho menos que había créditos por pequeñas sumas que las empresas terminaban perdiendo; lo que sí descubrió, y en eso fue pionero, fue una forma efectiva para que los deudores pagaran.
En la empresa de máquinas de coser Singer trabajó en el departamento de cobranza y durante una visita a Barranquilla, como corresponsal, Leonidas vio un hombre disfrazado de papagayo con un letrero en la espalda que decía: “compre ahora y pague más tarde, pague para que no se ponga colorado”.
Pero para fundar el negocio aún faltaba algo, necesitaba un diferencial, algo que llamara la atención. Asiduo lector del periódico encontró una historia en las cajas de curiosidades que se publicaban en al final de las páginas para ganar espacio; en la Bogotá del siglo XIX un hombre se vestía con un traje anacrónico, se colaba en todas las fiestas y terminó siendo parte de la alta sociedad, ‘Chepe’ le decían.
Con esa idea en la cabeza y la experiencia fruto de su trabajo, Leonidas renuncia a Singer y crea lo que lo llevaría a la fama: la empresa Universal de Cobranzas Ltda.
Ubicó la oficia central en el Edificio Nariño, justo al lado de la antigua plaza de San Victorino, en Bogotá. Dividió la ciudad en zonas cada una con un cobrador, quienes en principio se acercaban al deudor vestidos de corbata, con los pagarés y las deudas en la mano, si el deudor se negaba a pagar llamaban a un cobrador de otra zona y lo vestían de ‘chepito’; le ponían sombrero de copa, sacoleva, corbatín, chaleco, pantalón a rayas, zapatos de charol y un maletín con el mensaje en letras mayúsculas: “Deudor Moroso”. No necesitaban nada más.
El personaje se ubicaba en la puerta del deudor y daba vueltas en frente en completo silencio. Para cualquier habitante de la Bogotá de los 70, 80 y 90, que funcionaba con una economía de barrio eso era devastador. El arrendador, los vecinos, los amigos, los allegados se daban cuenta que esa persona no era buena pagando sus deudas. En ocasiones el ‘chepito’ iba a la oficina del deudor, lo esperaba en la puerta y cuando lo veía salir se le iba detrás sin musitar palabra.
Cuenta un hijo de Leonidas, Rafael Gómez, quien trabajó con su padre en Universal de Cobranzas Ltda., que el chepito nunca entraba a la casa ni a la oficina del deudor, la idea era hacer una especie de exposición pública de quien no pagaba sus deudas, con esto el deudor se sentía presionado para pagar de forma inmediata.
“A veces la gente se sentía tan apenada que le pedía prestado a un amigo de la oficina, al celador o al jefe y salía rápido a pagar su deuda. Una vez le tuve que cobrar a una empresa de servicios públicos, llamé a los noticieros de la época y cuando llegamos a cobrar, en tiempo récord, nos dieron el cheque que cancelaba el pagaré que debían”, asegura con una sonrisa nostálgica.
El sistema se hizo famoso, Singer; J.Glottmann, el almacén más famoso de electrodomésticos de la época; Credencial, en ese momento la única filial de tarjetas de crédito en Colombia; y varios particulares, acudieron a Universal de Cobranzas para que sus deudas fueran devueltas. Leonidas registró la idea de los ‘chepitos’ ante la Superintendencia de Industria y Comercio y el personaje comenzó a aparecer en los sueños de los prestamistas y en las pesadillas de los deudores.
Una empresa grande
Mientras los chepitos de Universal de Cobranzas se enfrentaban a tormentas de piedra, chorros de agua fría y olladas de agua caliente desde las terrazas de los morosos, Universal de Cobranzas Ltda. crecía. Ya no solo eran los cuatro hijos de Leonidas los que recorrían la ciudad a pie cobrando deudas y quienes se rotaban el traje de chepito. Ahora eran equipos enteros que tenían indicadores propios.
“Mi papá bautizó a los de corbata como Visitadores Jurídicos que no se reducían solo a llegar a la puerta y mostrar el pagaré, se dedicaban a convencer al cliente de que era mejor pagar la deuda que seguir debiendo. Ya si no pagaba se mandaba a los chepitos. Mi papá fue pionero en eso, incluso hacía talleres todos los viernes, nos reunía a las 5 y nos decía: ‘hay que convencer al deudor que a quien más le conviene pagar la deuda es a él’”, dice Rafael.
Sin embargo, no todo eran ganancias, si el cliente definitivamente no pagaba, Universal de Cobranzas devolvía los documentos al dueño original de la deuda y perdía la comisión por cobro. Eran pocos los casos, pero siempre hay clientes renuentes.
Cuenta Leonidas que una empresa de publicidad llegó a tener una deuda y que para pagar lo único que ofrecieron fue pago en especie, “no tenían liquidez así que lo que hice fue cubrir la deuda con mi plata y ellos me la devolvieron con publicidad en forma de vallas, en teatros y cines. Ubicaron cuatro en la ciudad y comenzaron a llover los clientes. Todas decían, ‘Universal de Cobranzas: el retorno a su inversión’”.
La pequeña oficina del 401 se expandió por el resto del corredor, en la época más brillante de Universal de Cobranzas llegó hasta el 408 con departamentos especializados. Unos mandaban la carta de primer aviso, otros la carta del segundo aviso, otros enviaban los telegramas, otros hacían las llamadas, y otros, por supuesto, salían a cobrar por las calles ya fueran vestidos de corbata o de ‘chepito’.
