ECUADOR
Xenofobia, el fantasma que persigue a los migrantes venezolanos en toda América
La diáspora venezolana comienza a sentir el rechazo, por hechos como el feminicidio ocurrido en Ibarra, Ecuador. Alerta.
En Venezuela era fotoperiodista y en Quito se reinventó como relacionista pública ‘a distancia’ de una clínica en Panamá. Argemary Bernal, emigró al país del Itsmo, pero en dos años que allí vivió sintió la xenofobia en carne propia al punto que, con su esposo, decidieron partir hacia Ecuador.
Sí, Ecuador, allí donde la semana pasada se levantó una ola de xenofobia contra parte de los 221.000 inmigrantes venezolanos que llegaron huyendo de la crisis económica, social y política de Venezuela. La ola se desató en Ibarra, capital de la provincia de Imbabura, donde el feminicidio cometido por un venezolano contra su pareja, una joven ecuatoriana embarazada, enardeció a los lugareños que se tomaron la justicia por mano propia contra los inmigrantes allí.
Pero la xenofobia contra los inmigrantes, y ahora los venezolanos, no es nueva. Argemary fue reportera del diario La Verdad en el estado de Zulia, y del diario Contraste, y laboró para la alcaldía del municipio San Francisco, a cargo del opositor, el economista Saady Bijani. Pero ir a Ciudad de Panamá hace cuatro años en condición de inmigrante ilegal, le dificultó su vida, sobre todo la laboral.
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Recién llegó se defendió trabajando en una empresa de maquinaria pesada “nada qué ver con mi profesión”, ríe al otro lado del teléfono. ‘Mejoró’ en un cargo administrativo en una empresa inmobiliaria y finalmente laboró en una agencia de publicidad, algo más acorde con su perfil, pero le cayó inmigración.
“Fue traumático, estuve casi que deportada, sino fuera porque el dueño de la agencia pagó US$5000 por los cuatro venezolanos que le trabajábamos. Quedamos a la deriva y aunque mi esposo no tenía orden de deportación, sino preventiva, estuvo sin trabajo año y medio”, relata Argemary, autora del blog Diario de un Inmigrante.
En su tribuna digital, en marzo de 2016, escribió ‘Panamá cierra la puerta a los inmigrantes’, informe que denuncia la situación de los venezolanos en ese país, que se viralizó con más de 43.000 visualizaciones (hits). Fue tal el impacto que el presidente panameño, Juan Carlos Varela, la llamó personalmente para ofrecerle un permiso de residencia por dos años, a cambio de borrar el contenido “que dañaba la imagen para la inversión en Panamá”. Oferta que ella obviamente rechazó.
Luego hizo relaciones públicas para la clínica Brain Treatment Center Panamá, y su esposo, solo consiguió empleo en una agencia de publicidad, ya para comprar los pasajes a Quito hace dos años.
Al llegar, ella siguió trabajando para la clínica, consiguiendo clientes que sufran alguna neuropatología y convencerlos de hacerse el tratamiento en Panamá. “Tuve que mutar mi profesión de fotoperiodista a relacionista pública; me gustaba la fotografía documental y estar en la candela, pero aquí me tocó hacer fotografía publicitaria, comercial y de eventos sociales, aprendí diseño gráfico y manejo redes sociales”, comenta Argemary.
Su esposo también migró a ‘comunity manager’ en Quito y hace videos.
“Si hablamos de xenofobia, en Panamá es mucho mayor que en Ecuador; allá un hombre me empujó contra una estación de bus gritándome improperios, por ser venezolana. En Quito, nunca he sentido rechazo, la gente tiene más educación, es otro nivel cultural”, relata.
Admite que sí se ha despertado una ola de rechazo en Ibarra, “por las malas acciones de un venezolano que exaltó los ánimos de tundas de personas que les quemaron sus enseres, sacaron los colchones y les prendieron fuego, los golpearon, incluso a mujeres y a niños”. Por suerte, dice, en Quito es diferente, aunque cree que ellos deben tener un grado de comprensión ya que por un compatriota, se genera ese rechazo, “así no seamos todos culpables”.
Argemary, de 36 años, confiesa que ahora sí siente miedo de salir sola a la calle, de tomar el autobús, procura no hablar para que no le escuchen el acento. Es decir, está de bajo perfil, confiesa, para evitar riesgos.
Cuando su mamá, una gloria deportiva de Venezuela, falleció por falta de medicamentos para cáncer, Estefanía Díaz comenzó a hacer investigaciones y publicaciones de denuncia al Gobierno sobre la escasez de medicina. Ella era coordinadora de Pretextos, revista digital del semanario político Quinto Día. “Me puse a publicar muchas verdades y me llevó a ser objetivo de amenazas, hasta de muerte, porque vivía en el barrio Petare. Entonces en mayo de 2017 tomé un vuelo a Chile, sola, con dos duelos encima. Llegué al aeropuerto de Santiago y me pregunté: ‘Y ahora qué hago?’.”, cuenta.
