Opinión
Adiós al Martillo, la última columna de Diego Martinez Lloreda
Tengo la satisfacción de que muchas denuncias que formulé fueron tenidas en cuenta por la Procuraduría en la investigación que se le siguió y que terminó con su destitución.
“La cacareada decisión de la Corte”. Así se tituló la primera columna que publiqué el 24 de mayo de 1994 y que hacía referencia a la decisión de la Corte Suprema de despenalizar el porte y consumo de drogas alucinógenas.
Desde entonces, haciendo un cálculo rápido, escribí alrededor de 1.600 columnas. Por fortuna, ‘Martillo’ se convirtió en una de las columnas más leídas e influyentes de El País.
Gran parte de ese éxito se lo debo a Gerardo Bedoya, quien era el editor de Opinión cuando comencé a hacer mis primeros pinitos en ese campo del periodismo.
Yo llegué de España con grandes ínfulas porque había colaborado con varios de los diarios más importantes de ese país y le dije a Gerardo que quería ser columnista. Y sin pararle las más mínimas bolas a los escritos que publiqué en los diarios ibéricos, y que le llevé a manera de carta de presentación, me dijo: “escriba una columna y la revisamos”.
Y sí que la revisó, ¡9 veces! 9 veces se la llevé y 8 me la devolvió con correcciones. Fue una gran lección de periodismo y humildad.
Comencé escribiendo temas jocosos, con un humor más bien flojo, hasta que entendí que eso no era lo mío. El humor se lo dejé a Mario Fernando, él sí lo sabe manejar a las mil maravillas.
Desde este espacio di duras batallas contra los alcaldes perversos que tuvimos, en especial contra Apolinar Salcedo. Tengo la satisfacción de que muchas denuncias que formulé fueron tenidas en cuenta por la Procuraduría en la investigación que se le siguió y que terminó con su destitución.
Luego vino el pulso con ese gobernador amoral e irresponsable que fue Juan Carlos Abadía.
Mi más reciente batalla la di contra Jorge Iván Ospina. Desde la campaña advertí sobre su laxitud moral, su falta de principios y dije que haría lo posible para que Cali no lo volviera elegir.
Fracasé en ese esfuerzo, pero el tiempo me dio la razón. Jorge Iván actuó como pronostiqué: entregó millonarios contratos a dedo, le otorgó contratos a familiares, puso a cogobernar a sus hermanos, actuó con amiguismo, nombrando a personas cercanas en cargos muy complicados...
Total, Ospina termina su mandato con una imagen desfavorable superior al 80% y cercado de toda clase de investigaciones.
Tengo la satisfacción de que mis críticas siempre las hice a los gobernantes. Jamás cuestioné aspectos personales como su fidelidad, sus vicios, sus gustos o sus maneras.
Pues bien, ha llegado el momento de decir adiós a este espacio. Como se oficializó esta semana, los accionistas de El País me hicieron el honor de nombrarme Director del diario. Una designación de esa magnitud constituye un gran honor que implica responsabilidades y limitaciones.
Tengo la convicción de que no es bueno que el Director de un medio sea a la vez columnista. Por una razón: cualquier cosa que un director consigne en una columna puede confundirse con la posición del medio. Con lo cual, a la hora de escribir una columna, el director pierde su independencia.
Por esa razón, esta es la última columna que escribo. Me despido con un mensaje de gratitud con María Elvira Domínguez, quien como directora fue profundamente respetuosa de mi autonomía como columnista. Y, por supuesto, con ustedes, que convirtieron esta columna en una de las preferidas por los lectores de El País.
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