LITERATURA
Mario Mendoza: "hay que aceptar este desastre con frialdad y sin esperanza"
Mendoza atestigua en ‘Bitácora del naufragio’, desde su confinamiento, los días extraños que vivimos y nos invita a “que aceptemos este desastre con frialdad, sin esperanza, pero también sin dramatismo”.
1. Otro en el espejo
“Yo traía el duelo de las personas cercanas y luego el de mi propia madre, que fue muy duro, muy difícil, no había hornos crematorios disponibles en Bogotá en ese momento, dejar a tus muertos en una nevera o en un refrigerador por unas semanas era algo impensable, entonces tuve que mandar a cremarla por fuera de Bogotá a un pueblo y subir las cenizas. Luego tuve un accidente, yo vivo solo, y estaba cojo, con una férula, no podía dormir hacia la izquierda ni hacia la derecha porque me dolía, terminé durmiendo sentado. Cualquier ejercicio de la vida cotidiana se volvió una proeza, amarrarme los zapatos, lavar la loza, y al final tuve que pedir ayuda, a unas enfermeras que se turnaran en el apartamento y estar bajo su cuidado”. Ese diálogo con ellas, dice el escritor Mario Mendoza, le salvó la vida.
“Yo creo que no hay nada peor que el monólogo. Si algo me ha fatigado de la pandemia es esa sensación de estar tanto tiempo conversando conmigo mismo. Hay algo fantástico y maravilloso en la soledad, pero también un exceso de presencia que puede ser fatigante. Poco a poco empecé a ver esa transformación en el espejo. Las primeras semanas no podía afeitarme bien, cortarme el pelo, yo veía en mi reflejo a un tipo cojo, manco, sin afeitar, yo me afeitaba con la mano derecha y ese era el brazo que tenía destruido. Me fui convirtiendo como en un salvaje, en un troglodita prehistórico, que iba tomando notas de ese libro y fue muy difícil. Agradezco a los amigos y amigas que estuvieron pendientes, que me llamaron, esos diálogos me salvaron la vida, y a mis enfermeras, con las cuales tengo hoy en día una relación de amistad profunda”.
Así, dice Mario Mendoza se gestó su más reciente libro, ‘Bitácora del naufragio’, una serie de notas poco optimistas de lo que ha venido pasando a su alrededor, mientras en su opinión, el mundo naufraga.
Al publicar ‘Akelarre’ en 2019 anunció un receso narrativo, para dedicarse al proyecto gráfico, ¿qué lo hizo publicar estos 46 relatos que hablan de nuestra realidad?
Pensé que no iba a volver a hacer literatura, tenía claro que una ficción o novela para mí es imposible. Pero las circunstancias de hace un año fueron tremendas, las primeras cuarentenas y noticias que hablaban de una pandemia alrededor del mundo, implicaban un cuestionamiento muy profundo y es que yo venía hablando de eso tiempo atrás, en ‘El libro de las revelaciones’ solo la carátula es más que anticipatoria y reveladora, el ‘Diario del fin del mundo’ tenía unas páginas finales donde hablaba de un patógeno, en la saga juvenil, en el volumen quinto, está la explicación de una pandemia que estaba ad portas, yo sentía que estábamos muy cerca. Había leído todos los informes de la OMS y ellos hablaban de ese patógeno y cuando llegó la noticia internacional, dije: ‘Se cumplió todo lo que venía anticipando’. No sé si haya muchos escritores que vayan a tomar nota o a intentar un diario durante la pandemia. En los primeros meses solo vi un libro, que me encantó, ‘Los días de la fiebre’, de Andrés Felipe Solano, quien vive en Seúl, Corea del Sur, y su tono me pareció extraordinario. Empecé a llevar un diario y a estar atento de lo que iba sucediendo. No estaba seguro si iba a publicarlo o no, lo trabajé con Andrés Grillo, mi editor, lo conversamos y al final del año vi que no había tantos libros literarios del tema. Escribí el prólogo en enero y decidimos publicar.
¿El caos lo inspira a escribir?
Uno es atravesado por fuerzas extrañas, raras, hay un lado del oficio racional, pero hay una buena parte irracional, que está en el inconsciente y funciona de maneras misteriosas. Lo que me mueve es dar un testimonio fehaciente y lúcido del misterio de estar viviendo en este tiempo.
