DEPORTES
Informe: Fútbol femenino, la triste metáfora del machismo
El fútbol femenino en Colombia está bajo la lupa por las denuncias hechas por jugadoras contra técnicos y directivos.
Estaban formadas como si se fueran a tomar la foto en los minutos previos a un partido de fútbol: cinco sentadas, ocho de pie, atrás. Aunque no estaban próximas a jugar un partido de fútbol. Lo que estaba en juego era algo mucho más importante que un título continental: el futuro del fútbol femenino en Colombia.
Era jueves 7 de marzo, vísperas del Día Internacional de la Mujer, y 13 de las mejores futbolistas del país habían convocado a los medios de comunicación a una rueda de prensa —con el apoyo de la Agremiación de Futbolistas, Acolfutpro— para denunciar la vulneración sistemática de sus derechos por parte de los dirigentes deportivos. Como si la historia, de alguna manera, se repitiera.
La ONU declaró el 8 de marzo Día Internacional de la Mujer para recordar lo sucedido en 1857, cuando miles de trabajadoras textiles decidieron salir a las calles de Nueva York para exigir “pan y rosas”. El pan simbolizaba un salario digno; las rosas, unas mejores condiciones de trabajo.
Las jugadoras de fútbol de Colombia reclaman algo parecido: no más uniformes con tallas de hombres, no más concentraciones sin recibir viáticos, no más tiquetes aéreos para viajar con la Selección pagados de su propio bolsillo, no más cobros por ser convocadas, no más premios que no se entregan completos, no más vetos a las jugadoras que denuncian, no más represalias por lo que se ha venido advirtiendo desde 2012.
– ¿Por qué nos demoramos en hablar públicamente? Porque en menos de 10 días en que lo hicimos nos quitaron la liga profesional. Están diciendo que van a vetar a la mejor generación de fútbol, organizando un torneo Sub 23. ¿Si estas no son represalias contra nosotras, entonces qué son? – dijo, micrófono en mano, la jugadora Isabella Echeverry, y como en Nueva York hace 162 años, pareciera que están empezando a cambiar ciertas cosas.
Este martes, en la reunión de todos los clubes profesionales, y con una delegación del gobierno y de Coldeportes, se volverá a debatir si el país tendrá, o no, liga profesional de fútbol femenino.
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En la rueda de prensa, de pie —los arqueros y las arqueras siempre aparecen en las fotos de los equipos de pie— estaba Vanessa Córdoba. Vanessa es hija del mejor portero de la historia del fútbol colombiano, o por lo menos uno de los tres mejores: Óscar Córdoba.
Provenir de una familia de deportistas ha blindado la carrera de Vanessa en cierto sentido —sus padres la han apoyado para que se dedique al fútbol— y, sin embargo, eso no ha evitado que pase por algunas experiencias por las que ninguna futbolista quisiera pasar.
– Una vez nos concentramos casi todo un diciembre con la Selección. Nos estábamos preparando para la Copa América, y no nos pagaron nada. Ni viáticos, nada — dice Vanessa mientras viaja en un taxi por las calles de Bogotá.
– Los uniformes eran usados. Unos estaban manchados, otros rotos. Los logos de los patrocinadores se estaban cayendo. En mi caso nunca había mi talla. Soy de las más grandes de la Selección, entonces me traían pantalones de hombre, que tampoco me quedan. El mensaje era algo así como: “mire a ver cómo solucionan”. Tocaba resolver temas aparentemente superficiales, pero que al final del día hacen que una deportista no se sienta respaldada.
En otra ocasión, recuerda Vanessa, a todas las jugadoras les dieron uniformes talla L, que les quedaron grandes. Cuando corrían, la pantaloneta se les caía.
Por un salario digno
En la rueda de prensa, Oriánica Velásquez estaba sentada a un costado del grupo, el lugar donde acostumbran a ubicarse los laterales o los delanteros en la foto de los equipos antes de los partidos. Oriánica es delantera. Tiene 29 años y ha jugado en el fútbol de Turquía. También ha disputado Juegos Olímpicos y Mundiales.
