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"Los intelectuales nos estamos extinguiendo": Mario Vargas Llosa

En su primera visita a Colombia después de obtener el Nobel, Mario Vargas Llosa llegó a Cartagena para celebrar en el Hay Festival los 50 años de ‘La ciudad y los perros’, una de sus novelas cardinales.

28 de ene de 2013, 12:00 a. m.

Actualizado el 23 de abr de 2023, 01:56 a. m.

En su primera visita a Colombia después de obtener el Nobel, Mario Vargas Llosa llegó a Cartagena para celebrar en el Hay Festival los 50 años de ‘La ciudad y los perros’, una de sus novelas cardinales.

Escribía sin parar en las bibliotecas públicas de Manhattan. Eran encierros prolongados, casi monacales. Corrían los últimos meses de 2010 y en ese ejercicio solitario Mario Vargas Llosa iba dejando a su paso páginas incómodas en las que se leen frases apocalípticas como esta: “La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está a punto de desaparecer”. Era una sospecha de nuestro tiempo que el escritor peruano no quiso dejar pasar por alto. En Piedra de Toque, su columna quincenal del diario El País de España, iba soltando pequeñas dosis de ese malestar. Un domingo se quejaba de la banalización de la política, quince días después se lamentaba de la creencia estúpida de que informar es entretener, un par de columnas más adelante interrogaba a sus lectores sobre la frivolidad que acecha a la literatura. Meses más tarde arremetía de nuevo y esta vez se preguntaba a sí mismo si acaso los ilustres pensadores —él incluido— no eran una rara especie poco necesaria en el hábitat del debate público. Y así, escribiendo como si se tratara del ‘último intelectual’, una mañana, antes de salir de su apartamento temporal en Nueva York, una voz entrecortada y con un español a media lengua se esforzaba por contarle algo importante desde Europa. Fue necesario colgar y que la llamada se repitiera. Esta vez todo sonó con claridad: hacía tres meses, en la más absoluta discreción de la Academia Sueca, el escritor peruano más leído de todos los tiempos había sido elegido como el nuevo Nobel de Literatura. Hijo orgulloso del ‘boom’, Jorge Mario Pedro Vargas Llosa hizo parte, por décadas, de la lista de merecedores del Nobel por sus sobradas virtudes literarias. Otros pocos, sin embargo, lo imaginaban con el mismo destino de Borges. Anticomunista confeso, el padre de ‘El Aleph’ no ocultó nunca su simpatía hacia sangrientos dictadores como Rafael Videla y Augusto Pinochet. El costo fue alto: Borges fue uno de esos influyentes escritores del Siglo XX a quien la muerte sorprendió sin pronunciar un discurso célebre en Estocolmo, por cuenta de sus radicales posiciones políticas.¿No era acaso Vargas Llosa un escritor que, además de cargar con el ‘pecado’ de haber nacido en el Tercer Mundo, defendía políticas neoliberales y combatía con palabras de fuego a los gobiernos de Cuba y Venezuela? ¿No era acaso el hijo de Arequipa que un día de 1990 se paró en la plaza pública a echar arengas convencido de que había llegado su turno de ser presidente de Perú?Hagamos memoria: arropado por Libertad, un movimiento cívico, Vargas Llosa quiso llegar a la Casa de Pizarro en momentos en que su país “atravesaba la más grande crisis del siglo pasado”, a decir del escritor, peruano también, Santiago Roncangliolo. “Cerca de la tercera parte del país estaba bajo el dominio de dos grupos subversivos marxistas. La inflación obligó a cambiar de moneda dos veces, porque era imposible sacar cuentas con tantos ceros. Los apagones y los cortes de agua eran tan habituales que ya nadie sabía cuáles se debían a atentados terroristas y cuáles a la pura incompetencia del Estado”. Todo eso estaba mal. Pero la gasolina que encendía el discurso del Vargas Llosa político fue la nacionalización de la banca. El discurso caló. Los intentos de nacionalización no fueron más que eso y el autor de ‘La ciudad y los perros’ despejó el camino de la oposición. Se hizo candidato con la bendición de los partidos de derecha y los empresarios. Prometió eliminar subsidios estatales así como otras acciones que cayeron como pedrada en el ojo de las clases populares. Perdió. Fue derrotado en las urnas, pero sus ideas siguen ganando votos. En las pasadas elecciones para presidente en el Perú, su país debía escoger entre Keiko Fujimori, cuyo padre se hace viejo en una cárcel cumpliendo una condena por crímenes contra los derechos humanos, y Ollanta Humala, cuyo hermano vive lo propio por homicidio y secuestro. El Vargas Llosa político soltó palabras que ardieron: “Es como elegir entre el cáncer y el sida”.Veinte años después de aquella aventura política, vinimos a descubrir que los pesimistas no tenían la razón. Pues resultó que fue justamente la manera en que Vargas Llosa puso a conversar la literatura con la política lo que alabó la Academia Sueca de las Letras. Eso lo supo mucho tiempo después el escritor peruano: se quedó con el Nobel porque convirtió su obra “en una cartografía de las estructuras del poder” y la cargó “de imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”.