PRESO
El Químico que 'detiene' el Covid-19 tras las rejas
En la cárcel, un interno fabrica el antibacterial para los guardias. Es químico de profesión y su caso es un ejemplo de la fórmula más pura de la vida. Lección de humanidades.
En Villahermosa, la cárcel de Cali, un preso mantiene libres de Covid a los guardias del penal. Desde que empezó la emergencia del coronavirus, ellos hacen vaca para reunir los insumos y llevarlos hasta un laboratorio que armaron en una oficina contigua a la Dirección; ahí, todos los días, el hombre mezcla las proporciones de las que sale el jabón antibacterial que necesitan los 290 guardianes que trabajan allá adentro. Un prisionero salvando a sus centinelas: parece cine gringo.
De ese jabón también se sirve el personal administrativo y los muy eventuales visitantes de estos días, cuenta el mayor Édgar Iván Pérez, director de Villahermosa. Lo que quiere decir que el radio de beneficiados se amplía incuantificable teniendo presente el hacinamiento: una cárcel proyectada con dos mil cupos, donde hoy conviven cerca de seis mil personas. Por eso conservar la salud de los guardianes que en distintos turnos recorren la prisión, es un mandato de supervivencia colectiva que no necesitó de acuerdos entre patios o conversaciones de caciques. La idea salió de un recluso sin clanes ni mando. Un Químico que estudió en la Universidad del Valle.
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Su nombre es José Nelson Duque y a través de una videollamada que el director de la cárcel le permite desde su despacho, cuenta que al conocer los alcances de la pandemia él mismo se ofreció para empezar con la producción del antibacterial, seguro de que cualquier dotación iba a ser muy poca. Como lo es. Afortunadamente su producción diaria oscila entre los cinco y diez galones, y con eso alcanza para alimentar incluso la reserva de un inventario que creó para atender una posible escases de materiales, lo que ya ocurre en ocasiones: “Con la especulación han puesto cosas a precio de oro y no siempre llega lo necesario”, dice sentado detrás de un computador y un escritorio con una lámina de vidrio.
Antes, mucho antes de que sus días estuvieran tras las rejas, José Nelson trabajó en multinacionales con nombres que deben significar un listado de méritos en su hoja de vida. En una de ellas, un laboratorio que fabrica algunos de los productos de aseo más comunes en Colombia, lo contrataron como Químico de Proceso para encargarse de supervisar líneas de producción; de modo que hacerse responsable de métodos de manufactura le resulta más que natural. En el bolsillo del overol caqui penitenciario que viste para la videollamada, lleva dos lapiceros y un lápiz. A la entrevista José Nelson también asiste con un cuaderno donde muestra hileras de números y apuntes que se explican como la sistematización artesanal de su método. Y por allí está la fórmula del jabón: “60% agua, 35% alcohol, estabilizadores, glicerina, el compuesto antibacterial -que puede ser Genaminox o ácido cítrico-, y espumante…”
Desde que está haciendo la mezcla, el hombre es el tipo más popular del Patio Diez, un ala de la prisión destinada para quienes ya cumplieron la mayor parte de su condena, y encuentran allí otra fase de reclusión con menos restricciones. O aprietos. Para hacerse una imagen del lugar, José Nelson duerme en una celda con planchones de cemento sobrepuestos en forma de camarote, donde comparte el espacio solamente con otro interno que lleva año y medio ahí. En Villahermosa José Nelson lleva cuatro. En menos de dos años será libre; ahora mismo está esperando noticias de la segunda apelación que hizo su defensa, solicitando libertad condicional. El Patio Diez está cerca del área administrativa y entre sus muros igualmente hay internos que prestan servicios para la cárcel, como parte del programa de reducción de penas al que pueden acceder en esa etapa. La limpieza, por ejemplo. Así que el antibacterial también debe alcanzar para ellos. Y alcanza. Entonces la gente, cuenta José Nelson, lo saluda todos los días con la fraternidad que el encierro antes no le había mostrado en ninguna de sus formas. ¡Gracias, Químico! ¡Buena, Químico! ¡Dios lo bendiga, Químico!,
han llegado a celebrarlo. El Químico. Todos lo llaman de esa manera. El Patio Diez es habitado por doscientos reclusos.
José Nelson estudió Química, dice, porque desde niño aprendió la alquimia de los pegantes junto a su papá, que era fabricante y vendedor de bolsos de cuero.
El caso que llevó a José Nelson a la cárcel es uno de esos rollos de la injusticia, según cuenta frente a la cámara web. Con 55 años se había independizado. Montó un laboratorio donde hacía productos para el aseo y ofrecía asesorías en control de calidad para clientes particulares o corporativos. El negocio quedaba en su casa. El día que todo cambió se levantó temprano y fue a trotar con su esposa a la cancha de fútbol que queda cerca, como era costumbre. Luego hicieron el desayuno juntos y no pasó mucho cuando un hombre tocó la puerta pidiendo el análisis de calidad de una conserva que había desarrollado y quería comercializar.
“Yo le dije que tenía un problema de PH. Estaba turbia…”, recuerda. Seguidamente el hombre le respondió que se iba a fumar un cigarrillo mientras le cotizaba el trabajo, y luego todo fue muy oscuro: “Un sicario llegó a matarlo hasta mi casa y uno de los tiros me rozó la cabeza. Caí privado”. Cuando volvió en sí, asegura, encontró sangre en el suelo, el cliente muerto, y huellas de disparos en la pared. La Fiscalía, dice José Nelson, afirma que en la muestra que le llevaron para revisar había rastros de alcaloides, por lo que relacionaron su empresa como un laboratorio al servicio del narcotráfico. “Yo nunca pude encontrar un perito que confirmara esa teoría”, dice. José Nelson fue condenado por de fabricación y porte de estupefacientes. “Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra”, le recitó la Policía el día de su arresto. Como en las películas.
El Químico mide 1.70. Pesa 83 kilos. Calza 40. Afuera tiene tres hijos y una mujer, su segunda esposa, de la que habla con un fervor casi empalagoso, casi adolescente, como si tuviera apenas unos días de enamorarse. Pero llevan trece años juntos. Cuando vea a su familia, lo jura, se va reír con ellos durante mucho tiempo para poder desquitarse de todas las veces que no pudo hacerlo en Villahermosa. Eso es. Así se imagina el primer día en libertad. El siguiente paso será reabrir el negocio, dice: “Solo queda seguir trabajando”.
Mientras llega el momento por ahora se mantiene ocupado, a disposición de las urgencias. En la cárcel prestan servicio militar obligatorio 70 auxiliares que refuerzan a los guardianes del Inpec, para los que igualmente produce antibacterial. Y está diseñando, dice, un pequeño sistema de desinfección basado en un aspersor proyectado para el marco de una puerta o de un pasillo. El relato es una narración escena a escena de la química de la vida en su composición primaria y más pura. La fórmula es la de siempre. Continuar. Confiar. Levantarse. Creer que otra vez habrá un mañana.
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