Oscar Pistorius: una carrera por la verdad
¿Cómo un niño surafricano sin piernas pasa de icono del atletismo mundial a asesino? El escritor inglés John Carlin, aclamado por su biografía sobre Mandela, se calzó de nuevo sus botas de reportero para entregarnos el perfil de Oscar Pistorius, el héroe que una mañana de San Valentín disparó contra su novia y contra su propio mito.
¿Cómo un niño surafricano sin piernas pasa de icono del atletismo mundial a asesino? El escritor inglés John Carlin, aclamado por su biografía sobre Mandela, se calzó de nuevo sus botas de reportero para entregarnos el perfil de Oscar Pistorius, el héroe que una mañana de San Valentín disparó contra su novia y contra su propio mito.
Sucedió justamente hace dos años, la madrugada del 14 de febrero de 2013: Oscar Pistorius, el atleta surafricano que saltó a la fama mundial por ser el primer corredor discapacitado en participar en unos Juegos Olímpicos, descargó su pistola 9 milímetros contra la puerta del baño del segundo piso de su casa, en la ciudad de Pretoria. Fueron cuatro disparos. Eran las 3:12 de la mañana y alguien de eso estaba seguro el deportista se encontraba allí dentro. Un ladrón, seguro. Parado sobre los muñones de sus piernas, no sobre las modernas prótesis Cheetah de fibra de carbono que siempre lució en sus competencias, Pistorius solo vino a descubrir que algo andaba mal cuando le gritó a su novia la bella modelo Reeva Steenkamp que llamara a la policía. Nadie respondió. Nos enteramos de lo que sucedió después por la prensa: un Pistorius desesperado rompió con un bate de críquet la puerta del baño y tropezó con la única carrera que no podría ganar: la de la muerte. Reeva Steenkamp, al pie del retrete, lucía bañada en sangre, con su cabeza, su cadera y un brazo perforados por las balas.John Carlin estaba en Londres, su ciudad natal, cuando se enteró de la tragedia. Y su reacción fue la misma que la de millones de surafricanos que hasta esa madrugada tenían en Pistorius al mayor héroe de su país después de Nelson Mandela. Porque antes de que apretara el gatillo esa madrugada de San Valentín, el joven de 26 años era un ídolo. Igual para blancos que para negros. Para todo un país que aún no terminaba de despertar de los años de pesadilla del sistema de segregación racial del Apartheid. Un tipo que había superado el designio de nacer con una malformación hemimelia peronea que obligó a sus padres a tomar la decisión de autorizar la amputación de ambas piernas cuando él contaba con apenas 11 meses de nacido. Aquello vino a entenderlo Pistorius con el tiempo no solo le ahorró una larga cadena de cirugías hasta la adolescencia y el hecho mismo de verse atado a una silla de ruedas, sino que lo obligó ayudado por unas prótesis confeccionadas a su medida a superar su discapacidad a través del deporte, primero con el rugby y luego con el atletismo, con el que estableció marcas mundiales en los 100, 200 y 400 metros y fue noticia en los Juegos Olímpicos de Londres. Cuando Oscar Pistorius corría, gritaba la prensa, parecía mitad hombre, mitad máquina. Lo que Pistorius encarnaba, pues, eso con lo que todos se identificaban, era una historia de vida de resistencia que alimentaba la imagen de los surafricanos como un pueblo que nunca se rendía.Lo entendía claramente Carlin, que en 1996 había estado en el país de Pistorius con la misión de documentar una de las biografías más ambiciosas hasta entonces escrita sobre Mandela. La llamó El factor humano y su alcance fue tal que inspiró la taquillera Invictus. Ese tiempo a la sombra del carismático líder que llegó al poder tras 26 años en prisión y fue responsable de devolver la democracia a una Suráfrica polarizada, le permitió al periodista entender de qué estaba hecha la nación que convirtió en héroe a Pistorius y, al tiempo, sus motivaciones en ese asesinato. Al principio cuenta Carlin cuando me enteré del tiroteo, mi reacción fue como la de millones de personas: era obvio que había matado a su novia. Pero, al poco tiempo llegaron las dudas. No las del ciudadano, las del reportero. ¿Cómo un niño sin piernas había pasado de ser icono del atletismo a un homicida? ¿Cómo el joven guapo, imagen mundial de Nike y de marcas de carros de lujo era capaz de dinamitar su propia carrera en cuestión de segundos?.John Carlin se lo contó a GACETA en su reciente visita a Colombia. Invitado al Hay Festival de este año, todos querían escucharlo hablar sobre Pistorius, la sombra de la verdad, biografía que había publicado sobre el atleta a finales de 2014. Una investigación que lo llevó al círculo más íntimo del