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La Sonora Matancera | Foto: Archivo de El País

FERIA DE CALI

La huella que La Sonora Matancera dejó en la Nochebuena de Cali

Un bello repaso musical del periodista Gerardo Quintero, por esa idolatría por ‘La Sonora’ en la capital del Valle. Qué bella es la Nochebuena, qué bella es la Nochebuena.

23 de diciembre de 2021 Por: Gerardo Quintero / Especial para El País

Con la Sonora Matancera aprendimos que la Nochebuena era más buena si teníamos vino con sabor de uva, bastante cidra de España, dulce ‘melao’ de caña y buñuelos de Cuba. Y no solo eso, gracias a Celio González, el gran ‘flaco de oro’ que inmortalizó ‘En la Nochebuena’, uno de los discos emblemático de la agrupación cubana que aún suenan por esta época, supimos que el guanajo era un pavo y que si se servía relleno era mejor. Y toda esa gastronomía de la Isla la fuimos saboreando, así nunca hubiésemos probado siquiera un plato. Y mientras todos en coro cantábamos ‘qué buena es la Nochebuena, qué buena es la Nochebuena’, nos enteramos que complementando al guanajo con platanitos tostones, avellanas y turrones y yuca con mojo de ajo era que se gozaban las navidades en la Cuba bella.

Hablar del conjunto más célebre de Matanzas es adentrarse en el genoma musical de Cali. Como una huella única e indeleble, la Sonora marcó el destino rítmico de esta capital que no está cerca del Caribe, pero tiene palmeras, huele a coco y mar. Guillermo Cabrera Infante, el escritor y sabio cubano, le adjudicó a Umberto Valverde, uno de los más reconocidos historiadores de la Sonora, un calificativo que solo se lo concedió a cinco personas, el de tener “La música adentro”. Valverde nació en el Obrero, el barrio centenario en donde se escucharon los primeros acordes de la vieja Matancera. La historia la resume así el escritor de ‘Reina Rumba’, el libro que narra la historia de Celia Cruz, una de las más célebres cantantes de esta orquesta. “Con la música adentro, eso es la herencia de mi barrio, no sólo para mí sino para la ciudad. Cali se quedó con la memoria de la música cubana, de la salsa, gracias a nuestros antepasados. Ellos retomaron la música cubana en los finales del 30, con la aparición de la radio. Después, con el cine mexicano, con el cine de rumberas, un periodo de más de 200 películas a partir de 1946, una especie de subgénero, donde las protagonistas eran bailarinas, casi todas cubanas (Tongolele, Meche Barba, Ninón Sevilla, etc), y, donde aparecían fundamentalmente dos orquestas, la Sonora Matancera (con Celia Cruz, Daniel Santos) y la orquesta de Pérez Prado, con el mambo, que dio origen al bailado pachuco que se tomó la zona de tolerancia de Cali, que quedaba incrustada entre el barrio Sucre y el Obrero”.

En 1958, ya la Sonora hacía saltar las radiantes rocolas de los bares populares de la ciudad. En las cantinas del añejo Obrero ya se discutía sobre cuál era la mejor voz si la de Bienvenido Granda, ‘El bigote que canta’, o la de ‘El Jefe’ Daniel Santos. El Teatro Belalcázar, situado entonces sobre la Carrera 10 con Calle 21, a pocas cuadras del Parque Eloy Alfaro, por supuesto en el Obrero, fue testigo de su agónico ‘lamento borincano’ y su dolorosa ‘Despedida’.

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Así lo atestigua Fernando López, rumbero de la vieja guardia, quien para 1958 prestaba servicio militar. “Uno se iba para las discotecas de la Carrera Octava donde estaba la rumba brava y todo era con Sonora, también se escuchaba a Celina y Reutilio, mejor dicho, todo lo antillano. Recuerdo los bailes en Séptimo Cielo, al frente de Bavaria, Aretama y El Infierno, que quedaban seguidas una de otra, en la Carrera Octava entre calles 27 y 28”. López, a quien los amigos conocían como ‘Pinto’, no puede dejar de recordar la mota que usaban los chicos en sus peinados ni el zapato blanco que no podía faltar en la rumba. Hincha de La Mechita, como buen habitante que era del barrio Obrero, recuerda también como los ‘cocacolos’ (los pelados de la época) llegaban hasta el grill San Nicolás, que quedaba en la Carrera 5 con Calle 19 u otras veces hacían estación en el Café 20 de Julio, donde la calurosa tarde caleña se matizaba con las primeras cervezas que auguraban una rumba hasta el amanecer.

