Judicial
El triste olvido de los feminicidios ocurridos durante la guerra en Colombia
El feminicidio de Nora García Cantor, asesinada por dos guerrilleros de las Farc hace 22 años en el corregimiento El Palo, norte del Cauca, fue olvidado como tantos otros en el marco del conflicto armado.
En su último día de vida, Nora García Cantor estuvo acompañada por su hija Sindy, quien tenía 13 años. Salieron de su casa temprano, aún bajo la luz de la luna, y tomaron el bus que las llevaba hacia El Palo. Esa madrugada, el conductor no encendió las luces para iluminar el camino ni tampoco hizo las paradas de siempre.
“Se fue a oscuras, no paró en Caloto y pasaron otras cosas que uno dice: Ve, tan raro”, recuerda Sindy. En el 2002, el corregimiento El Palo estaba dominado por el sexto frente de las Farc que controlaba el norte del Cauca, mientras los paramilitares empezaban a tomar fuerza. Nora viajaba cada ocho días desde Santander de Quilichao hacia El Palo, a media hora en bus, para vender artículos de segunda mano en la plaza. Ahí, a plena luz del día, Sindy vio cómo dos hombres se llevaron a la fuerza a su madre. Horas después, regresaron para indicarle dónde estaba su cuerpo.
En ese entonces el conflicto armado golpeaba a todos, pero, en especial, a las mujeres. ”Las mujeres han sido usadas como botín de guerra, fuente de placer, entretenimiento o compensación; como fuerza de trabajo, como espacio para dejar mensajes”, se lee en el Informe Final de la Comisión de la Verdad.
Nora había recibido amenazas días antes, pero no tenía miedo, recuerda su pareja Arcesio Ceballos. Estaba segura de que “quien nada debe, nada teme”.
Pero que Nora “debía algo” fue uno de los rumores que se escucharon en el pueblo después de su muerte. Dijeron que la asesinaron porque era informante de la guerrilla, porque rechazaba a sus pretendientes, porque no obedecía a los guerrilleros.
El asesinato de Nora fue registrado en el periódico Proclama del Cauca. Sin embargo, de acuerdo con la noticia, Nora no fue asesinada sino que “falleció”. En ese entonces, ni en Colombia y mucho menos en El Palo o en Santander de Quilichao, se hablaba de feminicidios.
Antes de que la separaran de su hija, Nora estaba acomodando la mercancía en el puesto de trabajo. Cuando vio que ‘Piquiña’ y ‘Asprilla’, dos guerrilleros conocidos en el pueblo, se le acercaron en una moto, le pidió a Sindy que fuera a comprar una Pony Malta. Fue su forma de cuidarla.
”Me acuerdo muchísimo de la cara de angustia de mi mamá, terrible. Me dijeron que le iban a disparar en el puesto y que mi mamá había dicho que no, que por favor no. Cuando regresé, ella me iba a dar el canguro donde tenía la plata, pero no la dejaron y la subieron en la mitad de la moto. Entonces yo me quedé ahí: ¿qué pasó? Me cogió una señora que vendía ropa y me dijo que no me preocupara, que ella luego venía”, recuerda Sindy. Horas después vio a ‘Piquiña’ y ‘Asprilla’ sentados tomando cerveza en el kiosko donde ella había comprado su Pony.
—Ya la matamos, vaya recójala—, le dijeron.
A Nora la asesinaron con disparos de balas de cianuro que provocaron quemaduras en su cuerpo por la larga exposición al sol, de acuerdo con el expediente sobre la muerte. Su cadáver fue encontrado por su hijo Jhon Howard y su pareja Arcesio en la carretera que lleva a Corinto, cerca de Huasanó.
Esas especificaciones del crimen hacen parte de un patrón de violencias contra las mujeres que se encrudece con la presencia de actores armados. “Con el uso de las armas, las violencias que ya son parte de la cotidianidad de las mujeres son mucho más agresivas, porque cuando hay conflicto armado se ejercen de forma más impositiva”, explica Natalia Fernández, investigadora de Aquelarre, una organización feminista de Popayán, capital del Cauca.
En el caso de Nora, hay dos circunstancias que hacen que el crimen sea un feminicidio, de acuerdo con la abogada Yamile Roncancio, directora de la Fundación Feminicidios Colombia, que se dedica a representar judicialmente de forma gratuita a familias y sobrevivientes víctimas de este delito.
En primer lugar, cometer el delito en aprovechamiento de las relaciones de poder ejercidas sobre la mujer. “Ahí hay una posición de poder militar desigual. Cuando se habla de militar no solamente se reduce a las fuerzas militares, sino al uso de las armas”, explica Roncancio.
Por otra parte, cometer el delito para generar terror o humillación a quien se considera enemigo. Según Roncancio, las mujeres informantes “son usadas desde un punto de vista netamente sexista porque ‘les va a quedar mucho más fácil sacarle información y enamorar al man. En el enemigo hay entonces una retaliación por un asunto de poder y ego”.
Además, desaparecer a la madre frente a su hija, que es otra mujer, “hace parte del componente aleccionador del feminicidio”, agrega Roncancio. “También era un mensaje para su hijo. Era una manera de agredirlo a él”. En la amenaza que Nora había recibido, le advertían que su hijo Jhon Howard, quien hacía parte del Ejército, tenía prohibida la entrada a El Palo.
