Que le pregunten al común de los mortales si ha mirado a los ojos a un jaguar alguna vez,
sería como preguntar cuantas veces has estado en la Luna. Sin embargo, ocurrencias como
esta han sido recurrentes en la vida de Carlos Castaño-Uribe, antropólogo de la Universidad de los Andes,
arqueólogo y explorador. Porque ¿cuántas veces viaja uno en avión y descubre una de las maravillas
arqueológicas más espectaculares y misteriosas del continente americano?
“El encuentro con Chiribiquete fue algo fortuito. Inesperado. Un encuentro con un portal¨, explica Castaño.
“Nos encontrábamos en mitad de un viaje al Trapecio Amazónico, la porción más septentrional de la Amazonía colombiana,
que limita con Brasil y Perú. Concretamente, al Parque Nacional Amacayacu para revisar unas talas y unos incendios
que me habían reportado”.
En esa época, Carlos Castaño era Director de Parques Nacionales. Junto con el piloto,
viajaban en un pequeña avioneta monomotor Cesna 206 Turbo. Tenían que hacer varias escalas
por todo el camino de ida y dejar gasolina para el regreso.
“Tras despegar del último punto de abastecimiento (San José del Guaviare), donde empezaba la frondosidad de
la Amazonía colombiana-- explica Castaño--, a los quince minutos comenzamos a ver una tormenta
muy fuerte que se estaba empezando a formar. En nuestro radar apareció una mancha muy fuerte”.
Como en el sendero de la vida, Castaño y su piloto tuvieron que decidir sobre su ruta de viaje.
Regresar a San José del Guaviare o circunvalar la tormenta. Optaron por la segunda opción.
“Como a una hora de vuelo --describe Castaño maravillado--, empecé a ver una formación
frente al avión. No sabíamos qué era. Mirábamos en el mapa de cartografía que teníamos
en el avión y esta formación no aparecía. Empezamos a seguir una ruta para ver qué era eso”.
Y así, sin esperarlo, volaron directamente sobre Chiribiquete. “Entramos sobre la
confluencia de los ríos Ajaju y Makaya. Un lugar milenario, increíblemente bello y muy
difícil de acceder por agua, porque está lleno de raudales”.
Chiribiquete había estado escondido para el mundo. “Empezamos a dar la primera vuelta de ese sitio majestuoso,
tratando de ver en qué momento iban a salir dinosaurios,¨ describe Castaño, sonriendo.
“Una Serranía que afloraba de forma monumental. Al ir a comenzar la segunda vuelta de reconocimiento
y asegurándonos de que teníamos gasolina para no hacer una locura, la tormenta se comenzó a disipar.
Siempre sentí que nos había empujado. Y desde ese momento entendí que Chiribiquete era más que una simple Serranía para mí”.
Chiribiquete está enclavado en la mitad de la Amazonía colombiana. Una serranía con una formación muy particular. “Hace parte del Escudo de las Guyanas-- explica Castaño--,
una formación que se denomina Roraima. Está totalmente emparentada con los tepuyes venezolanos donde está el Salto del Ángel”.
Tepuy es un vocablo indígena del pueblo Ye’kwana, un grupo de filiación lingüística caribe que vive en las cuencas de varios ríos, como el Orinoco,
el Paragua y muchos otros, a ambos lados de la frontera entre Venezuela y Brasil, como describe Silva Monterrey en su libro Poder, Parentesco y Sociedad.
“El término significa la Casa de los Dioses”, explica Castaño.
Los tepuyes colombianos son los más bajos. Sin embargo, son los más occidentales, es decir, están más próximos a la Cordillera de Los Andes.
Esto convierte a Chiribiquete en un enclave biológico y biogeográfico emblemático. Además, no podemos olvidar todo su contenido arqueológico.
No es de extrañar que en 2018 la Unesco lo reconociera como Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad. “Chiribiquete
es una visagra--me explica Castaño--, un punto de encuentro entre la Amazonía, las sabanas naturales de Los Llanos Orientales,
La Cordillera de los Andes y el Escudo de las Guayanas”.
Un lugar estratégico de conectividad y confluencia. Eslavón entre varias provincias ecológicas. “Chiribiquete
es un eje para toda esa interacción de muchas especies”, explica Castaño. “Hace parte de la formación más
antigua del continente suramericano y del Planeta. Una formación de basamento pre-cámbrico muy singular,
con más de dos mil millones de años, que aflora con formaciones geológicas y paisajísticas como los tepuyes”.
