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El Mira dice que “la iniciativa busca crear el delito autónomo para que se eleven las penas, así el daño sea temporal o permanente”.

Historias de mujeres que han resurgido como 'aves fénix' del flagelo de los ataques con ácido

Más allá de las cicatrices, varias mujeres en todo el país, víctimas de este flagelo, son ejemplo de resiliencia.

5 de enero de 2020 Por: Natalia Castillo y Laura Julieth Pérez, Periodismo con Visión de Género / UAO

Diana Ossa tenía ocho meses de embarazo cuando fue atacada con ácido en casa de sus padres en febrero del 2008, a sus 27 años, en Buga, Valle. Su instinto maternal le impulsó a cubrir su vientre mientras salía a pedir ayuda. Muchas de las personas que la vieron, solo le dedicaron miradas de lástima. Uno de sus vecinos, sin embargo, acudió a ayudarla sin importar si se quemaba las manos en el proceso.

Varias cirugías más tarde, la mayoría para reconstruir su rostro, retirar lo que quedaba del agente químico en su cuerpo y una cesárea para salvar a su hijo, Diana por fin pudo recuperar algo de su felicidad. Pero fue un proceso largo en el que su fortaleza era su hijo.

Hoy, ella es la directora de la Fundación Carita de Papel, donde, después de más de diez años de luchar con las cicatrices tanto físicas como psicológicas, tiene la vocación de ayudar a otras mujeres que han pasado por esta situación.

Según las legislaciones colombianas, es tipificado como ataque con agentes químicos cualquiera que se realice con un elemento o sustancia que cause daños al tejido humano, pues muchas veces dependiendo del material, estos siguen causando daños a la víctima, como el caso de Natalia Ponce, uno de los más visibles del tema y por quien se creó la ley que regula la atención a las afectadas por estos ataques y el endurecimiento de las penas a los agresores.

En su caso, su cirujano necesitó varias sesiones para retirar el tejido comprometido, ya que corría el riesgo de que la sustancia siguiera haciendo estragos ya no solo en la piel, sino también en sus músculos y otros órganos internos. Este delito, por la gravedad de sus consecuencias, es juzgado como tentativa de homicidio.

Estas mujeres día a día luchan contra la imagen que les muestra el espejo, cuya única solución para ellas es un quirófano.

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En Cali, las cifras de la Subsecretaría de Equidad de Género muestran que de más de cuatro mil casos de violencia registrados en el último tiempo, casi el 80 % son por violencia física, sin embargo, no se entregan cifras, específicas, de los ataques con agentes químicos.

A pesar de las heridas, de las quemaduras, tal como el ave fénix, las sobrevivientes de estos ataques muestran su capacidad de resiliencia. No solo en el caso de Ponce pasó así, sino también el de Gina Potes, quien fue registrada como la primera mujer atacada con ácido en Colombia en 1996, a sus 20 años, en Bogotá.

Gina expresa que el proceso de aceptación fue largo en muchos sentidos, fueron años de un proceso donde hubo múltiples circunstancias, momentos de soledad, vulnerabilidad de derechos e instantes dolorosos. La familia, los amigos y el amor entran a jugar un papel fundamental, el cual es acompañar y apoyar en esta situación a la víctima.

Lo que vivió a sus 20 años le hizo sentir la necesidad de crear una fundación, llamada Reconstruyendo Rostros, que ya lleva 7 años siendo una entidad sin ánimo de lucro que trabaja por la prevención, concientización y erradicación de la violencia contra las mujeres, en especial aquellas víctimas agredidas con agentes químicos.

“Cada vez que conozco a una mujer sobreviviente de violencia solo encuentro belleza. Pero no la belleza del estereotipo cotidiano, el cultural, el que impone la sociedad, sino una belleza del interior, donde se transmite la belleza del alma, el dolor, las lágrimas, el entendimiento, la responsabilidad frente al tema, más allá de eso, las ves y son mujeres hermosas, sus ojos, sus cabellos y cuerpos, cómo pese a cargar con múltiples cargas encima te miran y te sonríen, se quieren, se respetan”, acota Gina.

También se aprende cómo sobrevivir a esta situación, añade. “La experiencia que se vive con las sobrevivientes es única y mágica, de varios procesos: se entra en el dolor, en la pregunta del ¿por qué? Al final te das cuenta que la experiencia se convierte en una amistad, en una hermandad, en un todas apoyamos y no vamos a caer.”

En cuanto a la ruta de atención frente a estos ataques existen distintas maneras, como la de la salud mental, una atención inicial a víctimas de ataques con ácido. En esta parte entran las legislaciones que tienen que ver con el acceso a la salud. Pero más allá de esto, puede parecer obvio, Gina explica que lo fundamental en el momento del ataque es buscar agua, como primer auxilio ante las lesiones.

Gina asegura que el Estado no tiene un apoyo específico frente a estas agresiones, las instituciones a pesar de tener rutas de atención interpretan mal la norma, las mujeres siempre tienen que acudir a tutelas y escenarios privados a través de la fundación Reconstruyendo Rostros para poder valer sus derechos.

“La sociedad muchas veces no sabe aceptar este tipo de situaciones, existe mucha discriminación frente al tema y se revictimiza a las mujeres. Las sobrevivientes sienten pena, no quieren que las miren y muchas personas ven el lado sensacionalista de la problemática. En el momento en que existe una aceptación, una responsabilidad frente a lo que sucede, el reconocimiento de las heridas, ahí empieza a sanar uno desde el interior y la sociedad en general se vuelve un poco más sensible al tema y la discriminación cada vez es menor, pero no tanto como se quisiera”, afirma Gina.