Después de salir de una entrevista radial, decía al teléfono: – Quisiera dejar claro que compararnos salarialmente con los futbolistas hombres no lo podemos hacer. Los directivos están diciendo que estamos pidiendo ganar igual a ellos, con sueldos entre $20 y $100 millones, pero no es cierto. Lo que estamos pidiendo es un salario digno. Actualmente las jugadoras reciben entre un mínimo y $4 ó $5 millones, incluso con un palmarés como el mío: Juegos Olímpicos, Mundiales. Ahí ya imaginarás la brecha salarial. Con el problema que los contratos son a corto plazo: tres meses, mientras duran los torneos.
En Colombia, sin embargo, muchas de las jugadoras son profesionales. Es decir: su profesión es jugar al fútbol y comen de ello. Así que estar solo tres meses con empleo es un problema. Deben buscarse otra cosa que hacer.
Oriánica, por fortuna, trabaja en el área administrativa del equipo donde juega: Formas Íntimas. El club le ha brindado las garantías de hacer un proyecto de vida. Pero no todas las futbolistas tienen esa posibilidad. Y las que la tienen, cuando son convocadas a la Selección, deben hacer maromas en las empresas para poder viajar: dejar trabajos adelantados, o conseguir reemplazos. En la Selección no les reconocen nada de ello económicamente.
– Son más las pérdidas que las ganancias cuando nos convocan. Es un orgullo formar parte de la Selección, es nuestro sueño, pero ese orgullo no paga las facturas. Por eso lo que estamos reclamando son mejores condiciones: que no nos paguen lo mismo que a los hombres porque aún el fútbol femenino debe desarrollarse más y generar recursos, pero sí un salario que nos permita vivir de lo que hacemos – dice Oriánica, quien juega al fútbol desde que tenía 8 años.
En ese entonces ya había algunos que le lanzaban comentarios para ridiculizarla. El adjetivo más común con el que algunos califican a las jugadoras de fútbol es el de “marimachas”. Otros van más allá y les gritan “lesbianas”.
En la época en que jugaba Amparo Maldonado, que una mujer pateara un balón era todo un escándalo. Amparo era arquera, y a los partidos llegaba con una bolsa, no con un maletín deportivo, porque le daba pena que supieran que ella jugaba al fútbol. Era 1971, cuando el fútbol femenino, desde Cali, comenzaba a abrirse espacio en Colombia.
En ese año Guillermo Sardi Zamorano, presidente de la Liga de Fútbol del Valle, lanzó una convocatoria para las niñas y las jovencitas que querían jugar. Todas llegaron al barrio Meléndez, entre ellas Amparo.
Unos meses más tarde, en un preliminar en un partido entre Deportivo Cali y América, se jugó el primer partido oficial de fútbol femenino.
Después se organizó el primer torneo de la Liga con 16 equipos. Había representaciones de Palmira, Yotoco, Yumbo, Buenaventura, Cali. Los partidos se jugaban en los alrededores del antiguo Hipódromo, donde actualmente están las Canchas Panamericanas, y eso motivó la organización del primer torneo nacional en Medellín, que el Valle ganó en tres ocasiones seguidas.
Hoy Amparo dirige el que tal vez es el equipo de fútbol femenino que tiene más tiempo de estar afiliado a una liga departamental: Independiente Cali. El club está constituido desde 1988 y hace parte de la Liga del Valle desde 1989.
– Me quedé en el limbo, porque uno espera que su trabajo de tantos años tenga frutos, y que ahora salgan con el cuento de que no habrá torneo profesional, ¿qué puede hacer uno con las niñas que tenían proyección para que cumplan sus sueños? Ese empuje que viene desde los años 70 en el Valle puede quedarse ahí, como volando. Nosotras fuimos las que aguantamos el chaparrón más fuerte. En vez de decirnos piropos en los partidos, nos gritaban marimachas y mucho más – dice Amparo desde el aeropuerto de Bogotá, después de que participara en la reunión en la que se conoció la noticia: las directivas del fútbol colombiano decidieron no hacer una liga profesional.