“Encontramos muchas especies de la Amazonía”, explica Castaño. ¨Pero a la vez, muchas provenientes de las sabanas naturales
del Norte de Suramérica. Y al mismo tiempo, la interacción con muchísimos especímenes de Los Andes e incluso especies endémicas
restringidas a un pequeño inselberg, un afloramiento dentro de esa meseta alta de casi mil metros sobre el nivel del mar.
Espectaculares formaciones y grandes huecos. Dentro de uno de ellos hemos encontrado especies únicas para la ciencia,
que no están sino en esa hoquedad”.
“El descubrimiento fue sin querer, queriendo”, explica Castaño. ¨Haciendo una aproximación muy riesgosa,
pretendimos llevar un bote zodiak colgado del helicóptero, para descolgarnos y empezar a explorar uno de los ríos.
Tras mil peripecias, conseguimos comenzar a navegar por primera vez por el río Ajajú. Vimos animales en las riveras,
como si nunca hubieran visto un humano, sin escapar”.
En ese primer recorrido avistaron un paredón en la parte rocosa de un tepui. De modo rudimentario, fueron registrando
en un mapa geográfico bien rudimentario la posible localización. Al día siguiente regresaron a explorar esa misma
zona en el helicóptero con otras cuatro personas. No vieron nada, pero decidieron crear un helipuerto muy próximo
a esa zona.
“Empezamos a abrir una trocha por la selva hasta llegar al paredón, y a escalar”, explica Castaño. ¨No íbamos preparados para escalar roca.
No sé cómo logramos más de 300 metros. De pronto llegué a una cornisa, un pequeño corredor de roca. Y veo… pinturas rupestres”.
Mientras Castaño me explica con detalle esta historia, que parece salida de una película de Steven Spielberg, percibo cómo
sus ojos se iluminan. Y mientras extiende los brazos para sugerirme lo impresionante del momento, una amplia sonrisa
dibuja su rostro. “Dos grandes jaguares de más de dos metros es lo que pude reconocer”, explica Castaño. “Y casi me
caigo de espaldas de la impresión. Fue nuestro primer encuentro con un mural prehistórico. Tenía casi tres mil dibujos.
Desde muy pequeños a muy grandes. Y ahí empezó nuestro trabajo de arqueología hasta el momento de hoy”.
No es difícil darse cuenta de que Chiribiquete no es únicamente patrimonio de Colombia, sino de toda la humanidad.
En los inicios, nadie tenía claro qué comunidades podían existir en el interior de todo este territorio.
¨Cuando empezamos las primeras expediciones en los años 90 --me explica Castaño--, me dí cuenta de que la
selva era inexpugnable. Enormemente extensa. Me sorprendió mucho por qué se había logrado mantener todo este
lugar, como un corazón palpitante viviente de selva, a diferencia del contorno, que ya empezaba a verse transformado”.
Termino mi entrevista con Carlos Castaño, hablando del sombrero vueltiao. ¨Se trata del ícono más
importante de Colombia ante el mundo--explica-- ¨Nos reconocen en todas partes por ese sombrero.
Y al mismo tiempo para mí es un elemento más de la ancestralidad relacionada con Chiribiquete y el Padre Sol.
Y aquí es donde debo confesar un pequeño secreto. Yo siempre viajo a todas mis expediciones en países
tropicales con un sombrero vueltiao. Y aunque tengo varios modelos comprados en múltiples viajes por Colombia,
siempre termino usando el mismo. Aunque ya más viejito y deshilachado, quizá sea por el dicho que el amor
es un secreto que los ojos nunca han podido guardar o por el hecho que en el fondo, tengo corazón de antropólogo.
Parafraseando a Agatha Christie, “Cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará”.
Y eso, precisamente eso, es lo que me ha pasado con mi sombrero. Cuantos más agujeros tiene, más cariño le tengo.
¨Un sombrero vueltiao lo puedes ver por debajo y por encima --me explica Castaño con sus manos--. Si lo ves por debajo,
puedes ver unos círculos concéntricos. Y todo los rayos del sol al final, en la forma con que está confeccionado el sombrero.
Si lo ves por encima, en la parte alta del sombrero están los cuatro niveles con iconogramas que están relacionados con
elementos ancestrales con arquetipos que están asociados a las pinturas rupestres de Chiribiquete. Estoy seguro de que
existe un vínculo que se establece con los indígenas zenues, que son los primeros artesanos que empiezan a hacer el
sombrero vueltiao, en una región muy particular en el Valle del Cauca y en el Magdalena. Un lugar donde están los
humedales más importantes del país y donde estos indígenas construyeron el sistema hidráulico más increíble que se
haya hecho en América. Para mí está claro que sabían del mito ancestral solar y de la importancia del jaguar”.