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El complotismo

El año pasado en el mes de mayo fue presentado por el príncipe Carlos de Inglaterra y el director del Foro Económico Mundial una propuesta para reconstruir la economía.

19 de enero de 2021 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El año pasado en el mes de mayo fue presentado por el príncipe Carlos de Inglaterra y el director del Foro Económico Mundial una propuesta para reconstruir la economía, como consecuencia de los desastres producidos por la pandemia del Covid-19, que debe ser discutida este año en la reunión periódica de esta institución en Davos. Se trata de una alternativa plausible en momentos en los que se impone un giro en la orientación de la actividad económica, la lucha contra el calentamiento global, el manejo de las nuevas tecnologías y el salvamiento del planeta.

El proyecto, con el nombre de ‘The Great Reset’, suscitó toda clase de reacciones en la prensa y en los sectores académicos pero, sobre todo, se convirtió en materia para la construcción de una teoría conspirativa.
En las redes sociales circula un video en el que se muestra al arzobispo Carlo María Viganò, embajador de la Santa Sede ante el gobierno de Estados Unidos, haciendo una advertencia acerca de la existencia de una “gran conspiración contra Dios y contra la humanidad”, patrocinada por una “élite global” que quiere controlar el mundo, imponer medidas coercitivas y crear un nuevo orden (“deep state”). La imposición de la vacunación contra la pandemia sería una de las estrategias para instaurar una ‘dictadura sanitaria’ de control de la población la cual, de no someterse, sería objeto de arresto domiciliario o de confiscación de sus bienes.

Estaríamos, pues, en un nuevo capítulo de una lucha bíblica entre el bien y el mal, prevista en el Apocalipsis de San Juan. Por una parte los “hijos de las tinieblas”, los promotores del Foro de Davos, entre los cuales se encontraría el Papa Francisco; y, por otra, los “hijos de la luz”, comandados por el presidente Donald Trump, por su valor de enfrentarse a la globalización y a los grupos masónicos y por su defensa de la independencia económica y cultural de Estados Unidos.

Todo esto tiene la forma de un delirio, de una construcción imaginaria, que no tiene ningún asidero en la realidad. Pero hay que reconocer que hay mentes incautas que creen a pie juntillas en la verdad de este tipo de fantasías. No sabemos cómo los divulgadores de esta conspiración podrán seguir sosteniendo su idea del liderazgo de Trump, después del ataque al Capitolio de Estados Unidos por una turba fanática, alentada por él mismo.

La idea de complot es un ingrediente fundamental de la política desde la más remota antigüedad, más aún, desde el momento en que se dejó de pensar que lo que sucede en esta tierra es resultado de una decisión arbitraria de los dioses o de la fuerza de un destino inexorable, como en la antigua Grecia. Los sujetos, para llenar el vacío, sienten ahora que están siendo manipulados por fuerzas que escapan a su control y se inventan esta clase de ideaciones. Cualquier suceso se interpreta, no en el marco de un conjunto de causas concretas que lo producen, realistas y verificables, sino como resultado de una voluntad subjetiva y omnipotente, oculta, que mueve los hilos secretos, cuyas metas son abstractas e indeterminadas. El complot, como ‘delirio del poder’, se convierte en una forma de organizar la acción política, de justificar todo lo que ocurre y, con base en una plasticidad casi infinita, de crear ‘enemigos imaginarios’ para promover la violencia.

Ya sabemos, por una amarga experiencia, que la política se hace con base en inventar enemigos y conspiraciones, para producir miedo en las gentes y poder ofrecerles ‘salvadores’. La ‘mentalidad complotista’ ha acompañado a un sector significativo de nuestros dirigentes desde tiempos inmemoriales. Saben asustar, saben meter mentiras. El derrumbe de Trump en Estados Unidos debería representar el final de una época que comenzó en 2016 con su elección como Presidente, el triunfo del Brexit en Gran Bretaña y del no en el plebiscito por la paz. La tarea más importante que tiene Colombia en este momento es reinventar la política, no con base en gentes asustadas, sino de ciudadanos libres y racionales, que votan en pleno uso de sus facultades mentales, sin engaños ni manipulaciones

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