Viajó a Valparaíso con la meta puesta en vincularse al diario El Mercurio, pues además había trabajado en El Nacional y como productora ‘free lance’ de la BBC de Londres, en su vasta trayectoria periodística en Caracas. Caminó pidiendo empleo puerta puerta. Hasta que en un restaurante chino le abrió una ucraniana: ‘¿Cómo no voy a ayudar a una colega?’, le dijo: también era periodista e inmigrante que huyó de la guerra en Ucrania. Le dio ropa abrigada, pues Estefanía llegó en invierno, y le dio empleo como mesera.
A los cuatro meses esta joven ya era asesora publicitaria de El Mercurio, en Valparaíso, pues además de comunicadora social es técnico superior en publicidad, y les abrió las puertas a tres coterráneas más. Dice que “con un solo billete de la menor denominación en Chile”, puede sostener en Venezuela a su hermana, su sobrina y su padre, que necesita ayuda porque está muy mayor.
“La xenofobia, no voy a decir que no existe, pero si la hay, aquí es un 5 %, porque la diáspora venezolana en Chile es profesional, personal capacitado. Aquí no se ha visto lo de Ecuador, porque casi todos hemos tenido buena conducta y venimos a trabajar y aportar al crecimiento de Chile”, expresó desde Valparaíso.
Y los otros, dijo, se dedican a vender empanadas y arepas venezolanas en todas partes, de tal forma que no se siente desarraigada del todo, y no viven en cambuches en la calle como en Colombia, “porque en Chile es muy fácil surgir”. Sin embargo, una amiga suya, con doctorado, en un año no ha conseguido empleo. “Creo que están saturados, porque no esperaban una ola de inmigrantes tan fuerte”, explicó.
“Esta crisis de Venezuela, a demás de destruir familias, nos ha hecho fuertes; hay niños que se han venido a enfrentar al mundo sin saber cómo. La primera vez que entré a un supermercado en Chile y vi papel higiénico, me puse a llorar: llevaba más de un año que no lo veía en tiendas de Venezuela; puedo comer las manzanas que quiera porque en mi país, una sola vale la cuarta parte del sueldo mínimo”, confiesa Estefanía.
Ella espera reunirse pronto con su novio, un fotoperiodista que aún vive en Venezuela. “He perdido amigos, unos muertos en manifestaciones en Caracas, otros por desnutrición o en manos del Sebin –continúa–. A mi novio lo han retenido por tomar fotos que le molestan al gobierno; en Venezuela estás expuesto a todo”, puntualizó.
Hace ocho meses fue el punto de quiebre para Kaira El Yanhari, joven venezolana que emigró a Lima, Perú. Era jefa de información de El Sol de Maturin, producía y conducía un noticiero de radio y era colaboradora de El Nacional. Hasta que fue imposible comprar los medicamentos de su mamá y su abuela. Solo los hay en el mercado ilegal y a precio de dólar.
“Toda familia venezolana tiene un familiar en el exterior que les ayuda, yo me convertí en esa familiar en el extranjero”, dice Kaira, de 27 años. Hoy trabaja en una litografía donde imprimen tarjetas, facturas e invitaciones, entre otros productos, 14 horas diarias por 200 soles semanales (US$ 240), el promedio de lo que gana un venezolano en Perú (el mínimo es 930 soles al mes). Pero le alcanza para pagar una habitación, vivir y enviar dinero y las medicinas a su familia.
Admite que la ola de xenofobia en Ecuador y Perú no existía, que la bulla era solo en redes sociales, pero que la situación ha cambiado: ya no es fácil hallar una habitación de alquiler, o trabajo porque muchas vacantes exigen ‘solo peruanos’. Sobre todo desde agosto de 2018, cuando hubo un intento de asalto a un banco del centro comercial Plaza Norte.
“Tristemente los responsables eran de una banda criminal de Venezuela. Éstos fueron expulsados del país, pero la semilla de la desconfianza quedó. Cuando ofrezco los productos en la tienda, dicen: ‘No gracias’, y siguen de largo. Gracias a Dios no son todos, pero son actitudes que meses antes no eran tan fuertes”.
La situación se puso más tensa en época preelectoral. Circulaban rumores de que los venezolanos votarían por Fuerza Popular (tolda de Keiko Fujimori, poco querida en Perú). Entonces hubo marchas para sacarnos del país, comenta Kaira.
Sin embargo admite que antes “en Perú faltaban trabajadores y ahora sobran y eso afecta al peruano común que siente que le quitan el trabajo, porque prefieren la mano de obra venezolana porque es más económica y mejor preparada”.
Kaira cree que la tensión que hay por la diáspora venezolana en Latinoamérica, está pasando factura. “Factura que nosotros no deberíamos pagar porque no es nuestra culpa emigrar, no emigramos porque queremos, sino por necesidad de subsistir; la situación nos empujó a salir y tiende a aumentar cada que hay una situación más crítica o tensa en Venezuela”, explicó.
