Columnistas
A las alturas
Cada mes, José Guillermo tenía nuevos tesoros. No olvidaré su voz emocionada cuando me decía: “¿Ya te mostré la nueva zona del Museo?”
José Guillermo Pardo Borrero es una de esas personas que nacen adultas y mueren niños. A sus 86 años de edad tenía la emoción intacta de quien hace volar avioncitos de papel.
Volar fue su gran pasión, con accidente incluido, y aunque se trataba de un ingeniero y empresario destacado, su Museo fue su gran fuente de felicidad por más de 20 años, en los que viajó por todo el mundo en busca de objetos de colección que hoy constituyen un verdadero tesoro para el Valle del Cauca.
Coleccionista por naturaleza, rescató del olvido aviones, helicópteros, autos clásicos, locomotoras, y entrañable memorabilia de la aviación. Por décadas reunió miles de cubiertos de servicio abordo, de aerolíneas de todo el mundo.
Mis personales favoritos son los cubiertos (cuchara, tenedor y cuchillo) del Concorde, avión supersónico de bandera francesa, diseñados por Raymond Loewy, padre del diseño industrial moderno y quien también diseñó la legendaria cajetilla de Lucky Strike y la botella de Coca Cola. Recorrer el Museo con José Guillermo era tener una lección personalizada de geografía, aeronáutica, historia patria, mundo marítimo, geopolítica, guerras mundiales y gestas humanas.
Después de los 80 años estaba empeñado en aprender lenguas eslavas y hace poco me cantó el himno nacional de los rusos, como prueba de su memoria. Su mente estaba siempre aprendiendo, creando, y en ella no había cabida para el desánimo. Las lágrimas que le conocí las derramaba cada vez que recordaba el fallecimiento de su adorada Stella, el amor de su vida, madre de sus hijos, abuela de sus nietos, aliada de todos sus embelecos museísticos, por más disparatados que parecieran.
Hace un mes, en nuestra última conversación, confesó la esperanza que le despertaban los más recientes adelantos en el campo de la medicina y el manejo del dolor. A cada dolencia respondía con un nuevo viaje; a cada mala noticia de los galenos, con nuevos planes, metas, sueños, ilusiones, empeños. Ha partido un inquebrantable. Ha nacido un emulable.
Cada mes, José Guillermo tenía nuevos tesoros. No olvidaré su voz emocionada cuando me decía: “¿Ya te mostré la nueva zona del Museo?”. Y había que ir a conocer el pabellón de las mujeres aviadoras, los nuevos dioramas de batallas, la colección de barcos legendarios, o los cómics de la aviación que pensaba exhibir cerca a la maqueta de los trenes, la mejor de Suramérica y una de las más bellas del mundo.
No trabajó un solo día de su vida, decía, porque hizo de su trabajo su hobbie, fundó el Aeroclub del Pacífico, fue miembro estrella de la Patrulla Aérea, un mecenas de la educación y un industrial generoso al que tuvieron todos por caballero.
Hay gente joven con fama de viva, que morirá estando muerta en vida. Y hay gente mayor que muere habiendo estado muy viva, incandescente, que no se apaga antes de tiempo sino que arde sin edad, como el pabilo, de pie, firme, mientras se agota.
Siempre me encargó dar a conocer su Museo Fénix, pues quería que los caleños lo hicieran suyo, y sufría al pensar que muchos ni sabían de la existencia de este tesoro regional, situado en Palmira, cerca del Bonilla Aragón. Por eso, conocerlo o revisitarlo será ver sonreír a José Guillermo desde las alturas. Ahora, junto a su Stellita del alma.
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