****Vargas Llosa tuvo que hacer una pausa en la escritura de esas páginas incómodas porque lo que siguió después de aquella llamada desde Suecia fue un año “de pesadilla en el que tuve que saltar de una entrevista a otra, de país en país, de foto en foto”. Esto solo durará un año, pensó con resignación. Pero entonces en 2011 el Nobel terminó en manos del poeta sueco Tomas Tranströmer. Y ese poeta era casi mudo por culpa de una apoplejía. Claro, no daba entrevistas. Muchas veces su esposa debía hablar por él. Lo inevitable: el espectáculo Vargas Llosa debió continuar un año más. Fue por eso que aquellas páginas incómodas que comenzaron a escribirse en las bibliotecas públicas de Manhattan solo vieron la luz hasta mayo de 2012 cuando Alfaguara publicó ‘La civilización del espectáculo’. Fue su primer libro después de quedarse con el Baloto literario.Usted puede estar o no de acuerdo con lo que Vargas Llosa plantea en este libro: que la cultura, esa sustancia espesa cocinada durante siglos con cine, música, literatura, arte y hasta periodismo, vive sus últimos días. Incluso no estar de acuerdo con Vargas Llosa mismo. Usted puede, por ejemplo, creer como el escritor vallecaucano Julio César Londoño que el autor de ‘La ciudad y los perros’ no es más que un “peruano con suerte” que, a pesar de su extensa obra y con 16 novelas a cuestas, “no ha dejado un solo personaje memorable que sea recordado”; un escritor que “ha incursionado en todos los géneros con un éxito muy superior a la calidad de sus libros”.Nadie tiene la última palabra. Ahí está el escritor caleño Antonio García Ángel con una visión distinta y más bondadosa. En 2004, gracias a una beca de la marca Rolex, tomó lecciones de viva voz con Vargas Llosa, a quien religiosamente le enviaba cada viernes lo que había escrito en la semana a la espera de que el domingo siguiente el peruano lo llamara a hacerle sus comentarios.Otras veces, Antonio viajaba al encuentro con ese “monstruo de las letras”. Podía ser en Londres, en Madrid, Nueva York, en Suiza o en París. El lugar era lo de menos. Lo de más era repasar las tres lecciones básica de su trabajo “casi artesanal de la palabra”, como dice García Ángel: “tener disciplina, el hábito de escribir todos los días; tener ambición y siempre pensar en proyectos de largo aliento; y exigirse. Siempre me dijo que podían existir muchos escritores mejores que él, pero cometían el pecado de sentirse satisfechos con lo que hacían. Se resignaban a entregar el penúltimo manuscrito”.La otra alternativa es llegar a las páginas de ‘La civilización del espectáculo’ sin más motivos que el interés genuino de leer el libro de un autor galardonado. Una “declaración de principios de un hombre que ha sido consecuente durante años con su pensamiento”, como escribe desde España el periodista de El País Juan Cruz.Vargas Llosa conversó con GACETA sobre esta serie de ensayos, que tuvo que terminar de escribir en los aeropuertos, esquivando la enorme presión mediática que aún lo persigue. El nobel peruano habló sobre esta radiografía de nuestro tiempo de la que no es posible salir ileso. La misma sobre la que el autor conversó durante el Hay Festival que termina hoy. Maestro, pareciera que 220 páginas no fueran suficientes para plantear tanta indignación sobre la forma en que hemos cambiado la forma de disfrutar y entender la cultura...Debe ser que ya me estoy volviendo muy viejo. Y que de viejo me ha dado por preocuparme de forma exagerada. En estas páginas no solo hay indignación, hay preocupación y angustia. Quise hacer una reflexión crítica sobre una tendencia preocupante: la transformación de la idea de cultura en algo que hace de ella una forma de entretenimiento...¿Y acaso debe ser la cultura aburrida?En absoluto. La cultura debe ser entretenida porque justamente es una forma superior de entretenimiento y diversión. El asunto es que nos quieren hacer creer hoy que basta contentarse solo con eso, con que nos divierta. Hasta los periódicos y los noticieros quieren divertirnos antes que informarnos porque se supone que eso es lo que queremos, chismes, noticias frívolas. Y pasarlo bien no puede ser de ninguna manera un valor supremo de la cultura. Por eso es que creo que la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este término, está a punto de desaparecer.Suena bastante apocalíptico…T.S. Eliot ya nos lo había advertido que la cultura iba en camino de desaparecer. Ha sido una idea ingenua creer que la cultura podía llegar a todos de la misma manera. Pueden decirme que no hay diferencia entre alta cultura