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José Emilio Prieto es el coordinador de pre-impresión. Trabaja en la empresa desde hace 39 años y seis meses. | Foto: Bernardo Peña/ El País

PRENSA

Resiliencia: la historia que se escribe cada noche, desde hace 70 años, en la rotativa de El País

Desde su inauguración en 1994, la planta de El País no deja de imprimir miles de periódicos 362 días al año. Con la llegada del coronavirus al Valle del Cauca, los trabajadores han tomado medidas de protección. Crónica.

25 de abril de 2020 Por: Jaír Fernando Coll - Reportero de El País

Esta oración tiene una historia. Cada partícula de tinta que conforma sus cinco palabras y 27 letras tiene una razón de ser. Incluso, si usted, señor lector, se inclina ligeramente hacia atrás (o muy hacia adelante), podrá descubrir otros elementos de la página que interactúan con sentidos diferentes a los de la vista: sus dedos, que tocan la porosidad del papel periódico, o su nariz, a la que entra un leve aroma a cartón. Esos elementos también tienen una historia. Ahora bien, si usted lee este párrafo en digital, eso ya involucra una narración por completo distinta, que no tendrá cabida al menos en esta oportunidad.

La historia inicia en la planta de impresión del periódico El País, a pocos kilómetros de la entrada a Yumbo, por el costado sur. Una estructura que se remonta a 1994, año en el que fue inaugurada, y en el que José Emilio Prieto ya cumplía trece años como uno de los encargados de pre-impresión. Ahora, en 2020, ya acumula 39 años. “Y seis meses”, agrega con lucidez ese hombre que ya es coordinador de su área. Es probable que hubiese sonreído al pronunciar esa frase, pero el tapabocas impide conocer todo gesto que esté por debajo de sus ojos.

La llegada del coronavirus a la región ha dado un vuelco (sino un gran golpe) a la forma en la que laboran los vallecaucanos. En el caso de los 35 trabajadores que operan en la planta del periódico, las medidas ya fueron tomadas hace más de tres semanas: no solo deben portar tapabocas, sino también guantes plásticos. En cada escritorio de trabajo hay un desinfectante. Y la regla del distanciamiento se cumple al máximo, en medio del ajetreo nocturno de la rotativa.

De resto, la rutina sigue en pie. El horario de José Emilio, el que determina el primer paso del proceso, no ha cambiado en lo más mínimo: comienza a las 4:00 de la tarde y termina llegada la medianoche. Sentado en el extremo de una sala de iluminación verdosa, y cuyo espacio lo ocupa una impresora en al menos un 70 %, explica cómo fue creada esta página, la B4.

Evidentemente, el trabajador no aborda cómo fue escrita ni mucho menos cómo fue entrevistado para decir lo siguiente: “Luego de que los diseñadores nos envían los PDF ya terminados de redactar, los cuales podemos ver en esta pantalla que está a la izquierda de mi escritorio, los transfiero a un programa que descompone la página del periódico en un rango de colores, según podemos ver en esta otra pantalla que está a mi derecha”.

José Emilio se levanta y recorre la sala hasta el otro extremo. “Después envío los archivos a esta máquina, que se encarga de imprimir cuatro láminas de metal por cada página, pues la escala de color que nosotros manejamos lo integran cuatro tonos diferentes: cian, magenta, amarillo y negro –describe–. Esas láminas las recoge el personal de impresión para ubicarlas en la rotativa, que se encarga de estampar todos los elementos de la página, que es el producto final que realmente tendrá el lector en sus manos”.

El hombre reconoce que los efectos de la pandemia no solo se han filtrado en su trabajo, sino también en su vida familiar: su hija, que realiza sus prácticas de periodismo desde la casa, al igual que otros colegas de prensa por estos días, se graduará en julio y, si esto continúa, José Emilio presume que deberán celebrar el acontecimiento con una cena en casa, quizá vestidos de gala en su propia sala. Imaginar esta escena le hace sonreír y aunque el tapabocas haga desconocida la fisonomía de su boca y dientes, lo delatan las pequeñas arrugas que se forman alrededor de sus ojos rebosantes de alegría.

El golpe de las botas de los operarios empieza a cobrar más fuerza afuera, donde está la rotativa, una robusta máquina de tres pisos, atravesada por estrechos pasillos y con algunas puertas de por medio. Las columnas que la sostienen, los cilindros que ruedan vertiginosos, toda la estructura en sí misma emite un sonido tan fuerte que toda conversación en un radio de cinco metros termina por ser inaudible. E innecesaria: todos saben qué hay que hacer.

