JAVIER CERCAS
"Un escritor es alguien fiel a sus obsesiones": Javier Cercas
Diálogo con el novelista español Javier Cercas, ganador del Premio Planeta e invitado de honor al Hay Festival 2020.
La madre de Javier Cercas, que según su ilustre hijo tiene una fe en Dios tan firme que la del papa Francisco parece dubitativa, dice que entre Miguel de Cervantes y su vástago “hay un vacío histórico”. La fe en Javier es pétrea.
Aunque la afirmación es casi una blasfemia, una hipérbole monstruosa de esas sobre las cuales está cimentada la literatura, sí es cierto que Cercas es una de las más importantes figuras de las letras españolas en la actualidad.
Ganador de la más reciente edición del Premio Planeta por su novela ‘Tierra Alta’, Cercas es casi un científico de la escritura por la minuciosidad de sus descripciones, por el realismo de sus personajes, por la profundidad de sus reflexiones.
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Pero además es una curiosa mezcla entre ratón de biblioteca y bacán de esquina. Simpático, dicharachero, pero profundo en cada comentario.
En el antiguo convento de Santa Clara, en Cartagena, a donde llegó como invitado especialísimo del Hay Festival, tuve el placer de dialogar con él, por cerca de una hora. Hablamos de su último libro, su obra, su vida, la democracia, la justicia y el independentismo catalán.
En su último libro, ‘Terra Alta’, uno de los protagonistas dice, citando
a Pascal, “Creer en Dios es una apuesta segura: si pierdes, no pierdes nada y si ganas, lo ganas todo”. ¿Es esa su posición frente a Dios?
No, yo no soy creyente, perdí la fe a los 14 años. La pérdida de la fe y el descubrimiento de la vocación literaria en mi caso son hechos simultáneos. Hasta esa época leía por entretenimiento. Yo nací en un pequeño pueblo de Cáceres y muy chico mi familia se trasladó a Gerona, una ciudad que queda a mil kilómetros de distancia. Antes de marchar, me enamoro por primera vez, le doy mi primer beso a una chica, me vuelvo loco. Y al llegar a esa ciudad tan lejana sabía que no iba a ver a la chica no sé cuanto tiempo, entonces, claro, estaba desesperado.
Cayó en mis manos un libro que cuenta la historia de un cura que pierde la fe y, pese a ello, sigue predicando a sus feligreses porque cree que sin la fe estos se perderán. Yo, que era un chico obediente, muy católico, perdí la fe para siempre, empecé a fumar, a beber cervezas, entré en un estado de confusión total del cual aún no he salido.
A partir de aquel momento comencé a leer de una manera distinta, ya no leía por entretenimiento y la literatura se convirtió en el sucedáneo de la religión, encontré en la literatura las seguridades que no me daba la religión, lo que es un error, por supuesto. La literatura plantea interrogantes, paradojas, ironías, verdades contradictorias. En ese momento concebí la ilusión insensata de ser escritor. Yo nunca recuperé la fe. Envidio las seguridades que tienen los creyentes, como mi mamá, por ejemplo. La fe del Papa comparada con la de ella es dubitativa.
¿Si siempre quiso ser escritor por qué se puso a estudiar filología?
La filología es el mejor instrumento para conocer la tradición literaria. Yo tuve la intuición que probablemente viene de Borges: los libros te llegan cuando te llegan, no sabes si son importantes o no. Yo leía la Odisea y la Iliada con 7 años, porque eran los libros que había en la biblioteca de mi padre. Pero no sabía que eran libros importantes, los leía como si fueran Tintín, solo que se llamaban Horacio y Aquiles. Entonces Borges me dio esa ambición de querer leerlo todo; de que, cuanto más leamos la tradición, mejor escritores podemos ser. Estudie filología porque algo tenía que estudiar para ganarme la vida, porque nunca se me ocurrió que me la podía ganar como escritor. Hasta los 40 años, cuando ocurrió el milagro de que un libro mío (Los Soldados de Salamina) se leyó muchísimo. Y desde entonces soy escritor profesional. Hasta entonces yo tenía poquísimos lectores, mi mamá y algunas de mis hermanas. Y nunca me quejé, me parecía lo normal. Estudié filología porque quise conocer muy bien mi tradición, no es fácil leer los clásicos sin la filología, que te da instrumentos para conocer la tradición literaria, para leer con el máximo aprovechamiento. Yo en el fondo sigo siendo un filólogo, muchas de las cosas que aparecen en mi libro son claves de filólogo, como Borges era esencialmente un filólogo.