Es una época convulsa, rara, extraña, muy misteriosa y que a veces quizás la velocidad y el vértigo de las redes sociales y de los canales, de las pantallas y de las autopistas de información parecería obnubilarnos y no nos damos cuenta de lo que estamos viviendo. A veces la literatura tiene un tono más pausado, reflexivo, es más lenta y al mismo tiempo ingresa con mayor hondura y profundidad. Eso me mueve, ese tono, ese viaje al otro lado de lo real.
¿A qué se debe la otra pandemia, la de la soledad?
Sentía que había una pandemia dentro de la pandemia. Iba sintiendo, incluso en mí mismo que mis estados de ánimo fluctuaban, subían, bajaban, era muy difícil ubicarnos en las primeras cuarentenas, fue un golpe terrible para todos. Dije ‘hay una pandemia dentro de la pandemia, que es mental, psíquica’; una cosa es el virus, la afectación, cuántas camas de UCI hay por ciudad, las vacunas funcionan o no, ese es un punto, el del universo físico, pero quizás a los escritores nos corresponde ingresar al universo psíquico, ver qué pasaba en nuestras mentes, qué venía sucediendo en las nuevas generaciones, si ya veníamos en crisis, acabábamos de marchar en 2019, había una revuelta social, una indignación en aumento, y de pronto, nos quedamos encerrados con un enemigo invisible. Ese es el deseo de entrar a esos personajes y navegar por sus delirios, sus anhelos, sus tristezas, sus ganas de partir o de suicidarse.
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¿De qué se fue nutriendo la Bitácora?
Fui reuniendo varios registros, estaba atento de lo que le sucedía a mis amigos, a los hijos de mis amigos, teníamos una red tejida durante los primeros días de cuarentena, iba siguiendo la crónica en los periódicos, tomándole la temperatura a la época. Yo creo que el tiempo se aceleró, la realidad se ejecutó a una velocidad terrible.
Me da la impresión de que el pasado está muy lejos. Me preguntaba cuándo había metido mis pies por última vez en el mar, me parecía que habían pasado diez años y eran nueve meses. El pasado se nos alejó, siento que estoy viviendo en el futuro y que no tengo presente.
Ir a hacer mercado y ver gente con mascarillas, caretas, guantes y trajes especiales, hacía que uno se sintiera viviendo en una película de ciencia ficción. Quise contar cómo se experimenta eso a nivel psíquico.
¿Cómo logra recuperarse del vaciamiento emocional que le deja el libro?
No me he recuperado, no he tenido tiempo, con este vértigo de lo ocurrido en las últimas semanas y en los últimos meses. Hemos entrado en otra época. Si ya veníamos entrando en un túnel, la oscuridad ahora es mayor. Me parecía rara esa expresión de la gente “se ve la luz al final del túnel” o “vamos a salir, ya llegan las vacunas, reactivación económica”, yo veía todo lo contrario.
A veces me miran como a un pesimista irredento y no, lo que pasa es que era fácil leer los informes de Naciones Unidas y de la FAO que hablaban de “una hambruna de proporciones bíblicas”, ellos no usan esas metáforas, pero esta vez la usaron. Yo sabía lo que se anticipaba, el estallido social, acá y en Medio Oriente. No veo una solución pronta, la crisis va en aumento.
Si el sistema está sobresaturado y se pasó la línea de no retorno, hay que enfrentarlo de la manera más lúcida, eso es lo que está por verse, si seremos capaces de entrar o no en esa inteligencia.
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2. Libros que salvan
Mario Mendoza Zambrano nació el 10 de enero de 1964 en Bogotá. Coqueteó con la medicina, “sublimando la imagen de mi padre, médico veterinario, biólogo de la Universidad Nacional. Yo tenía cierta atracción por la siquiatría”. Pero fue gracias “a un profesor de literatura extraordinario que tuve en el Colegio Refous, Eduardo Jaramillo, gran crítico, ensayista y gran académico, que decidí que escribir era para lo que servía. Él creó tres escritores en el aula de clase: Ramón Cote Baraibar, hijo del gran poeta de la publicación Mito; Eduardo Cote Lamus, y Santiago Gamboa que está publicando Mondadori, con Random House, extraordinario escritor compañero mío de generación”.
Mario había advertido la magia de la lectura, a sus 7 años, postrado en un hospital por peritonitis gangrenosa. “En siete meses me llevaban balones, juguetes que no podía usar, y una tía me lleva cuentos de hadas franceses, la habitación de la clínica cambia y salgo con mi primera biblioteca de allí, a quien iba le pedía un libro”.
