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Un fragmento de la autobiografía de la extinta y grandiosa Tina Turner
Tina Turner no solo dejó grandes himnos para el rock, también una autobiografía en la que narra cómo superó la pobreza y un matrimonio violento, hasta encontrar el verdadero amor.
En ‘My love story’, la autobiografía definitiva de Tina Turner, se revelan los secretos del éxito, de quien fue conocida como la “Reina del rock and roll”. Pero más allá de una descripción de su trayectoria, en este libro se escucha la voz de una mujer afroamericana que tomó muchas decisiones difíciles en su vida para realizarse como artista, pese a los obstáculos de un medio racista y machista, y para encontrar una segunda oportunidad en el amor.
Compartimos con los lectores de El País un fragmento exclusivo del libro de Tina Turner, donde la cantante fallecida el pasado 24 de mayo a sus 83 años, habla de su traumático primer matrimonio, y relata el momento en que conoce a Erwin Bach, quien será su compañero de vida.
Entre tú y yo
Cuando era pequeña, me encantaba correr riesgos. Podía balancearme sobre un tronco al borde de un arroyo en el bosque de Nutbush, Tennessee, el lugar donde crecí, sin pensar por un segundo en lo que podría pasarme si me caía en esa agua pantanosa. Jugaba y provocaba a los animales, ya fueran caballos, mulas e incluso serpientes. Ahora les tengo miedo, pero no cuando era niña, entonces no tenía miedo de nada. Un día en que estaba jugando en el bosque, encontré una pequeña serpiente verde y pensé: ¿De dónde habrá venido? Estaba segura de que la cría debía haberse alejado de su madre sin querer. Entonces, tomé un palo y fui a buscar su nido. Cuando lo encontré, como era de esperar, había en él una serpiente grande y fea, lista para atacar y proteger a su cría. Inmediatamente, el instinto asumió el control, no el miedo, sino la autoconservación, que me hizo saltar y correr tan rápido como podía hasta llegar a un lugar seguro. Mis trenzas se deshicieron y la faja de mi vestido se soltó y se cayó. Lo importante es que aprendí bien cuándo había que huir de las serpientes.
A lo largo de mi vida, muchas veces me han preguntado cómo he podido superar todo aquello. Porque aunque hice y me hicieron cosas peligrosas, en el momento justo algo me decía siempre cuándo correr, cómo sobrevivir. No importa qué me sucediera, lo sabía en cada ocasión. Así que decidí que tal vez debía vivir y que si estoy aquí es por alguna razón. Y tal vez esa razón sea compartir mi historia contigo.
Puedes pensar «Tina, ya conocemos tu historia. Sabemos todo sobre Ike y el infierno que viviste con él. Sabemos que escapaste de esa terrible relación y todo lo que soportaste». Pero piensa que, a estas alturas de mi vida, he pasado mucho más tiempo sin Ike que con él. Cuarenta y dos años para ser exactos. Esa es toda una segunda vida, con tantas aventuras, logros y amor que superaron mis sueños más osados. Pero también ha habido momentos difíciles. Durante los últimos años, he tenido que afrontar desafíos de vida o muerte que nunca, nunca me hubiera esperado. Déjame contarte mi historia.
Lo mejor
–Tina, ¿te casarías conmigo? —Esa fue la primera propuesta de matrimonio de Erwin Bach, un amor a primera vista, el amor de mi vida, el hombre que me hizo sentir aturdida la primera vez que lo vi. Lo dijo con su peculiar inglés, porque es alemán y el inglés no es su primer idioma, pero me gustó. Probablemente se sorprendió un poco cuando le contesté:
—No tengo una respuesta.
Todo lo que sé es que no fue ni un sí ni un no. Eso sucedió en 1989, después de haber estado juntos durante tres años. Yo iba a cumplir 50 y Erwin, que tenía 33, pensó que yo necesitaba un compromiso por su parte. Fue muy cortés por su parte ofrecérmelo, pero me encantaba nuestra relación tal como era. Además, no estaba segura de lo que sentía respecto al matrimonio. El matrimonio puede cambiar las cosas y, en mi experiencia, no siempre para mejor.
Veintitrés años después (no está mal para no haber asumido un compromiso), Erwin me lo propuso nuevamente. Esta vez eligió el momento oportuno perfecto. Estábamos con una docena de buenos amigos navegando por el Mediterráneo en el yate de nuestro amigo Sergio, el Lady Marina. Mirando en retrospectiva, debería haberme dado cuenta de que estaba a punto de suceder algo importante. Estábamos en un lugar muy bonito, pero no era lo suficientemente romántico para Erwin. Más tarde me enteré de que consultó a Sergio, quien le sugirió que navegásemos hasta la isla griega de Skorpios.
—Erwin, ese es el mejor lugar que conozco para un momento romántico —le aseguró Sergio.
Esa noche, cuando el yate cambió de rumbo y comenzó a navegar a toda velocidad hacia un nuevo destino, le pregunté:
—¿A dónde vamos, cariño? —Erwin me respondió con vaguedades y fingió no saberlo, lo que debería haber levantado mis sospechas ya que Erwin siempre lo sabe todo. Al despertar a la mañana siguiente, tenía ante mi vista la hermosa Skorpios, el antiguo retiro de Onassis con la famosa caseta de baño con puertas azules de Jackie silueteada en la orilla.