Como trasfondo de su último libro está siempre presente la novela ‘Los Miserables’. ¿Es un homenaje suyo a esa novela?
No fui yo quien escogió ese libro sino Melchor Marín (el protagonista). Para mí ‘Los Miserables’ no es tan importante. Yo conozco a Melchor muy bien, entonces supe que ese era el libro que le podía cambiar la vida. Este hombre tiene una determinada manera de vivir, es un tipo especial al que yo adoro, es un tipo con violencia y oscuridades, contradicciones, dolor, odio, y una furiosa sed de justicia que se confunde con una curiosa sed de venganza. A mí me gustaría ser como él. Cuando pienso en él me acuerdo de un verso de Borges que dice: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Este es un limpio de corazón.
A pesar de que imparte justicia por su propia mano: les pega a los hombres que agreden a las mujeres…+
¡Es un pistolero! Es un salvaje pero tiene una nobleza extraordinaria. Cómo no va a estar lleno de contradicciones y de furia cuando le ha pasado lo que le ha pasado, cuando le han matado a la madre, cuando ha sido humillado, cuando ha estado en la cárcel. Volviendo a ‘Los Miserables’, para mí no es un libro tan importante, yo soy de la opinión de Olga, la mujer de Melchor: ese libro es melodramático, sentimental, pero no puedes dejar de leerlo porque allí está el mundo entero, lleno de energía, lleno de verdad. De hecho, Melchor es una mezcla de los dos protagonistas de ‘Los Miserables’, Jean Valjean y Javert.
Cuesta trabajo creer que el que escogió ese libro como referencia no fue el escritor sino el personaje…
Gran parte de lo que uno escribe no es racional ni está planeado de antemano. Surge, simplemente. Escribir un libro es como crear un juego con unas reglas y si las reglas son fuertes se imponen a ti mismo.
Es cierto que el libro cobra vida…
Es un cliché pero es un cliché que es verdad: si un personaje está bien creado y tiene vida propia, tú como escritor lo que tienes que hacer es seguirle, ir con él. Es obvio que Cervantes no controla a don Quijote, don Quijote adquiere autonomía y va solo. Cervantes va detrás de él sacando la lengua, como un perro. Y Melchor escogió ese libro porque él es un miserable. Hay un personaje en ‘Terra Alta’ que es el bibliotecario de la cárcel donde estuvo Melchor, que dice: la mitad de un libro la escribe el autor, la otra mitad la escribe el lector. Por eso nunca hay que verse las películas que se hacen sobre libros que te has leído.
¿No le parece que Melchor Marín es un poco como Colombia o los colombianos, en el sentido de que vivimos obsesionados por conocer toda la verdad de nuestro complejo pasado, por tomar venganza de quien les han hecho mal y de que no les importa tomarse la justicia por
su propia mano para sellar esa venganza?
Este es un tema central en la novela ‘Terra Alta’. Se lo dice uno de sus jefes en la Policía a Melchor: la justicia absoluta puede ser la mayor de las injusticias. Lo bueno llevado al extremo resulta ser malo. La igualdad es un gran valor y la libertad también lo es, pero la absoluta libertad puede matar la igualdad y la absoluta igualdad puede matar la libertad. Y uno tiene que encontrar un equilibrio y obtener la máxima libertad posible y la máxima igualdad posible. El comunismo buscó la igualdad absoluta y se cargó la libertad; el neoliberalismo buscó la libertad absoluta y mató la igualdad. Hay que buscar un equilibrio entre ambas cosas. Eso es lo que Melchor tampoco entiende y se lo dice el jefe: la justicia es maravillosa, pero la justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias. Y también le advierte: quien no respeta las formas de la justicia, no respeta la justicia. Esto Melchor no lo acepta, hay algo en sus tripas y su vida personal que le impide entender eso. Le cuesta entender que no puede ir dando palizas a los tipos acusados de maltratar mujeres, que tiene que llevarlos ante la justicia. La pregunta fundamental que plantea ‘Terra Alta’ es: ¿Es legítima la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? Lo que hace un novelista es plantear las preguntas complejas de la forma más compleja posible, pero no da respuestas claras, taxativas.