Hay zonas de Perú donde es más personal el ataque, dicen ‘ya no podemos seguir dándole más trabajo a los venezolanos’, pero en Perú y en Ecuador es mucho más tensa la actitud hacia los venezolanos. “Reconozco que algunos venezolanos han venido a delinquir, no son la mayoría, pero los hay. Pero en todos los países te va a afectar más lo que haga el extranjero, que lo que haga su propia gente. En la zona donde trabajo, hay delincuentes en cantidad, pero no los denuncian ni nada. Pero si es venezolano sí lo persiguen y golpean”, sostuvo.
Kaira aclara que casos como el feminicidio en Ibarra, “lo hace el delincuente, no porque sea venezolano, sino porque ese tipo de crímenes no tienen nacionalidad. Sí se ve mucho rechazo en redes sociales, que dice: ‘Pago por cabeza de cada venezolano, US$1000 si es hombre, US$ 1500 si es mujer’; se ve ese odio y se refleja en la actitud de algunos ciudadanos para con los venezolanos”.
“Nos robaron 20 años de nuestra vida, desde que tengo 7 venimos sobreviviendo en Venezuela y la crisis se acrecentó últimamente, pero ese tiempo no nos los van a devolver nunca. Siempre he creído que este proceso producirá un cambio importante en el pensamiento del Venezolano. Es una lección de humildad y ha despertado un verdadero sentimiento de amor a la patria. Es el lado positivo de las crisis, pero quedará marcado en nuestros corazones las cientos de muertes por hambre, enfermedad e inseguridad que desolaron a Venezuela, como las vejaciones que muchos coterráneos han sufrido en el exterior. No merecíamos esto, pero seguro nos ha hecho más fuertes. Espero poder volver a tomar una cámara y y un lápiz y un papel y pueda verlos caer”.
Tatiana Suárez creció con la revolución chavista (24 años) y fue periodista del diario La Prensa de Lara en Barquisimeto y desde hace año y medio vive en Santiago de Chile, donde trabaja en una agencia de marketing digital, empleo relacionado con su carrera profesional.
Pero los otros 14 meses no estuvpo de balde, sino que laboró como vendedora de accesorios en una tienda para mascotas. Nada qué ver con su profesión, pero nunca dejó de aplicar a empleos de periodismo hasta que hace cuatro meses halló el actual. “Fue un poco difícil, pero nunca dejé de insistir y de postularme, hasta que lo logré”, dice.
“Emigré porque mi futuro, no veía oportunidades de crecer en Venezuela, de tener algo propio, miré opciones y me gustó Chile porque tiene una economía estable, sin inflación –no como la de Venezuela del 2.600 % anual–.
“¿Xenofobia? No, nunca me sentí discriminada, ni he recibido un maltrato, al contrario, en Chile nos han tratado muy bien, nos ayudan, nos abren las puertas, es como tener un hermano más”, opinó Tatiana.
Al analizar el fenómeno migratorio, Argemary anota que casi todos los migrantes son los más jóvenes. En Venezuela han quedado los fundadores, todos tienen tíos, primos, sobrinos en Chile, Perú, Ecuador, Colombia, la diáspora crece.
Todos coinciden en que les envían dinero a sus padres y sobre todo, los medicamentos, que escasean en Venezuela. Pero inmigrantes como Argemary, mantiene su cordón umbilical unido a su país, porque tiene la esperanza de que haya un cambio en su país que les permita el retorno de un desarraigo que no buscaron por gusto, sino por la necesidad.
Así, relataron los periodistas que llamamos para que reportaran la crisis que vivían sus compatriotas por el exilio obligado, pero resultó que ellos mismos eran protagonistas de sus propias tragedias como inmigrantes.
En Colombia
De acuerdo con los registros de Migración Colombia, hay aproximadamente 1.170.000 venezolanos residiendo en el país.
El Valle es el sexto departamento de Colombia con mayor concentración de venezolanos, con 51.141 personas.
Se estima que hay 39.127 ciudadanos venezolanos residiendo en Cali, lo que la hace la ciudad del Valle del Cauca con más vecinos.
Después de la capital, las ciudades que más albergan ciudadanos venezolanos son Palmira y Jamundí, con 2573 y 2048, respectivamente.
En Perú
Hasta el 31 de octubre de 2018, cuando migraciones emitió su último balance, se habían presentado 395.000 solicitudes de Permiso Temporal de Permanencia (PTP) para inmigrantes venezolanos. De esa cifra, 156.000 ya contaban con el documento, 217.000 habían iniciado el trámite y 27.000 tenían cita pendiente. Pero la cifra total de ingreso ascendía los 635.000.
Hasta julio de 2017, había en Chile 147.000 venezolanos (42.668 en Santiago y 5026 en Valparaíso). 1092 son médicos especialistas; ingenieros 4676 y 116 periodistas.
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