El pais
SUSCRÍBETE

Realeza presidencial

Si algún avance quisiéramos hacerle a nuestras democracias, debería ser restarle poder a esa figura tan heredada de las monarquías.

15 de septiembre de 2022 Por: Alberto Castro Zawadsky

Que la democracia es un sistema muy imperfecto de gobierno y lleno de defectos, lo sabemos todos. Pero también somos muy conscientes que es el ‘menos pior’.

Los regímenes parlamentarios desesperan con sus interminables debates y sus gobiernos inestables, que terminan estancando el progreso del país. Suelen resolver poco y avanzan a paso de tortuga.
Los regímenes presidenciales tejen también su colcha de defectos. Uno de los que más se luce es la concentración de poder en los presidentes. Hay que entender que quienes redactaron las primeras constituciones venían de vivir en reinados, por lo que debió ser difícil no inventar otro reyecito, al que todos deben lealtad y deben seguir con devoción.

Nos enseñan que las democracias tienen una serie de chequeos y contrabalanceos que impiden el abuso del poder. La esencia está en la división de los tres poderes, que son cuatro si incluimos la prensa.
Pero un presidente puede tomar decisiones que invalidan el invariablemente largo y lento trabajo del poder judicial. Y puede, incluso, acallar prensa opositora o crítica con una gran variedad de recursos que suelen usar los más aventajados en el arte de la satrapía.

Vemos cómo un presidente de Estados Unidos perdona criminales de todos los calibres, aun si han sido condenados por asuntos que lo comprometen. Vemos cómo un ‘presidente’ de Nicaragua o Venezuela, encarcela periodistas, cierra periódicos, nombra magistrados, define el poder electoral, entre otras gracias. Vemos aquí cómo un presidente tiene la facultad de pasarse por la faja años de investigación, aporte de pruebas, juicios con fiscales y jueces que han arriesgado su vida, y han llegado a expedir órdenes de captura a temibles criminales. Vemos cómo se usa la abultada chequera del Estado en un aberrante y fullero proceso de ‘alineación’ de congresistas.

Nos burlamos de los europeos con sus anacrónicos reinados, que en realidad son usados como símbolos de unión, y para aliviar a los mandatarios que trabajan de las dispendiosas formalidades protocolarias. La pompa y fanfarria refuerzan las tradiciones y producen fascinación a súbditos y turistas. Además, como ha quedado demostrado con la respetada y longeva Reina, le dan estabilidad, continuidad y orgullo al país.

Con todo, han sido mucho mejores para impedir la concentración del poder en una sola persona. La verdad es que por estos trópicos resultamos ser más anacrónicos con presidentes llenos de poderes omnímodos a quienes solo les falta la corona (excepto a Castillo).

Tanta crítica y descontento con el vapuleado ‘sistema’ y no logramos ni acercarnos a criticar el abuso de poder, el lujo, los excesos, los palacios y festejos, las caravanas y aviones o los asesores, hasta para la movilidad de las caderas. Si algún avance quisiéramos hacerle a nuestras democracias, debería ser restarle poder a esa figura tan heredada de las monarquías. ¿Algún utópico día lograremos la madurez de Suiza, donde es difícil saber cómo se llama el presidente? Cambia cada año, y los ministros andan en metro como cualquier hijo de vecino. O terminaremos con un reyecito entronizado, con disfraz de presidente, siguiendo el ejemplo de tan admirados vecinos.

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

Regístrate gratis al boletín diario de noticias

AHORA EN Alberto Castro Zawadsky