CIENCIA
La historia de Diana Trujillo, la caleña que trabaja en el equipo de la Nasa que explora Marte
La ingeniera aeroespacial cuenta cómo llegó a comandar equipos que participan en importantes misiones al planeta Marte.
Conserva la esperanza de convertirse en astronauta. O que si ella no alcanza este propósito, que alguno de sus dos hijos lo llegue a ser. “Dios quiera que sí. La verdad, Dios quiera que sí”, enfatiza sonriendo, en medio de una videollamada por Zoom.
Su sueño no es nada descabellado. El astronauta de ascendencia mexicana José Hernández la ha incentivado a perseguirlo. Le ve madera y sabe que cumple con varios de los requisitos para viajar al espacio.
Pero, mientras este anhelo se cristaliza, la caleña Diana Trujillo sigue en sus dos cargos actuales en la Nasa: “líder diputada del brazo robótico y la ciencia del brazo y líder del programa de examinaciones de operaciones de viaje”.
Participa en la misión que envió en agosto pasado el robot Perseverancia a Marte. Ella y su equipo fueron los encargados de “integrar todas las partes físicas, eléctricas y de computación del robot para que haga lo que tiene que hacer” en el Planeta Rojo.
Explica desde Washington, donde reside, que el robot llegará a Marte en febrero 28 de 2021, pero mientras eso sucede, ella y su equipo se están alistando para determinar cómo van a solucionar, en poco tiempo, los problemas que se le puedan presentar a esta máquina. “Si el robot no se comunica con nosotros y tenemos una hora para solucionar esto, debemos resolverlo en ese tiempo a ver si somos ágiles”, comenta.
Esta egresada del Colegio Cañaverales de Cali afirma que Perseverancia no va a traer nada a la Tierra. “Al llegar, el robot va hacer examinaciones en la roca, a taladrarla, buscamos un especimen que nos dé confirmación que en algún momento hubo vida en la superficie de Marte y ese especimen lo vamos a capturar en tubitos (como en los que se deposita la sangre en los exámenes de laboratorio). Y esos tubitos van a ser recogidos por otra misión y esta los devolverá a la Tierra”.
La ingeniera aeroespacial ya había participado en 2015 en otra importante misión a suelo marciano: la del robot Curiosity. “Encontramos que la composición química para sostener la vida está en la superficie de Marte. La probabilidad de que hubo vida en algún momento son altas. Ahora Perseverancia está buscando esas respuestas”.
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Para llegar a esas respuestas su labor y el de los grupos que comanda es fundamental. Por eso, como jefa, le gusta “saber hacer todos los trabajos de las personas que trabajan para mí” para que cuando alguna persona entre al equipo, pueda orientarla bien y “no tener que decirle, mire a ver cómo se hizo antes”.
Al preguntarle ¿qué tal es como jefa?, responde que la pregunta le parece chistosa, pero interesante. “No sé, yo digo que soy buena gente”, dice. Y remata con una carcajada.
Ya más en serio contesta que como jefa debe manejar un balance: tienes que tener suficiente verraquera para creer que puedes hacer las cosas, pero no tanta como para creerte mucho, porque te puedes equivocar.
De La Sultana del Cielo a la Nasa
Su historia de vida es inspiradora. Quizá, por eso, es que medios de todo el mundo deben hacer fila para obtener de ella una entrevista. Su vida es digna de un libro o un filme.
Llegó a los 17 años a Estados Unidos con solo US$300, buscando un mejor futuro. Debió trabajar por tres años limpiando oficinas y laborar en una panadería con el fin de pagarse los cursos para aprender inglés.
Leyendo un día sobre diferentes carreras encontró la ingeniería aeroespacial y sin tener mucha idea sobre este programa “me sonó. Yo quería estudiar el espacio y decía ‘aero y espacio’. Seguramente esa es y así fue que la escogí”, recuerda.
Estando a punto de inscribirse en la Universidad de Florida, Dios puso en su camino una revista en la que publicaron biografías de mujeres que trabajaban en la Nasa. Leer esas historias la impulsó más a inclinarse por la ingeniería aeroespacial.
Asegura que el sistema educativo colombiano que establece el aprendizaje desde temprano de asignaturas como cálculo, álgebra y trigonometría, materias que le parecían “un juego”, le ayudó a ser buena en matemáticas y a sacar buenas notas en la universidad.
En 2007 fue escogida entre los mejores 18 estudiantes de la Universidad de Florida para hacer una pasantía en la Nasa. Se presentaron 3000. Fue la primera hispana migrante en la Academia Espacial. Por sugerencia de un profesor de trasladó a la Universidad de Maryland. Le tocó retrasar su graduación un año, pero valió la pena: se convirtió en la gerente del departamento de operaciones de la Academia.
Luego de trabajar en la central de la Nasa que se dedica a la construcción de naves espaciales no tripuladas fue ascendiendo hasta ocupar los cargos que hoy ostenta.
Interrogada sobre todos sus logros considera que se deben a varios factores: A no darse nunca por vencida, “si yo no sé, busco a alguien que me ayude, trato aquí y allá hasta que me contesten”. A tener presente que hay que empujar, no resignarse con que no hay recursos, que es difícil, que hay que tomar varios buses, etc.
A la disciplina, añade en su enumeración: si debo levantarme temprano lo hago y hago lo que deba hacer. Si no sale, vuelve y lo intento hasta hacerlo bien, dice convencida.