Empezó a calentar la mano a los 16 años. A los 18 renunció a privilegios de la clase media y vivió en una pensión en La Candelaria. “La pobreza da templaza, carácter y sensibilidad”. Se culpa de haber sido engreído y ególotra por no ser más amoroso con su padre en su enfermedad: “Mi viejo, mi gran amigo y compañero, muere en 2003 por un cáncer de médula ósea. A partir de allí me sentí frágil, eso me ha sensibilizado para comprender el dolor de los otros”.
Según Sebastian Urrego, que administra las cuentas de @LectoresMarioMendoza en redes sociales (Twitter 19,4 K. Instagram 47,7 mil. Facebook 177 mil), “él nos enseña lo cruda que es la realidad mediante su ‘catarsis’, que está reflejada en cada una de sus obras”. Mendoza estudió literatura en la Universidad Javeriana del año 83 al 87. Pasó la masacre de Pozzetto y habiendo conocido al asesino: Campo Elías Delgado, escribe la novela ‘Satanás’, premio Biblioteca Breve de España. En ese país hace un posgrado en Literatura Hispanoamericana. Vive en Israel donde termina en prisión -“mi físico y nacionalidad generaron sospecha”- y pensó: “voy a morirme a los 24 años sin escribir nada”. Regresa a su país y es profesor de pregrados en la Javeriana, en los 90. En 1998 enseña en Virginia, pero no quiere ser académico, rechaza un doctorado, renuncia y escribe ‘Relato de un asesino’, su primera novela. Con ‘La travesía del vidente’, obtiene el premio nacional de literatura, dice que siendo escritor “debes sacrificar hasta la felicidad, el dinero, el estatus” y que “debemos nacer y morir varias veces, sino te repites”.
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3. Vivir el duelo
Las primeras noticias le hablaron a Mario Mendoza de Luis Sepúlveda, escritor chileno que vivía en España y uno de los primeros sacrificados de la pandemia. “Me dolió mucho, tenía muy buenos recuerdos de él. Luego empezó esa avalancha de gente conocida, una novia de uno de nuestros ilustradores del Proyecto Frankenstein entra a cuidados intensivos, es entubada, sedada. Luego, muere mi madre, no de Covid, pero sí por su efecto colateral: la soledad de los abuelos en los hogares geriátricos”.
Nadie contempló el efecto de la pandemia en los ancianos, dice: “las medidas de la Secretaría de la Salud de ‘no visitas’ eran comprensibles, pero no buscamos otras formas en vez de la telellamada; a esa edad uno depende de las visitas, de los abrazos, de los besos compartidos. Mi madre cumplió años en junio pasado junto a las enfermeras del hogar, aunque con la familia hicimos lo posible para que le llegara la torta y los regalos, no está el cara a cara”. Él mismo sufrió un accidente. “Tuve que recluirme en casa herido, cojo, manco, eso sumaba dolor. ‘Bitácora del naufragio’ es un ejercicio de aprendizaje de la impermanencia, eso es el duelo”. Para el periodista Gerardo Quintero, “este libro es de los mejores que él ha escrito. Muy revelador, contundente, fuerte, con reflexiones profundas. Es uno de los escritores colombianos que más acude a la realidad y toca los límites sensibles del ser humano”.
Mendoza, quien ha anticipado en sus obras varios desastres, advierte que “sobresaturamos el planeta, que no puede integrarse a espacios cercanos, no podemos enviar gente a la luna, a Marte o a Venus y eso genera una línea de entropía, como en la red, a mayores autopistas de información, menos nos comunicamos —anhelamos no comunicarnos más y tener tiempo para nosotros—. Analistas advirtieron de la bomba demográfica, más peligrosa que la bomba atómica. La pandemia fue la línea de entropía”.
Y no tiene noticias que justifiquen la esperanza, “quisiera decirles que estamos contaminando menos, pero desde el Protocolo de Kioto, los mandatarios han hecho tramoyas, incluso se han retirado como Trump de la Convención de París y de Marruecos, sobre cambio climático. Quisiera que los científicos del fin del mundo, 15 premios Nobel que se reúnen anualmente, dijeran que estamos resolviendo los conflictos, pero sus informes son desesperanzadores. Van ganando los nepotismos, las prácticas mafiosas, vamos acercándonos más a los totalitarismos. No es para arrojarnos a llorar y decir ‘se acerca el fin’, es para hacer resistencia desde lo minoritario, en clubes de lectura, bibliotecas públicas. Soy hiperrealista, pero no me doy golpes de pecho, mi resistencia es desde leer y escribir”.
Algunas obras
- Mensajero de Agartha.
- Satanás.
- La importancia de morir a tiempo.
- Akelarre.
- El libro de las revelaciones.
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