OEA
Valentía: el Covid-19 no detiene la lucha contra las minas anti-persona
750 soldados, con detectores de metales, palas, brochas y estacas de colores, limpian de minas los caminos del suroccidente del país. Una labor que no para ni en cuarentena.
Desde que llegó el Covid-19 al mundo, la vida de muchas personas cambió. En Colombia, la mayoría de los trabajos pararon, algunas empresas cerraron y hasta el conflicto armado cesó, pero las secuelas de la guerra aún viven en aquellos caminos olvidados en medio del monte, de la selva, donde buenos y malos se disputaban un pedazo de tierra. Allí, en esos territorios, hay un enemigo que nunca descansa, no duerme, no come: las minas antipersonal, un adversario silencioso que sigue esperando que alguien caiga para derrotarlo.
Todo eso lo sabe muy bien el capitán Joel Ernesto Romero Parra, comandante de compañía del Desminado Humanitario del Batallón Número 6, ubicado en Palmira. A pesar de que casi todo el mundo está confinado, él y 750 uniformados, entre oficiales, suboficiales y soldados, siguen trabajando en los departamentos de Valle, Nariño y Cauca. Tienen una labor de valientes: desminar esas secuelas que ha dejado la guerra.
Hoy, más preparado que nunca, Romero viste su camuflado militar, gorra, tapabocas azul y guantes quirúrgicos, que solo dejan a la vista una mirada fija, pues más que nadie sabe que, si se siguen los protocolos establecidos, nada puede salir mal. Esa es una de las consignas aprendidas en el curso que debieron realizar para llegar a ser desminador.
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750 miembros del Ejército realizan esta peligrosa labor en los caminos del Suroccidente.
Desde una oficina en el Batallón de Palmira, Romero imparte órdenes y explica un poco cómo es su labor en los caminos minados de la región y el país. “Nosotros fuimos seleccionados por el personal del Ejército para hacer el curso de Desminado Humanitario en Nilo, Cundinamarca, que duró cuatro meses, donde fuimos avalados por la OEA, quienes son los que verifican las labores que realizamos de acuerdo a los estándares internacionales”, expresa el capitán Romero.
El Batallón de Desminado se creó en Colombia en el 2016 y está compuesto por siete brigadas de Desminado Humanitario, distribuidas a nivel nacional de acuerdo con la priorización por la contaminación de minas.
“En el 2017 llegamos a Palmira para operar en el Suroccidente. Una labor que a simple vista nadie quisiera realizar, pero que si se siguen los protocolos establecidos y estudiados, nada debe salir mal”, expresa el Comandante, mientras atalaja su uniforme.
Según el coronel Andrés Rojas, comandante del Batallón de Ingenieros de Desminado Humanitario Número 6, la labor de desminado no ha parado. Hasta el momento, el Batallón Número 6 ha logrado despejar de minas antipersonales a 23 municipios entre Valle, Cauca y Nariño, mientras que La Sierra y San Sebastián, en el Cauca, ya están libres de minas, pero están a la espera del monitoreo de la OEA para la entrega oficial.
“En el primer semestre de este 2020 ya hemos destruido cinco minas antipersona en la región y hemos encontrado 145 desechos metálicos. En lo que resta del año la meta a nivel nacional es entregar 48 municipios, de los cuales en el Suroccidente tengo proyectado entregar cuatro: La Sierra, San Sebastián, en el Cauca; y Túquerres y Linares, en Nariño”, agrega el coronel Rojas.
Enemigos casi invisibles
Además de protegerse contra el coronavirus con guantes, tapabocas y geles antibacteriales, estos héroes deben protegerse con unas armaduras especiales para que las minas antipersona no los alcancen.
“Trabajamos con estándares internacionales donde debemos tener un equipo de protección personal, el cual consta de un uniforme militar azul manga larga, rodilleras, botas militares, guantes, una careta para proteger el rostro, un chaleco de protección pélvica, que tiene una placa especial para detener la onda explosiva, este cubre el pecho, las piernas y parte de los brazos”, dice el capitán, mientras ajusta sus guantes de látex como un experto cirujano.
