HUV
Caballos sanadores: crónica de una visita especial al HUV
El contacto con los caballos resulta sanador para los pacientes con distintas dolencias. Así lo demostró la prueba piloto que se realizó en el HUV.
En vez de un estetoscopio, de su cuello cuelga una fina cabellera entre rubia y castaña. En vez de una bata blanca, luce sin pena su robusto cuerpo. En vez de tenis, viste unas medias violetas para que sus cascos no resbalen con el reluciente piso del Hospital Universitario del Valle.
La visita de la doctora Annabelle fue como hacer realidad una fábula que a los niños les leen en el área de pediatría. La protagonista, una mini yegua, visita un centro médico para obrar un milagro: hacer más leve las dolencias de los pacientes, a través de la terapia con caballos —diferente a la equinoterapia—.
Este cuento, que no es un cuento, comenzó a las 10:00 a.m., en la sala ‘Mimos’, un espacio lúdico en el que esperaban a la inusual visitante unos 20 niños, entre los tres meses y 12 años de edad, algunos de ellos en brazos de sus madres o de las enfermeras. Reían con las ocurrencias de un clown (payaso), quien sostenía la correa de Firulais, un perro de cartón, muy territorial que alertó, de inmediato, el ingreso de otro animal.
Se trataba de un equino de no más de un metro de alto y 60 centímetros de ancho, de cabellera castaña y grandes ojos negros, surcados por pestañas largas. Los niños quedaron estupefactos ante la presencia de la mini yegua. Ninguno se movía de su silla. Quien más cerca estaba a Annabelle era Michael Hurtado, un niño invidente, de 10 años, que lucía unas gafas de sol de montura amarilla.
Daniela Jaramillo, quien guiaba a la yegua con un cordel rosado, la presentó a Michael, quien asintió con timidez.
—¿Sabes que si le susurras un secreto al oído, ella te lo guardará para siempre? —le sugirió.
Michael dudó unos pocos segundos y luego se decidió a acariciar la cabeza del equino. Incluso se atrevió a darle un rápido beso a través del tapabocas que él portaba —al igual que casi todos los presentes en la sala—. No transcurrieron más de dos minutos para que la mayoría de los chicos se liberaran de su timidez y rodearan a la Doctora Annabelle, quien a veces posaba su hocico en las manos de los pequeños.
Quien más confianza mostró ante la terapeuta de cuatro patas, fue Kelly González, de 9 años, quien ya había montado caballos, al menos cinco veces, como una manera para ganar fuerza en los músculos y darse más seguridad, una terapia recomendada a quienes sufren de la llamada enfermedad de ‘Huesos de cristal’.
“Esto les da confianza y es excelente para los niños, quienes a veces se aburren bastante en este lugar, aún cuando hay otras personas de su edad cerca”, explicó Ángela Fernández, madre de Kelly.
Esta última contó que lleva cinco días en el HUV acompañando a su hija, quien sufrió una inflación que le provocó una apendicitis, pero no la pudieron operar por su delicada condición ósea. “La visita de la yegua es muy buena para ella y el resto de los niños”, dijo Ángela con un optimismo que brotó en una sonrisa.
Según Héctor Fabio Osorio, psicólogo del HUV, la visita de un equino al hospital ayuda a liberar el estrés y la ansiedad que suelen presentar los pacientes hospitalizados.
Daniela Jaramillo, quien guiaba a Annabelle a través de la sala, fue el cerebro detrás de esta propuesta que presentó al HUV. Según ella, se trata de algo muy similar a la equinoterapia, salvo que en visitas como esta los pacientes no cabalgan a la yegua, pero sí hay una interacción que es útil para mejorar la condición de estos.
La joven, de 25 años, aseguró que “a través del calor corporal del equino, los sonidos que hace y la respiración, se da una visible mejoría de los pacientes, y está comprobado científicamente”.
Y lo dice con conocimiento de causa, porque ella es equitadora de alto rendimiento. Jaramillo relató que padece de una enfermedad autoinmune que empezó a manifestarse en el 2010. Cuatro años más tarde se daría cuenta que no solamente cabalgar caballos, sino también fundir su cotidianidad con la de ellos, le hacía bien a la hora de superar su condición.
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“Esta es la primera vez en Colombia que a un equino lo dejan ingresar a los pasillos y salas de un centro médico. Antes se había hecho con caninos, pero nunca con caballos. El HUV estuvo dispuesto en apoyar esta iniciativa y ojalá este piloto se siga replicando a futuro en este lugar y otros en la ciudad. Es un paso importante para evidenciar resultados positivos”, indicó la equitadora.
También recordó que durante el recorrido de Annabelle, “había un niño con un tumor cerebral y problemas en su sistema nervioso que estaba con bastante miedo. El cambio fue impactante, porque en un rato ya estaba abrazando a la yegua. Cuando le pregunté por qué lo hacía, él me respondía que era porque lo consideraba su amiga. Entonces se trata de entender que son niños que que se sienten alejados de la sociedad por pasar muchos días hospitalizados y no tienen ese pedazo de humanidad tan necesario para ellos”.
La visita de la doctora equina también provocó múltiples selfies no solo entre los niños y sus padres, sino también entre el personal de salud. Era algo innovador, tanto para unos como para otros.
Así lo fue para Juan Pablo Restrepo, coordinador del Área de Pediatría del HUV, quien, después de tomarse varias fotos con Annabelle, afirmó que, en efecto, hay evidencia científica que confirma los beneficios de compartir tiempo con animales domésticos en los hospitales.
“Desde hace muchos años se ve una relación importante entre el contacto del animal y los seres humanos. Esto moviliza en los niños una serie de hormonas y cambios fisiológicos y metabólicos, que permite que el niño empiece la reparación celular. Además, aumenta la secreción de una sustancia que se llama inmunoglubolinas, que fortalecen las defensas. El cambio no solo es lúdico, sino también terapeútico”, confirmó el especialista.
En Francia ya se aplica esta terapia. En 2021 fue popular la historia de Peyo, un caballo de 14 años que visitaba pacientes terminales, con cáncer avanzado o Alzheimer.
El calor del mediodía ya se sentía en la sala ‘Mimos’ del HUV. Era hora de que los niños se despidieran de la Doctora Annabelle, satisfecha con las porciones de manzana y zanahoria que le brindaron los niños y el personal pediátrico. Al igual que como ingresaron, ambas subieron al ascensor y bajaron del quinto al primer piso. Su caminata por los pasillos fue como una pasarela en donde se agolparon los curiosos a tomarse fotos con la doctora que cura dolencias sin emitir un relincho.
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