deportista, a la casa de su tío Arnold, donde el joven vivió año y medio, tras lograr una libertad condicional y quedar a la espera de un juicio histórico, transmitido en vivo por televisión, que lo condenó a diez años de cárcel por homicidio culposo.Carlin no solo convenció a Pistorius de contarle su vida y su versión de lo ocurrido, sino que hizo lo que todo buen reportero: durante un año entero habló con sus amigos, con deportistas, con su médico, con su entrenador, con sus exnovias, con su familia, con los diseñadores de sus prótesis. Quería narrar una historia más allá del escándalo, de las opiniones divididas en redes sociales en las que por igual se le lapidaba y se le absolvía. Más allá de la decepción nacional, lo que interesaba realmente a Carlin era entender qué había detrás del hombre sin piernas más rápido del mundo, como fue conocido. Del Blade runer, como lo había bautizado la prensa deportiva.Y la búsqueda dio frutos. El periodista descubrió que Pistorius era en realidad un hombre que, desde niño, se había obligado a protegerse con una coraza y a exhibir una expresión de valentía ante los demás. Nunca se comportó como un chico sin piernas. Pero, en su intimidad, era vulnerable.Carlin comprendió que el Pistorius que veíamos correr en las pistas era un atlético adonis de 1,84 metros de estatura que las revistas describían como el hombre más sexy de Suráfrica. Pero, cuando se quitaba sus piernas, se producía una drástica transformación. No era alto, era un enano de 1,50 metros, no era rápido sino lento. No era valiente, tenía miedo. No era fuerte sino débil. Blade runer y el Oscar Pistorius de la intimidad tenían un eterno conflicto. Creo que él era consciente de sus límites cuando estaba en la cama, sin sus prótesis, pero lo que al mundo quería mostrar era que no tenía limitaciones. Ese personaje público era al que él alimentaba, al que quería creer que representaba a su verdadero yo. Carlin también descubrió otras cosas. Entre ellas a un personaje que solía llevar todo al límite, lo bueno y lo malo que habitaba en él. Por un lado, su persistencia, su ambición, su determinación, que fue lo que le permitió, con 25 años, correr en Londres contra los hombres más rápidos del mundo. Hombres normales, con piernas. Y convencerse de que en su vocabulario no debía existir la palabra discapacitado. Él era otra cosa, se decía, era un capacitado de otra forma. Pero era también, tal como constató Carlin, un egocéntrico que creía que podía, por ejemplo, romper los límites de la velocidad en las vías porque era un surafricano famoso. Un ser humano nos contará Carlin en su libro capaz de viajar hasta Finlandia para ayudar económicamente a una familia humilde cuyo hijo había nacido con su misma malformación, pero también una persona con una rabia desproporcionada, capaz de maltratar a uno de sus empleados de confianza delante de los reporteros de una cadena de televisión. Son tipos de conducta que no les perdonamos a aquellos que consideramos ídolos. Seres a los que creemos perfectos. Pero Pistorius, lejos de esa aparente perfección que exhibía en público, era un ser tremendamente inseguro. A mí, de hecho, me confesó que, pese a la fama, sentía terror de que se burlaran de él a espaldas suyas. Parte de esa inseguridad y de las motivaciones que podrían existir detrás del asesinato involuntario de su novia tienen que ver, documentó Carlin, con la creencia de que habitaba un país inseguro, uno de 50 millones de habitantes donde cada día 46 morían de forma violenta. En mi investigación descubrí algo que luego fue determinante en el juicio: que Oscar había crecido con la zozobra permanente de que un extraño podía irrumpir en su casa a media noche para robarlo. Era algo que su madre Sheila les repetía a los Pistorius desde niños. La gran fatalidad de esa creencia es que Oscar terminó por adoptar la misma costumbre de ella: mantener un arma bajo la almohada. Y fue de su propia cama de donde Pistorius desenfundó el arma con la que mató a su novia, con la certeza de que se había cumplido el peor de sus miedos: alguien había entrado a robarlo en mitad de la noche. Hoy, con el atleta en la cárcel, John Carlin dice no estar seguro de si Oscar Pistorius dijo la verdad sobre lo ocurrido aquella madrugada de 2013. Eso solo lo sabe él. Lo único cierto aquí es que ese día él no solo mató a Reeva Steenkamp. También mató su propio mito.
Regístrate gratis a nuestro boletín de noticias
Recibe todos los días en tu correo electrónico contenido relevante para iniciar la jornada. ¡Hazlo ahora y mantente al día con la mejor información digital!