Pilar del Río, viuda del escritor José Saramago cuenta cómo ha preservado el legado del escritor
No la llame viuda. Eso la irrita. Prefiere que la llamen por su nombre. Y ese nombre usted lo ha visto, suele aparecer en casi todas las dedicatorias de los libros de José Saramago: Pilar del Río. Esta es su historia, que, en últimas, es la historia de los dos.
26 de mar de 2013, 12:00 a. m.
Actualizado el 22 de abr de 2023, 11:51 a. m.
No la llame viuda. Eso la irrita. Prefiere que la llamen por su nombre. Y ese nombre usted lo ha visto, suele aparecer en casi todas las dedicatorias de los libros de José Saramago: Pilar del Río. Esta es su historia, que, en últimas, es la historia de los dos.
Solo ella, Pilar del Río, sabe lo que significa un clavel rojo en Estocolmo. Imagínela aquel 10 de diciembre de 1998, toda orgullosa ella, sentada en la sexta fila del salón Konserthuset, observando cómo el nieto del campesino iletrado de Azinhaga, con el que se había casado, recibía el premio Nobel de Literatura.El detalle de la flor parecería un asunto menor, pero no lo es: mientras el recinto estaba enlucido como ya es tradición desde 1901 con 8.500 gladiolos y claveles anaranjados, que los reyessuecos mandaron a traer desde San Remo, Italia, ella portaba en la mano izquierda un clavel rojo. Nadie lo advirtió, seguro. Nadie, salvo él, José Saramago, que asumió ese gesto como un acto marcado por el carácter que siempre acompañó a los dos, sublimado lo mismo por la rebeldía que por el amor. De eso, pues, se trata esta historia: la de una periodista española, nacida en Sevilla, que un día viajó hasta Portugal para entrevistar a un escritor que pocos años después acabaría siendo para ella más que un célebre entrevistado: José Saramago fue su compañero de la vida durante 24 años y el primer autor en entregarle un Nobel a la lengua portuguesa. Ya hablaremos de eso... Ahora mismo Pilar del Río está en la localidad de Tías, en Lanzarote, Islas Canarias, en la casa que hasta junio de 2010 compartiera con Saramago, quien murió a los 88 años, a causa de una leucemia crónica.Habla pocas semanas antes de su visita a Bogotá y su Feria Internacional del Libro, donde no solo Portugal será el país invitado, sino que José Saramago será el autor homenajeado. Habla para decir, entre otras cosas, que no le gusta que la llamen viuda. Le parece un título incómodo, absurdo. Incluso errado: José murió, pero Saramago sigue vivo; vivo en su obra y su pensamiento que en estos tiempos de crisis adquiere más vigencia que nunca. Su cuerpo no está, pero Saramago sí.¿Viuda yo? se pregunta de nuevo ella, feminista confesa. Yo me llamo Pilar del Río y no espero que me entrevisten en ningún medio por ser la viuda de alguien, sino porque soy una periodista y una traductora y la presidenta de la Fundación José Saramago.Historia de un amor Esa fundación atesora gran parte de los cerca de 20.000 libros de la biblioteca personal del autor. Y todo cuanto uno quiera saber y conocer del padre de Ensayo sobre la ceguera. Su tumba al pie de un olivo y su epitafio: Y no subió a las estrellas, porque a la tierra pertenecía. Algarrobos, palmeras, rosas, cactus. El océano. La historia detrás de las 17 novelas y los libros de poesía, periodismo y dramaturgia que le entregó al mundo. Los recuerdos de sus perros, Pepe, Greta y Camoens. Sus fotos, sus cuadros y las piedras que solía recoger en tantos países mientras contaba el mundo. La vieja mesa de pino sobre la que tecleó hasta el último día. La montaña mágica, de Thomas Mann, el último libro que leyó. Sus diccionarios viejos. La cama en la que murió el 18 de junio de 2010 sin agonía, sin dolores, sin lamentos, ni llantos. También los relojes regados por toda la casa, que por decisión de él mismo permanecen desde hace muchos años estacionados en las cuatro de la tarde, porque fue justo esa la hora en la que Saramago conoció a Pilar del Río Sánchez.El relato de ese primer encuentro con la que sería su mujer lo narró Saramago muchas veces en el recodo de su vejez y ese bello testimonio está, para fortuna de todos, a solo un clic de distancia. Bendito YouTube. Un día de 1986 el teléfono de su casa en Lisboa sonó y una voz contundente al otro lado de la línea se identificó a secas como una periodista de TVE de Andalucía que deseaba entrevistarlo a propósito de Memorial del convento.El melancólico escritor la citó en el Hotel Mundial. A las cuatro de la tarde, sí. Lo que siguió después vale la pena escucharlo de viva voz de Saramago: Mientras yo estaba en la recepción, preguntándome cómo sería la periodista sevillana cuya voz me intrigó, descubro que se acerca una chica mucho más guapa y elegante de lo que yo habría podido imaginarme. Era ella. Si quieren saber lo que sentí en ese momento, tienen que leer las páginas 144 y 145 de La balsa de piedra, el libro que escribía por esos días. Esa tarde hablaron, cómo no, de Memorial del convento, la novela en cuestión que llevó a Pilar hasta la capital de Portugal. La tercera en la carrera del escritor luso. Fueron juntos a visitar la tumba de Pessoa, el poeta, y también el Monasterio de los Jerónimos. Pilar confesó esa tarde cómo cayó rendida a los pies de ese libro, de la fuerza de Blimunda, su protagonista, y de cómo ese libro la llevó muy pronto hasta una librería para llevarse a casa todos los libros firmados por