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“Le van a quedar bonitos los ojos, como a los hombres les gusta”, así empezó contando su historia, Ana Beltrán, una de las sobrevivientes y asistentes a un evento realizado a finales del año pasado en Cali.

Cuenta la situación que vivió con tan solo 20 años. “Fueron momentos muy dolorosos, pero quiero darle primero gracias a Dios porque me permitió vivir este proceso con mi familia, la cual me ha apoyado desde el primer momento, también gracias a Dios por darme tres hijos, ya que me dieron la motivación de seguir adelante pese a todo lo que enfrentaba en su momento y hasta el día de hoy”, asegura Ana.

“Lo más importante para superar este proceso es tener a Dios en el corazón porque si no es así vas a vivir con rabia, rencor, Dios llena esos vacíos y uno empieza a sentirse mejor”, dice.

La víctima no realizó ningún tipo de denuncia por temor a ser agredida nuevamente o, en el peor de los casos, que afectara a su familia. Estos aspectos, que generaron en ella desasosiego por su porvenir y el de sus allegados, fueron los que la impidieron a tomar acción.

“Uno siempre se preguntaba en el transcurso de los días, meses e incluso años ¿por qué? ¿por qué a mí? ¿por qué tan joven? Hasta que uno entiende después de procesos largos que no es por qué, sino para qué, y después viene el entendimiento. La enseñanza que me dejó esta situación es que, sí o sí, uno tiene que luchar y salir adelante por la familia. No es fácil para ninguna persona que sea víctima de estos ataques, nunca esperamos que nos pasara algo así, pero tenemos que luchar y superarnos.”

La fundación Reconstruyendo Rostros entra a ayudar a estas personas por medio de asesoramiento jurídico, tratamiento psicosocial y facilitar las intervenciones quirúrgicas y estéticas pertinentes a las afectadas.
Diana Ossa, asegura que su fundación se encarga de brindarles a las mujeres herramientas para que se vean a sí mismas hermosas, que vean el potencial que tienen, pese a que vivieron una situación que les cambió la vida, puesto que tienen cicatrices físicas y psicológicas que quienes no han pasado por esto no comprenden.

Resalta que es necesario “que entiendan que hay numerosas mujeres allá afuera que tienen cicatrices internas y que prácticamente estamos viviendo lo mismo, no importa que a nosotras se nos vean y a ellas no, todas merecemos una nueva oportunidad”.

Diana recuerda cómo fue ese momento: “Es un proceso largo, tienes que olvidarte de quién fuiste, y aceptarnos con un nuevo rostro e identidad, nosotras tenemos una responsabilidad frente a lo que nos pasó y ser un ejemplo para otras mujeres, todo eso se puede ir superando por medio del amor propio, el valor, la fuerza que nos da la familia y la aceptación del entorno”.

Gina, entre tanto, dice que si todas las fundaciones se unieran para ser una misma voz y defender las mismas causas se lograrían grandes cosas. También afirma que el Estado debe endurecer las penas, velar por el cumplimiento de la ley. “La experiencia es dura, es quemarnos vivas, el daño que nos hacen no se logra dimensionar, pero toda amarga experiencia es el renacer de algo”, finaliza.

A pesar de que Colombia tiene la ley Natalia Ponce de León, que tipifica este delito y endurece las penas dependiendo de cada caso, el país es la región número uno en Latinoamérica donde más se registran ataques con ácido. A mitad de 2018, por ejemplo, se registraron 30 casos de ataques con agentes químicos, la mayoría perpetrados por parejas o exparejas.

Encontrar cifras sobre los ataques cometidos con agentes químicos es un reto, pues solo Medicina Legal los publica en sus informes anuales como ‘mecanismo causal: agentes químicos’, y que en el poco registro en los últimos dos años se cuentan 65 víctimas, de las cuales 36 fueron mujeres. Por otro lado, los boletines mensuales de la Fiscalía no especifican este delito, pues todos los crímenes contra las mujeres están tipificados en una sola categoría llamada ‘violencia de género’.

La lucha constante de estas aves fénix, entonces, parece que llegará a su fin cuando no haya una sola víctima de ácido, cuando no haya necesidad de reconstruir rostros ni vidas enteras. Hasta entonces, ellas, las mujeres, las víctimas de este flagelo, se tendrán unas a otras para seguir adelante y reclamar sus derechos, como bien lo vienen haciendo.

Las leyes en el país

  • Ley 1639 de 2013: Determina la atención integral a las víctimas y endurece penas dependiendo de la gravedad de la lesión. Obliga a las instituciones a aplicar una ruta de atención.
  • Decreto 1033 de 2014: Se reglamenta y regula la Ley 1639, especificando que se deben fortalecer las rutas de atención y controlar la venta o distribución de sustancias corrosivas para el tejido humano.
  • Ley 1773 de 2016 o Ley Natalia Ponce de León: Donde se condena también a quienes fabriquen o suministren estos agentes químicos. Se eliminan beneficios como casa por cárcel, la libertad condicional y reducción de la pena. También se endurecen las penas si la lesión afecta rostro o funcionalidad de los órganos.

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