Los diez mandamientos para educar sin maltrato a los niños y niñas
Conozca el decálogo que puede transformar la vida familiar, eliminar la violencia contra los menores de edad y contribuir a una sociedad más pacifica.
La Alianza por la Buena Crianza lanzará en los próximos días la campaña ‘Una huella para siempre’, que tiene como propósito que padres, madres y cuidadores de los niños y niñas interioricen que cada acto de agresión o negligencia contra ellos les marcará para toda la vida.
Estudios científicos y sociales demuestran que los menores maltratados no desarrollan todas sus habilidades y crecen con una predisposición biológica a actuar de manera violenta, lo cual incide directamente en la sociedad. En este sentido, la invitación es a transformar las huellas del maltrato por amor y comprensión, y de esa manera, contribuir a una humanidad más pacífica.
“La formación de los niños debe tener un equilibrio entre firmeza y afecto, disciplinar no es igual a maltratar”, afirma Marcela Quintero, coordinadora de proyectos de la Fundación Carvajal. Con esta premisa, la Alianza por la Buena Crianza pretende prevenir el maltrato infantil y promover una infancia feliz para los niños y niñas del país.
Esta Alianza está conformada por organizaciones públicas y privadas como la Gobernación del Valle del Cauca, la subsecretaría de Primera Infancia de Cali, Cisalva, la Fundación Carvajal, la Fundación Scarpetta Gnecco y la Fundación WWB.
La Alianza viene trabajando en una estrategia denominada ‘Los diez mandamientos de la familia para promover la buena crianza’. Estos consisten en una serie de habilidades concretas que buscan hacer más autoeficaces a los cuidadores, es decir, que comprueben que con ciertas actitudes es posible reducir el maltrato, eso sí, sin dejar de establecer reglas de buen comportamiento en los niños.
Según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, durante el 2016 se conocieron 26.473 eventos de violencia ocurridos en el contexto familiar. El 38,08 % de las víctimas fueron niños, niñas y adolescentes. Siendo las niñas las más maltratas, en un 52,33 % . El 77, 68% de estos eventos ocurrieron dentro de la vivienda.
En los centros educativos se registraron 165 casos, lo cual no es una cifra menor teniendo en cuenta la responsabilidad que tienen estos espacios de cuidar a los menores.
Diez mandamientos para la buena crianza
1. Reconocemos nuestra realidad y los motivos que tenemos para vivir con esperanza.
Este mandamiento implica dos momentos que buscan fortalecer emocionalmente a los cuidadores de los niños. El primero, es reconocer que en la vida de todas las personas existen situaciones difíciles que han dejado huella, pero que deben ser identificadas y aceptadas con todo y las implicaciones que tienen. El segundo, es reconocer los motivos de esperanza que impulsan a salir adelante, es decir, entender que a pesar del evento indeseado hay aspectos que permiten avanzar como el apoyo de un familiar, la presencia de un hijo, la posibilidad de un trabajo, etc.
Además, este mandamiento permite encontrar algunas razones que se tienen para maltratar a los niños y niñas. Es usual escuchar que las personas digan que no quieren maltratarlos, pero que lo hacen porque: “a mí me pegaban peor”, “a esa edad yo ya me defendía solo”, “quiero que sea buena persona y solo así puede aprender”, entre otras respuestas. Si una conducta de maltrato está precedida por una situación adversa, debe buscarse una alternativa para superarla y evitar que afecte en la formación de los menores.
2. Dialogamos con nuestros hijos; aceptamos y validamos sus sentimientos.
Los cuidadores deben aceptar sus sentimientos propios y validar los de los niños y niñas. Deben entender que es normal enojarse por ciertas conductas de los niños, así como es natural que ellos se enojen, sientan tristeza o frustración porque, por ejemplo, un juguete se les dañó. Tras entender los sentimientos, se debe adecuar el comportamiento que suscitan y dialogar con los niños sobre sus reacciones.
En este orden de ideas, no estaría bien decirle a un niño que acaba de perder su juguete “que deje de llorar o preocuparse por bobadas”, cuando el primer paso para respetarlo es validar lo que siente.
3. Les expresamos nuestros sentimientos con sinceridad y con respeto.
Es cierta la necesidad de validar los sentimientos, pero es mucho más importante expresarlos. Muchas familias se comunican los aspectos funcionales del hogar (la hora del desayuno, de cenar, dormir, lavarse los dientes e ir a mercar) mas no los sentimientos. Cuesta decir “te quiero”, “te admiro”, “lo siento”, “me equivoqué”, “no me sentí bien cuando alzaste la voz”, “haces muy bien la tarea”, etc.
Comunicar los sentimientos no implica decir solo lo bueno, también se puede hablar de aquello que no agrada ni funciona, siempre y cuando sea con respeto, sinceridad e interés de cuidar y ayudar al otro.
4. Nos preocupamos por nuestro bienestar y regulamos el estrés.
Los padres o los cuidadores que manejan elevados niveles de estrés deben saber que tienen más posibilidades de maltratar a sus hijos cuando la paciencia ha menguado y se está irritado. Deben, antes que nada, pensar en su bienestar y reconocer los signos de cansancio y angustia que presentan en su cuerpo, para, desde ahí, determinar si es o no el momento correcto para actuar y corregir a los niños.
Sentir la cabeza caliente, tener dolor en el estómago, presentar tembladera en las manos o aceleración del ritmo cardíaco son signos del cuerpo cuando hay estrés. Ante esto lo ideal es seguir el ‘tip’ de “pare y cuente hasta 10”, hasta retomar la calma.