Además, a que tenía buenas notas en el colegio, entonces me fue muy bien en la universidad y eso me abrió muchas oportunidades. Y por último señala, aunque reconoce que debió ser el primer factor en mencionar, a que “Dios abrió los caminos y cada vez que abría una puerta, yo tomé la oportunidad”. Y por eso le gusta aconsejar, sobre todo a las niñas en sus charlas o en las entrevistas: cuando se te de una oportunidad camina hacia ella, tómala, no te pongas a pensar es que no estoy lista, ahorita no. “No, no. Me llegó, se hizo. No te pongas a perder tiempo”.
Considera esta mujer que no llega aun a los 40 años que no se necesita ser un genio ni tener cinco posgrados para trabajar en la Nasa. Asegura que se necesita “ganas, ganas, la verdad, ganas de hacerlo... ganas, pero ganas no por dos o tres meses, ganas por cinco años. Y entender que cada vez que se abre una puerta caminas, caminas. Entre más difícil sea la situación más ganas tienes. Entonces, lo que uno necesita es ganas y esa vaina de sobrevivencia que tienes en tu corazón”.
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Por más mujeres latinas en la industria del espacio
Para que exista en un futuro no tan lejano más mujeres latinas que puedan llegar hasta donde Diana Trujillo ha llegado e, incluso, superar sus hazañas, la ingeniera aeroespacial caleña opina que se necesita que se cambien ciertos paradigmas en la manera como educamos a las niñas.
“La primera es, como padres, entender que no hay diferencia entre una niña y un niño. Que no piensen que las niñas piensan menos, que no pueden. Hay que dejar de decirle a la niña: ‘sentadita se ve más bonita’. No. No. ¿Cómo así? No. Déjenla que haga lo que quiera, que si quiere saltar que salte, no importa que tenga vestido, ve y ponle pantalones. Tenemos que cambiar la forma en que estamos viendo a las niñas en general. La segunda, es la forma en que jugamos: ¡las muñecas para las niñas, los legos para los niños!
Agrega la profesional que hay que incrementar la curiosidad para que los niños y niñas entiendan la ciencia. “He notado que uno dice: ‘mamita, ¿por qué no me ayuda usted a cocinar mientras su papá le lee el libro a su hermano? ¿Qué estamos haciendo, por qué va a ir la niña a la cocina y el niño a que le lean un libro? Uno dice que es porque la niña pone cuidado, sigue las instrucciones, sabe medir. ¡Y todas esas son las razones por la que ella puede ser científica¡ Lo único es que no le vamos a leer el libro. Entonces ella no entiende, no tiene acceso a como usar esas habilidades que naturalmente tiene para implementarla en la ciencia y no en la cocina”.
Sugiere que desde los colegios se debe también promover las ganas de aprender, de soñar en grande, pero no de forma aburrida sino de manera divertida, interesante. Anota que si a los muchachos se les muestra una película sobre un hombre de 25 años, súper inteligente, director de una compañía, querrán llegar a ser como él.
Que les permitan en clases conocer sobre las diferentes carreras y cuánto ganan los profesionales que las ejercen. ¿Por qué no estamos haciendo eso? ¿Quién dijo que una persona de 16 años no puede
entender eso? “¡Por Dios, claro que sí!”, se responde ella misma.
Sería “cheverísimo” entonces, comenta, que las niñas, en vez de hablar de maquillaje, de los tenis que se compraron o de que el novio la engañó, conversaran, así fuera jugando, sobre la cantidad de dinero que pueden ganar y los sueños que cumplirían al decidirse por determinada carrera.
“Pienso que es eso: desde el momento en que le decimos a la niña ‘tú puedes’, al momento que dice ‘yo quiero’, ahí tenemos un problema. Si ‘tú puedes’ y ‘yo quiero’ no se encuentran, no se logra nada”.
Y como mujer empoderada quiere ayudar a otras mujeres a sobresalir en la industria del espacio.
Por eso, con su esposo William Pomerantz (un científico estadounidense que lleva cohetes al espacio) lideran la Fundación Brooke Owen Fellowship, organización que ayuda a mujeres que salen de la universidad, especialmente a latinas y de otras minorías, a brindarles una oportunidad en la industria aeroespacial.
“Las compañías son las que seleccionan, pero nosotros escogemos quiénes aplican. Entonces lo que hacemos es que seleccionamos la aplicante, la estudiamos, le damos la oportunidad y después vamos a las compañías y les decimos: sé que tienes muchos aplicantes, pero esta muchacha es buena, tienes que mirarla”. Poder ayudarlas la hace sentir en el mismo cielo.
Personal
Diana Trujillo se casó con William Pomerantz en 2009.
”Mi marido es lo mejor”, manifiesta, “porque es una persona que no me ve como menos”.
Lo conoció cuando ella aún estaba estudiando.
Desde un principio le dijo sobre los planes profesionales que tenía para su vida. “¿Tú eres capaz de estar seguro, sin tener que preocuparte de que tu pareja está siendo mejor que tú? Si es así, sigamos, pero si no, pienso que es mejor que no me llames. Esa fue la primera vez que nos encontramos”, cuenta entre carcajadas.
Señala que para funcionar como profesional, esposa, madre y cumplir otros roles, lo primero, es que “respeto el tiempo... yo trato de organizarme y si digo para esta actividad son 45 minutos, son 45 minutos y hágale. Y lo hago con disciplina”.
Recuerda con cariño a su profesor de Química. “Él fue la única persona que no me hizo sentir como ‘siéntese allí y quédese callada’”.
Evoca que el docente en una ocasión en que ella solo demoró diez minutos para responder un examen de química, le entregó otro ejercicio más complicado para que lo resolviera. Con esa actitud le dijo mucho, dice: no tienes que parar ni sentirte mal porque terminaste antes que todos. Ocupa tu cerebro en otra cosa. “Pienso que fue un momento en el que él me dijo: tú puedes dar más y no te sientas mal”.