Cuentan quienes trabajaron allí que tenían metas mensuales para cumplir y que como se les pagaba por el sistema de comisión algunos lograron sueldos muy altos para la época.
La reputación de Universal de Cobranzas fue tan grande que llegó a tener sede en otras ciudades de Colombia. Leonidas viajaba constantemente a Girardot, Ibagué, Pereira, Tunja y Montería para revisar la expansión de un negocio que escondía una fortuna. Incluso, cuentan sus hijos, que en los mejores momentos del negocio Leonidas fue entrevistado por medios nacionales e internacionales y llegó a pisar los estudios de Don Francisco en Miami donde ya comenzaban a interesarse por esa particular forma de cobrar.
El ocaso
El negocio fue boyante hasta los 90, pasó de ser una empresa más de cobranzas a convertirse en la segunda más exitosa de Colombia. Pero con la fama vienen los problemas, Rafael asegura que otras empresas copiaron el exitoso método de Leonidas y lo replicaron de mala manera.
“Había otros que no llamaban, ni hablaban con el cliente primero, iban de una vez vestidos de chepito, 4 o 5 personas disfrazadas empezaban a gritar en la puerta: ‘bueno para fiar, malo para pagar’; se metían a las oficinas de la gente gritando, hacían escándalo, comenzaban a perseguir a los deudores, se subían al bus con ellos; les hacían un escarnio público.”, dice.
Leonidas que en ese momento no descansaba y trabajaba de sol a sol con su empresa de cobranzas nunca imaginó que con la llegada de la Asamblea Nacional Constituyente su sistema iba a perecer. Los constituyentes en el artículo 15 de la carta política consignaron: “Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar”.
En el artículo 21 agregaron: “se garantiza el derecho a la honra. La ley señalará la forma de protección”, y la ley lo hizo.
Bajo esa premisa Luz Marina Avila Castro, una ciudadana que tenía una deuda, se presentó ante un juez de Bogotá porque un Visitador Jurídico la amenazó con ir a su trabajo vestido de ‘chepito’. La sentencia T-412 de la Corte Constitucional resume así la situación: “La peticionaria es codeudora de un préstamo que otorgó la empresa CRESISTEMAS S.A. a su esposo, deuda que se encuentra garantizada con cheques y letras de cambio que suscribieron los deudores. Debido a dificultades patrimoniales, la peticionaria afirma no haber podido cumplir con su obligación de codeudora, por lo cual la empresa acreedora decidió enviar al lugar de su trabajo a un cobrador”.
Continúa diciendo que “este cobrador profirió una amenaza a la deudora, consistente en el hecho de que, si ésta última no cumplía con sus obligaciones, aquél se colocaría su “ropa de trabajo” y la intimidaría en presencia de sus compañeros de labores”.
De hecho, la señora aseguraba que por pena y nerviosismo pidió una licencia laboral para pagar la deuda y como no lo consiguió “el intimidador volvió a realizar la cobranza “dos veces de civil y otra, vestido de ‘chepito’, despertando la curiosidad de las personas que ingresaban al lugar de trabajo”.
En el fallo la Corte indica que la reputación de la demandante había sido vulnerada y agrega que en el ordenamiento jurídico colombiano existen otras maneras de cobrar, por lo que “ninguna autoridad judicial podrá avalar la actitud de ejercer justicia por la vía privada”.
Este fallo fue tan devastador para Leonidas que el 18 de junio de 1992 el periodista Edgar Torres de El Tiempo tituló “La Corte acabó con los chepitos”. Las letras negras coronaron la página del periódico que hoy sigue siendo insumo para que Leonidas esté informado.
“Si se aceptaran los chepitos o los cobros a través del escarnio público, entonces habría que aceptar el paramilitarismo y el sicariato, porque el fondo en cada caso es la justicia por propia mano”, dijo el magistrado Alejandro Martínez, en el artículo antes mencionado.
Leonidas no se rindió, pero ya sentía pasos de animal grande. Con ese titular y esa sentencia en la mano se expandió la cacería de brujas, los chepitos ya no podían ejercer su oficio con libertad y eran perseguidos por la Policía. Universal de Cobranzas Ltda. comenzó a perder fuerza de trabajo por miedo a la autoridad y las denuncias de constreñimiento ilegal terminaron inundando las ocho oficinas del Edificio Nariño.
Dos de los cobradores de la empresa terminaron en uno de los patios de la cárcel distrital por más de 3 meses. El sueño se cayó y tras treinta exitosos años de operaciones Universal de Cobranzas Ltda. cerró sus puertas.
Hoy Rafael, y sus hermanos: Alex, Maritza y Carolina, continúan con el legado de su padre, han fundado empresas de cobranza, telefónica, y física con ese objetivo, y recuerdan con nostalgia el tiempo de los chepitos.
“Mi papá trabajó toda la vida, era incansable, todos los días se levantaba a trabajar sin importar si era sábado, domingo o festivo. Hacía recorridos largos a pie y cuando se acabó el negocio incluso iba a los juzgados a buscar casos que pudiera cobrar. Él estudió hasta el bachillerato, pero es muy inteligente. A sus 80 años y después de haber sufrido un derrame no tiene nada. Este país fue muy ingrato con su trabajo”, dice Rafael.
Sentado en una silla y mirando a la ventana Leonidas conserva una foto de lo que fue su gloria, se le ve recostado sobre el brazo derecho con mirada potente. Él logró levantar un castillo sobre las deudas de los otros, hoy la vieja gloria se ha ido y el tiempo se le llevó muchos de sus recuerdos como se llevó a los chepitos.