Diálogo con Lisandro Duque, director vallecaucano de la película 'El soborno del cielo'
El Soborno del Cielo es la película del director de cine vallecaucano Lisandro Duque que se estrena el 17 de marzo.
El Soborno del Cielo es la película del director de cine vallecaucano Lisandro Duque que se estrena el 17 de marzo.
El 17 de marzo, en simultánea nacional, en Cali, Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Pereira y Villavicencio, se estrenará El soborno del cielo, una película de Lisandro Duque, cineasta de Sevilla, Valle, conocido por Los niños invisibles, Milagro en Roma, Visa Usa, El Escarabajo y Los actores del conflicto. Ambientada en la Colombia de finales de los años sesenta, El Soborno del Cielo comienza cuando, desafiando la autoridad del cura, la devota familia de un suicida lo entierra en el camposanto, lo que hace que el párroco deje de administrar sacramentos mientras no se cambie el cadáver de sitio. Niños sin bautizar, bodas que se retrasan y moribundos que fallecen sin recibir la extremaunción, hacen que la comunidad presione a la familia del suicida que manifiesta que mudará el cadáver si todos los demás cuerpos de suicidas enterrados (que no son pocos, aunque se hayan mantenido como un secreto a voces), también sean trasladados. Esta comedia negra cuenta entre su reparto con actores como Germán Jaramillo y Guillermo García, Wilderman García, Santiago Londoño, Milady Dau, Nicole Quintero, Carlota Llano, Jaime Correa, Andrés Restrepo, Sara Deray y Martha Osorio. ¿Por qué nadie debe perderse esta película? El público se va a divertir, porque es una historia muy fluida y el elenco es de óptima calidad, tiene muchas ocurrencias humorísticas. Además tienen que enterarse de que en Colombia durante parte del siglo XIX y todo el siglo XX, hubo un autoritarismo religioso que hizo infeliz a mucha gente y convirtió en pecadores a personas virtuosas con el soborno del cielo. Vivimos sometidos al concordato con la Santa Sede que le entregó la administración al clero de la educación de servicios que debieran ser públicos, como el matrimonio, la identificación personal. Si uno no estaba bautizado por lo católico no se podía matricular en un colegio. Si una pareja tenía una relación libre era mirada de reojo por los vecinos porque estaba en pecado permanente. La cédula de ciudadanía tenía que intermediarse a través de la iglesia. Por fortuna ya no son los sacerdotes los que mandan. Pero la iglesia sigue siendo una institución poderosa, hasta para firmar la paz hay que esperar el visto bueno de esta. ¿Cuándo surgió la idea de esta película? Fue un cuento que escribí hace ya 18 años. Después sentí que era adecuado volcarlo al cine e hice el guion, lo sometí a prueba en una convocatoria del Ministerio y ganó. ¿Las historias que cuenta en sus películas son basadas en hechos reales? Sí. Pero esta película es posiblemente la más real, casi que autobiográfica, porque está basada en un episodio que cualquier sevillano de 50 o 60 años tiene la obligación de acordarse, cp,p el del párroco Navia Belalcázar, que se negó a hacerle los oficios religiosos a un suicida. Hace cinco años yo estaba hablando con un nieto de ese suicida, que me preguntó en qué estaba trabajando y le conté que en una película sobre la confrontación que tuvo su familia con el cura párroco cuando su abuelo se suicidó. Ese pelado no había nacido. Y me dijo: Yo no sabía esa historia. La razón es que ni la abuela ni la mamá le habían contado. ¿Esto sucedió en los años 70, época en la que está ambientada la película? Fue en el año 65, en Sevilla, Valle. La filmé en Honda, que se ha convertido en un set de películas nacionales y extranjeras, porque tiene una preservación urbanística y arquitectónica que permite reflejar muchas épocas, y queda a tres o cuatro horas por tierra de Bogotá. La ambienté en los años 70 porque son más brillantes como década y en Colombia hubo una renovación cultural muy fuerte en lo musical, en la moda masculina y femenina, en los procesos de cambio que vivimos los jóvenes. ¿Por qué el tono de comedia negra? No es deliberado. Aunque el relato es realista, casi naturalista, la anécdota que recrea es tan increíble hoy en día, que la película va agarrando ese tonito de comedia por cuenta propia. Cuando escribí Milagro en Roma con (Gabriel) García Márquez, y él vio la película un año después me dijo: Yo creí que iba a salir divertida y salió más triste que un carajo. Las películas buscan su género. ¿Usted sufrió el chantaje del cielo? Sí. La infancia de uno en un pueblo recontracatólico como Sevilla es muy traumática, hay mucha presión del clero y de la mamá. A mí que era un muchacho muy sano, que nunca le robé plata a mi papá, ni me agarraba a trompadas con nadie, me tocaba casi que inventar los pecados para cumplir cada primer viernes con el acto de la penitencia y comulgar al día siguiente. Vivía aterrorizado porque le debía mucho a Dios, a la Virgen María y con pánico de morirme e ir al infierno. Por eso cuando renuncié a Dios, a mis creencias religiosas, a los 16 años, descansé de esa injusta presión. Nunca más volví a misa, ni a confesarme. Seguí siendo un ciudadano decente y honrado sin el chantaje del infierno ni el soborno del cielo. ¿Cuál fue el criterio para escoger como cura a Germán Jaramillo? Es un actor al que he admirado mucho, tiene una presencia escénica apabullante. Yo quería que el cura de mi película fuera así, porque el párroco en el que está inspirada era vanidoso, soberbio y se requería un actor con una fuerza interpretativa que no la encontré sino en él. Por eso le pedí que se viniera de Nueva York, donde vive y hace teatro. El resto de actores quería que fueran inéditos, los escogí de la cantera del teatro, muy disciplinados. Para el protagonista joven (la película tiene tres o cuatro), Byron, yo quería un actor de condiciones tan especiales, que hice un casting con más de 100 aspirantes durante un año. Y solo después de 100 pruebas a distintos actores veinteañeros lo encontré. Hubo muchos candidatos, porque la película tiene 49 personajes con parlamento.
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