DEPORTES
Recuerdos del balón: el día que un equipo colombiano estuvo a un penal de ser campeón intercontinental
El Once Caldas se convirtió ese 12 de diciembre de 2004 en apenas el segundo equipo colombiano en disputar la Copa Intercontinental
Pocos nombres les duela tanto escuchar a los hinchas del Once Caldas -y a los seguidores del fútbol colombiano- como el de Jonathan Fabbro. No precisamente porque el argentino nacionalizado paraguayo haya tenido un mal paso por el equipo de Manizales, sino por lo que aconteció esa noche (mañana en Colombia) en el Estadio Internacional de Yokohama, Japón.
El blanco-blanco de la capital de Caldas se convirtió ese 12 de diciembre de 2004 en apenas el segundo equipo colombiano en disputar la Copa Intercontinental, certamen que desde 1960 enfrentó a los campeones de Europa y Suramérica para definir al mejor equipo del mundo.
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El Once se ganó ese derecho cinco meses y once días antes, tras imponerse en la gran final de la Copa Libertadores al campeón de la edición 2003, el Boca Juniors de Carlos Bianchi, al que muchos consideraban como uno de los mejores equipos del mundo.
El camino de esa Libertadores fue de ensueño para un equipo humilde, de una ciudad chica, que no contaba con grandes figuras. En su recorrido tuvo que dejar fuera a dos potencias brasileras: el Santos de Robinho y Diego Ribas y el Sao Paulo de Luis Fabiano, Gustavo Nery y Rogerio Ceni.
En jugadores como Arnulfo Valentierra, Samuel Vanegas, Jhon Viáfara, Elkin Soto, Jorge Agudelo y, sobretodo, su arquero Juan Carlos Henao y una férrea estrategia defensiva planteada por el DT Luis Fernando Montoya, el equipo albo alcanzó la gloria continental.
Esos muchachos, ese grupo de obreros futbolísticos, demostraron que muchas veces la estrategia y el pundonor -combinados con un poco de suerte- valen más que el talento. La disputa Intercontinental le deparaba un duelo mano a mano con el Porto de Portugal, otro equipo que había sorprendido al mundo a partir de una implacable defensa.
Solo cuatro cambios presentó el Once versión Yokohama con respecto al versión Palogrande el 1 de julio y apenas dos no habían sido campeones de América: Roller Cambindo y el mexicano Antonio De Nigris. Ya no estaba Arnulfo Valentierra.
A Fabbro, sin minutos en la final de Copa, le correspondió comandar el ataque del cuadro manizaleño aquel 12 de diciembre en territorio nipón. No obstante, de ataque caldista hubo poco ese día. Tan pronto hizo sonar el silbato el árbitro uruguayo Jorge Larrionda cuando eran las 5:10 de la mañana de Colombia, el asedio fue portugués.
De la mano de Maniche y el sudafricano Benni McCarthy, los lusos dominaron el juego y estuvieron a centímetros de abrir el marcador en diversas ocasiones. Fueron un total de cuatro tiros en los palos. Cuando los tiros no fueron a los palos, apareció la figura de Henao para mantener a salvo su arco. Hasta un error arbitral de Larrionda impidió un gol del sudafricano por un fuera de lugar que no existió.
Todo parecía estar dado para que el Once asestara el golpe definitivo. Tras 120 minutos, el marcador terminó en ceros y los penales auguraban lo mejor con un especialista como Juan Carlos en la portería.
El capitán Venegas, Alcázar, Viáfara y de Nigris cobraron como si la experiencia copera les sobrara. En Porto, Maniche estrelló su remate en el travesaño.
Así las cosas, con 4-3 en la tanda de los penales, Fabbro tenía en sus pies la posibilidad de hacer campeón mundial al cuadro colombiano. Henao no lo podía creer, se agarraba la cara mientras buscaba una explicación a la oportunidad que se le presentaba a su equipo. En la cara de Jonathan no se vislumbraban nervios y solo bastaban segundos para delirar junto a sus compañeros y el puñado de manizaleños que viajaron 14 mil kilómetros para ver al Once hacer historia.
Pero el sexto palo de la noche fue el más doloroso de todos. Fabbro envió su remate al vertical derecho y no hubo más reacción que el silencio en sus compañeros y la teleaudiencia colombiana.
Luego, Mccarthy empató la serie. En la muerte súbita, solo el joven Edwin García envió su disparo afuera. El Porto fue campeón porque las telarañas de la araña Henao no fueron lo suficientemente grandes como para detener los disparos de Costinha, Jorge Costa, Ricardo Costa y Pedro Emanuel. Ese día no hubo alegría para el Once, ni para Colombia.
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