Otra mirada
En la Universidad Icesi, la socióloga y comunicadora social Viviam Unás, integrante del Programa de Estudios de Género, advierte que lo que está ocurriendo con el fútbol femenino en el país es una metáfora triste y precisa de la experiencia de las mujeres cuando ingresan a escenarios tradicionalmente protagonizados por los hombres.
Es lo que también señala Consuelo Malatesta, la directora de la Corporación Centro de Acciones Integrales para la Mujer, Cami.
– Para comprender lo que está pasando con las mujeres deportistas – dice Consuelo – hay que conocer el estereotipo de feminidad y masculinidad en la cultura. La identidad femenina se construye bajo el estereotipo de delicadeza, de ternura, de personas que asumen roles domésticos. En oposición a esto, la masculinidad se construye bajo la idea de que los hombres son de la fuerza, de la inteligencia, y eso los ubica en unos roles de lo público, incluidos los deportes.
De ahí que cuando una mujer decide practicar un deporte que le exija fuerza y habilidad física, la cultura —su entorno familiar, escolar, comunitario— la califica como no femenina. Y ser no femenina es romper con las reglas del estereotipo de feminidad que se acepta.
– Eso explica el rechazo de algunos cuando las mujeres incursionan en deportes considerados de hombres. Lo vemos con las declaraciones del dirigente Gabriel Camargo, que dijo que el fútbol femenino era un nido de lesbianas. Cuando la mujer decide incursionar en roles diferentes a los del estereotipo, para la sociedad significa que esa mujer ya no es mujer. ¿Entonces qué es? Marimacha, lesbiana. Decirles lesbianas a las futbolistas es justificar la agresión. Cuando un directivo sale y dice “no, lo que pasa es que esas viejas son lesbianas”, lo hace para desvirtuar las exigencias que las chicas están haciendo. Como cuando alguien dice: “no, ese es un marica”. Es una manera de desvirtuar a quien denuncia, quitarle peso a su queja, decirle a la sociedad: lo que ellas están denunciando no importa. Es una manera de callarlas, también – dice Consuelo.
No reconocerles su trabajo en lo económico es otra manera de violentar a la mujer, otra manera de decir: las mujeres no son para el fútbol. Darles un uniforme usado y con tallas que no corresponden traduce el menosprecio o la sanción para quienes decidieron incursionar de manera protagónica en espacios supuestamente masculinos.
– Las últimas veces que fui al estadio vi al público admirando el juego de los hombres y en el entretiempo salen las mujeres en tangas como bastoneras, o en calzones muy cortos, a reafirmar ese lugar en el deporte como decoración, pero no como protagonistas. Es allí donde algunos quieren tener a la mujer: a un costado, un sitio marginal. Si escuchas las declaraciones de los directivos, les han bajado el tono a las denuncias de las jugadoras. “Son chismes”, dicen.
Es una estrategia para restarle fuerza a la denuncia. Pasa lo mismo con la mujer que ha sido víctima de violencia intrafamiliar: la minimizan. Los hombres machistas no reconocen ese machismo porque mantener el orden es la prioridad. Para quien tiene el poder es difícil pensarse como agresor porque sería reconocer que tiene que dejar ese lugar de privilegio – dice Consuelo.
Los directivos argumentan que lo que está ocurriendo con el fútbol femenino no tiene que ver con el machismo, sino con lo económico: no hay dinero para organizar una liga profesional.
Oriánica Velásquez, la delantera de la Selección, se pregunta ante ello cómo una empresa va a patrocinar un torneo que no se sabe cuándo empieza, con cuántos equipos, cuánto va a durar. Cómo patrocinar algo que en el fondo, no les interesa realizar.
Finalmente, dice Vanessa Córdoba antes de bajarse del taxi, el fútbol femenino y masculino apenas se diferencia en un asunto: son poesías distintas dentro de un misma literatura.
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