En ese año, 1958, Cali apenas se recuperaba de la gran tragedia que enlutó a la ciudad el 7 de agosto de 1956 y que le costó la vida a más de cuatro mil personas. La ciudad estaba estremecida y el corazón de la rumba de entonces también latía con menos fuerza. En medio de ese ambiente que golpeaba aún la ciudad salió el álbum Navidades con la Sonora Matancera. Doce cortes que sonaban en el tocadiscos a 33 ½ R.P.M y que se transformaron en un paliativo para la nostalgia. Con cada año que transcurría, la Sonora se instalaba sin retorno en el alma musical de Cali.

Carlitos Molina, el hijo del hombre que creó el Museo de la Salsa en el barrio Obrero, desanda los pasos de sus ancestros y recuerda lo que le contaron. “La sonora Matancera en Cali prácticamente comienza a trazar parte de su identidad por el sinnúmero de cantantes y artistas que se identificaban con la música antillana y afrocaribeña”. Armando Molina, un tío de Carlitos, se convirtió en la mano derecha de Daniel Santos durante sus visitas a Cali e incluso una prima, Jasmeli, era hija del ‘Inquieto Anacobero’ que marcó época con la orquesta cubana. “La Sonora tenía una cercanía con los caleños impresionante, todo lo que se escuchaba en esa época se relacionaba con la Sonora. Aunque era un fenómeno mundial trazado por la típica guaracha cubana, marcó una tendencia en el baile caleño”.

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Gracias a sus inquietas investigaciones, Carlos no tiene dudas de que las fiestas navideñas se transformaron en la ciudad con la llegada del álbum Navidades. Las tres grandes voces que sobresalen en los números más escuchados por los caleños son las de Carlos ‘Argentino’ Torres, Celio González y la gran Celia Cruz.

“Deseando a todos mil felicidades en los días alegres de las navidades… Nuestra felicitación a la tierra del encanto, esa isla tan bendita que todos queremos tanto…”. Esta estrofa del Aguinaldo Antillano, en la voz de Celia, se inmortalizó en cada casa de los barrios populares caleños de los años cincuenta y sesenta. Aún hoy, los entonces adolescentes hoy convertidos en tiernos abuelos y abuelas intentan trasmitir la herencia luchando a brazo partido con las explícitas letras del reggaeton.

La música en Cali ha sido amor y pasión. Hubo una época (y que no se crea tan antigua) en que los caleños enamoraban con guarachas y boleros susurrados al oído de la pareja. Hubo un tiempo en el cual sino sabías bailar, no conseguías novia. Hay una historia que relata que en los viejos teatros Imperio, Caribe, Troncal, Palermo y San Nicolás los chicos se retaban no a cuchillo sino al que más pasos improvisara a la usanza de Germán Valdez, El famoso ‘Tin Tan’, que llenó de alegría a la muchachada de entonces.

Medardo Arias, escritor y salsero de corazón, dice estar seguro que uno de las grandes responsables de ese culto desbordado por la rumba en Cali es justamente la Sonora Matancera. Daniel Santos, Celia Cruz y Bienvenido Granda eran voces familiares escondidas dentro de una radiola que servían para aliviar penas, aflorar recuerdos o simplemente gozar en ‘los días alegres de las navidades’.

Ahora es Annelies Romero, una rumbera de paso fino, quien lo cuenta: “Mi padre subía el volumen y cantaba las canciones de ese LP de la Sonora. En ese entonces yo no comprendía el motivo de tanta emoción. Unos años más tarde me alegraba escucharlas porque significaba que había llegado la Navidad con sus brillantes luces y juguetes. Había otras fiestas, pero a mí me encantaba quedarme en casa y bailar con él estas canciones con las que evocaba las navidades de mi niñez. Ahora mi viejo ya no baila, su andar es lento, pero las seguimos escuchando cada Navidad y le subimos el volumen cantando y bailando con el corazón”… Y es que al final, como dice Annelies con una voz que pareciera representar a todos los caleños: “Hay canciones que se quedan en el alma para siempre haciendo parte de tu historia”. ¡Gracias, querida Sonora Matancera!

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