Quizá el más callado de todos durante la jornada sea Andrés Camilo Rosas. Pero no tanto porque su voz sea inaudible en un escenario que más bien parece una oda contemporánea a ‘Tiempos modernos’, de Chaplin. Al contrario, la parte en la que trabaja es más callada, una especie de sótano en donde reposan rodillos de papel tan anchos como dos llantas de una camioneta 4x4. La tarea de Andrés (una de tantas) es empalmar el papel a la rotativa, para lo cual se sirve de unas bases que, sobre una serie de rieles, le permiten transportar el material.

“Al día se consumen alrededor de 1700 kilos de papel para imprimir El País, y menos de la mitad para Q’hubo, que más o menos son 250 kilos”, dice Rosas. “Cada etapa de nuestro trabajo lo hacemos con las manos, bien sea en el manejo de herramientas o en montaje de planchas a la rotativa; mejor dicho, en todo, pero al tener guantes de plástico, estos suelen adherirse a ciertos materiales con los que estamos en contacto. Es una cuestión de costumbre”.

El joven está cerca de cumplir dos años de trabajar en la planta del periódico más importante del suroccidente colombiano. Inició en 2018 como practicante del Sena, en donde estudió impresión offset (en plancha). “Aquí no deja ser casi lo mismo, porque son artes gráficas, pero esto es una máquina rotativa, o sea es un proceso más complejo y a gran escala”, expresa Rosas, quien se refiere a El País con una frase que ya es un clásico, incluso, entre periodistas de la región: “Es una gran escuela”.

Mientras José Emilio y Rosas podrían constituirse como los que determinan el primer paso de la creación de la página B4, Luis Alfonso González es uno de los ‘engranajes’ claves de la etapa intermedia, el de la impresión en masa. Un verdadero veterano que ingresó a El País a los 20 años. No era 1994, año en el que se inauguró la rotativa actual, importada desde Atlanta, Estados Unidos. Ni tampoco 2005, cuando se empezó a implementar el sistema Computer to Play, CTP, para el procesamiento rápido de las láminas. Ni mucho menos 2014, época en la que se invirtió un millón de dólares en la modernización de la máquina, sobre todo en los sistemas de control.

No. El año en el que Luis Alfonso ingresó fue 1985, una era en la que imprimir miles de periódicos era una labor netamente manual y desgastante. “Yo vine a parar aquí, porque un año atrás me había hecho papá. Debía responder por mi familia. Por ese entonces, los horarios eran muy pesados; en las ocasiones más extremas, iban de las 8:00 de la noche hasta la 1:00 de la tarde del día siguiente. Muchos no resistieron. Pero uno por sacar la familia adelante, no he tirado la toalla”, cuenta Luis Alfonso, cuyos lentes se le empañan por el aliento que acumula el tapabocas.

Docenas, cientos y miles de periódicos salen desenfrenados en una banda. Luis Alfonso, en frente del puesto de control, recoge un par de ediciones y comprueba que no haya ningún error de impresión. De repente, el hombre de 55 años recuerda algo importante. Se dirige a la página B4 y, con ojo veloz, encuentra sus propias palabras.

Palabras que son secundadas por las de Claudia Patricia Sierra, jefe administrativa de distribución, quien recuerda cómo eran entregadas las ediciones cada mañana del 2002, cuando recién la contrataron: el 90 % de los repartidores eran ciclistas que llamaban ‘La vuelta Colombia’ al recorrido que debían hacer desde Yumbo hasta Jamundí. Ahora, 18 años después, todo se ha sofisticado: los 67 mensajeros se movilizan en motocicletas mientras 10 supernumerarios están pendientes de cualquier contingencia en las entregas.

“Nosotros atendemos 60 municipios del Valle, Cauca y algunas ciudades capitales. Pero, dadas las actuales restricciones en el transporte intermunicipal, nos limitamos a Cali, Jamundí y Palmira; el resto de nuestros suscriptores leen el periódico de forma digital –explica Sierra–. En mi caso, yo soy una de las cinco personas del área que está teletrabajando y siento, como muchos en mi caso, que los horarios de trabajo se han diluido, uno está productivo hasta en horas de la noche”.

Esta oración tiene una historia… que está a 70 palabras de acabar. El coronavirus solo detuvo el mundo a medias: las noticias aún existen. Los periodistas entrevistan a gente con tapabocas o cubiertos en overoles cual astronautas de bajo presupuesto. Los repartidores lanzan la edición contra la puerta sin despertar a nadie. Señor lector, ya puede reclinarse hacia atrás. ¿Siente el roce de sus dedos contra la porosidad del papel periódico? Es una historia de 70 años que palpita con jóvenes latidos.

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