A la hora de desminar un terreno, los valientes soldados de azul cambian sus pistolas y fusiles, por detectores de metales, palas para cavar, tijeras, espátulas, brochas, y varias estacas de colores, cada una con un papel importante. Este combate, entonces, solo lo gana el soldado que tenga más paciencia.
En esta guerra sin disparos, las estacas juegan un rol decisivo a la hora de desarmar al enemigo: “Trabajamos con estaca de varios colores, la que utilizamos primero son las de 150 centímetros de largo con tope rojo de 15 centímetros, esas son las más largas y las que se ponen en áreas peligrosas, donde se vea una estaca con esas características es posible que hallan artefactos explosivos”, asegura Romero.
“A la hora de iniciar el desminado se pone la estaca de color verde, que mide 50 centímetros, mucho más pequeña que la roja, esta nos explica que allí se inició el operativo; posteriormente empezamos a poner cada 50 centímetros despejados unas estacas rojas (más pequeñas que la primera), que sirve para marcar metro a metro el terreno desminado”, continúa.
“Si encontramos un artefacto sospechoso se utiliza la estaca azul, para especificar que allí se debe realizar una detonación; seguidamente de la explosión se pone la estaca amarilla, que significa que hay que hacer un control de calidad y finalmente está la estaca blanca de 150 centímetros, una estaca grande, que nos dice que el terreno ya ha sido desminado”, acota el capitán Romero.
A la hora de entrar en ‘combate’ lo que primero tiene que hacer el desminador es realizar una inspección visual, donde verifica si hay tierra removida, cables sueltos o cualquier pieza sospechosa. Luego, con una vara de 60 centímetros, se mueve la maleza para tratar de ver algo sospechoso, seguidamente se desmaleza a punta de tijera, donde se deja una rama de 30 centímetros, se empieza de arriba hacia abajo cuidadosamente; luego se pasa el detector de metales buscando alguna alar; si no hay ninguna señal, se avanza 30 centímetros más hasta llegar a los 5 metros de profundidad, cómo una cirugía en tierra, pero con la diferencia de que en esta ocasión el ‘doctor’ o soldado es el que podría fallecer.
“Si se genera una alarma se pone la estaca correspondiente y se hace la excavación para identificar si es una mina o algún metal. Un desminador, en el día, puede hacer una sola senda, que son 5 metros de profundidad, o hasta tres sendas, que son 15 metros, todo depende de las alarmas que le genere el detector”, explica el capitán del Batallón 6.
Lesmes Saavedra, como dice su etiqueta, es uno de los soldados profesionales que llegó hace tres años de Ibagué, Tolima, a operar como enfermero en el Desminado Humanitario. “Esta labor es una de las más importantes, pues toca estar pendiente, por si se activa alguna mina, prestar los primeros auxilios, situación que nunca ha pasado en el Batallón Número 6 de Desminados. Además, hay que estar 24/7, ya que los soldados se pueden cortar en el camino o torcer un pie, todo eso hace parte de la labor”, asegura el enfermero, que recalca “que a la hora de trabajar nunca se siente miedo, pues todos nos sentimos seguros del rol que estamos realizando”.
Romero dice que lo más gratificante de esta labor para él y para los soldados es cuando se entregan las tierras limpias de minas: “A los campesinos se les nota la alegría porque ya pueden utilizar sus terrenos para proyectos productivos, ellos se sienten seguros porque ya pueden dejar salir a sus hijos con tranquilidad al campo. Queda la gratitud del pueblo y la sensación de que todo se hizo muy bien por nuestra Patria, que tanto luchamos”.
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Siguen en su labor
Desde que se inició la cuarentena, el único inconveniente que ha tenido el desminado humanitario en la región es que el personal de la OEA, encargado del monitoreo externo del proceso, permanece en confinamiento.
Sin embargo, el desminado sigue operando internamente con líderes y supervisores que se encargan de hacer el control de calidad en esta dura labor en el monte.
Los municipios beneficiados con esta labor en su zona rural montañosa son Riofrío, Calima-El Darién y El Águila, protegiendo a 400 habitantes en total.
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