MUSICA
50 años del 'The dark side of the moon' de Pink Floyd: historia de una obra maestra del rock
Su cumplen 50 años del lanzamiento de 'The dark side of the moon', obra maestra del rock. Aquí la historia de su origen y el impacto cultural de la música de Pink Floyd.
Escuchar ese sublime gemido por casi cinco minutos y entenderlo perfectamente, saber que nos llama como una madre a su hijo recién nacido: es la noche que siempre nos invita a habitar su misterio.
Así suena “The great gig in the sky”, un aria moderna creada por Pink Floyd en su emblemático álbum The Dark Side of the Moon de 1973, que desde entonces expresa la angustia cotidiana que todos sentimos cuando se vive en constante riesgo de enloquecer por exceso de normalidad, como afirma el tipo que nos habla en “Speak to me”, la primera de las diez piezas del disco: “Es difícil explicar por qué estás loco, aun si no eres un loco”.
La idea de componer este álbum surgió en 1971 durante una reunión en el lugar menos inspirador, aparentemente, aunque en sentido práctico, también el menos propenso a interrupciones para una banda de rock. Fue en la cocina de la casa de Nick Mason donde, los cuatro músicos para ese momento: Roger Waters (bajo y voz), David Gilmour (guitarra y voz), Richard Wrigth (teclados) y el mismo Nick (batería), acordaron que en esta ocasión toda la música que compondrían tendría un tema unitario.
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Inicialmente pensaron en un motivo corriente, “el estrés”, luego elaboraron una lista de “dificultades y presiones de la vida moderna”, allí apuntaron: el tiempo, el miedo, el dinero, la locura y la muerte. ¿No son estos los temas de todas las grandes obras de arte? Pero cada artista los descubre en su momento.
Para Pink Floyd era la primera vez que se enfrentaban a una creación conceptual rigurosa, desde que habían formado la banda en 1965. Durante sus cinco primeros álbumes de estudio solo habían seguido el método de reunir canciones que nacían de distintos pretextos y circunstancias, todas ellas creadas con una actitud libre y experimental. Fueron antologías como: The piper at the gates of dawn (1967) y A saucerful of secrets (1968) definidas en gran parte por el genio extravagante de Syd Barrett, quien por problemas mentales asociados al consumo de LSD tuvo que dejar la banda, cediéndole el lugar a su amigo David Gilmour.
Luego vendrían Ummagumma (1969), Atom heart mother (1970), y Meddle (1971), álbumes de puro rock progresivo con los que lograron llevar al límite sus ideas musicales y encontrar un sonido propio, en el último de estos hay temas como: One of these days y Echoes, donde ya aparece el Pink Floyd más reconocible para la mayoría.
Hasta aquí la banda era considerada solo una excentricidad musical inglesa —entre muchas otras excentricidades— cuyos shows de luces fascinaban tanto al público que nadie prestaba atención a los músicos. Para algunos, la rareza de Pink Floyd solo era superada por Frank Zappa. Pero ahora, por primera vez, se imponían una exigencia un poco más conservadora, pensaban crear una obra total y coherente de pies a cabeza.
Ya Roger Waters tenía algunos avances de letras y un seductor riff de bajo a 7/8. Para 1972 también tenían una la idea de título para el álbum: The dark side of the moon, a piece for assorted lunatics.
Así que entonces, ensayado y ordenado el material nuevo, decidieron probar al público dando una serie de conciertos previos por cuatro noches seguidas en el Rainbow Theater, la experiencia fue intensa y conmovedora, nada comparable a las locuras de años precedentes, por lo que en junio de ese mismo año decidieron entrar al estudio y con sesiones de una a dos semanas hasta enero de 1973 grabaron su primera obra maestra en el legendario estudio Abbey Road de Londres, teniendo como ingeniero de sonido al legendario Alan Parsons.
En marzo del mismo año se publicaría el álbum, en Estados Unidos primero y luego en Inglaterra. Aunque, “sin duda era una obra completa mucho mejor que cualquier cosa que hubiéramos hecho antes, no ofrecía ningún indicio de potencial comercial”, recordó Nick Mason, cuando la actitud de la banda era solo de hacer arte por el arte, así lo escribió en su autobiografía Dentro de Pink Floyd (2004).
Ninguno de los integrantes imaginó que su obra superaría más de 45 millones de copias vendidas y que según una encuesta —o una leyenda—, se dice que una de cada cuatro familias inglesas guarda su ejemplar de The dark side of the moon con tanta devoción como las obras de Shakespeare y las novelas de Dickens.
Entre las cualidades que hacen de The dark side of the moon un disco accesible al gran público, y al mismo tiempo una obra suprema de la música contemporánea, es que logró expresar la decepción de una sociedad que perdió sus más nobles ideales. Para 1973 a la mayoría de nuevos adultos, aquellos identificados con la lucha libertaria del 68, esas nuevas familias formadas por padres que habían experimentado el verano de amor y esperanza en el 69, ahora les llegaba su turno de madurar, de reconocer que sus hijos y el trabajo son fuerzas más poderosas que la filosofía rebelde de su adolescencia.
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Desde entonces y hasta hoy, personas que maduran en todo el mundo escuchan con nostalgia el oráculo de Pink Floyd en la canción “Time”: “Nadie te dijo cuándo correr, llegaste tarde al disparo de salida. Corres y corres por alcanzar el sol, pero está oscureciendo”. Esta resignada madurez es el sello distintivo que tendrá la música de Pink Floyd en adelante, pasando por la culpa del amigo abandonado en Wish you were here (1975), hasta el resentimiento, tierno y violento en The Wall (1979).
A lo largo del disco se manifiestan sonidos intensos y espasmódicos, con momentos sublimes, pero contrario a los efectos de la psicodelia, en especial de la música influida por el LSD, este sonido sublime, aunque sobrepasa lo racional, resulta muy consciente. Insoportablemente consciente, porque expresa la mentalidad de quienes están cada día exponiéndose a la rutina agobiante de los deberes familiares y civiles, revelando la debilidad de unos seres rígidos, lógicos y ambiciosos, que llevan a cuestas su pequeña aspiración de triunfo, pensando en “Nosotros y ellos”, luchando por alcanzar un poco de placer y tranquilidad en el camino recto del progreso. Son “ellos y nosotros” quienes sufren porque ya no se puede ser irresponsable, pese a que siempre “el loco esté en mi cabeza”. La consciencia de quienes saben que ese camino no conduce a ninguna parte, que el agotamiento diario solo es una señal de la muerte, esa gran liberadora de las obligaciones.
Los optimistas que en 1969 observaban el “gran salto de la humanidad” en esa luna brillante de las pantallas de televisión, ahora son adultos que finalizando el día quedan derrotados y abatidos, personas que pese al dinero ganado o la caridad recibida, sienten que “después de todo somos hombres ordinarios”, y se toman unos minutos para escuchar con recogimiento un himno maternal sin palabras que los arrulla, confesándoles mientras llega el sueño o la muerte que: “realmente no existe el lado oscuro de la luna, sino que todo es oscuro”. En esta música están La tierra baldía y Los hombres huecos de T. S. Eliot, pero sin palabras, poesía pura.
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