5. Escuchamos y observamos a nuestros hijos para comprenderlos.
Hay una diferencia entre ver y observar. Desarrollar la habilidad de observar a los hijos es una tarea rigurosa, que demanda tiempo, para entender su comunicación no verbal, sus comportamientos y aquello por lo que pueden estar pasando. Los adolescentes, por ejemplo, muchas veces no cuentan lo que les sucede diariamente, sin embargo, muchos padres pueden detectar temas de bullying, acoso sexual, entre otros, con solo dedicarse a observarlos mientras juegan, comen, comparten espacios o interactúan con otros.
El maltrato infantil es cometido principalmente por los padres, madres y parientes cercanos. Las edades de mayor exposición oscilan entre 10 y 14 años.
6. Les expresamos nuestro afecto: con la mirada, con caricias y con palabras amorosas.
Expresar el afecto con abrazos, palabras de cariño, con miradas a los ojos y contacto físico es fortalecer el círculo afectivo con el otro. No porque sean hijos y padres quiere decir que la relación esté dada, debe construirse. Hay actos cotidianos que pueden ser aprovechados para estrechar la relación como bañarlos, cambiarles el pañal, llevarlos al colegio, jugar o leerles un cuento. La crianza no es un acto mecánico.
Generalmente, los niños y los adolescentes buscan a sus padres porque quieren contarles algo y estos les responden con un “ahora no puedo porque estoy ocupado”, lo cual de no ir acompañado de más argumentos o sin la promesa de que ya se encontrará un espacio para escucharlo rompe el vínculo entre padres e hijos. Además, se trata de un acto de negligencia, es decir, dejar de hacer algo por el niño o ignorarlo, lo cual es igual de violento que los golpes o los gritos.
7. Comemos en familia y creamos momentos especiales para cultivar el amor.
Procurar sentarse a la mesa en familia, así sea en una de las comidas, puede ayudar a fortalecer el afecto entre todos los integrantes. La mesa no puede convertirse en el espacio en que se regaña al niño o a la niña, sino que, por el contrario, debe ser donde se le pregunta y cuenta de lo sucedido en el día, se le mira a los ojos y se procura compartir. Hoy resulta necesario advertir que en la mesa se evite la presencia de aparatos electrónicos, distractores de una buena conversación.
8. Jugamos y dedicamos tiempo de calidad para disfrutar con nuestros hijos.
Los niños y niñas buscan jugar para poder compartir tiempo con el cuidador, sin embargo, a veces ese espacio se les niega aun cuando es una posibilidad maravillosa para fortalecer el vínculo afectivo con ellos, estimularlos e, incluso, enseñarles normas. Hay una tendencia errada a pensar que los niños deben estar quietos. Se ignora que la curiosidad y el juego son el motor del desarrollo para ellos.
El juguete es solo una excusa, no se necesita ni siquiera de un parque, con una pelota la oportunidad se puede dar. El juego no depende de la condición económica y puede estar presente en todas las etapas de la vida, a través de juegos como ‘stop’, adivinanzas o juegos de mesa, etc.
9. Reconocemos y apreciamos las cosas que nuestros hijos hacen bien.
Una manera de disciplinar a los hijos es reconocer las buenas acciones que hacen. Hay una diferencia entre alabarlo y valorarle sus buenos actos. No se le debe decir “¡qué genial eres!”, “¡qué inteligente eres!”, sin haber hecho nada para ganarlo, ya que asumirá haberlo hecho todo cuando no es así.
A los hijos hay que felicitarlos, agradecerles o celebrarlos siempre y cuando se trate de una conducta concreta como “gracias por lavar la loza”, “felicitaciones por tus buenas calificaciones”, etc. Hacer este reconocimiento es una herramienta útil para fijar un comportamiento y provocar que el niño quiera hacerlo nuevamente.
10. Ejercemos nuestra autoridad con firmeza, con serenidad y con amor, antes que reaccionar con violencia.
El último mandamiento se propone destacar la importancia de establecer normas de común acuerdo en la familia. Normalmente los cuidadores asumen posiciones autoritarias y usan expresiones como “esto es así porque yo digo, y se hace así y punto”, mas no socializan el porqué de esa norma, cuál es su importancia y la consecuencia de no cumplirla. Los niños deben saber siempre cuáles son sus deberes y qué pasa si no los cumplen. Los horarios, la lista y la repartición de tareas se hacen más efectivas si involucran a los niños, desde su realización, y tienen consecuencias claras.
Conozca el trabajo de la Alianza por la Buena Crianza en el Valle del Cauca
La Alianza desde hace diez años trabaja estos mandamientos a través de talleres dictados a padres, madres, cuidadores, agentes de la primera infancia y docentes.
Los talleres se han dictado en siete municipios del Valle: Buenaventura, Candelaria, Florida, Guacarí, Palmira, Yumbo y Cali.
Consisten en una experiencia formativa que parte de las experiencias cotidianas de los cuidadores.
Se realizan con grupos entre 15 y 20 personas y las convocatorias las hacen en los barrios o a través de los centros de desarrollo e instituciones educativas de las localidades.
En un país como Colombia donde la cultura de la violencia se encuentra tan arraigada, con creencias como “la letra con sangre entra”, “a mí me educaron así y no me paso nada”, “aquí el que manda soy yo”, resulta necesario eliminar cualquier forma de violencia contra los niños y niñas y procurar así un futuro más pacifico para todos.
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