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Miembros del servicio militar de Ucrania patrullan la carretera vacía en el lado oeste de la capital ucraniana de Kiev. | Foto: AFP

VLADIMIR PUTIN

El nuevo día a día en Kiev: los ciudadanos están entre puestos de control y toque de queda

La ciudad vive entre bombardeos, confinamiento y miedo. Pese a todo, el espíritu de resistencia se mantiene firme entre los ciudadanos que apoyan a su Ejército.

27 de febrero de 2022 Por: Agencia AFP

Entre puestos de control en plena calle, inspecciones aleatorias y las idas y vueltas al refugio, los habitantes de Kiev entran en el día a día de la guerra desde que inició la invasión rusa el jueves.

Flora Stepanova, de 41 años, salió a caminar en el pequeño parque al lado de su casa. Los ojos rojos de cansancio, se sienta en un banco para fumar un cigarrillo, mientras permanece alerta.

“Claro que es un poco peligroso. Pienso que si uno es prudente y si mira alrededor suyo, es más seguro que estar todo el día frente a la televisión mirando las noticias, porque uno se vuelve loco”, declara esta habitante de la capital ucraniana.

Detrás suyo, una unidad de soldados ucranianos instaló un puesto de control. Controlan cualquier movimiento, apuntando con ametralladoras cada coche o paseante.

Un hombre explica que salió para comprar pan, pero no encontró el producto. “Que no le volvamos a ver en la calle”, dice un policía que patrulla un poco más lejos.

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En la plaza de la Independencia, la avenida principal de Kiev se dibuja en el horizonte, vacía. Los habitantes prefieren evitar esa arteria, bombardeada el día anterior por las fuerzas rusas. A cambio, usan las calles más pequeñas.

El Ayuntamiento de Kiev anunció un estricto toque de queda el sábado hasta el lunes a las 6: 00 horas del Meridiano de Greenwich. No están abiertas ni tiendas ni gasolineras. Y en teoría, no se puede salir de casa.
“Todos los civiles que estén en la calle durante el toque de queda van a ser considerados como miembros de grupos de sabotaje y de reconocimiento del enemigo”, amenazó el alcalde la ciudad, Vitali Klitschko.

Para limitar el avance de las fuerzas rusas en la capital, algunas de las cuales, según Kiev, actúan de forma encubierta, vestidas de civil, con ambulancias o incluso con uniformes de soldados ucranianos, se han dado instrucciones a los habitantes.

Las autoridades piden cubrir el número de las calles, apagar la función de localización de su teléfono y que se apaguen todos los semáforos.
Cualquier interacción entre desconocidos tiene algo de sospecha. Un acento demasiado ruso, una manera particular de caminar o preguntas demasiado intrusivas.

Los bombardeos se han intensificado
en horas de la noche, obligando a los ciudadanos a correr a los refugios subterráneos para poner a salvo su vida de los ataques.

En la noche, los bombardeos se intensificaron. Kiev temía el momento fatídico, un “blitz” de la aviación rusa, pero finalmente la calma volvió a la ciudad de madrugada.

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A lo lejos, entre dos bombardeos esporádicos y mientras los combates siguen en el norte de la ciudad, se llegan a escuchar pájaros sobrevolando el rió Dniéper el domingo en la mañana.

Olena Vasyliaka aprovecha esta tranquilidad para bajar provisiones de su piso hacia el refugio donde está instalada.

“Vivimos en el último piso y no me quedaré ahí arriba con los niños”, explica la productora de 50 años, cuyo marido está en “el frente” del este desde el primer día de la invasión rusa.

“Claro, sufrimos. Pero todo estará bien, es nuestra vida ahora. Hubo un choque, pero ahora nos tenemos que acostumbrar a ello”, agrega, antes de regresar al refugio subterráneo instalado en una librería de barrio.
En el sótano, entre esterillas, un ordenador está conectado a las noticias ucranianas las 24 horas. Una mujer escucha continuamente el discurso del presidente Volodimir Zelenski, considerado el héroe de todo un pueblo en Ucrania, y ahora incluso más allá.

Para los habitantes de Kiev que optaron por quedarse, el espíritu de resistencia se afianza tras un estado de choque. “Amamos a nuestro Ejército. Los amamos porque hacen cosas que no esperábamos de ellos. Somos la nación más cool del mundo”, dice Andriï Vasyliak, un jurista de 23 años, sentado en el búnker reconvertido de la librería.

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