Fuerza Cali
Recuperado el orden, se debe iniciar un diálogo amplio en la ciudad con todos los sectores -social, privado, academia, jóvenes, sindical y autoridades- para definir un rumbo compartido donde quepamos todos
Vamos para dos semanas de una situación alarmante e inadmisible que no ha recibido el diagnóstico ni el manejo debido desde el día cero. No facilita las cosas el que vivamos en una ciudad tan desigual, tan egoísta, y con tantas contrapuestas realidades, pues, ante tal situación de desespero, cada sector se aferra a su burbuja, no siente el dolor del otro y tampoco abraza las angustias ajenas. Súmele a esto la desinformación en las redes, sea por su amarillismo o por evidentes esfuerzos para sembrar confusión y miedo. Estamos ante una aparente situación sin salida, y la salida sí la hay.
Lo primero es entender el problema. Enfrentamos un reto social debido al covid que ha dejado a millones de personas sin nada. Sólo en Cali, los ciudadanos que viven en situación de pobreza monetaria aumentaron de 2019 a 2020 en un 67%, a 934 mil personas. Es decir, la mitad de los caleños está sin plata para comer o vivir dignamente. El futuro de los jóvenes se esfuma, sin opción de estudio o de trabajo. La corrupción y el mal manejo de los recursos públicos, en lo local, multiplica la rabia y para colmo de males, el Gobierno Nacional en una desconexión total, de la tragedia que vivimos.
Sin embargo, hay otros elementos innegables que deben ser parte del análisis. Cali es una ciudad sitiada por el narcotráfico, llena de pandillas e infiltrada por milicias guerrilleras. Es evidente que estás organizaciones criminales están pescando en río revuelto y aprovechándose de la protesta legítima han generado violencia y han provocado respuestas duras de la Fuerza Pública que luego son utilizadas para afectar la confianza ciudadana en las instituciones. Urge que el gobierno local y nacional consigan doblegar a los salvajes. Urge retomar la normalidad para que esta escalada se detenga. Hay que vencer a los violentos con el orden y la ley.
Clave que la protesta legítima sea consciente de estas crudas realidades y denuncie para evitar ser instrumentalizada como peones en un juego de ajedrez donde es oscuro quienes están moviendo las fichas.
La urgencia es gobernar y recuperar el orden en Cali para aliviar el sufrimiento. La prioridad debe ser parar y judicializar a los violentos. Vamos camino de lo peor, un enfrentamiento entre buenos ciudadanos y aquellos que no respetan la vida y quieren acabar con todo. Estamos ante una asonada que está derrotando a la autoridad. Que buscan, que el desorden y la anarquía derroten el orden y la convivencia.
Esta tarea difícil ya que una inmensa parte de la población no confía en la Policía. Es posible remediar la situación en lo inmediato conformando operativos conjuntos Ejército-Policía-CTI, inclusive invitando a la OEA o la ONU como observadores de los derechos humanos y ciudadanos. Precisa meterle ganas.
Recuperado el orden, se debe iniciar un diálogo amplio en la ciudad con todos los sectores -social, privado, academia, jóvenes, sindical y autoridades- para definir un rumbo compartido donde quepamos todos. Un derrotero que proyecte a Cali como el polo de desarrollo que nos merecemos y que conviene. Esto necesitará inevitablemente el liderazgo de los gobernantes locales y el compromiso del gobierno central. Hay que empujarlos.
Por último, dos mensajes a los caleños. Elijamos bien. La promiscuidad con los corruptos y el clientelismo ha conducido a que se haga política como negocio, y a que se roben la plata de todos. Segundo, calma. De esta tenemos que salir. La falta de autoridad se suma a la violencia. Saldremos al otro lado, si las autoridades recobran el control en el marco de la ley. Así lo lograremos. ¡Fuerza Cali!
¡Fuerza Cali! Sigue en Twitter @alejoeder