Pasamos un día apacible en el barco —yo siempre encontraba algún lugar con sombra para proteger mi piel mientras todos los demás tomaban el sol—, y luego nos separamos para prepararnos para la cena. Cuando nos reunimos con nuestros amigos para tomar un cóctel, todos los hombres vestían de blanco. «¡Qué bonito! Se ven muy guapos con esos pantalones y camisas blancos», pensé. También las mujeres iban muy arregladas con sus galas veraniegas. Yo llevaba un vestido de lino negro, fresco y elegante. Estábamos pasándolo de maravilla con una excelente compañía, una suave brisa y una noche de luna llena. Luego, después de la cena, el ambiente cambió: de repente, percibí que había cierta expectación, incluso emoción en el aire. Me preguntaba qué es lo que estaba pasando.
Noté que todos tenían sus ojos puestos en Erwin, quien se acercó a mí y se arrodilló. Sostenía una pequeña caja sobre la palma de la mano que extendió hacia mí en un gesto inolvidable.
—Ya te lo he preguntado antes y ahora te lo pregunto de nuevo: Tina, ¿te casarías conmigo?
Ahora sí que lo dijo en un inglés perfecto. Los hombres se secaban las lágrimas de los ojos —no podía creer que estuvieran llorando—, y las mujeres gritaron ¡yuju! cuando le respondí con un enfático ¡sí! En ese momento le estaba diciendo sí a Erwin y sí al amor, un compromiso que no me era fácil hacer. Quiero decir, que estaba allí con mis setenta y tres años y a punto de ser una novia por primera vez. Sí, por primera vez. Me llamo Tina Turner y estuve casada con Ike Turner, pero nunca fui una novia.
Voy a contarte acerca de mi boda con Ike, si puede llamarse boda. Yo no era el tipo de chica que fantaseaba con hacerse mayor para tener una gran boda. Claro que imaginé que me casaría algún día, pero en Nutbush no conocíamos las bodas caras, y menos de esas en que la novia lleva un vestido blanco con velo y todos esos adornos. No recuerdo ceremonia alguna como esa porque tanto mis padres como mis tías y tíos ya se habían casado cuando yo nací (o, directamente, nunca se casaron).
Cuando Ike me propuso matrimonio, no hubo nada de romántico, nada en absoluto. Él estaba tratando de escapar de una situación difícil con una exesposa que en cuanto se enteró de que teníamos un disco de éxito quiso conseguir algo de dinero de él. Ike había estado casado tantas veces que yo había perdido la cuenta, y todas esas exesposas se sumaban a las innumerables novias que iban y venían a velocidad vertiginosa. Ike se acostó, o al menos lo intentó, con todas las mujeres de nuestro círculo, ya estuviesen casadas, solteras o lo que fuera. No recuerdo bien por qué casarme era una solución a ese problema financiero en particular, pero en la mente de Ike era la maniobra adecuada para aquella situación, así que inesperadamente un día me preguntó:
—¿Quieres casarte conmigo? —Solo así, brusco, cortante, sin sutilezas. Esa era la forma de ser de Ike.
No quería casarme y, ahora en la distancia, me doy cuenta de las pocas ganas que tenía de hacerlo. En ese momento, ya había visto y sufrido lo peor de Ike. Nuestra vida juntos siempre fue muy complicada: teníamos una familia con cuatro hijos por criar (Ronnie, el hijo que tuvimos juntos; Craig, de una relación anterior mía, y también Ike júnior y Michael, los niños que Ike tenía con su última esposa, Lorraine), y compartíamos una carrera, así que no tuve muchas opciones.
Pensé que ya que nos casábamos debería al menos actuar en consecuencia. Así que me puse el mejor vestido que tenía y un elegante sombrero marrón de ala ancha. ¿Por qué un sombrero? No lo sé, solo creí que era lo correcto. No quería parecer sexi, como cuando salía al escenario o estaba en un club, por eso pensé que un sombrero haría que todo pareciera más serio, al estilo de una boda. En cuestiones sociales (y modales) no tenía a nadie que pudiese guiarme, había de confiar en mis propios instintos. Por culpa de Ike no tenía amigos, por lo que intentaba aprender de la gente que veía dondequiera que fuésemos, observando y aprendiendo en los aeropuertos, en otras ciudades, especialmente cuando actuábamos en Europa. También leía revistas de moda como Vogue, Bazaar y Women’s Wear Daily, de manera que trabajaba constantemente para mejorarme a mí misma. Con ellas aprendí a vestirme, a cómo usar maquillaje y cómo desarrollar un estilo personal.
Ese día de la boda, que no parecía el de mi boda, terminé de vestirme y me senté con Ike en el asiento trasero del coche. Duke, que normalmente era el conductor de nuestro autobús, se sentó tras el volante, dispuesto a llevarnos a la frontera con México. Él y su esposa, Birdie, se ocupaban de nuestros muchachos cuando estábamos de gira y eran parte de mi extensa familia, así que estuvo bien tenerle cerca en ese viaje.
Ike siempre tenía sus propias ideas. Pensó que Tijuana sería un buen lugar para tener una ceremonia rápida, y que podría encontrar a alguien para hacerlo sin que le pidieran una licencia o un análisis de sangre. Puede que ni siquiera fuese legal, pero no tenía sentido cuestionar sus motivos, pues hacerlo solo lo haría enfadar y eso podría terminar en una paliza. Definitivamente, no quería un ojo morado en el día de mi boda.
En esa época, Tijuana era un lugar sórdido y lleno de garitos. Una vez que cruzamos la frontera, fuimos por un camino polvoriento —pero que muy polvoriento— y encontramos la versión mexicana de un juez de paz.
Con autorización del Sello Indicios (Ediciones Urano).
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