Por otra parte, el uso de balas envenenadas con cianuro puede ser considerado como tortura, dice Roncancio. “Usar ese tipo de balas y otros métodos encuadran en tratos crueles e inhumanos”.
Una justicia esquiva
Luego de que se conociera la noticia del asesinato de Nora García Cantor, el Cuerpo Técnico de Investigación Criminal y Judicial (CTI) hizo una investigación que terminó en estado de vencimiento debido al problema de orden público en esa zona. De acuerdo con la Fiscalía General de la Nación, el caso de Nora fue un homicidio con arma de fuego, pero los detalles del hecho nunca lograron ser determinados.
La familia de Nora tuvo miedo y decidió no volver a tocar las puertas del sistema judicial. Excepto Jhon Howard, quien denunció y recibió una indemnización a través de la Unidad para las Víctimas. Años después reconocieron la fotografía de ‘Piquiña’ en el anuncio televisivo de los más buscados y tiempo más tarde supieron de la muerte de ‘Asprilla’ y ‘Piquiña’.
Las personas más cercanas a Nora decidieron concentrarse en recordar su vida y lucha por el cuidado de sus hijos. Criada en un hogar tradicional del Quindío, Nora contó siempre con el apoyo y amor de su círculo de mujeres: su madre y hermana. Fue mamá adolescente, desplazada, pareja de un exsargento cuando tenía 16 años, y esposa de un hombre de alrededor de 50 cuando ella tenía 26.
Pero Nora, como tantas mujeres víctimas de la violencia, se anteponía a que la guerra se instalara en ella, en su cuerpo, y la despegara de su humanidad, algo que mostraba en su manera de vivir, de trabajar y de amar.
”Para mí, Nora era como una hormiga, muy trabajadora, seria y noble. Siempre se esforzaba mucho para conseguir las cosas, incluso salía con unas ideas que uno ni pensaba. Trabajaba en una parte, en la otra. Mejor dicho, ella hacía lo que fuera: tamales, envueltos, y que la tienda, ¡qué sería lo que no hacía ella!”, cuenta Arsecio.
“Era muy humana, solidaria, servicial, buena mamá. Una señora muy guerrera, extrovertida, social y correcta en muchas cosas. Lo más importante para ella era su familia, sacar adelante a sus hijos y cumplir sus proyectos, como terminar su casa”, dice Carmen Elena Tenorio, vecina de Nora.
Violencia que persiste
Según los datos del Registro Único de Víctimas (RUV), 1269 mujeres han sido incluidas como víctimas directas de homicidio por eventos ocurridos en el Cauca durante el conflicto armado, 62 de ellas en Santander de Quilichao. Sin embargo, estas cifras no representan la totalidad de casos ocurridos. Existe un gran subregistro, algo que ha reconocido incluso la Unidad para las Víctimas.
Ni hablar de feminicidios, pues no existen cálculos de estos hechos en el marco del conflicto armado. El caso de Nora, como cualquiera que haya ocurrido antes del 2015, no está cobijado por la ley Rosa Elvira Cely, que tipifica el delito de feminicidio como “causar la muerte de una mujer por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género”.
Por eso, explica Yamile Roncancio, es importante revisar la historia para identificar los feminicidios ocurridos y las causas detrás de ellos, pues, para ella, “lo que no se nombra no existe” y “lo que no se nombra no se puede combatir”.
“Hay que nombrarlo, pero no basta con eso, es importante ver por qué mataron a Nora, por qué la mataron así, cómo lo entiende la población y cómo lo va entender la gente tantos años después, porque solo cuando se hace esa profundización se consiguen las herramientas para combatir”, dice Roncancio.
De acuerdo con el Observatorio de la Fundación de Feminicidios Colombia, que cruza la información de casos que registra la prensa con los que contabiliza la Fiscalía, 229 mujeres han sido víctimas de feminicidio consumado en Colombia en 2022 y 80 en lo corrido de este año. Tres de esos casos han ocurrido en Santander de Quilichao, uno de ellos en El Palo.
”Esas violencias estructurales contra las mujeres en el Cauca no han cambiado sino que se han endurecido, se fortalecen de una forma muy agresiva. En el marco del conflicto armado se potencia de una forma muy nociva”, explica la investigadora Natalia Fernández Hormiga.
Hoy Sindy tiene 34 años. Para ella, hablar de la historia de su madre y ver el cariño y gratitud con que otros la recuerdan es hacer un poco de justicia. Es “ver los frutos de un buen ser humano”, dice, aunque “nada de esto me la va a devolver o a llenar los vacíos de no tenerla”.
Para Roncancio, narrar su vida y muerte “es una forma de construir memoria, de combatir desde el relato”. ”Desde el concepto más básico de la justicia, que es darle a cada quien lo que se merece, estamos haciendo justicia, pues así ellas no estén, les estamos dando respeto a su dignidad y su memoria”, dice Roncancio. Lo dice también porque el conflicto armado no se ha acabado, “el caso de Nora se puede estar repitiendo hoy”.
*Esta historia hace parte del Especial Buscadores De Justicia, producto de la iniciativa de Colprensa y la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), con el apoyo del Programa de Justicia Inclusiva de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).