el tal Saramago. Fue así como llegó a El año de la muerte de Ricardo Reis. Y con esas páginas al enorme deseo de ir hasta Lisboa para conocer las calles y los lugares de aquél médico sublimado, gracias a Saramago, por la literatura. Después de todo eso, lo que ya hemos contado: ella frente a un autor que quedó flechado. Un café y un apretón de manos. Adiós, nos vemos luego.Una amiga de ambos, la periodista Mercedes de Pablo, retrata el episodio con una metáfora hermosa: Fue una pareja que se encontró sin buscarse a través de las páginas de Memorial del convento. Ella untó de saliva su dedo y, al pasar la última página, borró el punto final. Saramago prefirió recordarlo así: Yo estaba pasando una mala racha, mi vida sentimental llevaba ya unos cuantos años en una situación de desastre total pero, al conocer a Pilar, sentí que había llegado a una esquina del tiempo. Es la mujer que me ha hecho conocer la cuarta dimensión del amor... Y no pregunten qué es eso de la cuarta dimensión: o la conoces o no vale la pena intentar explicarlo.Ocurrió en realidad que el nieto del hombre más sabio del mundo, que no sabía leer ni escribir como lo contó él mismo en su discurso de entrega del Nobel intuyó, con buen juicio, que esa tarde, a las cuatro, había conocido a la mujer con la que podía descargar el corazón de tantas palabras de amor que guardaba por años, sin usar.Él, 64. Ella, 36. Él carnívoro, ella vegetariana. Sus amigos comentaban es una locura, un disparate. No importó. Ella acabó enamorándose del campesino levantado del suelo de Azinhaga, de los misterios del cerrajero de Lisboa, oficio con el que Saramago se ganó la vida antes de dedicarse a las letras, y de ese acento portugués que hablaba de comunismo hormonal y de un mundo posible, donde todos tenían su espacio. Pilar, la traductora Poco tiempo después se casaron por lo civil en una ceremonia privada en Granada y vivieron con Juan José, el hijo de ella, y con Violante, la hija del escritor. Los dos se las ingeniaron durante más de dos décadas para huir de la servidumbre de las parejas formales. Incluso permitieron que Miguel Gonçalves Mendes, un joven director de cine, convirtiera su historia de amor en un documental, José y Pilar, que duró cinco meses en las carteleras de cine de Portugal. Es fácil deducir lo que pasó: Saramago con Pilar descubrió el amor y aprendió a dopar su sentido de la soledad. Junto a ella parecía siempre un anciano ungido por la alegría. Lanzarote me da aire, Pilar equilibrio, se le escuchaba repetir. Ella, por su parte, descubrió gracias a él un idioma, porque desde entonces Pilar del Río fue la traductora de la vasta obra de José Saramago al castellano.Vivieron primero en Portugal por siete años, hasta que El evangelio según Jesucristo fue vetado en ese país. Luego llegó Lanzarote y esa casa con sus libros, sus perros y su árbol de olivo. También el Nobel, ese día en que ella sostuvo en su mano izquierda un clavel rojo y tejió en su vestido de gala la frase más poderosa de esa novela incomprendida: Miraré tu sombra si no puedo mirarte a ti, dice María Magdalena. A lo que Jesucristo responde: Entonces yo estaré donde esté mi sombra, si allí va a estar tu mirada.Vivieron días de azúcar y de sal. Él éxito y horas poco gratas, como las de 2008, cuando la muerte quiso llevárselo antes de tiempo. Pero ella dicen como dotada con la misma fuerza de Blimunda, lo impidió: Saramago hizo del El viaje del elefante uno de sus mejores libros y sobrevivió para contarle al mundo que a los 80 se podía tener un blog. A Pilar, que tanto tardó en llegar Le recuerdo todo esto a Pilar, pero ella no quiere hablar de amor. Y no es descortesía. Parece más bien pudor. Le sucede cada vez que pasan por encima del José Saramago escritor y le preguntan por ese otro José Saramago que solía dejarle frases perfumadas al inicio de todos esos libros que después terminaban en las manos de sus millones de lectores por todo el mundo. Frases bellas como: A Pilar, que todavía no había nacido, y tanto tardó en llegar. A Pilar, mi casa. A Pilar, que no dejó que yo muriera. O este otro que se lee en El cuaderno, una compilación de ensayos y columnas, el último libro que el Nobel portugués editó antes de morir: Este libro no necesita ser dedicado a Pilar porque ya le pertenecía.En esas mismas páginas hay un texto, Presidenta, en el que Saramago deja una constancia de amor definitiva: ...lo que ella significa para mí, no tanto por ser mi mujer (esas son cuentas de nuestro rosario privado), sino porque gracias a su inteligencia, a su capacidad creativa, a su sensibilidad, y también a su tenacidad, la vida de este escritor ha podido ser, más que la de un autor de razonable éxito, la de una continua ascensión humana. Casi me apetece decir: este es mi testamento. Pero no nos asustemos, no voy a morir. La presidenta no lo permitiría. Pilar, cuando escucha hablar de esas dedicatorias, intenta pasar por ellas silbando, como si no fuera conmigo; es que son demasiado hermosas.No cae en la soberbia de creerse una musa. Más que eso fui su traductora. Y ese es en realidad el recuerdo más grande y grato que conservo de tantos años al lado de José Saramago. Los suyos fueron días de trabajo febril: Pilar del Río iba traduciendo mientras Saramago iba escribiendo para que los libros se publicaran en simultánea en portugués y en es