CÉSAR POLANÍA
"Feliz viaje, mi Pelé"
Sí, padre. Tú fuiste más grande que Pelé. Y lo supe en cada gesto tuyo. En cada frase.
La pelota. Siempre la pelota, padre. Qué habría sido de nuestras charlas, a veces solemnes discusiones, si no hubiera estado ella de por medio. Aparecía siempre. En la comida, en un cumpleaños, en una llamada… Nunca se iba de nosotros dos. Fuiste tú quien me enseñó a quererla. Y fíjate, de ella vivo, aunque no le dé patadas en una cancha.
Hay una foto, en blanco y negro, en la que me tienes en tus brazos, y en los míos se ve aferrada una pelota. Tendría yo tres años. Y esa es la imagen recurrente que se me viene a la cabeza cada que hablo de ti. Y con ella quiero celebrarte hasta siempre.
El día que por primera vez diste síntomas de la inclemencia de tu enfermedad salías del estadio con mi madre. Viste al América, a tu ‘Mecha’ querida, meterle cuatro goles al Deportivo Pasto. Luego caíste en la cama de una clínica y allí te agarró el Mundial. Y cada vez que fui a verte, cada noche que pasé contigo, estuvo siempre la pelota.
La última vez que hablamos de ella tuve que ponerte al tanto de las noticias, porque la inusitada cantidad de exámenes a la que te sometieron y tu sueño constante no te daban tiempo ya para prender la pantalla del televisor. Te conté, entonces, que un chico, el Pereira, le había ganado el título a un equipo llamado ‘Poderoso’, el Medellín, acá en Colombia. Y que, en Qatar, otro chico, Marruecos, había dejado en el camino a uno más grande, España. Esa España que tanto te encantaba por el tiqui-taca que pretendía recuperar Luis Enrique. A propósito, olvidé contarte, aquel día, que Luis Enrique ya no era más técnico de España. Mejor, pensé luego. Habrías fruncido el ceño y hasta te hubieras agitado.
Antes de ello, estabas inquieto por la salud de Pelé. Te conté las novedades. Y de pronto, como cada que hablamos de ‘O Rei’, apareció inevitablemente Maradona. Y con ello, el viejo debate que nunca saldamos: ¿Pelé o Maradona? Siempre te dije lo mismo, padre. No los compares. Cada uno fue mejor en su época. Y siempre me respondiste lo mismo: “Sí, vos tenés razón, pero Pelé fue el más grande”.
Y para mí, padre, para mí, el más grande siempre fuiste tú. Ese amor por la pelota, que en la redondez de su encanto se extendió al color rojo del América, no fue lo único que me enseñaste. A ti te debo, como a nadie, el amor por este bello oficio del periodismo. Quizás esa no fue en un principio tu intención. Pero poco a poco fuiste allanando ese camino. Y de qué manera lo hacías. Yo no iba a la cama en las noches hasta que tú llegaras. Era una obligación, para mí, escuchar tus historias del día, luego de tu jornada laboral en el periódico El Pueblo. Historias reales. Historias de crímenes. Historias políticas. Historias deportivas. Historias…
Cuando yo revisaba tus cosas, traías en medio de otras hojas uno que otro cable de agencia. Yo me apropiaba de ellos y me sentaba en la vieja máquina que había en la casa para jugar a ser periodista. Entonces, reescribía exactamente los mismos cables. Letra por letra, palabra por palabra. Me demoraba eternidades. Era apenas un niño. Y bueno, cuando llegué a la secundaria, el juego se volvió una realidad en el periódico del colegio.
Luego fui a la universidad, donde me gradué como periodista. Pero creo que, antes, ya me había graduado contigo. Porque siempre fuiste un maestro para los demás, pero yo tenía la fortuna de tenerte en casa. Y mira cómo es de bella la vida. Tú y yo tuvimos la oportunidad de trabajar juntos durante catorce años en la sala de redacción de El País, donde aún yo estoy y de donde te fuiste a los cuarteles de invierno luego de pensionarte. Un privilegio de pocos, padre. Y allí reforzaste aquello que siempre me enseñaste: “haz tu trabajo, pero nunca pases por encima de nadie”.
Con aciertos y errores he tratado de seguir tu camino. Soy periodista deportivo. Escribí con dos amigos y hermanos un libro de Ochoa. También con ellos realicé dos documentales, uno del Palomo y otro del médico. Y ahora quiero contar la vida de Rincón. ¿Te das cuenta? Siempre la pelota.
Sí, padre. Tú fuiste más grande que Pelé. Y lo supe en cada gesto tuyo. En cada frase. En cada sueño que construiste. Conociste una mujer con la que te casaste y a la que honraste. Tuviste dos hijos a los que educaste con tu esfuerzo y sabiduría, y dos nietos que te vieron cada día como un ejemplo. Le serviste a esta ciudad, tu Cali bella, como periodista de RCN, de Caracol radio, de El Pueblo, de Occidente y de El País. Fuiste un maestro y dejaste un legado imborrable (más tarde te leo lo que han escrito tus colegas, amigos y tantas otras personas en las redes).
Hiciste bien la tarea, padre. Y minutos antes de partir, repetiste mirándonos a los ojos aquello que muchas veces nos dijiste: “Donde sea que yo esté, los amo, familia”. Nosotros también te amamos, padre, y te damos las gracias. Y por eso puedes emprender este viaje feliz, sin una maleta pesada o llena de lamentaciones. Vete tranquilo. Acá te vamos a celebrar cada día. Yo, como siempre, con la pelota, mi Pelé
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