Dicen que sobre la Guerra Civil Española se han escrito más libros que acerca de la Segunda Guerra Mundial, ¿por qué cree que ese tema tiene tanto interés, dentro y fuerade España?
Entre otras cosas, porque fue una de esas guerras donde los malos ganaron. Decir que en esa guerra, o en cualquier otro, hubo un bando bueno es una monstruosidad. Y en el caso de la Guerra Civil, tanto los franquistas como los republicanos cometieron atrocidades. Pero lo que es innegable es que los republicanos representaban la legitimidad, eran el gobierno que el pueblo había elegido en las urnas. Y contra ese gobierno se alzaron los militares. Otra cosa es que esa guerra tiene un componente romántico muy raro. Llegaron a pelear y a morir en ella miles de jóvenes de todo el mundo, en ambos bandos. Ese componente también le da una connotación especial a nuestra guerra. Y para los españoles ha sido quizás el hecho más importante de su historia. No se puede entender la historia actual del país, sin saber lo que pasó en esa guerra.
Podríamos hablar por horas de ‘Terra Alta’, pero sería injusto no hablar de sus otros libros. Por ejemplo, ‘El Impostor’ cuenta la historia de un hombre que inventa que estuvo en un campo de concentración Nazi y se vuelve un héroe nacional. Me da la impresión de que usted es bastante indulgente con Enric Marco, el protagonista, el impostor. ¿Se debe a que en el fondo todos tenemos algo de impostores?
Yo creo que la impostura es una condición existencial. Eso es lo que dice este libro, que es una condición de los seres humanos. Es más, un granito de mentira es deseable para la vida social. Tú no le puedes decir a una persona que acabas de conocer “eres muy feo, tío” o “hueles mal”. Enric Marco es una hipérbole de lo que somos los seres humanos, eso es lo que son los personajes literarios, una exageración de lo que somos los humanos. Macbeth es una hipérbole monstruosa de la ambición y Hamlet es la hipérbole de la autoconciencia. Pero todos tenemos un poquito de Macbeth y todos tenemos un poco de Hamlet y de Marco.
Otra sensación que me deja ese libro es que usted manda el mensaje de uno se vuelve impostor porque la vida lo empuja un poco hacia eso...
Un poco eso, pero sobre todo uno se va empujando cuando ve que así las cosas le funcionan. Como le funcionaron a Marco, que se dio cuenta que inventando un pasado heroico la gente lo quería más, las mujeres lo querían más.
‘Anatomía de un instante’, su libro sobre el golpe de Estado del 82, protagonizado por el teniente Antonio Tejero, se me parece a una película de Oliver Stone sobre un atentado a un presidente, que muestra la escena varias veces pero cada vez desde la mirada de uno de los protagonistas o testigos. ¿Fue su intención hacer lo mismo con ese libro?
Mira, es la primera persona que dice eso y creo que es muy verdad. Fíjate que la película y el libro parten de un documento visual real. En el caso de Stone, el video de Adam Zapruder sobre el asesinato de Kennedy y ‘Anatomía de un instante’, de los 36 minutos que dura la transmisión de la Televisión Española sobre el golpe de Estado, que es el documento más importante de la historia de España en el siglo XX. Parece increíble, es una cosa asombrosa, una transmisión en vivo de un golpe de Estado. Ves a los tíos entrando con las pistolas… En realidad ese libro es fruto de la existencia de esa grabación. Yo no vuelvo a escribir un libro como ese jamás. Cada libro busca su forma. Un escritor, para mí, es alguien fiel a sus obsesiones, eso es lo primero que les digo los chicos que quieren ser escritores. Hay que ser fiel a las propias obsesiones. Si a ti te obsesiona que un tipo se levanta por la mañana convertido en escarabajo, ¡a por él! Yo simplemente obedezco a mis obsesiones y un día me obsesioné con esos 36 minutos que habían visto miles y miles de españoles, miles y miles de veces. Pero nadie había hecho un libro sobre esto. La pregunta que quise responder es por qué cuando comienzan los disparos en el recinto de la Asamblea Nacional, Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno, y otros dos tíos permanecen en sus asientos impertérritos, mientras los demás se tiran al piso, que es lo lógico cuando te disparan. Es una pregunta elemental que se haría un niño, es tan elemental que tal vez por eso no se la hizo nadie. A mí me encantan las preguntas de los niños porque son las que nadie se hace. ¿Por qué las manzanas se caen hacia abajo y no hacia arriba? De ahí sale ese libro.