y baja cultura, pero sí existe una línea divisoria. La cultura tiene grados, niveles. Pero otros creen que la cultura es una sola, independientemente del círculo social al que uno pertenezca… No lo creo. Los anglosajones hace rato introdujeron la distinción entre la “cultura de la ceja levantada”, como las novelas de Joyce; y la “cultura de la ceja alicaída”, que serían los libros de Hemingway, pues estos son accesibles a los lectores comunes.Entonces, a la luz de esa interpretación que usted hace, ¿la culpa de esta ‘civilización del espectáculo’ vendría siendo de esos artistas y esos públicos comunes y corrientes?No. No quiero que se me malinterprete. Lo que pasa es que con el tiempo fueron desapareciendo unos valores que nos permiten apreciar lo que realmente es cultura. Somos la primera civilización que ha eliminado la distinción entre precio y valor. Una obra de arte vale lo que vale su cotización en el mercado, ¡eso es aberrante! Si te fijas en las artes plásticas, por ejemplo, salen victoriosos los farsantes, con la complicidad de unos críticos papanatas que confieren estatuto de artista a tipos que son meros ilusionistas. En literatura está sucediendo algo parecido, nos quieren hacer creer que el mejor escritor es aquel que gana más dinero.Puede ser que tenga razón, que usted se está haciendo viejo y que, como todos los viejos, llega un momento en el que se enferman de la nostalgia del pasado y comienzan a creer que todo tiempo pasado fue mejor… Pero es que unas décadas atrás, y esa es la gran diferencia entre ayer y hoy, las expresiones culturales, fuera en las letras, en la música, en la pintura o el cine, buscaban trascender. Hoy asistimos al espectáculo del instante: Thomas Mann y Joyce, por un lado, y del otro ‘Bollywood’ y los conciertos de Shakira. No me vengan a decir que Woody Allen es lo mismo que Buñuel. O que Andy Warhol puede compararse con Gauguin. Se trata con la misma dignidad lo culto que lo ‘chabacano’. Hay propuestas que quieren hacer pasar por artísticas, pero en las cuales se nota una orfandad de ideas tenaz. En el mundo de la cultura la gente parece estar diciendo: ¡Engáñeme!Hagamos un ejercicio. Repasemos algunos temas que resaltan en este libro. Comencemos por eso que usted llama el deterioro de la palabra…Mi preocupación es que en las nuevas generaciones, la palabra está subordinada a la imagen. Estamos asistiendo a una sociedad en la que, como decía Guy Debord, el vivir es reemplazado por el representar. Por eso estos jóvenes ya no quieren leer, solo pasar horas y horas frente a una pantalla de un televisor o un computador.Imposible pasar por alto por esa interpretación que usted hace del sexo como obra de arte…Más que del sexo me gusta entender que lo artístico está en el erotismo, que es un fenómeno cultural. El sexo así entendido tiene que ver con amor e imaginación. Pero esta civilización del espectáculo ha desacralizado esa manera de ver el sexo que nos distingue de los animales. Ahora resulta que ya el sexo no es erótico, tiene que ser vulgar, mostrarse, exhibirse, copulemos luego existiremos. La pornografía se cotiza a buenos precios en nuestra bolsa de valores. Sexo para desfogar una necesidad fisiológica. De eso, aparentemente, se trata todo.De la debacle no se salva ni siquiera el periodismo, pareciera gritarnos Vargas Llosa todo el tiempo… El periodismo ha ayudado a fortalecer esa idea del espectáculo como cultura. Antes existía una frontera clara entre periodismo serio y periodismo amarillo. Ahora todos quieren entretener informando. Ahora, para que nos lean, debemos llegar disfrazados de televisor ante los lectores, y los reporteros se han convertidos en presentadores de entretenimiento que deben escribir sobre chismes, bajas pasiones y temas light porque eso, dicen, es lo que la gente quiere leer. Ni los medios electrónicos se salvan. Es tan fácil entrar a Google y sorprenderse con declaraciones y escritos de Mario Vargas Llosa que nunca han sido dichos y escritos por Vargas Llosa. Ese pensamiento ligero de esta ‘civilización’ también se advierte en la política, dice usted…Ha hecho carrera una mirada tan frívola de la sociedad que toleramos que nuestros políticos no necesariamente sean nuestros hombres más talentosos. Asumimos que la política es para mediocres y que, al final, siempre frente a las urnas, no debemos elegir a los mejores, sino a los menos malos.Estas 226 páginas están plagadas de muchas verdades, pero son pocos, muy pocos, los que las quieren escuchar…Los intelectuales, como los dinosaurios, nos estamos extinguiendo. Es poca la participación que tenemos en el debate público. No nos requieren. Parecemos asunto del pasado. El ejercicio de pensar se ha devaluado. Bueno, ¿para qué pensar si de lo que se trata es de divertirnos?

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