En ese golpe de Estado la aparición del Rey Juan Carlos legitimó a la Monarquía, pero ha pasado mucho tiempo y nadie se acuerda de eso. ¿Se requiere otro golpe de opinión para volver a legitimar la Monarquía española?
Vamos a ver, esto hay que explicarlo bien. El dilema en España no es democracia o monarquía. ¿Tú que prefieres la monarquía de Suecia o una república como Venezuela? En los años 30, monarquía o república en España significaban democracia o dictadura. Pero hoy eso no es así. Te repito, las mejores democracias del mundo hoy son monarquías. ¿Eso significa que yo soy monárquico? ¡No! A mí me importa la democracia, me da igual la monarquía. A mí lo que me importa es que en España exista una democracia tan sólida como la de los países nórdicos, que son los países de mayor prosperidad, de mayor igualdad… El rey no pinta nada, es un símbolo, no hace daño, daño hacen los políticos malos. El Rey es un símbolo importante porque no se presenta a unas elecciones, porque no tiene poder. ¿Si cambiamos la monarquía por una república mejorará la sanidad, mejorará educación?
Usted nació en el corazón de España, en Cáceres, pero vive hace muchos años en Cataluña. ¿Cómo ve las intenciones independentistas de los catalanes?
Mi posición es muy sencilla. Lo que ocurrió en 2017 es que hubo un ataque a la democracia en nombre de la democracia. Disfrazaron de progresismo un movimiento reaccionario y disfrazaron de democracia un ataque a la democracia. Eso no es distinto de lo que ha ocurrido en otros países de Europa. Los europeos nos la pasamos mil años matándonos unos a otros y hace 60 años resolvimos no matarnos más y vivir juntos. Mi gran ambición es que se creen los Estados Unidos de Europa, que desaparezcan los actuales estados y nos convirtamos en un estado federal. La única utopía razonable que creamos los europeos es la Unión Europea y es la única que puede preservar la democracia, la prosperidad y la paz. Los nacionalismos son lo contrario. Te lo voy a explicar muy rápidamente: en 2008 el mundo vivió una crisis económica solo comparable con la de 1929. La de 1929 permitió la consolidación de los nacionalismos en Europa y, finalmente, la II Guerra Mundial. La de 2008 fue un terremoto monumental comparable a ese, que ha generado el nacional populismo; en mi opinión una máscara posmoderna del fascismo. La historia nunca se repite exactamente, se repite con máscaras. Los errores que cometemos los seres humanos son los mismos, siempre somos los mismos burros. Y eso tiene diversas manifestaciones. Hoy tenemos a Trump, al Brexit y a Bolsonaro. En Cataluña lo que ocurrió fue una rebelión de los ricos: una zona rica que no quiere subvencionar a los pobres. Desde que el mundo es mundo son los ricos los que han querido separarse de los pobres y no al revés. Dentro de Cataluña, los catalanes ricos son los que apoyan la separación. Y no olvides lo más importante: la mayoría de los catalanes ha dicho muchas veces que no quiere la independencia. Pero hubo un gobierno catalán que decidió a la brava violar la ley, derogar la constitución catalana, llevarse todo por delante y todo a nombre de la democracia. Un ataque brutal a la democracia, en nombre de la democracia. Yo lo que quiero es vivir en un país democrático, donde los políticos no se salten las leyes. Yo no soy un españolazo, lo que soy es un demócrata radical. Los políticos no pueden violar la democracia con la bandera de la democracia, que es lo más monstruoso.
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